viernes, 24 de septiembre de 2010

Cuando la Pasionaria viajaba en Rolls *


Sarah Álvarez de Miranda
Melquíades Álvarez, mi padre. En el canto de la moneda
Ediciones Nobel
Oviedo.
2003
217 pp.
12 Euros

“No quiero escribir una dedicatoria al uso porque esta no sería suficiente para minorar la deuda que contraje con el hombre con quien compartí los últimos 30 años de su vida, los que le dieron un sentido a la mía y la respuesta al desconcierto de haber nacido”. Sarah Álvarez de Miranda

En 1996 Sarah Álvarez Miranda publicó El vecino de Eaton Square y otros cuentos, primer libro que la autora daba al lector, con prólogo del escritor y poeta ovetense José García Nieto. Se trataba de un conjunto de narraciones con final imprevisto o sorprendente, escritas con una gran sensibilidad y basadas en hechos ciertos que se encubren.

Alentada por los elogios recibidos, se ha animado a darnos ahora un crudo relato que desde hacía años tenía proyectado: los recuerdos de su madre, una superviviente de la tragedia española. Recuerdos también propios, pues la pérdida de su padre en la batalla del Ebro (1938) marcará profundamente su vida.


Entre memorias

Persona culta y lectora empedernida, suele pasar Sarah Álvarez sus veranos en la verde Asturias, acaso para desagraviar el hecho de haber nacido por parto inesperado en Madrid, contrariando así el deseo de su abuelo materno, Melquíades Álvarez, que siempre había exigido a sus hijas dar a luz en nuestra región. Fue precisamente en uno de esos veranos cuando ultimó este relato basado en los recuerdos que su madre le transmitió, una historia narrada dentro de otra historia y que ahora podemos tener a nuestro alcance.

Melquíades Álvarez, mi padre, no es como el título parece reflejar una biografía del tribuno gijonés, aunque su figura siempre está presente. Se trata, por el contrario, de la semblanza de su hija Matilde (Oviedo, 1906 – Cieza, 1989), madre de la autora,  enmarcada en el contexto familiar y social que le tocó vivir y que llega a su momento crucial con el estallido de la guerra civil en Madrid, cuando sorprendida y aturdida por la brutalidad de los acontecimientos no le queda otro remedio que sobrevivir en medio de la pelea de dos bandos enfrentados, en el frágil equilibrio de verse doblemente cercada. De ahí que a la obra le venga más a propósito el subtítulo: En el canto de la moneda.

Trata, pues, de la singular experiencia de una mujer, testigo directo de tres décadas de la historia de España,  que a causa de la significación política de su padre  -Melquíades Álvarez-  se verá envuelta de lleno en la vorágine de locuras encontradas que fue la eclosión de nuestra guerra civil.

Fue Matilde Álvarez Quintana una mujer casada con la aventura, una Pimpinela Escarlata se dijo entonces, una mujer “dueña de un atractivo tan fuerte que nadie que la conoció pudo quedar al margen de su poderosa personalidad”. Pionera en muchas cosas, su vida es una auténtica novela y su hija, consciente de ello, muestra en esta ocasión una gran capacidad para desvelar el sentido de aquélla.

Escrito amenamente, con una celosa independencia de criterio como corresponde al talante liberal de su autora, se nos va narrando con una prosa sencilla y muy emotiva  -admirable a veces- los avatares concretos de su familia y su entorno, sin ocultar los nombres propios de los personajes más conspicuos de la época ni las vivencias amorosas y turbadoras de su protagonista principal. Una novela sin ficción aunque nimbada de lirismo, pues todo lo que se cuenta es una versión contrastada de lo que pasó en el Madrid de la guerra, con testimonios contemporáneos, con memorias inéditas de familiares de Melquíades Álvarez y con una paciente labor de cotejo de documentación histórica. En ella vemos fragmentadas, como en un trozo de espejo roto, las situaciones extremas en las que los seres humanos dan lo mejor y lo peor que hay en ellas y que sale a la superficie como el limo del estanque que si no se agita puede no manifestarse nunca.

Narrada esta historia en primera persona para acercar la figura de Matilde Álvarez, el libro se divide en tres partes  -o etapas vitales-  bien diferenciadas tanto por el contenido como por el ritmo de la narración, a semejanza de una clásica pieza dramática. Trata la primera  -titulada A merced de mi memoria-  de los recuerdos de niñez y su formación en Francia, el despliegue de la razón vital, el acercamiento íntimo a la poliédrica figura de Melquíades Álvarez y a su obsesión política: hacer la revolución desde arriba, contando con Alfonso XIII;  la segunda  -En el centro de las pasiones-  comprende los sucesos que van desde el estallido de la guerra, pasando por el asesinado del líder reformista en la Cárcel Modelo de Madrid (agosto de 1936) y una forzosa convivencia con sus carceleros en el hogar familiar,  hasta el auxilio de la embajada argentina y su evacuación  por Alicante en marzo de 1937; y la tercera parte  -Pasadas las emociones-, de vuelta la protagonista a la España nacional, recoge el episodio trágico de la muerte en combate de su marido y se alarga hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, momento en el que Matilde se instala en Estoril  para asimilar la irrupción de la tragedia en su vida y alejarse de aquella España de autarquía y mercado negro.

Felipe Sandoval, uno de los ejecutores de Melquíades Álvarez
[Centre des Archives Contemporaines (CAC), Fontainebleau (Francia)] 
En el Madrid teñido de rojo

La segunda parte del libro es la más interesante y la de ritmo más trepidante. Un relato aterrador de cómo se enseñorearon de Madrid todo género de bandas armadas de todo signo político, sin control alguno por parte de las esfumadas “autoridades de la República”. Reflejo de una fase en la que al robo se llamaba requisa y al crimen, limpieza de retaguardia.

Al respecto, y casi como anécdota, cuenta la autora la incautación del Rolls-Royce [¿o un Graham-Paige, regalo en su día del coronel L. R. Sosthenes Bhen, presidente de la ITT?] familiar a manos de Dolores Ibárruri, probablemente utilizado luego para trasladarse a París formando parte de la delegación del Frente Popular que acudió al gran mitin celebrado en el Velódromo de Invierno en septiembre de 1936 con el propósito de recabar ayuda para la República Española. En realidad no se trata de una mera anécdota. Era el gesto populista que simbolizaba la revancha de los débiles contra los fuertes, y también una prueba reveladora de ese afán de capitalismo de clase que siempre han manifestado algunos dirigentes de cierta izquierda española, émulos en el fondo de las licencias y el buen vivir de la derecha tradicional y la clase pudiente. Del coche poco se supo luego, no apareció ni el chasis. Pero no fue el único caso, ni muchísimo menos, de incautación de vehículos de lujo para prebostes sovietistas. Cuenta el antropólogo J. M. Gómez-Tabanera que a su padre  –representante de conocidas marcas de automóviles-  el Frente Popular le requisó  un Studebaker  de exposición para regalárselo a Marcel Rosenberg, primer embajador de Stalin en Madrid.

La familia de Melquíades Álvarez sobrellevó una prolongada retención en su propio hogar, convertido en cuartel de un grupo de dinamiteros cenetistas capitaneados por un psicópata –el asturiano Alfredo Álvarez-  que les sirvió de protector merced a una antigua amistad infantil, salvando así a la valiente protagonista y a parte de la familia. Personaje pintoresco que resultó ser hijo de los guardeses de la Quinta de la Silla del Rey, en Oviedo.

En esos meses, que se hicieron eternos, supieron del asesinato de seres queridos y de espantosas torturas en las checas que cada facción del Frente Popular instaló por toda la capital. En aquellas circunstancias a la protagonista no le quedó más remedio que optar y no se resignó a morir. Contactó con la Quinta Columna y saboteó acciones de sus carceleros, entre ellas la voladura del Hospital Clínico Universitario. También conoció las atenciones del distinguido encargado de negocios de la embajada argentina, Edgardo Pérez Quesada, lo que le permitió conseguir salvoconductos y albergues diplomáticos para los perseguidos. Pérez Quesada acabaría enamorándose de ella y proponiéndole sin éxito matrimonio años después, al haber enviudado del capitán Eusebio Álvarez de Miranda, muerto arriesgadamente en la batalla más  triste y grandiosa, la del Ebro.

Es esta una historia dramática desde el principio, sin ápice de sectarismo por parte de la narradora, que está esperando una adaptación para ser llevada al cine. Trama perfecta para un buen guión cinematográfico.

Sobre la guerra civil en Madrid vista desde la perspectiva de los perseguidos  -y de los desafectos al Frente Popular en general-  existe una extensa bibliografía, en la que tienen lugar destacado los testimonios, en forma de memorias o narraciones, escritos con urgencia al fragor de la contienda y en la inmediata posguerra. Testimonios parciales, desvirtuadores si se quiere, pero que reflejan la barbarie del ser humano en sus diferentes aspectos. Ahí se encuadran obras ya rancias como Frente de Madrid de Edgar Neville, De la Checa a la Meca. Cronicón del Madrid rojo de Domingo Romero, El otro mundo (la vida en las embajadas en Madrid) de Jacinto Miquelarena, La ciudad de los siete puñales de Emilio Carrere  Checas de Madrid de Tomás Borras, Madrid bajo el terror, 1936-1937 de Adelardo Fernández Arias, Madridgrado de Francisco Camba, Los presos de Madrid. Recuerdos e impresiones de un cautivo de la España roja de A. de Icaza, La Quinta Columna de Santos Alcocer, No me cuente Vd. su caso (Memorias del Madrid rojo) de Javier Martín Artajo, Una isla en el mar rojo de Wenceslao Fernández Flórez, o la tercera parte de la gran novela Madrid de corte a checa de Agustín de Foxá, por citar algunos títulos explícitos. Son visiones desde la perspectiva de los inminentes vencedores. Otros relataron los sucesos desde el otro lado de la trinchera, describiendo un Madrid apocalíptico  -“capital de la gloria” dirá Alberti, en retrato falaz- que resistió cerca de tres años a las tropas franquistas. Sin embargo, para la inmensa mayoría de hombres y mujeres que soportaron con firmeza tan devastadora experiencia mejor les encajaría la modificación de la imagen: “capital del dolor y de la dignidad”.

Inexorablemente la historiografía posterior y actual ha ido poniendo las cosas en su sitio, al mismo tiempo que los recuerdos y las memorias de aquel Madrid ensangrentado se han ido sucediendo con más o menos fortuna.  Hoy en día el tema no está cerrado historiográficamente  -incluso se intenta silenciar este capítulo revolucionario-  a pesar de las magníficas aportaciones monográficas de Javier Cervera (Madrid en guerra. La ciudad clandestina, 1936-1939; 1998)  y de Antonio M. Moral (El asilo diplomático en la Guerra Civil española, 2001); dos obras que restituyen una dimensión adicional de la violencia de aquellos años: la represión y la resistencia clandestina en la retaguardia del bando republicano con sus cárceles, las checas, los paseos, las sacas de presos,  el asilo en las embajadas, las arriesgadas evacuaciones, así como el análisis de todo tipo de desafectos y quintacolumnistas.

Otras aproximaciones han aparecido recientemente, a medio camino entre el recuerdo y la historia. Libros con títulos propagandísticos, que no superan los mitos litúrgicos y son incapaces de cancelar la hipoteca que supone para la ciencia histórica el sectarismo ideológico, llegándose al camelo de presentar a ilustres estalinistas como “defensores de la democracia” o de obviar conscientemente la actividad de las bestias oscuras de las patrullas o brigadas del amanecer. Hagiografías y tópicos que compiten en las más de las ocasiones con las burdas mixtificaciones de la historiografía del primer franquismo. Como si en una guerra civil  -que duró nada menos que  tres años-  sólo hubiese cometido atropellos uno de los bandos. Afortunadamente, salvo algunos comisarios inquebrantables y determinados demagogos, nadie hoy está interesado en perpetuar el rencor: la peor herencia del guerracivilismo.

Tampoco la actividad y el arrojo de Matilde Álvarez pasaron desapercibidos en su momento, siendo Francisco Casares, que también vivió los hechos y escribió varias obras sobre el asunto de las embajadas,  quien transplantó los rasgos de heroísmo y abnegación de la protagonista  -aquí bautizada como Mercedes Alvear- a su novela La ciudad del humor y de la muerte, aunque con poco acierto a fuer de sinceros. Ha de señalarse por otra parte, que la historiografía actual empieza a reflejar asimismo el destacado papel de Matilde Álvarez Quintana en el Madrid sitiado.
No es arriesgado afirmar, por todo ello, que el libro que comentamos, escrito con talento y con rigor, es un instructivo instrumento histórico -aunque sean unas memorias de segunda mano, con intermediación-  pues supone una contribución oportuna e importante al conocimiento de unos hechos y un momento crucial de nuestro pasado, una página significativa para ver la guerra desde dentro.

Obras como esta, que entran de lleno en lo que pudiéramos llamar narrativa en clave realista, nos sirven para abrir más a la comprensión los motivos profundos que a lo largo de tres décadas fueron gestando nuestra Guerra. Son necesarias como complemento de los buenos libros de historia. Se suma así  a otros testimonios diferentes, que han sido rescatados del olvido recientemente y entre los que merece destacarse por su lucidez: La revolución española vista por una republicana, de Clara Campoamor.

Únicamente queda felicitar a la autora y esperar que, dada su vocación literaria y el sosiego que ha alcanzado, nos sorprenda dentro de poco tiempo con otra obra que  -conociendo su gran amor por Cuba- rememore a través de su directo testimonio  -como novelista de sí mismo, en expresión de Ortega-  una época sugerente: la descomposición del régimen batistiano y el triunfo de la revolución cubana. Levantamiento que forzará su abandono precipitado de la isla, donde dejará bienes y pertenencias y, por desgracia, los originales de una serie de narraciones que se pierden irreparablemente. Pero siempre nos quedará la confianza en la destreza y maestría de Sarah Álvarez para transportarnos al Caribe, medio siglo atrás.

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                                     Jesús Mella

* Texto publicado en La Nueva España (edición de Gijón), 6 de noviembre de 2003, p. 8-9.

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