El americanismo de Rafael Altamira
y el programa americanista de la Universidad de Oviedo
Julio A. Vaquero
Jesús Mella
1.- Introducción.
El pensamiento de Rafael Altamira y Crevea (Alicante, 10 de febrero de 1866 - México DF, 1 de junio de 1951) en su primera etapa americanista tomó cuerpo en el programa y la acción americanistas de la Universidad de Oviedo. Ese programa y acción tuvieron su culminación, sin duda, con el éxito del viaje de Altamira por América en 1909-1910. Pero, como es sabido por los estudios de Santiago Melón (1), en ese viaje no todo fueron luces sino que también hubo sombras.
Entre esas sombras estuvo paradójicamente su propio éxito, que catapultó a Altamira a un alto puesto en la Administración educativa nacional y que, con su marcha a Madrid, produjo no la desaparición de la vocación pero sí la paralización de la acción americanista del alma mater asturiana. Además, y aunque esto sea una prueba indirecta más de las expectativas y el impacto que provocó su viaje tanto en América -entre los miembros de las capas dirigentes y en los medios de la inmigración española-, como entre la opinión pública española, su indudable éxito trató de ser minusvalorado por las críticas que recibió en razón del contenido liberal y “modernizador” de su americanismo (aun cuando fuese de significado moderado y expresión del nacionalismo español) en la propia Asturias por parte de las fuerzas tradicionalistas e hispanófilas. Pero, también en América, entre los sectores reaccionarios de las colonias de inmigrantes afines a esta tendencia españolista, que, a decir verdad, en Cuba seguía siendo profunda y auténtica, más espontánea y firme si cabe.
Asimismo, el viaje suscitó reacciones negativas entre algunos grupos intelectuales americanos, como fue el caso de Cuba. Rechazaban éstos, desde el nacionalismo antiespañol que había engendrado la lucha por la independencia, no tanto ese contenido “modernizador” y liberal del americanismo como su orientación nacional española basada en la idea de la formación entre España y los países americanos de una comunidad cultural “racial” y nacional, desde el supuesto de que los pueblos que la conformaban respondían y se identificaban en un mismo y común espíritu nacional originario, con una misma estirpe. Lo cual, constituía la base para una acción común que los regenerase y así se facilitase su adaptación a la civilización moderna y pudiesen contribuir con lo genuino de su personalidad al desarrollo de la Humanidad.
Una muestra más de la gran influencia y expectativas que despertó el viaje americano del representante del claustro ovetense, y la división de opiniones que despertó su recepción lo es el hecho de que todavía algunos años después de realizado, su valoración provocase aún una polémica -poco conocida, pero muy expresiva de la percepción que se tuvo en América de su figura y del significado de su americanismo- entre dos personalidades destacadas de la colonia asturiana en Cuba, como fueron Constantino Suárez y Eva Canel.
El objeto de esta exposición es, pues, realizar a grandes rasgos el análisis de esta etapa inicial del pensamiento americanista de Altamira, estableciendo su influencia y vinculación con el programa y la acción americanistas de la Universidad ovetense, y estudiar, también, la polémica entre Constantino Suárez y Eva Canel sobre la labor americanista del profesor alicantino, con la intención de que sea una aportación más al conocimiento de la recepción que tuvo en América el primer mensaje americanista de Altamira. La necesidad de tal análisis lo prueba, precisamente, el hecho que no tuvo una aceptación positiva unánime -como el propio Rafael Altamira quiso hacer creer a la opinión pública española- sino que, más bien, hubo una recepción compleja, convirtiéndose por ello -tal mensaje- en un elemento más de la lucha ideológica, sobre todo entre dos concepciones diferentes del nacionalismo español, que suponían además la existencia de dos visiones diferenciadas del americanismo. El pensamiento y mensaje de Altamira fue percibido, pues, por actitudes contrapuestas que eran expresión, por una parte, de las diferentes concepciones que existían entre los propios americanos sobre el propio nacionalismo americano; y, por otra, entre los inmigrantes de la colonia española, que expresaba una clara división respecto al diferente modo de entender el nacionalismo español (2).
2.- Los fundamentos regeneracionistas del discurso americanista de Altamira.
Como vamos a comprobar, el americanismo de Altamira es un elemento más de su regeneracionismo. Su finalidad y contenido encuentran sentido en relación, precisamente, con la orientación que adoptó éste. De ahí que la comprensión de la lógica interna de sus primeras formulaciones americanistas, así como de su inicial programa americanista, sólo puedan ser cabalmente entendidos si se analizan en el contexto de su discurso y compromiso regeneracionista en busca del renacimiento de España (3).
Los dos elementos esenciales sobre los que Altamira fundamenta su reformismo regeneracionista y a partir de los cuales encuentra también sentido su americanismo universitario, son, por una parte, la base ideológica institucionista que impregna todo su discurso; fondo ideológico que, como es sabido, hunde sus raíces en los supuestos fundantes de la ideología krausista y que se combina ahora con ciertos contenidos positivistas. Y por otra parte, como un rasgo ya más específico y propio de su pensamiento -aunque sea también plenamente concordante con ese espíritu institucionista-, su nacionalismo historiográfico, que va a ser, dada su formación profesional como historiador, en su doble especialización en Historia del Derecho español y en didáctica de la Historia, uno de los aspectos más genuinos de sus planteamientos regeneracionistas. Su americanismo va a estar también, claro está, profundamente influido por esos supuestos teóricos subyacentes.
En efecto, las notas que caracterizan ese regeneracionismo y los mencionados soportes sobre los que se basa -el talante krausopositivista y el nacionalismo historiográfico- se proyectan nítidamente sobre su discurso americanista, de modo que para la cabal comprensión es necesario contextualizarlo en el marco de su planteamiento regeneracionista y analizarlo desde la perspectiva de sus referidos fundamentos ideológicos. Vamos, pues, a examinar en este apartado los principales textos regeneracionistas de Altamira donde desarrolla el discurso elaborado sobre el mismo, destacando las notas esenciales (4). Para intentar establecer de esa menara, aunque sólo sea a grandes rasgos, la proyección de su regeneracionismo sobre los contenidos del primer discurso americanista. Sólo así nos parece que es posible poder comprender la coherencia interna y poder desvelar además su función histórica objetiva, es decir, más allá del sentido y significado que tuvo para los mismos actores.
Como vamos a comprobar, el americanismo de Altamira es un elemento más de su regeneracionismo. Su finalidad y contenido encuentran sentido en relación, precisamente, con la orientación que adoptó éste. De ahí que la comprensión de la lógica interna de sus primeras formulaciones americanistas, así como de su inicial programa americanista, sólo puedan ser cabalmente entendidos si se analizan en el contexto de su discurso y compromiso regeneracionista en busca del renacimiento de España (3).
Los dos elementos esenciales sobre los que Altamira fundamenta su reformismo regeneracionista y a partir de los cuales encuentra también sentido su americanismo universitario, son, por una parte, la base ideológica institucionista que impregna todo su discurso; fondo ideológico que, como es sabido, hunde sus raíces en los supuestos fundantes de la ideología krausista y que se combina ahora con ciertos contenidos positivistas. Y por otra parte, como un rasgo ya más específico y propio de su pensamiento -aunque sea también plenamente concordante con ese espíritu institucionista-, su nacionalismo historiográfico, que va a ser, dada su formación profesional como historiador, en su doble especialización en Historia del Derecho español y en didáctica de la Historia, uno de los aspectos más genuinos de sus planteamientos regeneracionistas. Su americanismo va a estar también, claro está, profundamente influido por esos supuestos teóricos subyacentes.
En efecto, las notas que caracterizan ese regeneracionismo y los mencionados soportes sobre los que se basa -el talante krausopositivista y el nacionalismo historiográfico- se proyectan nítidamente sobre su discurso americanista, de modo que para la cabal comprensión es necesario contextualizarlo en el marco de su planteamiento regeneracionista y analizarlo desde la perspectiva de sus referidos fundamentos ideológicos. Vamos, pues, a examinar en este apartado los principales textos regeneracionistas de Altamira donde desarrolla el discurso elaborado sobre el mismo, destacando las notas esenciales (4). Para intentar establecer de esa menara, aunque sólo sea a grandes rasgos, la proyección de su regeneracionismo sobre los contenidos del primer discurso americanista. Sólo así nos parece que es posible poder comprender la coherencia interna y poder desvelar además su función histórica objetiva, es decir, más allá del sentido y significado que tuvo para los mismos actores.
Sin duda, las preocupaciones regeneracionistas de Altamira son anteriores a 1898 como su americanismo también lo es. No sólo eso, sino que, como una prueba más de la estrecha vinculación de estos dos planteamientos en su pensamiento, el punto de partida de éste último se produce significativamente el mismo año que el del comienzo de su producción regeneracionista en sentido estricto. Como él mismo reconoce en varias ocasiones, es en 1895 con el inicio de la publicación bajo su dirección de la Revista crítica de Historia y Literatura españolas, portuguesas e hispanoamericanas (1895-1902) cuando empieza su primera campaña americanista, como a él le gustaba denominarla. Aunque acaso haya que establecer como precedente su decidido apoyo a los acuerdos adoptados en el Congreso Pedagógico Hispano-Portugués-Americano celebrado en 1892 con motivo de la conmemoración del IV Centenario del Descubrimiento de América.
Es también en 1895 cuando va a aparecer el que podría considerarse en sentido exacto su primer texto regeneracionista. Se trata de la intervención en un curso promovido por Joaquín Costa Martínez (1846-1911) en la Sección de Ciencias Históricas del Ateneo de Madrid sobre el tema genérico “Tutela de pueblos en la Historia”, en el que Rafael Altamira pronunció la conferencia inaugural: “El problema de la dictadura tutelar en la Historia” (publicada en la revista La Administración, 3.ª época, Madrid, 1896, t. II, pp. 734 y ss. y t. III, pp. 101 y ss.) En esa conferencia, siguiendo la línea que Costa mantenía por esos años, se proponía con cierta ambigüedad la oportunidad, para el momento histórico que se vivía, de la necesidad de un poder dictatorial o presidencialista (según se acepte uno u otro de estos dos significados que se han atribuido a estos planteamientos costistas) para poder llevar a cabo la regeneración nacional. Propuesta, eso sí, de la que renegaría expresamente durante su etapa en Oviedo. Pero será a partir de 1897 y 1898 y hasta principio de siglo cuando Altamira va a perfilar un elaborado discurso regeneracionista a través de varios trabajos y un libro, a saber: “La renaissance de l´idéal en Espagne” (Bibliothèque univeselle et Revue suisse, Lausanne, Tome VIII, nº 22, 1897 pp. 319-340), estudio escrito y publicado en la revista suiza a petición del director de la misma; el Prólogo a su traducción de Discursos a la nación alemana. Regeneración y educación de la Alemania moderna de J. G. Fichte (La España Moderna, Madrid, 1899); el Discurso leído en la solemne apertura del curso académico de 1898 a 1899 (Oviedo, 1898), y Psicología del pueblo español (en La España Moderna, marzo 1899; y ya primera edición en libro en 1902).
La conexión entre el discurso regeneracionista que desarrolla en esos textos y su planteamiento americanista aparece expresamente establecida en el discurso inaugural del curso 1898-1899 de la Universidad ovetense y, en cierta medida, también en su Psicología del pueblo español. Pero, como es habitual con todo su pensamiento, dada su intensa labor de publicista, también se encuentra una profusa difusión de esas ideas en muchas de las numerosas colaboraciones que realizó en la prensa y en revistas nacionales, americanas y europeas por esos años y hasta después de su marcha de Oviedo, tras el éxito obtenido en su conocido periplo americano. Hito que podría considerarse como el final de una primera fase o etapa inicial de su pensamiento americanista caracterizada por su predominante orientación regeneracionista.
Parte de esa labor publicista de contenido americanista, junto con otros trabajos, la recopiló Altamira en dos de sus obras publicadas en esos años: Cuestiones Hispano-Americanas (E. Rodríguez Serra Editor, Madrid, 1900, 95 pp.) y España en América (F. Sempere y Compañía Editores, Valencia, 1908, 374 pp.). Es preciso tener en cuenta, respecto a su producción periodística en España y en América de contenido americanista, que Altamira la entiende como un instrumento más y de gran importancia de su americanismo práctico en cuanto que, a través de ella, tiene como objetivo la creación y consolidación de una opinión pública amplia que pueda fundamentar la adopción y apoyo del programa americanista por parte de los gobiernos. El otro texto de examen inexcusable para el análisis de su americanismo en esta etapa inicial es Mi viaje a América (Librería General de Victoriano Suárez, Madrid, 1911, 674 pp.), publicado meses después de su regreso.
El análisis de ese conjunto de textos reseñados y también, por las razones mencionadas, de algunos trabajos periodísticos dedicados a este tema, nos permite, aunque sin ánimo de exhaustividad y sólo de modo simplificado, dado el objetivo de este trabajo, reconstruir la lógica interna de ese primer pensamiento americanista de Altamira a partir de la matriz regeneracionista en que éste se fundamenta. Las líneas maestras del contenido de su discurso regeneracionista, desde las cuales encuentran su significado y sentido sus planteamientos americanistas, son a nuestro entender: el nacionalismo español como fundamento de su regeneracionismo; la orientación interna no expansionista ni imperialista que define al mismo; y su carácter modernizador. Veámoslos.
a) Nacionalismo cultural e historiográfico y americanismo.
El nacionalismo de Altamira es el de un intelectual adscrito al reformismo regeneracionista que defiende la clase media liberal progresista frente al liberalismo oligárquico de la Restauración. El objetivo, a través de ese reformismo, es modernizar y consolidar el nuevo sistema de relaciones de producción capitalista introducido por la revolución burguesa, frente al potencial peligro de involución que el mantenimiento del orden oligárquico y caciquil suponía y, además, ante el carácter subordinado que los intereses y aspiraciones de su grupo social ocupaba en aquél. De ahí que el nacionalismo español de Rafael Altamira (“españolista” quizá sea un término que convenga mejor para el planteamiento que formulan y defienden los tradicionalistas; de hecho, así denomina a éste el propio profesor alicantino cuando trata de marcar la diferencia con su concepción nacional) sea un elemento fundamental de su discurso regeneracionista como elemento que, en el plano ideológico, sirve para justificar ante la mayoría de españoles excluidos del régimen oligárquico, la necesidad y el interés de unirse, aceptar y participar en esa tarea de “modernización” que se plantea como única salida a la decadencia de la patria, y en la que se disuelven y desaparecen todas las contradicciones e intereses contrapuestos de clase.
Por otra parte, y fijándonos en el contenido de su nacionalismo español, estamos ante un nacionalismo de cuño cultural como no podía ser menos, dada la impronta idealista y krausista de fondo institucionista del pensamiento de Altamira. Éste es un rasgo esencial para entender la conexión discursiva de su regeneracionismo y su americanismo. Desde los supuestos del organicismo ético-social y la armonía universal a que responde para los pensadores krausistas -según el plan divino- la realización y el destino de la Humanidad, cada nación es un elemento orgánico más de la sociedad. Y es, además, un elemento de naturaleza necesaria y esencial que contribuye con su papel al cumplimiento del ideal de la Humanidad. Porque realiza para esa tarea la función específica que le corresponde como grupo humano conformado por una singular entidad cultural; entidad fundamentada en la conciencia de sus componentes de participar del mismo espíritu o genio nacional del que ha surgido una peculiar modalidad civilizadora y un genuino carácter.
Por ello, frente al avasallador avance del imperialismo y dominio de las “razas” sajona y germánica, la nación española debe reaccionar para cumplir su misión sin dejarse absorber por aquéllas, poniendo a punto una acción regenerativa. Y esta regeneración, como demuestra para el caso de Alemania la eficacia que tuvo la adopción de las medidas propuestas por Johann Gottlieb Fichte (1762-1814) en sus Discursos a la nación alemana (Reden an die deutsche Nation, 1807-1808), debe basarse -según apunta Altamira en el prólogo de su mencionada traducción de la obra del idealista alemán- no sólo en llevar a cabo una censura implacable y decidida de las causas de la decadencia y plantearse las soluciones desde una perspectiva teórica, es decir, ideal, no exclusivamente empírica e integrar a las masas en las reformas necesarias a través de un política pedagógica. Sino, también, en presentar la regeneración como una obra posible. Y tratar de poner fin al pesimismo de aquellos que la creen imposible ante el espectáculo de los males presentes, tal como hizo J. G. Fichte para su país, y ello a pesar del cuadro pesimista que trazó de la sociedad alemana de su tiempo “tan semejante -dice Altamira- a la nuestra, que muchos de su rasgos parecen copiados del modelo de la España de 1898” (5).
Es preciso acabar con el pesimismo e indiferencia popular que, según Altamira, atenaza no sólo a la masa (término éste caro al alicantino y claramente significativo de su participación en la visión elitista común a los institucionistas) sino también a importantes sectores de la élite. Pesimismo que, siguiendo la idealista proposición de J. G. Fichte de que las ideas son fuerza y la engendran, considera como un obstáculo esencial para conseguir la regeneración patria. Y el medio para ello no es otro que la práctica de un nacionalismo historiográfico que restaure “el crédito de nuestra historia, con el fin de devolver al pueblo español la fe en sus cualidades nativas y en su actitud para la vida civilizada, y de aprovechar todos los elementos útiles que ofrecen nuestra ciencia y nuestra conducta de otros tiempos” (6).
De tal planteamiento va a surgir uno de los aspectos fundamentales de la obra americanista de Rafael Altamira. Toda su labor historiográfica americanista tiene en la vindicación de la acción civilizadora de España en América su objetivo principal, aunque, dada su fe racionalista de impronta institucionista y su talante historiográfico positivista, esa labor vindicativa no deba ocultar ni negar:
“la existencia de errores y defectos, ni a cejar en su censura, incluso cuando, por su continuación durante mucho tiempo, pueden inducir a pensar si obedecen a vicios constitucionales de nuestro carácter. Las reivindicaciones históricas no deben traspasar esos límites, so pena de caer en vanidades suicidas; ni tampoco deben tropezar en la ridícula satisfacción de pasadas glorias que cieguen en punto a la decadencia presente haciéndonos dormir sobre los laureles antiguos (como noble perezoso e inútil sobre los pergaminos de sus antepasados) para ostentarlos por toda contestación cuando se nos echa en cara la inferioridad actual” (7).
Pero esa rechazada visión apologética de la Historia es sustituida por una visión forense, como señaló -con su habitual agudeza y acerada prosa- en “Los Lunes de El Imparcial” el mallorquín Gabriel Alomar Villalonga (1873-1941) en la reseña que dedicó a su Psicología del pueblo español, al aparecer en 1917 la segunda edición (8). La Historia se convierte así, para Rafael Altamira, en un alegato defensivo y el historiador en un abogado defensor del pasado de la nación, cuya misión es recuperar su crédito -perdido por la torpeza de la política exterior española en el caso de Iberoamérica- y confianza en el espíritu o genio nacional, para de esa manera estimular el optimismo del pueblo y la fe en sus condiciones nativas para el progreso.
Lo cual, aplicado a la historia de la conquista y colonización española de América se traduce en el objetivo de combatir la leyenda negra que sobre ellas difunden los enemigos y rivales de España, bien con esa finalidad social interna de levantar el ánimo de los españoles poniendo delante de sus ojos las aptitudes civilizadoras “nacionales”, bien con la de deshacer ante los pueblos americanos inexactitudes y prejuicios que dificulten el estrechamiento de las relaciones mutuas. Y para tal fin, no sólo es preciso resaltar los aspectos positivos de la acción colonizadora española sino también defender el pasado conquistador y colonizador en aquellos hechos negativos que lo enturbiaron y que el historiador objetivamente no puede negar. Los argumentos justificativos que se esgrimen son variados. Desde la relativización y atenuación de esos aspectos negativos al relacionarlos con la barbarie de aquellos tiempos en que se produjeron, hasta la excusa basada en la mitificación nacionalista de que lo medios poco ortodoxos se justifican con el fin patriótico y popular que alentaba a los conquistadores y colonizadores, pasando por la favorable comparación -por menos mala- de nuestra acción en América frente a la de los otros pueblos colonizadores.
Esas finalidades sociales que constituyen el principal objetivo de la vindicación historiográfica de la acción española en América, así como el conjunto de matizados argumentos que la sustentan no sólo son recurrentes en la obra historiográfica americanista de Altamira -un buen ejemplo de ello es el contenido de su libro La huella de España en América (Editorial Reus S. A., Madrid, 1924, 22 pp.)- sino que aparecen frecuentemente, como es consecuente dada su finalidad, en su obra publicística. Así, los encontramos expuestos de modo significativo en su discurso de recepción pública leído ante la Real Academia de la Historia (Madrid) el día 24 de diciembre de 1922 con el título Valor social del conocimiento histórico (y publicado por la Editorial Reus S. A., Madrid, 1922, 47 pp.). Pero también, sea dicho a modo de simple ilustración, en un artículo suyo publicado en 1900 en El Mundo Latino con motivo de la conmemoración del “12 de octubre” con el título de “Enseñanzas”, cuyo contenido es muy expresivo de los mencionados planteamientos de nuestro americanista (9).
En el citado artículo Altamira parte de una concepción tutelar paternalista del colonialismo (que se basa en el supuesto de la desigualdad natural -no de grado ni circunstancial- de las naciones, tal como señala en su obra Psicología del pueblo español) contraria a las motivaciones económica, expoliadora y expansionista que estaban dirigiendo el avance colonizador de las grandes potencias del momento. Para reconocer, después, que España en América no supo cumplir el único papel que le correspondía que era el de tutora, en virtud del cual lo primero debía ser el provecho de las colonias, no el de la metrópoli. Lo cual tampoco hizo -a pesar de la experiencia anterior y de las elocuentes advertencias de muchos patriotas- en las Antillas, donde su inadecuada política en esta etapa colonial fue asimismo el origen, como en la América continental -razona Altamira en términos morales- de su pérdida y separación traumática: “El castigo vino también, duro y rápido”. Sin embargo, el reconocimiento de esa orientación de la colonización no le impide justificarla y defenderla con los argumentos consabidos. No debe acusarse a los españoles de mayor crueldad que a los otros colonizadores, hicieron lo que todos, “arrastrados por el hecho mismo de la conquista y por los furores de la lucha de raza”. La comparación del grado de abuso y expoliación de la colonización americana -que, eso sí, van implícitos en el argumento y se reconoce incluso expresamente, aunque sea con un eufemismo (“con haber muchos actos de dominación lamentables”)- es, en realidad, favorable a España, “de cuyas generosas intenciones tocante a los americanos son buena muestra las predicaciones vencedoras del P. Las Casas y las Leyes de Indias y puede juzgarse comparando el presente de las razas indígenas en la América Latina y en la anglosajona”.
b) El regeneracionismo interno como fundamento del americanismo.
Estrechamente vinculada a ese nacionalismo cultural e historiográfico está otra de las notas con que hemos caracterizado su generacionismo y que es el pivote argumental en el discurso que fundamenta su americanismo. Rafael Altamira caracteriza su regeneracionismo como un regeneracionismo interno. Y lo hace contraponiéndolo, para rechazarlos, tanto al “regeneracionismo” (él mismo coloca las comillas cando se refiere a éste) que se defiende en los medios reaccionarios españoles como al modelo de progreso expansivo territorial y dominio avasallador que siguen las grandes potencias del momento.
Los objetivos y funciones que debía cumplir esta Sección americanista eran algunos de los que se habían propuesto entonces para el mencionado centro cultural, como eran la atención a la organización y funcionamiento de los fondos americanistas, el intercambio de publicaciones y la realización de la labor de propaganda y divulgación. Pero, dada la orientación que ahora se le atribuía, se añadía la tarea de dar conferencias y cursos breves sobre Historia, Economía, Derecho, Organización social, Literatura,… de las naciones hispanoamericanas. Éste fue el programa que el propio Rafael Altamira presentó al monarca Alfonso XIII en la segunda de las dos audiencias que con él mantuvo; tuvo lugar el día 7 de junio de 1910.
Parte de esas medidas recibieron la plasmación legal a través de Reales Decretos y Reales Órdenes. Pero en ellas no se mencionará a la Universidad de Oviedo como institución precursora e impulsora de esa labor americanista, ni se recogerán tampoco en ellas aquellos aspectos que concretamente le daban un papel destacado en la continuación de dicha labor. Circunstancia que motivó el descontento del Claustro ovetense e incluso la protesta del rector Fermín Canella y Secades, que escribió a una alta personalidad política ligada al americanismo -quizás Rafael María de Labra- manifestándole su disgusto. Esta preterición y el hecho de que Altamira fuese nombrado para dirigir la Dirección General de Enseñanza Primaria, abandonando Oviedo y dejando en segundo plano su activa dedicación americanista mientras estuvo al frente de su nuevo cargo, fueron, a pesar de los deseos e intenciones reiteradas del Rectorado ovetense de continuar en esa orientación, las razones que poco a poco pusieron fin a esta etapa de intensa labor americanista de la Universidad de Oviedo.
4.- La recepción del pensamiento y la obra americanista de Altamira: la polémica entre Eva Canel y Constantino Suárez, “Españolito”.
Dadas las características del pensamiento y la obra americanistas de Rafael Altamira es, hasta cierto punto, explicable que tuviese una recepción negativa, no sólo entre los sectores americanos que mantenían actitudes motivadas por el consciente y hasta beligerante sentimiento de nacionalismo antiespañol que había alimentado el proceso de independencia, sino también en los medios hispanoamericanos y entre los inmigrantes de las colonias españolas vinculados al tradicionalismo y pensamiento conservador. Es la interpretación negativa de su americanismo -desde esa perspectiva ideológica- la que va a determinar la polémica mantenida entre dos importantes periodistas y escritores asturianos muy conocidos de la colonia española de Cuba, no sólo por su obra literaria sino también por la intensa labor propagandística y cultural que realizaron: Agar Eva Infanzón Canel (Coaña, 30 de enero de 1857 - La Habana, 2 de mayo de 1932), más conocida por su pseudónimo literario “Eva Canel”, y Constantino Suárez Fernández (Avilés; 10 de septiembre de 1890 - Madrid; 4 de marzo de 1941), conocido con el seudónimo “Españolito”.
Eva Canel -llegada a Cuba por primera vez en 1891, viuda y con un hijo- fue, como es sabido, un personaje muy conocido como vocera de las posiciones políticas tradicionalistas durante el último y definitivo conflicto colonial en Cuba y la subsiguiente guerra hispano-norteamericana. Su voz, no sólo tuvo una gran difusión a través de la obra periodística y de las novelas y obras dramáticas editadas en Cuba y en el resto de la América hispana, sino también por sus campañas de propaganda patriótica españolista que realizó durante el conflicto bélico colonial por diversas repúblicas americanas. En dichas campañas buscó el apoyo material para las armas españolas de los miembros de las colonias de inmigrantes españoles, entre los cuales la guerra separatista despertó un vivo interés y una gran expectación. Labor de divulgación y difusión de los tópicos del españolismo reaccionario -poderoso aglutinante- que siguió realizando después de la contienda desde Buenos Aires, tras una breve estancia en España. En la capital argentina fijó su residencia -por un tiempo- tras ser expulsada de Cuba a consecuencia -parece ser- de las disparatadas acusaciones que se le hicieron -propiciadas por ella misma al potenciar su protagonismo en los hechos- de complicidad en la explosión del “provocador y temerario” crucero norteamericano USS Maine (15/02/1898) en la bahía habanera, ni más ni menos (22). Sus actitudes intelectuales reaccionarias y arcaizantes nada tenían que ver ahora con la ideología liberal y acentuada inclinación democrática de sus primeras producciones periodísticas; pero las hostiles opiniones sobre España en la prensa de las repúblicas americanas fueron moldeando sus ideas y opiniones -por puro patriotismo- adecuándolas para la batalla permanente contra la infundada y persistente difamación antiespañola.
Por su parte, Constantino Suárez, Españolito, fue el típico personaje producto de la emigración asturiana a Cuba, primer lugar de destino. Al día de hoy está falto de una buena y merecida biografía. De ideales republicanos, llegó a la isla caribeña desde su Avilés natal después de la guerra, a la edad de dieciséis años, sin oficio ni beneficio, aunque con cierta preparación en este caso, pues había cursado el bachillerato e iniciado los estudios de profesor mercantil. Al principio trabajó de pinche y de dependiente en un comercio de tejidos, pero al poco tiempo ya es viajante comisionista. Hacia 1912 se instala en Sagua la Grande (Las Villas y luego provincia de Santa Clara) con negocio propio: una librería. Tiene tiempo para leer y frecuentar La Habana. En el momento en el que va a polemizar con Eva Canel simultaneaba esas ocupaciones con las tareas de periodista (Diario Español, Diario de la Marina,…), al mismo tiempo que daba sus primeros pasos como escritor: en 1915 publica en La Habana ¡Emigrantes! Obra de dos ensayos en forma novelesca -ciertamente no de gran calidad literaria- que desataron furias hispanófobas (fue tildado de “extranjero pernicioso”) y llegó a ser “candidato a soportar la ley de defensa social” vigente en la Cuba de la época, en la que se plantea crudamente el drama de la emigración española en América y en la que se incluyen varios excursos sobre sus ideas americanistas, apreciándose en el texto el influjo de los planteamientos de Altamira. Tema éste, de los emigrantes, recurrente en la obra posterior de Españolito, al que dedicó también dos novelas propiamente dichas: la primeriza Oros son triunfo (Imprenta de B. Bauzá, Barcelona, 1917, 293 pp.), cuyos personajes comentan las críticas recibidas por ¡Emigrantes! ; e Isabelina (Sucesores de Rivadeneyra, Madrid, 1924, 260 pp.), historia trágica de un viejo indiano, aunque en este caso ambientada en Avilés y de carácter costumbrista. Sin duda, cuando se emigra, siempre se es un emigrado, una condición especial que se quedó en el alma de Constantino Suárez para siempre.
El profesor alicantino tras su relativo paréntesis americanista, obligado por las ocupaciones de su alto cargo en la administración educativa, había iniciado -con gran ímpetu- una nueva campaña en la que no podía faltar la atención a uno de los aspectos que, como ya hemos visto, le concedía una gran importancia: la exaltación americanista entre las colonias de emigrantes. Entre otras colaboraciones en periódicos americanos que tenemos documentados por esos años, como en El Tiempo de Bogotá (fundado en 1911) o en El Siglo de Montevideo (fundado en 1863), Rafael Altamira había comenzado en 1915 a publicar sus artículos en una sección fija en el Diario Español de La Habana (Paseo de Martí, 117), periódico fundado y dirigido desde 1907 por el ferrolano Adelardo Novo Brocas (1880-1939).
Pues bien, Eva Canel -que siempre fue una mujer de paradojas- en uno de los apartados de dicho libro, que lleva por título “Los viajantes” (pp. 374-378), hacía mención a Españolito y le criticaba por el contenido de un artículo suyo publicado en el Diario Español (13/05/1916) titulado: “Y… vuelta a empezar”. En este escrito Constantino Suárez hacía referencia, de modo elogioso, a dos artículos sobre hispano-americanismo de Rafael Altamira publicados en el citado periódico, a los que calificaba de “monumentales”, considerando su pluma como la única “que ha demostrado mil veces estar capacitada para imprimir caracteres de realidad, a lo que [problema hispano-americano] hasta hoy no ha servido sino para componer algunos tópicos de banquete”, y mantenía la tesis –en la línea de Adelardo Novo - de que el fraccionamiento en Cuba de la colonia española en grupúsculos regionales institucionalizados era una de las mayores dificultades que existían para conseguir de ella una actitud y acción americanistas eficaces.
La crítica de Eva Canel estaba revestida de cierta condescendencia respecto a Españolito, como si su actitud elogiosa hacia Rafael Altamira no fuera sino un pecado de juventud, en la que -por inmadurez- es fácil dejarse influir por libros de ideas extraviadas. En cambio, las referencias que hacía al profesor alicantino -en la segunda parte de aquel texto- aludían a su conocido viaje americano, valorando negativa y duramente su papel, con argumentos ad hominem, a la vez que expresaba el gran interés y la actitud crítica con que le había seguido:
“Dice “el Españolito” que el profesor Altamira es el más facultado para hablar de América. ¿De dónde saca esto? El profesor Altamira vino a las Américas a lo que bien sabemos los que seguíamos su labor y sus pasos: vino “pro domo sua” y bien que lo ha probado” (25).
Más adelante precisa estas críticas y, en términos aún más ofensivos para el americanista español, le acusa de haber renunciado a sus ideales republicanos colaborando con el partido liberal a cambio del cargo para el que había sido nombrado en el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes después del citado viaje:
“Otros han venido a la América para “far l´America”, como dicen los italianos y hacerla en poco tiempo; a éstos se les han hecho suscripciones, además de sus sueldos y se les han hecho suscripciones a título de republicanos más que de otra cosa y al regresar a España, pasaron a la monarquía con cartuchera y rifle, explotando el cartel de una fraternidad hispanoamericana que no se afirma ni con visitas, ni con banquetes, ni con lirismo hueros”.
No sólo su hispanoamericanismo es más desinteresado, termina diciendo Eva Canel refiriéndose a sí misma, sino que se fundamenta en una larga experiencia vivida que no ha tenido Altamira ni todavía ha adquirido por su juventud Españolito. Además insinúa la posible existencia de algún enfrentamiento suyo o alusión denigratoria del profesor alicantino contra ella:
“Para que “Españolito” y otros españoles sepan dónde están los problemas hispanoamericanos es necesario que conozcan a fondo las cosas y los hombres de ambos mundos: “que sufran” en América TREINTA Y DOS AÑOS y de ellos “veintisiete” sin otro afán ni otro objetivo que el de estudiar, unificar, hacer justicia, defender a España contra insidias, injurias y calumnias, algunas escritas por esos españoles “impecables”, según “Españolito”, cuando no quiere que se les desnude y se les ponga al sol para ver si se curan de muchas lacras que afean su historia intelectual y pública.
Es una lástima que muchacho tan bien intencionado se meta para juzgar al prójimo, en una sola alforja. Hay que meterse en ambas para buscar el equilibrio” (26).
La respuesta de Constantino Suárez no se hizo esperar. La publica el 2 de agosto de 1916 en el habanero Diario Español con el título de “Carta abierta” (27). Y, en ella, con un tono crítico pero respetuoso para Eva Canel (en la dedicatoria se lee: “A mi talentosa y culta amiga doña Eva Canel”) y reconociendo las diferencias ideológicas que existen entre ambas posiciones, se reafirma en la competencia americanista de Altamira apoyándose en el valor de sus libros y folletos. Apunta que no sólo él sino la mayoría de los españoles que viven en América reconocen en Rafael Altamira un arquetipo de intelectual moderno, “la más alta representación cultural que vino de España, y de cuya peregrinación, a pesar de los años, ha dejado tan luminosa estela, que aun sus claridades nos enamoran con el ideal de ver mañana una España ingente”. Rechaza las acusaciones de las motivaciones materiales de aquél en su viaje de 1909-1910 y acepta, no sólo como válida sino también como recomendable para otros similares, su condición de viaje subvencionado -lo afirma categóricamente- por el Gobierno español.
La polémica se prolonga, reafirmándose ambos en las posiciones iniciales, con una contrarréplica de Eva Canel en el decano Diario de la Marina (La Habana) por medio de un fuerte y apasionado artículo lleno de “zarpazos” titulado “No es para tanto” (02/08/1916), y con una nueva respuesta de Españolito publicada en el Diario Español con el título “No era para menos” (05/08/1916) y con la siguiente dedicatoria: “Para mi ilustre amiga Eva Canel”, réplica con la que da por finalizada la discusión. Y le advierte: “Si en alguna otra ocasión volviese usted a dirigirse a mí, ruégole suprima el impropio y molesto artículo el a Españolito”.
Pero paralelamente a este enfrentamiento dialéctico público subyace una dimensión privada y muy particular de la polémica, en la que aparece la intervención directa de Rafael Altamira. Constantino Suárez va a escribir a éste enviándole los artículos de la disputa y como consecuencia se va a establecer entre ellos una duradera relación epistolar, de cierta familiaridad. La cual, no sólo nos va a proporcionar algunos datos e impresiones personales del propio catedrático sobre su viaje americano, defendiéndose de las acusaciones de la publicista coañesa, sino que también nos va a desvelar el verdadero juicio que a Españolito le merece Eva Canel. Pero es que, además, ese intercambio postal que se mantiene hasta 1919 -es decir, hasta dos años antes de que Constantino Suárez vuelva definitivamente a España- va a suponer el inicio de una estrecha relación entre ambos, trato que ha pasado desapercibido para sus biógrafos respectivos y cuyas consecuencias para Españolito significarán la consolidación definitiva de su vocación americanista, asunto que constituye uno de los temas esenciales de su obra, como lo demuestra el posterior libro recopilatorio (ensayos y crítica) titulado Ideas (B. Bauzá Editor, Barcelona, 1921, 293 pp.) y, sobre todo, el estudio de madurez -crítico y con propuestas sugerentes- sobre las relaciones de España y América y el falso hispanoamericanismo, La verdad desnuda (Rivadeneyra, Madrid, 185 pp.; dos ediciones en 1924), a través de diecisiete ensayos; e incluso, como se desprende de las orientaciones y consejos que le da Rafael Altamira, dicho intercambio epistolar fue un hecho relevante para su definitiva dedicación a la tarea de publicista y escritor.
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NOTAS:
(1) Al respecto véase, sobre todo: Santiago Melón Fernández, El viaje a América del profesor Altamira, Universidad de Oviedo-Servicio de Publicaciones, 1987. 121 pp. Por sus múltiples implicaciones para el americanismo posterior todavía sigue siendo necesario volver sobre el viaje, profundizando en el análisis del contenido de la labor académica, cultural y de propaganda que Altamira realizó durante el mismo. No vamos aquí tampoco a desarrollar ese análisis por falta de espacio y no ser el marco procedente.
(2) El pensamiento americanista de Altamira evolucionó a lo largo de su vida intelectual adaptándose a los cambios que se operaron en los órdenes nacional e internacional, pero también es cierto que mantuvo y respondió siempre a ciertos inamovibles criterios básicos. Aquí nos referimos, claro, a su primer americanismo, que se corresponde grosso modo con la etapa ovetense y que se define por su impregnación regeneracionista. El planteamiento que hacemos en este trabajo no es sino una síntesis de una parte de un estudio más amplio que estamos llevando a cabo sobre la evolución de su pensamiento y acción americanistas.
(3) Un análisis que relaciona ambas categorías históricas -regeneracionismo y americanismo- como hacemos aquí, también puede encontrarse en el excelente ensayo de José Carlos Mainer titulado “Un capítulo regeneracionista: el hispanoamericanismo (1892-1923)”, en AA. VV., VII Coloquio de Pau. De la crisis del Antiguo Régimen al franquismo, Madrid, Edicusa, 1977, pp. 149-203, reproducido en su libro La doma de la quimera, Servicio de Publicaciones de la Universidad Autónoma de Barcelona, Bellaterra-Barcelona, 1988, pp. 83-134. Sobre el regeneracionismo de Altamira véase: Alfonso Ortí, “Regeneracionismo e historiografía: el mito del carácter nacional en la obra de Rafael Altamira”, en Armando Alberola Romá (ed.), Estudios sobre Rafael Altamira, Alicante, 1987 [1988], pp. 275-351. De menor enjundia y dedicado en gran medida a parafrasear los textos de Altamira es el estudio que realiza Irene Palacio Lis: “Rafael Altamira y la regeneración nacional”, capítulo II (pp. 57-143) de su obra Rafael Altamira. Un modelo de regeneracionismo educativo, Publicaciones de la Caja de Ahorros Provincial de Alicante, Alicante, 1986, 344 pp.
(4) Hemos utilizado, asimismo, en este apartado un conjunto de expedientes profesionales y otros documentos relativos a la biografía profesional y académica de Rafael Altamira que nos han sido facilitados por la profesora Carmen García del Área de Historia Contemporánea de la Universidad de Oviedo, por lo cual le estamos agradecidos.
(5) Prólogo de Altamira a su propia traducción de la obra de J. G. Fichte, Discursos a la nación alemana. Regeneración y educación de la Alemania moderna por…, La España Moderna, Madrid, 1899, p. 8. Los Discursos también se publicaron por entregas en la revista de tal nombre -La España Moderna- entre abril de 1899 y noviembre de 1900.
(6) Rafael Altamira y Crevea, Discurso leído en la solemne apertura del curso académico de 1898 a 1899, Universidad Literaria de Oviedo, Establecimiento tipográfico de Adolfo Brid, Oviedo, 1898, 60 pp.; p. 268 de su propia edición con el título “La Universidad y el patriotismo” en el libro Ideario pedagógico, Editorial Reus S. A., Madrid, 1923, 375 pp. En adelante citaremos siempre por esta edición. También se reprodujo por entregas en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza (Madrid, 1898)
(7) Ibídem., p. 281
(8) “Psicología del pueblo español”, en la sección cultural “Los Lunes de El Imparcial” del diario madrileño El Imparcial (24/02/1919, p. 3). Esta obra de Altamira es uno de los análisis más perspicaces y sugerentes de la profusa serie de libros escritos al calor del denominado desastre del 98. Escrita inicialmente en 1898, se publicó un adelanto en la revista La España Moderna, marzo 1899, t. 123, pp. 5-59, y en forma de libro en 1902: Psicología del pueblo español, Edit. Antonio López, Barcelona, 1902, 209 pp., y por Librería Fernando Fe (Madrid) ese mismo año; la segunda edición -corregida y muy aumentada- también en Barcelona, Editorial Minerva S. A., 1917, 340 pp., e igualmente por Dalmau Juste, Barcelona, s. a. Esta segunda edición se volvió a publicar por la editorial Doncel (Madrid) en 1976 y se pretende reeditar nuevamente por el profesor Rafael Asín Vergara.
(9) El Mundo Latino, nº 8, (Barcelona, 12/10/1900); se trata de un número suelto extraordinario conmemorativo del Descubrimiento de América, y dedicado especialmente al “próximo Congreso Hispano-Americano que se celebrará en Madrid”. En el presuntuoso encabezamiento de dicho número se puede leer: “Quincenario precursor del gran diario intercontinental del mismo nombre. Órgano de los intereses de la raza latina de ambos mundos. Ediciones en España, Francia y Estados Unidos. Libertad, unión, orden y progreso”. El Mundo Latino nació con grandes pretensiones por iniciativa del idealista e “insurrecto” coronel peruano Mariano José Madueño a comienzos de 1899, afanes que hizo llegar al público a través de dos folletos y notas remitidas a la prensa nacional, en los que precisaba la cantidad de “cuatro millones de duros” como capital nominal necesario para llevar a cabo su aventura. Madueño fue su director, redactor jefe y gerente general, quien en los primeros tiempos defendió el ideal de la unión federal de la repúblicas americanas con España, para poner luego más énfasis en la unidad continental. Masón y personaje pintoresco de cándida vanidad, se rodeó en la dirección nacional o “consejo supremo” (con sede en Madrid) de un elenco de personalidades del momento, entre ellas Francisco Pi y Margall (1824-1901), Rafael María de Labra y Nicolás Estévanez Murphy (1838-1914), como vicegerente general. Se imprimió en Barcelona y tuvo dos domicilios sociales: en la ciudad condal (c/ Diputación, 380, ent.º) y en Madrid (c/ Ballesta, 4, pral.) El 31 de mayo de 1900 se publicó un número-programa con carácter de prospecto y un suplemento al mismo el 9 de junio; y el 10 de julio de 1900 salió un primer número de la etapa naciente, a la que seguirían otras. Fue una publicación combatida desde ciertos movimientos religiosos americanos por “impía” y “consumado ateo” su director. Leopoldo Alas Clarín da noticia detallada de la fundación de dicha publicación -que en principio acoge con entusiasmo ya que el propio Madueño le ofrece responsabilidades en la empresa- y de su promotor, en el “crítico y preventivo” artículo sobre la campaña hispano-americana de fin de siglo y el Congreso Social y Económico Hispano-Americano de 1900 en la sección literaria de “Los Lunes de El Imparcial” (El Imparcial, Madrid, 13/08/1900, p. 1), en el que teme una redacción que no esté a la altura -“Un majadero por muy latino o muy ibérico que sea, es un majadero”- y por tanto “bien pagada”, y reprocha, igualmente, la provisionalidad de los primeros números “precursores” aparecidos y la “grandeza posible”. Además apunta: “no hay que mezclar con la idea de unión hispano-americana, que es lo que nos gusta a todos, otras cosas que no son del agrado de todos. Por ejemplo, el feminismo podrá ser una gran cosa, o tener su lado excelente; pero no hay que agregarlo al programa que es natural en El Mundo Latino. Lo mismo digo de ciertos radicalismos políticos, religiosos, literarios, sociológicos, que, valgan lo que valgan, no pueden suponerse del credo común de cuantos muy legítimamente pueden asociarse a la noble empresa de mantener un periódico defensor de la unión ibero-americana”.
(10) El Noroeste. Diario republicano (Gijón), 23/12/1897, p. 1. Altamira había ganado la cátedra de Historia General del Derecho Español de la Universidad de Oviedo a fines de marzo de ese año.
(11) Discurso leído en la solemne apertura del curso académico de 1898 a 1899, intitulado “La Universidad y el patriotismo” en el recopilatorio libro Ideario pedagógico, op. cit., pp. 303-304.
(12) Ibídem., p. 284.
(13) “Cuestiones nacionales. América y España”, en El Liberal (Madrid), 18/04/1900, p. 1. El mismo artículo también lo publicó el semanario uruguayo La Alborada -dirigido por Constancio C. Vigil- y aparece firmado en Oviedo el 20 de abril de aquel año de 1900.
(14) Sobre esta etapa de la Universidad de Oviedo, véase el estudio de Jorge Uría González: “La Universidad de Oviedo en el 98. Nacionalismo y regeneracionismo en la crisis finisecular española” en la obra coordinada por dicho autor Asturias y Cuba en torno al 98. Sociedad, economía, política y cultura en la crisis de entresiglos, Editorial Labor, Barcelona, 1994, pp. 169-196. Asimismo el libro de Santiago Melón Fernández, Un capítulo de la historia de la Universidad de Oviedo (1893-1910), Diputación de Oviedo - Instituto de Estudios Asturianos, Oviedo, 1963, 103 pp.; y el artículo de David Ruiz González, “Altamira y la Extensión Universitaria de Oviedo (1898-1910)”, en Armando Alberola Romá (ed.), Estudios sobre Rafael Altamira, op. cit., pp. 163-174.
(15) Sobre el liberalismo político y la críticas al estatalismo, véase: Elías Díaz García, La filosofía social del krausismo español, Editorial Debate, Madrid, 1989, pp. 55-56.
(16) Sobre el marco internacional del “98” es de obligada consulta: José María Jover Zamora, 1898. Teoría y práctica de la redistribución colonial, Conferencia pronunciada en la Fundación Universitaria Española el día 18 de enero de 1978, F.U.E., Madrid, 1979, 63 pp.; passim.
(17) Véase Congreso Social y Económico Hispano-Americano, reunido en Madrid el año 1900, Imprenta de Hijos de M. G. Hernández, Madrid, 1902, Tomo I (1018 pp.) y tomo II (521 pp.; contiene Apéndices).
(18) Adolfo [González-] Posada, Temas de América, Prometeo, Valencia, s. a., pp. 11-12.
(19) Sobre este primer intento y los sucesivos que ha habido a partir de entonces, y hasta hoy, de incorporar las enseñanzas sobre Geografía, Historia y Cultura de América Hispana (o América Latina, si se prefiere) al currículo de nuestro sistema educativo, hemos tratado en nuestra ponencia presentada el 20 de mayo de 1993 al "Curso de Actualización Científica y Didáctica sobre la realidad Económica y Socio-Política actual de América Latina," organizado por la OEI (Organización de Estados Americanos) y celebrado en Madrid en mayo de 1993: Julio A. Vaquero y Jesús Mella, "Latinoamérica en el pasado y presente currículo escolar español" (título originario), texto mecanografiado inédito, 19 fols.
(20) Estas dos circulares las recoge Rafael Altamira en los apéndices II (“Comunicación-circular enviada por la Universidad de Oviedo a los centros docentes de América”, pp. 366-367) y III (“A las colonias españolas de los Estados Hispanoamericanos. Universidad Literaria de Oviedo”, pp. 368-370) de su obra España en América, op. cit.
(21) Para todo lo relativo a este tercer programa americanista de la Universidad ovetense, véase: Anales de la Universidad de Oviedo, tomo V (1908-1910); Tip. De Flórez, Gusano y Compañía, Oviedo, 1911, pp. 483-548 del apartado “La Universidad de Oviedo en el exterior” (IX y X).
(22) Véase: María del Carmen Simón Palmer, “Biografía de Eva Canel (1857-1932)” en Lou Charnon-Deustsch (coord.), Estudios sobre escritoras hispánicas en honor de Georgina Sabat-Rivers, Editorial Castalia, Madrid, pp. 294-304; Jean Kenmogne,“Una escritora asturiana en América: Eva Canel”, Cuadernos hispanoamericanos, nº 546 (diciembre 1995), pp. 45-61. El propio Constantino Suárez redactó una semblanza detallada de su vida e “incasable” labor en el tomo II de su célebre obra Escritores y artistas asturianos. Índice bio-bibliográfico, Imprenta Sáez Hermanos, Madrid, 1936, pp. 239-248 (voz: Canel, Eva), cuya entrada comienza así: “Nombre casi desconocido en España y familiar en América, donde alcanzó una enorme reputación por sus campañas en defensa ardorosa del prestigio de su patria. Sin entrar en el análisis minucioso de sus ideas, que nosotros hemos combatido algunas veces, nadie podrá discutirle un verdadero apostolado, henchido de buena fe, en la reivindicación del nombre de España en América, sin que España se lo haya premiado ni siquiera reconocido. Esta es su mayor gloria”. Eva Canel está emparentada familiarmente con el escritor Manuel Isidro Méndez, primer biógrafo de José Martí y gran amigo -desde sus años en Cuba- del periodista Antonio L. Oliveros.
(23) Carta manuscrita existente entre los papeles personales de Altamira y fechada en La Habana el 2 de diciembre de 1915 (Fondo Rafael Altamira en la Biblioteca Central de la Universidad de Oviedo).
(24) Ibídem.
(25) Eva Canel, Lo que ví en Cuba (A través de la isla), Imprenta y Papelería “La Universal”, La Habana, 1916, 463 pp. Todas las referencias explícitas a Españolito en las pp. 375-378; también se le nombra en las pp. 382-383.
(26) Ibídem.
(27) Esta carta, como las otras de Constantino Suárez sobre la polémica, las recogió el propio avilesino en el libro ya citado La Des-Unión Hispano- Americana y otras cosas. (Bombos y palos a diestra y siniestra), Ediciones Bauzá, Barcelona, 1919, pp. 43-58.
Parte de esa labor publicista de contenido americanista, junto con otros trabajos, la recopiló Altamira en dos de sus obras publicadas en esos años: Cuestiones Hispano-Americanas (E. Rodríguez Serra Editor, Madrid, 1900, 95 pp.) y España en América (F. Sempere y Compañía Editores, Valencia, 1908, 374 pp.). Es preciso tener en cuenta, respecto a su producción periodística en España y en América de contenido americanista, que Altamira la entiende como un instrumento más y de gran importancia de su americanismo práctico en cuanto que, a través de ella, tiene como objetivo la creación y consolidación de una opinión pública amplia que pueda fundamentar la adopción y apoyo del programa americanista por parte de los gobiernos. El otro texto de examen inexcusable para el análisis de su americanismo en esta etapa inicial es Mi viaje a América (Librería General de Victoriano Suárez, Madrid, 1911, 674 pp.), publicado meses después de su regreso.
El análisis de ese conjunto de textos reseñados y también, por las razones mencionadas, de algunos trabajos periodísticos dedicados a este tema, nos permite, aunque sin ánimo de exhaustividad y sólo de modo simplificado, dado el objetivo de este trabajo, reconstruir la lógica interna de ese primer pensamiento americanista de Altamira a partir de la matriz regeneracionista en que éste se fundamenta. Las líneas maestras del contenido de su discurso regeneracionista, desde las cuales encuentran su significado y sentido sus planteamientos americanistas, son a nuestro entender: el nacionalismo español como fundamento de su regeneracionismo; la orientación interna no expansionista ni imperialista que define al mismo; y su carácter modernizador. Veámoslos.
a) Nacionalismo cultural e historiográfico y americanismo.
El nacionalismo de Altamira es el de un intelectual adscrito al reformismo regeneracionista que defiende la clase media liberal progresista frente al liberalismo oligárquico de la Restauración. El objetivo, a través de ese reformismo, es modernizar y consolidar el nuevo sistema de relaciones de producción capitalista introducido por la revolución burguesa, frente al potencial peligro de involución que el mantenimiento del orden oligárquico y caciquil suponía y, además, ante el carácter subordinado que los intereses y aspiraciones de su grupo social ocupaba en aquél. De ahí que el nacionalismo español de Rafael Altamira (“españolista” quizá sea un término que convenga mejor para el planteamiento que formulan y defienden los tradicionalistas; de hecho, así denomina a éste el propio profesor alicantino cuando trata de marcar la diferencia con su concepción nacional) sea un elemento fundamental de su discurso regeneracionista como elemento que, en el plano ideológico, sirve para justificar ante la mayoría de españoles excluidos del régimen oligárquico, la necesidad y el interés de unirse, aceptar y participar en esa tarea de “modernización” que se plantea como única salida a la decadencia de la patria, y en la que se disuelven y desaparecen todas las contradicciones e intereses contrapuestos de clase.
Por otra parte, y fijándonos en el contenido de su nacionalismo español, estamos ante un nacionalismo de cuño cultural como no podía ser menos, dada la impronta idealista y krausista de fondo institucionista del pensamiento de Altamira. Éste es un rasgo esencial para entender la conexión discursiva de su regeneracionismo y su americanismo. Desde los supuestos del organicismo ético-social y la armonía universal a que responde para los pensadores krausistas -según el plan divino- la realización y el destino de la Humanidad, cada nación es un elemento orgánico más de la sociedad. Y es, además, un elemento de naturaleza necesaria y esencial que contribuye con su papel al cumplimiento del ideal de la Humanidad. Porque realiza para esa tarea la función específica que le corresponde como grupo humano conformado por una singular entidad cultural; entidad fundamentada en la conciencia de sus componentes de participar del mismo espíritu o genio nacional del que ha surgido una peculiar modalidad civilizadora y un genuino carácter.
Por ello, frente al avasallador avance del imperialismo y dominio de las “razas” sajona y germánica, la nación española debe reaccionar para cumplir su misión sin dejarse absorber por aquéllas, poniendo a punto una acción regenerativa. Y esta regeneración, como demuestra para el caso de Alemania la eficacia que tuvo la adopción de las medidas propuestas por Johann Gottlieb Fichte (1762-1814) en sus Discursos a la nación alemana (Reden an die deutsche Nation, 1807-1808), debe basarse -según apunta Altamira en el prólogo de su mencionada traducción de la obra del idealista alemán- no sólo en llevar a cabo una censura implacable y decidida de las causas de la decadencia y plantearse las soluciones desde una perspectiva teórica, es decir, ideal, no exclusivamente empírica e integrar a las masas en las reformas necesarias a través de un política pedagógica. Sino, también, en presentar la regeneración como una obra posible. Y tratar de poner fin al pesimismo de aquellos que la creen imposible ante el espectáculo de los males presentes, tal como hizo J. G. Fichte para su país, y ello a pesar del cuadro pesimista que trazó de la sociedad alemana de su tiempo “tan semejante -dice Altamira- a la nuestra, que muchos de su rasgos parecen copiados del modelo de la España de 1898” (5).
Es preciso acabar con el pesimismo e indiferencia popular que, según Altamira, atenaza no sólo a la masa (término éste caro al alicantino y claramente significativo de su participación en la visión elitista común a los institucionistas) sino también a importantes sectores de la élite. Pesimismo que, siguiendo la idealista proposición de J. G. Fichte de que las ideas son fuerza y la engendran, considera como un obstáculo esencial para conseguir la regeneración patria. Y el medio para ello no es otro que la práctica de un nacionalismo historiográfico que restaure “el crédito de nuestra historia, con el fin de devolver al pueblo español la fe en sus cualidades nativas y en su actitud para la vida civilizada, y de aprovechar todos los elementos útiles que ofrecen nuestra ciencia y nuestra conducta de otros tiempos” (6).
De tal planteamiento va a surgir uno de los aspectos fundamentales de la obra americanista de Rafael Altamira. Toda su labor historiográfica americanista tiene en la vindicación de la acción civilizadora de España en América su objetivo principal, aunque, dada su fe racionalista de impronta institucionista y su talante historiográfico positivista, esa labor vindicativa no deba ocultar ni negar:
“la existencia de errores y defectos, ni a cejar en su censura, incluso cuando, por su continuación durante mucho tiempo, pueden inducir a pensar si obedecen a vicios constitucionales de nuestro carácter. Las reivindicaciones históricas no deben traspasar esos límites, so pena de caer en vanidades suicidas; ni tampoco deben tropezar en la ridícula satisfacción de pasadas glorias que cieguen en punto a la decadencia presente haciéndonos dormir sobre los laureles antiguos (como noble perezoso e inútil sobre los pergaminos de sus antepasados) para ostentarlos por toda contestación cuando se nos echa en cara la inferioridad actual” (7).
Pero esa rechazada visión apologética de la Historia es sustituida por una visión forense, como señaló -con su habitual agudeza y acerada prosa- en “Los Lunes de El Imparcial” el mallorquín Gabriel Alomar Villalonga (1873-1941) en la reseña que dedicó a su Psicología del pueblo español, al aparecer en 1917 la segunda edición (8). La Historia se convierte así, para Rafael Altamira, en un alegato defensivo y el historiador en un abogado defensor del pasado de la nación, cuya misión es recuperar su crédito -perdido por la torpeza de la política exterior española en el caso de Iberoamérica- y confianza en el espíritu o genio nacional, para de esa manera estimular el optimismo del pueblo y la fe en sus condiciones nativas para el progreso.
Lo cual, aplicado a la historia de la conquista y colonización española de América se traduce en el objetivo de combatir la leyenda negra que sobre ellas difunden los enemigos y rivales de España, bien con esa finalidad social interna de levantar el ánimo de los españoles poniendo delante de sus ojos las aptitudes civilizadoras “nacionales”, bien con la de deshacer ante los pueblos americanos inexactitudes y prejuicios que dificulten el estrechamiento de las relaciones mutuas. Y para tal fin, no sólo es preciso resaltar los aspectos positivos de la acción colonizadora española sino también defender el pasado conquistador y colonizador en aquellos hechos negativos que lo enturbiaron y que el historiador objetivamente no puede negar. Los argumentos justificativos que se esgrimen son variados. Desde la relativización y atenuación de esos aspectos negativos al relacionarlos con la barbarie de aquellos tiempos en que se produjeron, hasta la excusa basada en la mitificación nacionalista de que lo medios poco ortodoxos se justifican con el fin patriótico y popular que alentaba a los conquistadores y colonizadores, pasando por la favorable comparación -por menos mala- de nuestra acción en América frente a la de los otros pueblos colonizadores.
Esas finalidades sociales que constituyen el principal objetivo de la vindicación historiográfica de la acción española en América, así como el conjunto de matizados argumentos que la sustentan no sólo son recurrentes en la obra historiográfica americanista de Altamira -un buen ejemplo de ello es el contenido de su libro La huella de España en América (Editorial Reus S. A., Madrid, 1924, 22 pp.)- sino que aparecen frecuentemente, como es consecuente dada su finalidad, en su obra publicística. Así, los encontramos expuestos de modo significativo en su discurso de recepción pública leído ante la Real Academia de la Historia (Madrid) el día 24 de diciembre de 1922 con el título Valor social del conocimiento histórico (y publicado por la Editorial Reus S. A., Madrid, 1922, 47 pp.). Pero también, sea dicho a modo de simple ilustración, en un artículo suyo publicado en 1900 en El Mundo Latino con motivo de la conmemoración del “12 de octubre” con el título de “Enseñanzas”, cuyo contenido es muy expresivo de los mencionados planteamientos de nuestro americanista (9).
En el citado artículo Altamira parte de una concepción tutelar paternalista del colonialismo (que se basa en el supuesto de la desigualdad natural -no de grado ni circunstancial- de las naciones, tal como señala en su obra Psicología del pueblo español) contraria a las motivaciones económica, expoliadora y expansionista que estaban dirigiendo el avance colonizador de las grandes potencias del momento. Para reconocer, después, que España en América no supo cumplir el único papel que le correspondía que era el de tutora, en virtud del cual lo primero debía ser el provecho de las colonias, no el de la metrópoli. Lo cual tampoco hizo -a pesar de la experiencia anterior y de las elocuentes advertencias de muchos patriotas- en las Antillas, donde su inadecuada política en esta etapa colonial fue asimismo el origen, como en la América continental -razona Altamira en términos morales- de su pérdida y separación traumática: “El castigo vino también, duro y rápido”. Sin embargo, el reconocimiento de esa orientación de la colonización no le impide justificarla y defenderla con los argumentos consabidos. No debe acusarse a los españoles de mayor crueldad que a los otros colonizadores, hicieron lo que todos, “arrastrados por el hecho mismo de la conquista y por los furores de la lucha de raza”. La comparación del grado de abuso y expoliación de la colonización americana -que, eso sí, van implícitos en el argumento y se reconoce incluso expresamente, aunque sea con un eufemismo (“con haber muchos actos de dominación lamentables”)- es, en realidad, favorable a España, “de cuyas generosas intenciones tocante a los americanos son buena muestra las predicaciones vencedoras del P. Las Casas y las Leyes de Indias y puede juzgarse comparando el presente de las razas indígenas en la América Latina y en la anglosajona”.
b) El regeneracionismo interno como fundamento del americanismo.
Estrechamente vinculada a ese nacionalismo cultural e historiográfico está otra de las notas con que hemos caracterizado su generacionismo y que es el pivote argumental en el discurso que fundamenta su americanismo. Rafael Altamira caracteriza su regeneracionismo como un regeneracionismo interno. Y lo hace contraponiéndolo, para rechazarlos, tanto al “regeneracionismo” (él mismo coloca las comillas cando se refiere a éste) que se defiende en los medios reaccionarios españoles como al modelo de progreso expansivo territorial y dominio avasallador que siguen las grandes potencias del momento.
Cuando la marcha del proceso bélico colonial, con la presumible e inminente entrada en guerra contra los norteamericanos, empieza a generar -en aquella España “sin pulso”- una ola de pesimismo y desesperanza y con ella surge el debate nacional sobre la solución que debe darse al conflicto, Rafael Altamira en un artículo -que no firma- de clara impronta regeneracionista, publicado en El Noroeste de Gijón en 1897 y titulado significativamente “Hacer país”, defiende ya el carácter interno que debe tener esa orientación regeneradora. Y combate la actitud existente en los medios tradicionales que alardeando de jingoísmo tratan de mantener la guerra a todo trance y en los que se defiende y se “habla de preparaciones para nuevas aventuras guerreras, de reconstrucción de la Marina, de aumentos de ejército, de empresas épicas y otras zarandajas, y de quijotescos esfuerzos que darían en tierra con nuestra nacionalidad por sostener fantásticas superioridades, que las casas de Austria y de Borbón perdieron, cuando teníamos que perder y que ahora no hemos de recobrar”. Por el contrario, razona el alicantino, antes de pensar en guerras, en escuadras y en ejércitos,
“reconcentremos nuestros esfuerzos, nuestras energías, los bríos, el valor y la entereza que heredamos de nuestros mayores, para reconstruir nuestra nación sobre bases más sólidas, sobre más fuertes cimientos, y levantar sobre ellos el crédito que hemos perdido, la industria que por falta de iniciativas y brazos se halla agonizando; la agricultura, que entregada al rutinarismo y la usura, se encuentra expirante; la vida nacional, que hemos perturbado con guerras impolíticas y contiendas de familias extranjeras, y asentemos el reinado de la justicia y el orden, despreciando y alejando de nosotros el despotismo y la arbitrariedad, que han sido inseparables de las pandillas monárquicas”.
Antes de pensar en guerras y en aventuras imposibles, es necesario, repetimos una vez más, hacer país” (10).
Años más tarde, en su España en América (1908) va a incluir un artículo titulado “El equívoco de la España nueva” (pp. 316-321), escrito e inducido tras leer la laureada novela antibelicista ¡Abajo las armas! (original de 1889 y primera versión en español en 1906) de Bertha von Suttner (1843-1914), en el que vuelve a rechazar con argumentos más explícitos ese “regeneracionismo” reaccionario que identifica expresamente con las posturas de Juan Manuel Ortí y Lara (1826-1904) y Juan Vázquez de Mella y Fanjul (1861-1928) y califica de “españolismo”, y cuyo propósito es volver a la España vieja, de las gestas imperiales. Pero también en ese texto condena ese otro “regeneracionismo” que defienden otros que parecen muy “progresistas”, muy “hombres nuevos”, pero que en realidad no son muy diferentes de los anteriores. Propugnan éstos seguir el modelo de Inglaterra, Alemania y Estados Unidos preconizando la adopción de sus medios educativos, de su manera de moldear la personalidad, de su ideal de vida y acción para convertir a España a imitación de esas naciones en una potencia de primer orden. Lo cual supondría -para Rafael Altamira- tratar de convertirla en una potencia imperialista (el término es suyo) que “para hacer de su puerto A o B el primer puerto del Mediterráneo enseñaría los puños a las demás naciones y renovaría las “gloriosas” conquistas de los reyes de Aragón en Italia”. Es decir, llegar al mismo punto que los tradicionalistas por otro camino. Y en ambos casos el planteamiento es lo contrario del ideal regeneracionista de construcción interna que alienta Altamira, ajeno a cualquier veleidad imperialista de expansión y engrandecimiento territorial y dominio sobre países ajenos.
Pero a pesar de esa condición interna y partiendo de la concepción nacional cultural que subyace en su regeneracionismo, el discurso de Altamira permite no sólo hacer compatible sino, además, necesaria la unión, la comunidad de los pueblos americanos que son parte de nuestro tronco nacional y que poseen, por tanto, el mismo genio o espíritu nacional que los españoles, de modo que con esa “intimidad” (por decirlo con el término puesto en circulación por el republicano Rafael María de Labra y que también emplea habitualmente nuestro americanista) y apoyo mutuo se refuerce y pueda resistir ese grupo humano los intentos de absorción y anulación por parte de otros pueblos y seguir contribuyendo con su personalidad al enriquecimiento y al progreso de la Humanidad.
Refiriéndose a la necesidad de esas relaciones con los países americanos en el que es, sin duda, el texto programático de su regeneracionismo -el Discurso leído en la solemne apertura del curso académico de 1898 a 1899-, dice Altamira que existe,
“una política elevada que tiene por norte los grandes intereses de la civilización y, sin mezclarlos con ambiciones territoriales ni con el espíritu de rapiña internacional que, para ejercerse sobre seguro, busca y aprovecha el recurso de alianzas “naturales” más o menos fundadas, atiende a la agrupación de los elementos afines con el fin de asegurar la permanencia y la colaboración fructífera del genio de la raza o del grupo en la obra común humana, evitando que lo arrollen otros factores y que se pierda la independencia sustancial de cada uno de sus órganos diferenciados en nacionalidades y Estados jurídicos” (11).
c) La dimensión modernizadora del regeneracionismo y el americanismo de Altamira.
Finalmente está la dimensión “modernizadora” del regeneracionismo de Altamira. El marco ideológico en el que se inserta su regeneracionismo, el liberalismo orgánico, se opone al liberalismo doctrinario sobre el que se fundamenta el régimen político de oligarquía y caciquismo dominante. Y este régimen político es el que permite reproducir el orden económico-social de la Restauración, que no es otro que el correspondiente al capitalismo agrario de base latifundista resultante de la dirección y hegemonía que detentó -en el proceso de la revolución burguesa española- el bloque de poder nacido de la alianza del renovado sector nobiliario con las facciones de la burguesía terrateniente, industrial y financiera. Frente a él, el modelo al que aspira el regeneracionismo de Altamira no expresa sino los intereses y los planteamientos de ciertos sectores de las clases medias urbanas que preconizan la sustitución de aquél por el modelo del capitalismo industrial seguido por los países europeos tras la denominada Revolución industrial.
La “modernización” que busca el regeneracionismo de Altamira está, pues, en la línea de la defendida por el reformismo institucionista y presenta además, como aquél, un carácter integrador ante el desarrollo de las nuevas fuerzas sociales que está originando el cambio económico y social que se produce en España. Pero también, por lo menos en el caso de Altamira, dado el desacuerdo del modelo que persigue con el emergente capitalismo monopolista y financiero europeo, esa “modernización” es compatible con un cierto rechazo hacia la nueva realidad económica -y sus efectos de expansión territorial y dominio político- que se está implantando en los países europeos industrializados en el marco de un nuevo período del capitalismo.
La necesidad de la articulación, dentro de su discurso regeneracionista, de ese carácter “modernizador” con el nacionalismo cultural, que implica el supuesto de la existencia de una personalidad social estable que se mantendría a lo largo de las diferentes generaciones que han configurado la nación y, por lo tanto, la reivindicación -en cierta medida- de la tradición, obliga a Rafael Altamira a realizar una argumentación sofisticada. Esa modalidad civilizadora, o genio propio de cada pueblo, va adaptándose a la nueva realidad dejando lo esencial de los rasgos propios y abandonando los contenidos que han quedado obsoletos por el avance de la civilización. Aquellas naciones que, por las circunstancias que sean, no sepan o no puedan realizar esa adaptación desaparecerán absorbidas por las otras que sí lo hagan. Altamira rechaza, pues, un regeneracionismo que suponga, al modo como entendieron los idealistas alemanes tradicionalistas o lo mantenían los tradicionalistas españoles del momento, la aceptación de una reconstrucción arqueológica cultural o una valoración absoluta de la tradición, sino que propugna el mantenimiento de lo que hay de esencia nacional en la tradición y una recuperación de aquello que de ella sea todavía válido para la “civilización moderna”, proporcionando así “una base genuinamente nacional a reformas modernas, cuyas realización se facilita y allana por ese camino, dulcificando los procedimientos para lograrla” (12).
Como además, según Altamira, el ideal de la regeneración para poder ser efectivo debe rebasar el umbral de las élites y llegar hasta las masas para afianzarse, su principal instrumento, el esencial, sin el cual aquélla no es posible, es lo que él llama la política pedagógica, que no es sino elevar su nivel cultural, impregnarlas de los valores y capacidades que conlleva la civilización moderna. De donde se deriva toda la panoplia de medidas educativas que Rafael Altamira, como los otros intelectuales afines al institucionismo, propone como elemento fundamental de un regeneracionismo que si tenemos que expresarlo con un predicado esencial es el de “regeneracionismo educativo”. Y dentro de esas medidas están -además de la tutela de la clase obrera- y destacan, por la importancia que les concede Altamira, tanto el intercambio científico entre las instituciones educativas y culturales españolas y los centros científicos y culturales de los países que avanzan por el camino de esa civilización moderna, como las salidas y estancias de profesores y alumnos en ellos, a modo de avanzadilla que tenga como función catalizadora la difusión -a su regreso- de los valores y los conocimientos de que se nutre aquélla.
“reconcentremos nuestros esfuerzos, nuestras energías, los bríos, el valor y la entereza que heredamos de nuestros mayores, para reconstruir nuestra nación sobre bases más sólidas, sobre más fuertes cimientos, y levantar sobre ellos el crédito que hemos perdido, la industria que por falta de iniciativas y brazos se halla agonizando; la agricultura, que entregada al rutinarismo y la usura, se encuentra expirante; la vida nacional, que hemos perturbado con guerras impolíticas y contiendas de familias extranjeras, y asentemos el reinado de la justicia y el orden, despreciando y alejando de nosotros el despotismo y la arbitrariedad, que han sido inseparables de las pandillas monárquicas”.
Antes de pensar en guerras y en aventuras imposibles, es necesario, repetimos una vez más, hacer país” (10).
Años más tarde, en su España en América (1908) va a incluir un artículo titulado “El equívoco de la España nueva” (pp. 316-321), escrito e inducido tras leer la laureada novela antibelicista ¡Abajo las armas! (original de 1889 y primera versión en español en 1906) de Bertha von Suttner (1843-1914), en el que vuelve a rechazar con argumentos más explícitos ese “regeneracionismo” reaccionario que identifica expresamente con las posturas de Juan Manuel Ortí y Lara (1826-1904) y Juan Vázquez de Mella y Fanjul (1861-1928) y califica de “españolismo”, y cuyo propósito es volver a la España vieja, de las gestas imperiales. Pero también en ese texto condena ese otro “regeneracionismo” que defienden otros que parecen muy “progresistas”, muy “hombres nuevos”, pero que en realidad no son muy diferentes de los anteriores. Propugnan éstos seguir el modelo de Inglaterra, Alemania y Estados Unidos preconizando la adopción de sus medios educativos, de su manera de moldear la personalidad, de su ideal de vida y acción para convertir a España a imitación de esas naciones en una potencia de primer orden. Lo cual supondría -para Rafael Altamira- tratar de convertirla en una potencia imperialista (el término es suyo) que “para hacer de su puerto A o B el primer puerto del Mediterráneo enseñaría los puños a las demás naciones y renovaría las “gloriosas” conquistas de los reyes de Aragón en Italia”. Es decir, llegar al mismo punto que los tradicionalistas por otro camino. Y en ambos casos el planteamiento es lo contrario del ideal regeneracionista de construcción interna que alienta Altamira, ajeno a cualquier veleidad imperialista de expansión y engrandecimiento territorial y dominio sobre países ajenos.
Pero a pesar de esa condición interna y partiendo de la concepción nacional cultural que subyace en su regeneracionismo, el discurso de Altamira permite no sólo hacer compatible sino, además, necesaria la unión, la comunidad de los pueblos americanos que son parte de nuestro tronco nacional y que poseen, por tanto, el mismo genio o espíritu nacional que los españoles, de modo que con esa “intimidad” (por decirlo con el término puesto en circulación por el republicano Rafael María de Labra y que también emplea habitualmente nuestro americanista) y apoyo mutuo se refuerce y pueda resistir ese grupo humano los intentos de absorción y anulación por parte de otros pueblos y seguir contribuyendo con su personalidad al enriquecimiento y al progreso de la Humanidad.
Refiriéndose a la necesidad de esas relaciones con los países americanos en el que es, sin duda, el texto programático de su regeneracionismo -el Discurso leído en la solemne apertura del curso académico de 1898 a 1899-, dice Altamira que existe,
“una política elevada que tiene por norte los grandes intereses de la civilización y, sin mezclarlos con ambiciones territoriales ni con el espíritu de rapiña internacional que, para ejercerse sobre seguro, busca y aprovecha el recurso de alianzas “naturales” más o menos fundadas, atiende a la agrupación de los elementos afines con el fin de asegurar la permanencia y la colaboración fructífera del genio de la raza o del grupo en la obra común humana, evitando que lo arrollen otros factores y que se pierda la independencia sustancial de cada uno de sus órganos diferenciados en nacionalidades y Estados jurídicos” (11).
c) La dimensión modernizadora del regeneracionismo y el americanismo de Altamira.
Finalmente está la dimensión “modernizadora” del regeneracionismo de Altamira. El marco ideológico en el que se inserta su regeneracionismo, el liberalismo orgánico, se opone al liberalismo doctrinario sobre el que se fundamenta el régimen político de oligarquía y caciquismo dominante. Y este régimen político es el que permite reproducir el orden económico-social de la Restauración, que no es otro que el correspondiente al capitalismo agrario de base latifundista resultante de la dirección y hegemonía que detentó -en el proceso de la revolución burguesa española- el bloque de poder nacido de la alianza del renovado sector nobiliario con las facciones de la burguesía terrateniente, industrial y financiera. Frente a él, el modelo al que aspira el regeneracionismo de Altamira no expresa sino los intereses y los planteamientos de ciertos sectores de las clases medias urbanas que preconizan la sustitución de aquél por el modelo del capitalismo industrial seguido por los países europeos tras la denominada Revolución industrial.
La “modernización” que busca el regeneracionismo de Altamira está, pues, en la línea de la defendida por el reformismo institucionista y presenta además, como aquél, un carácter integrador ante el desarrollo de las nuevas fuerzas sociales que está originando el cambio económico y social que se produce en España. Pero también, por lo menos en el caso de Altamira, dado el desacuerdo del modelo que persigue con el emergente capitalismo monopolista y financiero europeo, esa “modernización” es compatible con un cierto rechazo hacia la nueva realidad económica -y sus efectos de expansión territorial y dominio político- que se está implantando en los países europeos industrializados en el marco de un nuevo período del capitalismo.
La necesidad de la articulación, dentro de su discurso regeneracionista, de ese carácter “modernizador” con el nacionalismo cultural, que implica el supuesto de la existencia de una personalidad social estable que se mantendría a lo largo de las diferentes generaciones que han configurado la nación y, por lo tanto, la reivindicación -en cierta medida- de la tradición, obliga a Rafael Altamira a realizar una argumentación sofisticada. Esa modalidad civilizadora, o genio propio de cada pueblo, va adaptándose a la nueva realidad dejando lo esencial de los rasgos propios y abandonando los contenidos que han quedado obsoletos por el avance de la civilización. Aquellas naciones que, por las circunstancias que sean, no sepan o no puedan realizar esa adaptación desaparecerán absorbidas por las otras que sí lo hagan. Altamira rechaza, pues, un regeneracionismo que suponga, al modo como entendieron los idealistas alemanes tradicionalistas o lo mantenían los tradicionalistas españoles del momento, la aceptación de una reconstrucción arqueológica cultural o una valoración absoluta de la tradición, sino que propugna el mantenimiento de lo que hay de esencia nacional en la tradición y una recuperación de aquello que de ella sea todavía válido para la “civilización moderna”, proporcionando así “una base genuinamente nacional a reformas modernas, cuyas realización se facilita y allana por ese camino, dulcificando los procedimientos para lograrla” (12).
Como además, según Altamira, el ideal de la regeneración para poder ser efectivo debe rebasar el umbral de las élites y llegar hasta las masas para afianzarse, su principal instrumento, el esencial, sin el cual aquélla no es posible, es lo que él llama la política pedagógica, que no es sino elevar su nivel cultural, impregnarlas de los valores y capacidades que conlleva la civilización moderna. De donde se deriva toda la panoplia de medidas educativas que Rafael Altamira, como los otros intelectuales afines al institucionismo, propone como elemento fundamental de un regeneracionismo que si tenemos que expresarlo con un predicado esencial es el de “regeneracionismo educativo”. Y dentro de esas medidas están -además de la tutela de la clase obrera- y destacan, por la importancia que les concede Altamira, tanto el intercambio científico entre las instituciones educativas y culturales españolas y los centros científicos y culturales de los países que avanzan por el camino de esa civilización moderna, como las salidas y estancias de profesores y alumnos en ellos, a modo de avanzadilla que tenga como función catalizadora la difusión -a su regreso- de los valores y los conocimientos de que se nutre aquélla.
La traslación al plano de su americanismo de esa “modernización” plantea, sin duda, cierta contradicción de partida. Desde el supuesto implícito de que la dirección o, al menos, uno de los papeles fundamentales de la configuración de esa ambicionada comunidad cultural debe corresponder a España por ser el grupo humano originario del que brotó la troncalidad hispana que se supone configuran España y las naciones americanas, la pregunta que surge es: ¿cómo es posible que el sujeto a regenerar pueda a su vez ejercer ese papel dinamizador y orientador de la “modernización” que va implícita en la regeneración? La pregunta se la plantea de manera más o menos explícita el propio Rafael Altamira al menos en una ocasión, en un artículo que apareció publicado en 1900 en El Liberal. Y la respuesta, con gran habilidad dialéctica, le permite llevar el agua a su molino. Por una parte, esa tarea no debe ser sino un estímulo para la propia regeneración de España, que debe salir del falseado liberalismo que encubre el régimen de oligarquía y caciquismo y sumarse a una franca política liberal. Y por otro lado ocurre lo mismo en el orden intelectual, dadas las pésimas condiciones del sistema educativo español en centros y profesores, por la penuria de los presupuestos que se dedican a la enseñanza. Luego, concluye Altamira:
“El poseer esas condiciones es obra nuestra puramente. Si queremos ir allá y ser para ellos lo que naturalmente debemos ser, no podemos presentarnos con las manos vacías. Son poca cosa nuestros buenos deseos, nuestra cortés hospitalidad, nuestros discursos y nuestros banquetes. Todavía peor sería ofrecer condiciones negativas, que repugnasen al espíritu público de las naciones americanas” (13).
En una palabra, es necesario aplicar las medidas y soluciones regeneracionistas que proponen no sólo Altamira sino el grupo de institucionistas que ya están trabajando en esa dirección, y a cuyos miembros hacía referencia el profesor ovetense en el profundo ensayo de 1897, ya mencionado, “La renaissance de l´idéal en Espagne” (“El renacimiento ideal de España en 1897” publicado luego en el apartado “Páginas de Historia de España” de su libro Cuestiones Modernas de Historia, Madrid, M. Aguilar editor, 1935, 2ª edic., 277-294). De hecho, en el aspecto intelectual -en lo que hace referencia a las medidas de intercambio científico y a las visitas de profesores a tierras americanas que lleven el ideal y los conocimientos de la civilización moderna- ése va a ser, como vamos a ver, un elemento primordial del programa americanista de la Universidad de Oviedo, proyectado y puesto en práctica por el grupo de profesores institucionistas de su Claustro, y dentro del cual Altamira desempeña -en este aspecto- un papel decisivo.
“El poseer esas condiciones es obra nuestra puramente. Si queremos ir allá y ser para ellos lo que naturalmente debemos ser, no podemos presentarnos con las manos vacías. Son poca cosa nuestros buenos deseos, nuestra cortés hospitalidad, nuestros discursos y nuestros banquetes. Todavía peor sería ofrecer condiciones negativas, que repugnasen al espíritu público de las naciones americanas” (13).
En una palabra, es necesario aplicar las medidas y soluciones regeneracionistas que proponen no sólo Altamira sino el grupo de institucionistas que ya están trabajando en esa dirección, y a cuyos miembros hacía referencia el profesor ovetense en el profundo ensayo de 1897, ya mencionado, “La renaissance de l´idéal en Espagne” (“El renacimiento ideal de España en 1897” publicado luego en el apartado “Páginas de Historia de España” de su libro Cuestiones Modernas de Historia, Madrid, M. Aguilar editor, 1935, 2ª edic., 277-294). De hecho, en el aspecto intelectual -en lo que hace referencia a las medidas de intercambio científico y a las visitas de profesores a tierras americanas que lleven el ideal y los conocimientos de la civilización moderna- ése va a ser, como vamos a ver, un elemento primordial del programa americanista de la Universidad de Oviedo, proyectado y puesto en práctica por el grupo de profesores institucionistas de su Claustro, y dentro del cual Altamira desempeña -en este aspecto- un papel decisivo.
3.- Altamira y el programa americanista de la Universidad de Oviedo.
En esta primera etapa de sus afanes americanos, esa concepción americanista de Altamira dominada por las preocupaciones regeneracionistas que acabamos de analizar se va a traducir en el diseño de un conjunto de medidas prácticas -un “programa americanista”, como a él le gusta decir- necesarias para poder conseguir los objetivos establecidos en su planteamiento teórico. Ese programa va ser asumido por los colegas institucionistas de la Universidad de Oviedo y por la propia institución docente asturiana, y algunas de las medidas contenidas en él van a ser puestas en práctica por la misma corporación académica, de manera que, en cierto modo, el programa americanista de Altamira va a terminar convirtiéndose en el de la Universidad ovetense (14).
No hay que olvidar en lo que se refiere a esta actuación americanista a título propio de la institución universitaria y respecto a la manera de entender el papel que le corresponde al Estado en la acción americanista, la idea que sobre las competencias de la sociedad civil y la intervención de los poderes públicos defiende la filosofía política krausoinstitucionista. Su liberalismo orgánico no acepta el principio normativo e inflexible del liberalismo individualista de la no intervención estatal respecto a la sociedad, y mantiene que el Estado, en relación al conjunto de sociedades intermedias que configuran el organismo social, debe ejercer una función de coordinación y de carácter subsidiario, pero dejando claro que ésta sea compatible con la plena autonomía y capacidad de las instituciones de la sociedad civil y los grupos sociales intermedios (15).
Tres son las versiones o concreciones que en esta etapa va a presentar el programa americanista de Rafael Altamira que, como hemos dicho, va a terminar identificándose, de manera formal y definitiva -desde su segunda versión- con el de la Universidad de Oviedo. La naturaleza o finalidad a que responden las medidas contenidas en cada una de tales versiones es siempre la misma; pero el alcance y el orden al que pertenecen varían en función del foro al que van destinadas y el momento preciso en que se proponen, dentro de un proceso in crescendo que va a seguir esa acción americanista en esta etapa y, también, en razón de su propio éxito.
a) El programa americanista de Rafael Altamira en su “Discurso leído en la solemne apertura del curso académico de 1898 a 1899” de la Universidad de Oviedo.
El primer programa americanista propuesto por Altamira está contenido en el texto de su Discurso leído en la solemne apertura del curso académico de 1898 a 1899 (Oviedo, 1898, 60 pp.), cuyo texto redactó cuando la armada norteamericana destrozaba los frágiles barcos de guerra españoles. Señala con clarividencia el problema nacional, señala los remedios que considera oportunos y señala -principalmente- a la Universidad una misión para remediarlos. Efectivamente, la finalidad de este escrito, como es sabido, era establecer, desde los supuestos anteriormente comentados, qué misión le correspondía y con qué medios debía contribuir la Universidad española y, claro está, el establecimiento educativo ovetense, en la tarea de la regeneración patria en aquel momento de incremento de la conciencia de decadencia producido por el “Desastre” y de sensación creciente de amenaza de subordinación y dependencia política del exterior por el avance imperialista de las grandes potencias, circunstancia que caracterizó las relaciones internacionales del período (16). De ahí que las medidas formuladas en dicha disertación respecto al americanismo -al igual que para el conjunto de propuestas regeneracionistas- se limitasen a los aspectos intelectuales, que eran, por otra parte y dados los planteamientos de Altamira, los más importantes y en los que debía intervenir la institución universitaria de modo concreto y establecer, en consecuencia, los contenidos específicos del programa a realizar por la de Oviedo.
Comprendía, pues, ese programa americanista universitario, un conjunto de variadas medidas cuyo denominador común era la pertenencia al orden de las que Altamira denomina como “americanismo intelectual”. A partir de las conclusiones de los congresos: Jurídico Iberoamericano, Mercantil Hispano-Americano-Portugués, Geográfico Hispano-Portugués, Literario Hispano-Americano y Pedagógico Hispano-Portugués-Americano, celebrados en 1892 con motivo del IV Centenario del Descubrimiento de América, a la Universidad le correspondía, por una parte, estudiar los aspectos de Derecho internacional y de Derecho mercantil aprobados en las correspondientes reuniones. Y, en relación a las de los otros congresos, estimular la realización de la Unión Geográfica proyectada y el estrechamiento de los vínculos entre todos los centros de instrucción pública, ministerios, universidades, institutos y sociedades oficiales y particulares de España y los estados americanos. Asimismo, organizar una Escuela Normal donde habrían de formarse maestros aptos para enseñar en cualquier escuela americana; y, finalmente, constituir una Sociedad de Instrucción pública, educación popular y divulgación científica, común para toda la comunidad hispanoamericana.
Al margen de las anteriores, también propone Altamira otra serie de medidas que podríamos clasificar como de comunicación escrita. Entre ellas, la colaboración de España en la compleja tarea de la educación e instrucción pública de las repúblicas americanas, aportándoles -a través del soporte escrito- aquello que de válido existiese en el movimiento científico español. Lo cual, el profesor alicantino, explícitamente identifica -en general- con la producción intelectual ya realizada o que bien pudieran realizar los profesores institucionistas. Cita, por ejemplo, a Gumersindo de Azcárate Menéndez (1840-1917) y a Joaquín Costa Martínez (1846-1911); y, al respecto, hace referencia a la sociología, a las ciencias jurídicas, a los estudios demóticos y de economía social, campos -todos ellos- de especial dedicación por parte de los integrantes de dicho grupo. Se refiere también, en este aspecto concreto, a la necesidad de escribir y difundir en aquellos países: libros de Historia, Geografía y de cultura general, que sustituyan la lectura -y estudio en ellos- de los correspondientes extranjeros. Y, además, apunta otra medida que el propio Altamira ya había efectuado con su Revista Crítica de Historia y Literatura Españolas, Portuguesas e Hispano-Americanas: la publicación de revistas científicas dedicadas al estudio de cuestiones españolas e hispanoamericanas, labor a realizar por escritores de las dos orillas del Atlántico.
Pero esa comunicación científica a través del soporte escrito, debía de complementarse (ya nos hemos referido anteriormente a la importancia que concedía, como instrumento de regeneración intelectual, a esta otra que vamos a exponer) con la transmisión del conocimiento a través del trato personal y la convivencia más o menos duradera entre intelectuales e investigadores de los dos ámbitos, y entre profesores y alumnos españoles y americanos a través de congresos, conferencias y comisiones científicas mixtas, a celebrar en la Península y en el continente americano, con la asistencia de alumnos americanos en las universidades y escuelas superiores españolas. Y para ello, debía facilitarse el reconocimiento oficial por España y todos los países americanos de los títulos profesionales expedidos en cualquiera de ellos.
Finalmente propone Altamira otra medida que envuelve y puede facilitar la eficacia de todas las anteriores: la importancia de la lengua como vehículo y expresión del nacionalismo, manifestación muchas veces explicitada del alicantino -siguiendo a J. G. Fichte-, de modo que: “el mantenimiento -afirma Altamira en el Discurso, pp. 49-50- de nuestra lengua, y su desarrollo conforme a su propio espíritu en las naciones que con él despertaron a la vida de la civilización moderna, y la hicieron suya, […] es una base indispensable para la influencia y la intimidad intelectual”. Para velar por su pureza y conservación propone la incentivación de esa labor en las Academias correspondientes de América y cualquier otro órgano o corriente de relación que las universidades españolas creen.
b) El programa americanista presentado por el “Grupo de Oviedo” al Congreso Social y Económico Hispano-Americano de 1900.
Este programa americanista de contenido cultural de Rafael Altamira será refundido y ampliado con contenidos económicos y sociales en otro que el denominado “Grupo de Oviedo” presentó al Congreso Social y Económico Hispano-Americano de noviembre de 1900 (Madrid), y de esa manera pasó a convertirse en el programa americanista de la Universidad ovetense y ser -al mismo tiempo- la base de la activa acción americanista que la institución académica asturiana desarrollará a lo largo del primer decenio del nuevo siglo (17).
En el preámbulo justificativo de este nuevo programa se apunta, como motivación del mismo, la especial vinculación social de Asturias con las repúblicas americanas, por la fuerte corriente emigratoria regional hacia esos países. Pero, también, por la habitual y tradicional preocupación y dedicación del pensamiento asturiano por los problemas y asuntos de América, circunstancia de la cual se deducía la obligación moral que con la sociedad asturiana tenía la Universidad de Oviedo de continuar con esa acostumbrada práctica tradicional, recogiendo así una profunda aspiración regional. O, dicho con las palabras expresivas y bellas de uno de los firmantes (Adolfo González-Posada), escritas más tarde, al rememorar el significado del hispanoamericanismo que adelantaba ese documento de los profesores de Oviedo y de su Universidad:
“Erudición y citas aparte, el hispanoamericanismo en Asturias es planta espontánea de la tierra, surge vigoroso allí como un sentimiento íntimo; ¡América! ¡América! es, en rigor, como la atmósfera que respiramos de niños ya, acostumbrados a ver cómo, con qué naturalidad se marchan hacia América -Cuba, Méjico, Argentina- los jóvenes y hasta los niños de nuestras aldeas, y a contemplar de qué suerte se mantiene viva la comunicación con los emigrantes y de qué manera el trabajo de los de “allá” ayuda a vivir, a mejorar, a progresar a los de “acá´”. Asturias sin América no sabríamos imaginárnosla. Sería otra cosa de la que es; y es como es, gracias a América y… a los “americanos”… emigrantes que vuelven.” (18).
Aun siendo, como hemos dicho, más amplio y ambicioso que el anterior propuesto por Altamira, no llegaba a plantearse como un programa complejo y general, sino que se limitaba a desarrollar aquellas proposiciones que estaban dentro de las competencias intelectuales y profesionales del grupo de catedráticos que lo suscribían.
Respecto a las relaciones políticas entre las naciones de la comunidad que se pretendía promover, el proyecto comenzaba por una proposición que estaba implícita en los contenidos desarrollados en el programa, pero que se creía necesario explicitar para evitar determinados prejuicios que podía suscitar, como era el reconocimiento de que esa unión y estrechamiento de relaciones que se intentaba conseguir -con sus correspondientes medidas- no implicaba el “propósito de obtener ningún género de supremacía política”. Y, en ese mismo orden de cosas, se propugnaba la constitución de un Tribunal de arbitraje permanente para que resolviese por medio del Derecho las cuestiones litigiosas y los conflictos internacionales que surgiesen entre ellas.
La necesidad, para los fines pretendidos, de favorecer las comunicaciones y relaciones mercantiles era el objeto de otro conjunto de proposiciones a través de la creación efectiva de una serie de convenciones o uniones hispanoamericanas, como la que tendría como objeto -y es sólo un ejemplo- el establecimiento de un cable submarino directo hispanoamericano, de manera que así se pudiese acabar con la dependencia de los países anglosajones, que eran quienes facilitaban las noticias y la información que -sin duda alguna- favorecían a la política y al comercio de sus propias naciones, en detrimento del mundo hispánico.
En cuanto a la regulación común de las relaciones comerciales, se proponía la desaparición de las trabas aduaneras de forma que se estableciese la libre introducción de libros en todos y cada uno de los países de la pretendida comunidad hispanoamericana. De este modo, la relación intelectual a través de la comunicación escrita, por la que tanto abogaba Altamira, fuese facilitada y potenciada. Además, se planteaba también el establecimiento de una política aduanera que tendiese a disminuir gradualmente los derechos de importación de las mercancías procedentes de sus respectivos países, con la finalidad de proteger y estimular el comercio entre ellos poniendo barreras al de otras naciones.
En el orden educativo, y propiamente intelectual, se recogían prácticamente las medidas formuladas por Rafael Altamira en su primer programa y en la ponencia personal que presentó en el citado Congreso, ponencia a la que nos referiremos más adelante. Es decir, algunas de las propuestas realizadas en el Congreso Pedagógico Hispano-Portugués-Americano de 1892, como era la creación de la ya citada Escuela Normal para maestros hispanoamericanos –aquí se le denomina Instituto Pedagógico- y otras incluidas en aquel programa y que en éste se precisan, como la creación de un centro de enseñanza superior internacional iberoamericano que permitiese la frecuente comunicación del personal docente de los países convenidos; o el establecimiento de lecciones y cátedras de Historia y Geografía de Portugal y de América en las escuelas primarias e institutos de España, y, recíprocamente, en las instituciones y niveles educativos correspondientes americanos (19). La añadidura, además, a las entonces vigentes materias de la Facultad de Derecho, de una asignatura referente a las instituciones jurídicas -principalmente políticas- de Portugal y América. Es decir, más o menos, la cátedra que se crearía luego en la Universidad Central (Madrid) y ganada por concurso de méritos por Altamira, después de su paso por la Dirección General de Enseñanza Primaria (enero de 1911-septiembre 1913). Dicha cátedra común de Doctorado se creó en junio de 1914 y su denominación fue la de “Historia de la Instituciones Políticas y Civiles de América”, y Altamira impartirá docencia en las Facultades de Derecho y Filosofía y Letras, Sección Historia, con el carácter de asignatura voluntaria. Igualmente, se recogía de aquel programa otra de sus medidas que por iniciativa de la Universidad de Oviedo ya se había conseguido su aceptación por parte del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes y hasta su inserción en la Gaceta en forma de carta-circular en julio de tal año: la organización del intercambio permanente de publicaciones entre los centros docentes de España y los países americanos.
En esta primera etapa de sus afanes americanos, esa concepción americanista de Altamira dominada por las preocupaciones regeneracionistas que acabamos de analizar se va a traducir en el diseño de un conjunto de medidas prácticas -un “programa americanista”, como a él le gusta decir- necesarias para poder conseguir los objetivos establecidos en su planteamiento teórico. Ese programa va ser asumido por los colegas institucionistas de la Universidad de Oviedo y por la propia institución docente asturiana, y algunas de las medidas contenidas en él van a ser puestas en práctica por la misma corporación académica, de manera que, en cierto modo, el programa americanista de Altamira va a terminar convirtiéndose en el de la Universidad ovetense (14).
No hay que olvidar en lo que se refiere a esta actuación americanista a título propio de la institución universitaria y respecto a la manera de entender el papel que le corresponde al Estado en la acción americanista, la idea que sobre las competencias de la sociedad civil y la intervención de los poderes públicos defiende la filosofía política krausoinstitucionista. Su liberalismo orgánico no acepta el principio normativo e inflexible del liberalismo individualista de la no intervención estatal respecto a la sociedad, y mantiene que el Estado, en relación al conjunto de sociedades intermedias que configuran el organismo social, debe ejercer una función de coordinación y de carácter subsidiario, pero dejando claro que ésta sea compatible con la plena autonomía y capacidad de las instituciones de la sociedad civil y los grupos sociales intermedios (15).
Tres son las versiones o concreciones que en esta etapa va a presentar el programa americanista de Rafael Altamira que, como hemos dicho, va a terminar identificándose, de manera formal y definitiva -desde su segunda versión- con el de la Universidad de Oviedo. La naturaleza o finalidad a que responden las medidas contenidas en cada una de tales versiones es siempre la misma; pero el alcance y el orden al que pertenecen varían en función del foro al que van destinadas y el momento preciso en que se proponen, dentro de un proceso in crescendo que va a seguir esa acción americanista en esta etapa y, también, en razón de su propio éxito.
a) El programa americanista de Rafael Altamira en su “Discurso leído en la solemne apertura del curso académico de 1898 a 1899” de la Universidad de Oviedo.
El primer programa americanista propuesto por Altamira está contenido en el texto de su Discurso leído en la solemne apertura del curso académico de 1898 a 1899 (Oviedo, 1898, 60 pp.), cuyo texto redactó cuando la armada norteamericana destrozaba los frágiles barcos de guerra españoles. Señala con clarividencia el problema nacional, señala los remedios que considera oportunos y señala -principalmente- a la Universidad una misión para remediarlos. Efectivamente, la finalidad de este escrito, como es sabido, era establecer, desde los supuestos anteriormente comentados, qué misión le correspondía y con qué medios debía contribuir la Universidad española y, claro está, el establecimiento educativo ovetense, en la tarea de la regeneración patria en aquel momento de incremento de la conciencia de decadencia producido por el “Desastre” y de sensación creciente de amenaza de subordinación y dependencia política del exterior por el avance imperialista de las grandes potencias, circunstancia que caracterizó las relaciones internacionales del período (16). De ahí que las medidas formuladas en dicha disertación respecto al americanismo -al igual que para el conjunto de propuestas regeneracionistas- se limitasen a los aspectos intelectuales, que eran, por otra parte y dados los planteamientos de Altamira, los más importantes y en los que debía intervenir la institución universitaria de modo concreto y establecer, en consecuencia, los contenidos específicos del programa a realizar por la de Oviedo.
Comprendía, pues, ese programa americanista universitario, un conjunto de variadas medidas cuyo denominador común era la pertenencia al orden de las que Altamira denomina como “americanismo intelectual”. A partir de las conclusiones de los congresos: Jurídico Iberoamericano, Mercantil Hispano-Americano-Portugués, Geográfico Hispano-Portugués, Literario Hispano-Americano y Pedagógico Hispano-Portugués-Americano, celebrados en 1892 con motivo del IV Centenario del Descubrimiento de América, a la Universidad le correspondía, por una parte, estudiar los aspectos de Derecho internacional y de Derecho mercantil aprobados en las correspondientes reuniones. Y, en relación a las de los otros congresos, estimular la realización de la Unión Geográfica proyectada y el estrechamiento de los vínculos entre todos los centros de instrucción pública, ministerios, universidades, institutos y sociedades oficiales y particulares de España y los estados americanos. Asimismo, organizar una Escuela Normal donde habrían de formarse maestros aptos para enseñar en cualquier escuela americana; y, finalmente, constituir una Sociedad de Instrucción pública, educación popular y divulgación científica, común para toda la comunidad hispanoamericana.
Al margen de las anteriores, también propone Altamira otra serie de medidas que podríamos clasificar como de comunicación escrita. Entre ellas, la colaboración de España en la compleja tarea de la educación e instrucción pública de las repúblicas americanas, aportándoles -a través del soporte escrito- aquello que de válido existiese en el movimiento científico español. Lo cual, el profesor alicantino, explícitamente identifica -en general- con la producción intelectual ya realizada o que bien pudieran realizar los profesores institucionistas. Cita, por ejemplo, a Gumersindo de Azcárate Menéndez (1840-1917) y a Joaquín Costa Martínez (1846-1911); y, al respecto, hace referencia a la sociología, a las ciencias jurídicas, a los estudios demóticos y de economía social, campos -todos ellos- de especial dedicación por parte de los integrantes de dicho grupo. Se refiere también, en este aspecto concreto, a la necesidad de escribir y difundir en aquellos países: libros de Historia, Geografía y de cultura general, que sustituyan la lectura -y estudio en ellos- de los correspondientes extranjeros. Y, además, apunta otra medida que el propio Altamira ya había efectuado con su Revista Crítica de Historia y Literatura Españolas, Portuguesas e Hispano-Americanas: la publicación de revistas científicas dedicadas al estudio de cuestiones españolas e hispanoamericanas, labor a realizar por escritores de las dos orillas del Atlántico.
Pero esa comunicación científica a través del soporte escrito, debía de complementarse (ya nos hemos referido anteriormente a la importancia que concedía, como instrumento de regeneración intelectual, a esta otra que vamos a exponer) con la transmisión del conocimiento a través del trato personal y la convivencia más o menos duradera entre intelectuales e investigadores de los dos ámbitos, y entre profesores y alumnos españoles y americanos a través de congresos, conferencias y comisiones científicas mixtas, a celebrar en la Península y en el continente americano, con la asistencia de alumnos americanos en las universidades y escuelas superiores españolas. Y para ello, debía facilitarse el reconocimiento oficial por España y todos los países americanos de los títulos profesionales expedidos en cualquiera de ellos.
Finalmente propone Altamira otra medida que envuelve y puede facilitar la eficacia de todas las anteriores: la importancia de la lengua como vehículo y expresión del nacionalismo, manifestación muchas veces explicitada del alicantino -siguiendo a J. G. Fichte-, de modo que: “el mantenimiento -afirma Altamira en el Discurso, pp. 49-50- de nuestra lengua, y su desarrollo conforme a su propio espíritu en las naciones que con él despertaron a la vida de la civilización moderna, y la hicieron suya, […] es una base indispensable para la influencia y la intimidad intelectual”. Para velar por su pureza y conservación propone la incentivación de esa labor en las Academias correspondientes de América y cualquier otro órgano o corriente de relación que las universidades españolas creen.
b) El programa americanista presentado por el “Grupo de Oviedo” al Congreso Social y Económico Hispano-Americano de 1900.
Este programa americanista de contenido cultural de Rafael Altamira será refundido y ampliado con contenidos económicos y sociales en otro que el denominado “Grupo de Oviedo” presentó al Congreso Social y Económico Hispano-Americano de noviembre de 1900 (Madrid), y de esa manera pasó a convertirse en el programa americanista de la Universidad ovetense y ser -al mismo tiempo- la base de la activa acción americanista que la institución académica asturiana desarrollará a lo largo del primer decenio del nuevo siglo (17).
En el preámbulo justificativo de este nuevo programa se apunta, como motivación del mismo, la especial vinculación social de Asturias con las repúblicas americanas, por la fuerte corriente emigratoria regional hacia esos países. Pero, también, por la habitual y tradicional preocupación y dedicación del pensamiento asturiano por los problemas y asuntos de América, circunstancia de la cual se deducía la obligación moral que con la sociedad asturiana tenía la Universidad de Oviedo de continuar con esa acostumbrada práctica tradicional, recogiendo así una profunda aspiración regional. O, dicho con las palabras expresivas y bellas de uno de los firmantes (Adolfo González-Posada), escritas más tarde, al rememorar el significado del hispanoamericanismo que adelantaba ese documento de los profesores de Oviedo y de su Universidad:
“Erudición y citas aparte, el hispanoamericanismo en Asturias es planta espontánea de la tierra, surge vigoroso allí como un sentimiento íntimo; ¡América! ¡América! es, en rigor, como la atmósfera que respiramos de niños ya, acostumbrados a ver cómo, con qué naturalidad se marchan hacia América -Cuba, Méjico, Argentina- los jóvenes y hasta los niños de nuestras aldeas, y a contemplar de qué suerte se mantiene viva la comunicación con los emigrantes y de qué manera el trabajo de los de “allá” ayuda a vivir, a mejorar, a progresar a los de “acá´”. Asturias sin América no sabríamos imaginárnosla. Sería otra cosa de la que es; y es como es, gracias a América y… a los “americanos”… emigrantes que vuelven.” (18).
Aun siendo, como hemos dicho, más amplio y ambicioso que el anterior propuesto por Altamira, no llegaba a plantearse como un programa complejo y general, sino que se limitaba a desarrollar aquellas proposiciones que estaban dentro de las competencias intelectuales y profesionales del grupo de catedráticos que lo suscribían.
Respecto a las relaciones políticas entre las naciones de la comunidad que se pretendía promover, el proyecto comenzaba por una proposición que estaba implícita en los contenidos desarrollados en el programa, pero que se creía necesario explicitar para evitar determinados prejuicios que podía suscitar, como era el reconocimiento de que esa unión y estrechamiento de relaciones que se intentaba conseguir -con sus correspondientes medidas- no implicaba el “propósito de obtener ningún género de supremacía política”. Y, en ese mismo orden de cosas, se propugnaba la constitución de un Tribunal de arbitraje permanente para que resolviese por medio del Derecho las cuestiones litigiosas y los conflictos internacionales que surgiesen entre ellas.
La necesidad, para los fines pretendidos, de favorecer las comunicaciones y relaciones mercantiles era el objeto de otro conjunto de proposiciones a través de la creación efectiva de una serie de convenciones o uniones hispanoamericanas, como la que tendría como objeto -y es sólo un ejemplo- el establecimiento de un cable submarino directo hispanoamericano, de manera que así se pudiese acabar con la dependencia de los países anglosajones, que eran quienes facilitaban las noticias y la información que -sin duda alguna- favorecían a la política y al comercio de sus propias naciones, en detrimento del mundo hispánico.
En cuanto a la regulación común de las relaciones comerciales, se proponía la desaparición de las trabas aduaneras de forma que se estableciese la libre introducción de libros en todos y cada uno de los países de la pretendida comunidad hispanoamericana. De este modo, la relación intelectual a través de la comunicación escrita, por la que tanto abogaba Altamira, fuese facilitada y potenciada. Además, se planteaba también el establecimiento de una política aduanera que tendiese a disminuir gradualmente los derechos de importación de las mercancías procedentes de sus respectivos países, con la finalidad de proteger y estimular el comercio entre ellos poniendo barreras al de otras naciones.
En el orden educativo, y propiamente intelectual, se recogían prácticamente las medidas formuladas por Rafael Altamira en su primer programa y en la ponencia personal que presentó en el citado Congreso, ponencia a la que nos referiremos más adelante. Es decir, algunas de las propuestas realizadas en el Congreso Pedagógico Hispano-Portugués-Americano de 1892, como era la creación de la ya citada Escuela Normal para maestros hispanoamericanos –aquí se le denomina Instituto Pedagógico- y otras incluidas en aquel programa y que en éste se precisan, como la creación de un centro de enseñanza superior internacional iberoamericano que permitiese la frecuente comunicación del personal docente de los países convenidos; o el establecimiento de lecciones y cátedras de Historia y Geografía de Portugal y de América en las escuelas primarias e institutos de España, y, recíprocamente, en las instituciones y niveles educativos correspondientes americanos (19). La añadidura, además, a las entonces vigentes materias de la Facultad de Derecho, de una asignatura referente a las instituciones jurídicas -principalmente políticas- de Portugal y América. Es decir, más o menos, la cátedra que se crearía luego en la Universidad Central (Madrid) y ganada por concurso de méritos por Altamira, después de su paso por la Dirección General de Enseñanza Primaria (enero de 1911-septiembre 1913). Dicha cátedra común de Doctorado se creó en junio de 1914 y su denominación fue la de “Historia de la Instituciones Políticas y Civiles de América”, y Altamira impartirá docencia en las Facultades de Derecho y Filosofía y Letras, Sección Historia, con el carácter de asignatura voluntaria. Igualmente, se recogía de aquel programa otra de sus medidas que por iniciativa de la Universidad de Oviedo ya se había conseguido su aceptación por parte del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes y hasta su inserción en la Gaceta en forma de carta-circular en julio de tal año: la organización del intercambio permanente de publicaciones entre los centros docentes de España y los países americanos.
Por último, una propuesta novedosa, perfectamente coherente -por otra parte- con los planteamientos sobre la clase obrera de los institucionistas, era la recomendación referente a la conveniencia de la adopción por los respectivos países de una legislación protectora del trabajador que fuese la más favorable posible, así como la creación de una Oficina Internacional que recogiese todos los datos sobre el mercado laboral y aconsejase a los poderes públicos en el establecimiento de las normas legales ad hoc o pertinentes. Algo así como la ampliación a nivel de la comunidad proyectada de la Comisión de Reformas Sociales que ya funcionaba en España. Debe significarse que esta última fue la única de todas las propuestas presentadas por los profesores ovetenses que no fue aprobada en el citado Congreso.
Por su parte, Rafael Altamira había presentado una ponencia a título personal en la que proponía la adopción de un conjunto de medidas de carácter intelectual, propagandístico y educativo destinadas a desarrollar una fuerte y extendida corriente de opinión favorable al estrechamiento de estos vínculos, que rebasase el nivel de las minorías dirigentes y penetrase en capas más amplias de la sociedad. El objeto de estas medidas era que, tanto el Tribunal arbitral como el conjunto de proposiciones que aprobase el Congreso tuviesen apoyo unánime y fuesen de esa manera eficaces. No era sino la aplicación, a ese americanismo, de aquel supuesto de su concepción regeneracionista -ya comentado- que veía, como condición necesaria dentro de sus esquemas idealistas, para el éxito del mismo, la extensión de esas ideas y sentimientos al conjunto de la sociedad. Parte de las medidas que propone para conseguir esa corriente de opinión son las ya referidas que conformaban su americanismo intelectual y que fueron recogidas literalmente, tal como hemos visto, en el documento del grupo de profesores de la Universidad de Oviedo, por él subscrito.
Pero incluye también otras que no aparecen en aquél. Entre ellas están las de organización en todos los periódicos iberoamericanos de una sección específica dedicada a dar cuenta de los hechos relativos a las relaciones entre sus naciones, así como la ampliación de las secciones referentes al movimiento científico y económico de cada país, dando cabida a esa misma clase de información procedente de los demás. Y asimismo, la constitución en ellos de sociedades culturales que, con el apoyo de las promovidas por las colonias de emigrantes correspondientes, impulsasen todo lo referente a la intimidad de sus relaciones. Igualmente, la convocatoria periódica de un Congreso iberoamericano a celebrar en cada ocasión en una diferente nación.
Posteriormente, en el ya citado libro de 1908 publicado en Valencia y titulado España en América, destinado a ir preparando una opinión favorable entre las clases dirigentes de aquellos países para su inminente viaje americano, Altamira hará una recapitulación del conjunto de medidas aprobadas por este Congreso Hispano-Americano. Lo denomina allí el “Programa del siglo XX” y considera que su cumplimiento significaba la consecución para todos esos países, y de modo especial para España, del impulso regenerador necesario que los podía acercar a la civilización moderna. Como vemos, la vinculación entre regeneracionismo y americanismo sigue estando presente en su pensamiento, atribuyendo a ese americanismo la virtualidad de ser condición necesaria, o al menos decisiva, para lograr la “modernización” que consideraba atributo imprescindible de la recuperación nacional. Al mismo tiempo, la lentitud en el cumplimiento de ese programa le lleva a insistir, aun manteniendo el supuesto ideológico del institucionismo de la necesaria acción de la sociedad civil para su cumplimiento, en la importancia de una intervención más activa del Estado para llevarla a la práctica con la mayor rapidez posible, ante las campañas cada vez más agresivas y planificadas de Estados Unidos y las potencias europeas que pretenden incrementar su influencia en la América hispana.
Aunque, como hemos visto, no pueda considerarse en sentido estricto como tal, pues ya aparecía insinuada en una de las propuestas de su ponencia y venía siendo igualmente uno de los temas destacados en los planteamientos americanistas del senador Rafael María de Labra y Cadrana (1840-1918), la novedad -decimos- que aparece ahora, ocho años después, en relación con ese programa americanista de 1900, es la mayor importancia que Rafael Altamira concede en su discurso a la actuación de las colonias de emigrantes en sus países respectivos, en esa labor de extender una corriente de opinión favorable a la unión hispanoamericana. Por una parte, argumenta el profesor alicantino, los emigrantes españoles en América son la mejor demostración para los americanos de que sí existen condiciones fundamentales en el alma española para la vida moderna, y por ello son un elemento de primer orden para hacer desaparecer los prejuicios que existen todavía respecto a la incapacidad natural del espíritu nacional en ese sentido. Pero, además, con su actuación -que de hacerse consciente por parte de ellos sería mucho más efectiva- también contribuyen a aumentar la confianza en aquellos países de que “la vieja España conquistadora y guerrera ha sido sustituida por una España trabajadora, amiga de la paz y henchida de sentimiento de amor y cooperación hacia sus hermanas del Nuevo Mundo” (p. 24). Aún más, en su discurso llega a mantener que esa acción americanista de los emigrantes españoles en el continente americano debe encauzarse y estimularse, ya que, incluso, puede ser más efectiva que la de los propios políticos y diplomáticos debido al conocimiento in situ de los problemas en dichas naciones y también de las cuestiones derivadas de la acción americanista y sus posibles soluciones en los países hermanos de América.
c) El programa de 1900 y la acción americanista de la Universidad de Oviedo.
El programa americanista de 1900 de los profesores de Oviedo pasó a convertirse, como ya hemos apuntado, en el de la institución ovetense y a ser la pauta a seguir en la activa acción americanista que la misma va a promover entre los años de 1900 y 1910.
Aquí sólo podemos hacer una relación resumida de esa acción por las dimensiones a que debe limitarse este estudio. En primer lugar, está la orientación americanista que va adoptar parte de la tarea investigadora e intelectual de los profesores del “Grupo” o “Movimiento de Oviedo”. Altamira va a realizar una intensa labor propagandística en el sentido y dirección que él le concedía, como hemos explicado. Esa labor puede apreciarse en las dos obras ya citadas que publica en esta etapa: Cuestiones Hispano-Americanas (Madrid, 1900) y España en América (Valencia, 1908); pero también en la labor informativa en la prensa americana, entre la que destaca -sobre todo- su colaboración habitual en un importante medio de expresión de la colonia española en Buenos Aires: España. Revista de la Asociación Patriótica Española. La Asociación Patriótica Española había sido fundada en 1896 para asistir a los inmigrantes españoles y ayudar a España en la guerra con Estados Unidos por el control de Cuba, pues envió 1.000 voluntarios a la guerra y le donó a España el crucero Río de la Plata, que mandó a construir en Francia por importe de cinco millones de francos oro. Colaboración -decimos- en la que, en la línea de lo expuesto anteriormente, Rafael Altamira trató, asimismo, de “coadyuvar a la acción importantísima que representan en aquellos países nuestras colonias de emigrantes”, de estudiar los problemas hispanoamericanos concernientes a las relaciones intelectuales y económicas de España con ellos, de “dar a conocer en América la España actual […] para deshacer prevenciones que contra ella se tienen y disipar ignorancias que le afectan”, y, finalmente, de excitar el celo de los españoles de allá para logar su colaboración activa en la resolución de los problemas nacionales españoles más graves y urgentes.
Por su parte, Rafael Altamira había presentado una ponencia a título personal en la que proponía la adopción de un conjunto de medidas de carácter intelectual, propagandístico y educativo destinadas a desarrollar una fuerte y extendida corriente de opinión favorable al estrechamiento de estos vínculos, que rebasase el nivel de las minorías dirigentes y penetrase en capas más amplias de la sociedad. El objeto de estas medidas era que, tanto el Tribunal arbitral como el conjunto de proposiciones que aprobase el Congreso tuviesen apoyo unánime y fuesen de esa manera eficaces. No era sino la aplicación, a ese americanismo, de aquel supuesto de su concepción regeneracionista -ya comentado- que veía, como condición necesaria dentro de sus esquemas idealistas, para el éxito del mismo, la extensión de esas ideas y sentimientos al conjunto de la sociedad. Parte de las medidas que propone para conseguir esa corriente de opinión son las ya referidas que conformaban su americanismo intelectual y que fueron recogidas literalmente, tal como hemos visto, en el documento del grupo de profesores de la Universidad de Oviedo, por él subscrito.
Pero incluye también otras que no aparecen en aquél. Entre ellas están las de organización en todos los periódicos iberoamericanos de una sección específica dedicada a dar cuenta de los hechos relativos a las relaciones entre sus naciones, así como la ampliación de las secciones referentes al movimiento científico y económico de cada país, dando cabida a esa misma clase de información procedente de los demás. Y asimismo, la constitución en ellos de sociedades culturales que, con el apoyo de las promovidas por las colonias de emigrantes correspondientes, impulsasen todo lo referente a la intimidad de sus relaciones. Igualmente, la convocatoria periódica de un Congreso iberoamericano a celebrar en cada ocasión en una diferente nación.
Posteriormente, en el ya citado libro de 1908 publicado en Valencia y titulado España en América, destinado a ir preparando una opinión favorable entre las clases dirigentes de aquellos países para su inminente viaje americano, Altamira hará una recapitulación del conjunto de medidas aprobadas por este Congreso Hispano-Americano. Lo denomina allí el “Programa del siglo XX” y considera que su cumplimiento significaba la consecución para todos esos países, y de modo especial para España, del impulso regenerador necesario que los podía acercar a la civilización moderna. Como vemos, la vinculación entre regeneracionismo y americanismo sigue estando presente en su pensamiento, atribuyendo a ese americanismo la virtualidad de ser condición necesaria, o al menos decisiva, para lograr la “modernización” que consideraba atributo imprescindible de la recuperación nacional. Al mismo tiempo, la lentitud en el cumplimiento de ese programa le lleva a insistir, aun manteniendo el supuesto ideológico del institucionismo de la necesaria acción de la sociedad civil para su cumplimiento, en la importancia de una intervención más activa del Estado para llevarla a la práctica con la mayor rapidez posible, ante las campañas cada vez más agresivas y planificadas de Estados Unidos y las potencias europeas que pretenden incrementar su influencia en la América hispana.
Aunque, como hemos visto, no pueda considerarse en sentido estricto como tal, pues ya aparecía insinuada en una de las propuestas de su ponencia y venía siendo igualmente uno de los temas destacados en los planteamientos americanistas del senador Rafael María de Labra y Cadrana (1840-1918), la novedad -decimos- que aparece ahora, ocho años después, en relación con ese programa americanista de 1900, es la mayor importancia que Rafael Altamira concede en su discurso a la actuación de las colonias de emigrantes en sus países respectivos, en esa labor de extender una corriente de opinión favorable a la unión hispanoamericana. Por una parte, argumenta el profesor alicantino, los emigrantes españoles en América son la mejor demostración para los americanos de que sí existen condiciones fundamentales en el alma española para la vida moderna, y por ello son un elemento de primer orden para hacer desaparecer los prejuicios que existen todavía respecto a la incapacidad natural del espíritu nacional en ese sentido. Pero, además, con su actuación -que de hacerse consciente por parte de ellos sería mucho más efectiva- también contribuyen a aumentar la confianza en aquellos países de que “la vieja España conquistadora y guerrera ha sido sustituida por una España trabajadora, amiga de la paz y henchida de sentimiento de amor y cooperación hacia sus hermanas del Nuevo Mundo” (p. 24). Aún más, en su discurso llega a mantener que esa acción americanista de los emigrantes españoles en el continente americano debe encauzarse y estimularse, ya que, incluso, puede ser más efectiva que la de los propios políticos y diplomáticos debido al conocimiento in situ de los problemas en dichas naciones y también de las cuestiones derivadas de la acción americanista y sus posibles soluciones en los países hermanos de América.
c) El programa de 1900 y la acción americanista de la Universidad de Oviedo.
El programa americanista de 1900 de los profesores de Oviedo pasó a convertirse, como ya hemos apuntado, en el de la institución ovetense y a ser la pauta a seguir en la activa acción americanista que la misma va a promover entre los años de 1900 y 1910.
Aquí sólo podemos hacer una relación resumida de esa acción por las dimensiones a que debe limitarse este estudio. En primer lugar, está la orientación americanista que va adoptar parte de la tarea investigadora e intelectual de los profesores del “Grupo” o “Movimiento de Oviedo”. Altamira va a realizar una intensa labor propagandística en el sentido y dirección que él le concedía, como hemos explicado. Esa labor puede apreciarse en las dos obras ya citadas que publica en esta etapa: Cuestiones Hispano-Americanas (Madrid, 1900) y España en América (Valencia, 1908); pero también en la labor informativa en la prensa americana, entre la que destaca -sobre todo- su colaboración habitual en un importante medio de expresión de la colonia española en Buenos Aires: España. Revista de la Asociación Patriótica Española. La Asociación Patriótica Española había sido fundada en 1896 para asistir a los inmigrantes españoles y ayudar a España en la guerra con Estados Unidos por el control de Cuba, pues envió 1.000 voluntarios a la guerra y le donó a España el crucero Río de la Plata, que mandó a construir en Francia por importe de cinco millones de francos oro. Colaboración -decimos- en la que, en la línea de lo expuesto anteriormente, Rafael Altamira trató, asimismo, de “coadyuvar a la acción importantísima que representan en aquellos países nuestras colonias de emigrantes”, de estudiar los problemas hispanoamericanos concernientes a las relaciones intelectuales y económicas de España con ellos, de “dar a conocer en América la España actual […] para deshacer prevenciones que contra ella se tienen y disipar ignorancias que le afectan”, y, finalmente, de excitar el celo de los españoles de allá para logar su colaboración activa en la resolución de los problemas nacionales españoles más graves y urgentes.
Esa dedicación hacia las cuestiones americanas la tuvo también, por ejemplo, Adolfo Álvarez-Buylla y González-Alegre (1850-1927), quien se dedicó a estudiar la legislación obrera argentina, como lo demuestra la conferencia que pronunció en 1907 en la Unión Ibero-Americana (fundada en Madrid en 1885). Asimismo, Adolfo González-Posada y Biesca (1860-1944), quien ya en 1900 había publicado la obra titulada Instituciones políticas de los pueblos hispano-americanos (Editorial Reus S. A., Madrid, 183 pp.), dedicada a estudiar el constitucionalismo de la América hispana y que venía a enriquecer los volúmenes de su relevante Tratado de Derecho Político.
En realidad, ya antes del Congreso de 1900 se había iniciado esa actividad americanista de la Universidad asturiana siguiendo las medidas propuestas por Rafael Altamira en su tan mencionado Discurso de 1898. En julio de ese año, el claustro ovetense había conseguido que se insertase en la Gaceta una Real Orden que recogía en sentido laudatorio dos importante circulares de índole americanista. Una, destinada a hacer realidad una de las medidas que después apareció incluida entre las propuestas de 1900 de los profesores de Oviedo, se dirigía a los centros docentes de América solicitando de ellos “las publicaciones que tuvieren hechas o en lo sucesivo hicieren, tanto ellos como sus profesores” y ofrecía en reciprocidad la remisión de “todos los impresos análogos de que sea posible reunir ejemplares, mas también de cuantos libros españoles logre obtener al efecto”. La otra, enviada a las colonias españolas en los estados hispanoamericanos, solicitaba su apoyo económico para poder mantener y ampliar las actividades educativas y sociales extraacadémicas que la institución universitaria asturiana estaba llevando a cabo a sus expensas, como eran la Escuela práctica de estudios sociales y jurídicos (que funcionaba desde hacía cinco años), las Colonias escolares de vacaciones y la Extensión Universitaria (20).
El fruto inmediato de la difusión de esa vocación americana fue el contacto y la relación con los medios intelectuales y académicos del otro lado del Atlántico que se movían en el terreno ideológico del nacionalismo liberal-conservador y también reformista, y entre los que existía una actitud favorable hacia la cultura española como medio de afianzar su identidad cultural frente al avance y temor de absorción por la anglosajona a través de la acentuación de la penetración de Estados Unidos en el resto del continente a través del “panamericanismo”.
En realidad, ya antes del Congreso de 1900 se había iniciado esa actividad americanista de la Universidad asturiana siguiendo las medidas propuestas por Rafael Altamira en su tan mencionado Discurso de 1898. En julio de ese año, el claustro ovetense había conseguido que se insertase en la Gaceta una Real Orden que recogía en sentido laudatorio dos importante circulares de índole americanista. Una, destinada a hacer realidad una de las medidas que después apareció incluida entre las propuestas de 1900 de los profesores de Oviedo, se dirigía a los centros docentes de América solicitando de ellos “las publicaciones que tuvieren hechas o en lo sucesivo hicieren, tanto ellos como sus profesores” y ofrecía en reciprocidad la remisión de “todos los impresos análogos de que sea posible reunir ejemplares, mas también de cuantos libros españoles logre obtener al efecto”. La otra, enviada a las colonias españolas en los estados hispanoamericanos, solicitaba su apoyo económico para poder mantener y ampliar las actividades educativas y sociales extraacadémicas que la institución universitaria asturiana estaba llevando a cabo a sus expensas, como eran la Escuela práctica de estudios sociales y jurídicos (que funcionaba desde hacía cinco años), las Colonias escolares de vacaciones y la Extensión Universitaria (20).
El fruto inmediato de la difusión de esa vocación americana fue el contacto y la relación con los medios intelectuales y académicos del otro lado del Atlántico que se movían en el terreno ideológico del nacionalismo liberal-conservador y también reformista, y entre los que existía una actitud favorable hacia la cultura española como medio de afianzar su identidad cultural frente al avance y temor de absorción por la anglosajona a través de la acentuación de la penetración de Estados Unidos en el resto del continente a través del “panamericanismo”.
La labor intelectual y de propaganda llevada a cabo por Rafael Altamira dando a conocer la orientación americanista de la Universidad de Oviedo en esos medios fue decisiva. Lo demuestran las relaciones intelectuales y personales que estableció, por ejemplo, con el presidente-rector de la argentina Universidad Nacional de La Plata, don Joaquín Víctor González (1863-1923). Precisamente, esta Universidad iba a ser posteriormente una de las que mayor vinculación tendría con la de Oviedo a partir de la estancia académica en ella del propio catedrático alicantino y la de Adolfo González-Posada, tiempo después. Relaciones que Altamira también mantuvo con el destacado profesor, publicista y rector de la Universidad de Chile (Santiago de Chile), Valentín Letelier Madariaga (1852-1919); y con el profesor de la Universidad de La Habana y acendrado defensor en los medios intelectuales y académicos cubanos de la relación cultural con España, don Juan Miguel Dihigo Mestre (1866-1952). Trato que igualmente cuidó con otros importantes eruditos y escritores de aquel continente, como fueron -por citar el nombre de algunos con los que mantuvo una vinculación epistolar más estrecha- el académico y escritor peruano Manuel Ricardo Palma Carrillo (1833-1919), y el ensayista y escritor uruguayo José Enrique Rodó Piñeyro (1871-1917), con quien había establecido comunicación desde los comentarios que el profesor alicantino había dedicado a su breve ensayo Ariel (publicado en 1900 en Montevideo; y también en Madrid ese año, con un juicio crítico de Clarín) en la Revista crítica de Historia y Literatura españolas, portuguesas e hispanoamericanas, reflexiones que incluirá en su libro citado Cuestiones Hispano-Americanas (Madrid, 1900), y que reproducirá también como parte de su prólogo a la edición de Ariel editada en Barcelona en 1926.
Tales conexiones proporcionaron a la Universidad ovetense la posibilidad de llevar a efecto acciones encaminadas a cumplir otra de las medidas del programa, como fueron las visitas y estancias recíprocas de profesores e intelectuales a través de reuniones de carácter científico y cultural, y la propia acción docente.
Entre ellas debe mencionarse la invitación que se hizo -con motivo de la conmemoración del III Centenario de la fundación de la Universidad de Oviedo (1608-1908)- a diversos centros de enseñanza superior de aquellos países y que dio como resultado la presencia en los mencionados actos del representante de la Universidad habanera, el ya aludido profesor Dihigo Mestre, cuya estancia en Oviedo significó el inicio de una fructífera relación con aquella universidad cubana. Pero también debe citarse la invitación cursada por el Gobierno de Costa Rica a Rafael Altamira para que éste se trasladase a aquel país y ocupase la dirección del complejo establecimiento Liceo de Costa Rica (fundado en San José en 1887) y, además, para que colaborase en el desarrollo de la educación de esa nación americana. La no aceptación por su parte de ese encargo determinó que la Universidad ovetense nombrase para ostentar el mismo a otro de sus catedráticos, el de Física General don Arturo Pérez Martín (1872-1936), salmantino que realizó allí -entre 1907 y 1912- una importantísima labor en la modernización del sistema educativo costarricense: en la práctica y principalmente la dirección de las enseñanzas de bachillerato. Tarea de la que siempre estuvo al tanto y en la que colaboró con sus consejos, sin duda, el propio Altamira, como lo demuestra el contenido de la estrecha relación epistolar que mantuvieron. El propio Arturo Pérez fue testigo muy directo de los daños causados por los terremotos que asolaron las ciudades de San José y Cartago en abril y mayo de 1910, remitiendo unas impactantes fotografías a la revista madrileña La Ilustración Española y Americana. [Arturo Pérez Martín, reflejo de toda una época, fue asesinado en septiembre de 1936 siendo catedrático en la Universidad de Valladolid, de la que también había sido vicerrector.]
Tales conexiones proporcionaron a la Universidad ovetense la posibilidad de llevar a efecto acciones encaminadas a cumplir otra de las medidas del programa, como fueron las visitas y estancias recíprocas de profesores e intelectuales a través de reuniones de carácter científico y cultural, y la propia acción docente.
Entre ellas debe mencionarse la invitación que se hizo -con motivo de la conmemoración del III Centenario de la fundación de la Universidad de Oviedo (1608-1908)- a diversos centros de enseñanza superior de aquellos países y que dio como resultado la presencia en los mencionados actos del representante de la Universidad habanera, el ya aludido profesor Dihigo Mestre, cuya estancia en Oviedo significó el inicio de una fructífera relación con aquella universidad cubana. Pero también debe citarse la invitación cursada por el Gobierno de Costa Rica a Rafael Altamira para que éste se trasladase a aquel país y ocupase la dirección del complejo establecimiento Liceo de Costa Rica (fundado en San José en 1887) y, además, para que colaborase en el desarrollo de la educación de esa nación americana. La no aceptación por su parte de ese encargo determinó que la Universidad ovetense nombrase para ostentar el mismo a otro de sus catedráticos, el de Física General don Arturo Pérez Martín (1872-1936), salmantino que realizó allí -entre 1907 y 1912- una importantísima labor en la modernización del sistema educativo costarricense: en la práctica y principalmente la dirección de las enseñanzas de bachillerato. Tarea de la que siempre estuvo al tanto y en la que colaboró con sus consejos, sin duda, el propio Altamira, como lo demuestra el contenido de la estrecha relación epistolar que mantuvieron. El propio Arturo Pérez fue testigo muy directo de los daños causados por los terremotos que asolaron las ciudades de San José y Cartago en abril y mayo de 1910, remitiendo unas impactantes fotografías a la revista madrileña La Ilustración Española y Americana. [Arturo Pérez Martín, reflejo de toda una época, fue asesinado en septiembre de 1936 siendo catedrático en la Universidad de Valladolid, de la que también había sido vicerrector.]
Asimismo, es de destacar, en ese sentido de establecer contactos directos, el primer viaje de cinco meses -en 1910- de Adolfo González-Posada a Argentina y otros países sudamericanos; especialmente su labor académica en la Universidad Nacional de La Plata, y cultural en Buenos Aires. Su presencia en la citada universidad había sido solicitada anteriormente al viaje de Altamira, y González-Posada -que ya no formaba parte del claustro ovetense y sí de la Universidad de Madrid- hizo el viaje tras el de Altamira en representación de la Junta de Ampliación de Estudios (Madrid), aunque también como delegado de la Universidad asturiana. Fruto de dicho viaje vio la luz En América. Una campaña (Librería de Francisco Beltrán, Madrid, 1911, 239 pp.).
En fin, la culminación de esa concreta clase de acción americanista, y, en realidad, debido a las importantes implicaciones que tuvo en toda la labor americanista de la institución académica asturiana, lo constituyó el viaje académico de Rafael Altamira, con los objetivos de intensificar el intercambio cultural y científico, y difundir la experiencia de la Extensión Universitaria por Argentina, Uruguay, Chile, Perú, México y Cuba. Labor cuya valoración, respecto al americanismo español posterior y la influencia cultural y académica que tuvo en América, no podemos realizar aquí por falta de espacio. Un factor importante de su éxito lo constituyó, sin duda, la trabajada organización previa, en la que fue determinante la labor del propio Altamira pero igualmente la del rector Fermín Canella y Secades (1849-1924). Sin dejar a un lado su excepcional capacidad de trabajo, entre junio de 1909 y marzo de 1910 -incluyendo un viaje relámpago a fines de 1909 para asistir en Nueva York al XXV aniversario de la fundación de la American Historical Association y de la American Economic Association, y participar además en el Congreso Histórico Nacional con la presentación de dos trabajos-, Rafael Altamira llevó a cabo más de trescientas cincuenta actividades académicas y culturales por los países que visitó. Todo un marathón que asombra más aún si tenemos en cuenta el grado de desarrollo de los medios de transporte y comunicación de aquella época.
En fin, la culminación de esa concreta clase de acción americanista, y, en realidad, debido a las importantes implicaciones que tuvo en toda la labor americanista de la institución académica asturiana, lo constituyó el viaje académico de Rafael Altamira, con los objetivos de intensificar el intercambio cultural y científico, y difundir la experiencia de la Extensión Universitaria por Argentina, Uruguay, Chile, Perú, México y Cuba. Labor cuya valoración, respecto al americanismo español posterior y la influencia cultural y académica que tuvo en América, no podemos realizar aquí por falta de espacio. Un factor importante de su éxito lo constituyó, sin duda, la trabajada organización previa, en la que fue determinante la labor del propio Altamira pero igualmente la del rector Fermín Canella y Secades (1849-1924). Sin dejar a un lado su excepcional capacidad de trabajo, entre junio de 1909 y marzo de 1910 -incluyendo un viaje relámpago a fines de 1909 para asistir en Nueva York al XXV aniversario de la fundación de la American Historical Association y de la American Economic Association, y participar además en el Congreso Histórico Nacional con la presentación de dos trabajos-, Rafael Altamira llevó a cabo más de trescientas cincuenta actividades académicas y culturales por los países que visitó. Todo un marathón que asombra más aún si tenemos en cuenta el grado de desarrollo de los medios de transporte y comunicación de aquella época.
d) Las consecuencias del viaje a América de Altamira: un nuevo y último programa americanista de la Universidad de Oviedo.
Los brillantes resultados del viaje de Rafael Altamira, y la experiencia que había obtenido en su periplo americano, tuvieron como consecuencia la plasmación por parte de la Universidad de Oviedo de un nuevo y más ambicioso programa americanista, en cuya puesta en práctica ésta se atribuía un papel de primer orden como correspondía a su iniciativa en esta materia. Fue, pues, el tercero y también el último de esta primera etapa americanista de la institución establecida en el viejo caserón de la ovetense calle de San Francisco (21).
Altamira presentó al Claustro el balance de su viaje, cuyos resultados concretos fueron la base para la confección del nuevo programa. Estos resultados se compendiaban en: la aceptación del intercambio de profesores y publicaciones por todas las Universidades y centros académicos de los países visitados; la creación de los estudios del Derecho en México, incluyendo el español; el ofrecimiento -como colaboradores- en la tarea de difundir la cultura española de profesores de México, Perú y Chile; su propio nombramiento por la Universidad Nacional de La Plata como profesor titular de la cátedra de Metodología de la Historia; el requerimiento por parte de la República de Colombia de las leyes orgánicas de Instrucción pública española para reajustar su sistema de enseñanza; el envío desde Argentina, Chile, Perú y México de grandes lotes de libros, amén de los regalados personalmente a Altamira, que éste donó graciosamente a la Universidad ovetense; y la petición por parte de las colonias españolas en América de la creación y fomento de escuelas primarias especiales para emigrantes.
Los brillantes resultados del viaje de Rafael Altamira, y la experiencia que había obtenido en su periplo americano, tuvieron como consecuencia la plasmación por parte de la Universidad de Oviedo de un nuevo y más ambicioso programa americanista, en cuya puesta en práctica ésta se atribuía un papel de primer orden como correspondía a su iniciativa en esta materia. Fue, pues, el tercero y también el último de esta primera etapa americanista de la institución establecida en el viejo caserón de la ovetense calle de San Francisco (21).
Altamira presentó al Claustro el balance de su viaje, cuyos resultados concretos fueron la base para la confección del nuevo programa. Estos resultados se compendiaban en: la aceptación del intercambio de profesores y publicaciones por todas las Universidades y centros académicos de los países visitados; la creación de los estudios del Derecho en México, incluyendo el español; el ofrecimiento -como colaboradores- en la tarea de difundir la cultura española de profesores de México, Perú y Chile; su propio nombramiento por la Universidad Nacional de La Plata como profesor titular de la cátedra de Metodología de la Historia; el requerimiento por parte de la República de Colombia de las leyes orgánicas de Instrucción pública española para reajustar su sistema de enseñanza; el envío desde Argentina, Chile, Perú y México de grandes lotes de libros, amén de los regalados personalmente a Altamira, que éste donó graciosamente a la Universidad ovetense; y la petición por parte de las colonias españolas en América de la creación y fomento de escuelas primarias especiales para emigrantes.
Partiendo de esas realidades y demandas detectadas por la experiencia de Rafael Altamira en su viaje, el Claustro trazó ya una primera versión del programa para responder a ellas y satisfacerlas. La intención, inconclusa por lo que ocurrió después -como puede apreciarse por el encabezamiento que presenta el documento en el que se recogen las propuestas formalizadas-, era presentarlo al presidente del Consejo de Ministros José Canalejas Méndez (1854-1912) y al conde de Romanones (1863-1950) -su lugarteniente- para recabar la infraestructura legal y el apoyo económico preciso para realizarlo. Consistía esencialmente en la creación de un Centro cultural hispano-americano, que se entiende tendría su sede en Oviedo, y que se encargaría de cubrir de manera centralizada todas esas demandas y necesidades provenientes de América.
Serían sus funciones concretas: el protocolo de recibimiento a los profesores y alumnos que enviasen a España los centros universitarios americanos; el acogimiento de los delegados que visitasen España y el envío de toda clase de publicaciones -muy escogidas, pues así se especifica en el documento- a los países que las requieran, como ya había sido el caso de Perú a raíz del viaje de Altamira; el asesoramiento pedagógico y de materia político-educativa a aquellas naciones que inquiriesen la transformación de sus sistemas educativos siguiendo el modelo español, como era el caso ya mencionado de Colombia; la organización en Oviedo una Biblioteca Hispano-Americana compuesta de una doble sección (fija y circulante), a partir de los fondos ya existentes originados por el intercambio de publicaciones con esas repúblicas -puesto en marcha desde 1900- y con las remesas de libros ya enviadas por algunos de esos países como consecuencia del viaje de Altamira y las posteriores que se hiciesen; creación de escuelas para emigrantes y apoyo a las mismas; y mantenimiento de una relación centralizada y continua con la prensa de Madrid -y de provincias españolas- y de América para uniformar la propaganda de unión cultual de España y los pueblos hispanoamericanos al objeto de contrarrestar la influencia de Estados Unidos y otras naciones europeas (“el pulpo que nos devora”, dirán los publicistas hispanos del momento). Finalmente, ese centro cultural también se encargaría de la publicación de un boletín o revista mensual en la que deberían colaborar las universidades españolas y americanas.
Sin embargo, ese programa fue pronto superado por otro más ambicioso, aunque, no obstante, continuaba en esencia la línea del americanismo intelectual que propugnaba el catedrático alicantino y -dentro de ese americanismo de corte intelectual- del que le correspondía llevar a cabo a la institución universitaria española en particular. La causa de dicha retirada fue la conciencia que a niveles gubernamentales empezó a adquirirse de las posibilidades de capitalización política que podían obtenerse del éxito del viaje de Rafael Altamira, pues hasta entonces, España carecía de una política exterior coherente e ignoraba el mundo hispanoamericano. Altamira obtuvo el apoyo del rey Alfonso XIII en las audiencias oficiales que con él mantuvo para explicarle el desarrollo y los resultados de su célebre viaje. Y tal apoyo dio pie para que la Universidad ovetense proyectase y aprobase un programa americanista de más altos vuelos, que se entendió como continuación de la obra americanista emprendida por la institución universitaria asturiana. De hecho, se atribuía en él -por su incuestionable experiencia- un papel de primer orden y se presentaba como modelo a seguir por las otras universidades españolas. Las nuevas medidas propuestas, en este caso mucho más concretas y desarrolladas como correspondía a un programa con elevadas posibilidades de realización efectiva, se dirigían ahora al ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes. La comisión claustral formada al efecto y firmantes del instrumento aprobado estuvo constituida por Justo Álvarez Amandi (1839-1919), decano de la Facultad de Filosofía y Letras; Gerardo Berjano Escobar (1850-1924), decano de la Facultad de Derecho; José Mur Ainsa (1870-1956), decano de la Facultad de Ciencias, y Rafael Altamira, que actuó como ponente y quien probablemente fue su principal inspirador.
Las medidas que ahora se proponían eran las siguientes: concesión de un crédito especial para el intercambio de profesores con las universidades hispanoamericanas; creación en la provincia de Oviedo de una escuela modelo para emigrantes e inspección de las existentes en la región; aprobación de una franquicia de aduanas para los envíos de libros y de material de enseñanza desde los centros docentes hispanoamericanos; auxilio a las delegaciones escolares españolas para asistir a los congresos de estudiantes hispanoamericanos; promoción del intercambio de trabajos escolares y materiales de enseñanza; y la transformación de aquel proyectado Centro cultural hispano-americano en una Sección americanista de la Universidad de Oviedo.
Serían sus funciones concretas: el protocolo de recibimiento a los profesores y alumnos que enviasen a España los centros universitarios americanos; el acogimiento de los delegados que visitasen España y el envío de toda clase de publicaciones -muy escogidas, pues así se especifica en el documento- a los países que las requieran, como ya había sido el caso de Perú a raíz del viaje de Altamira; el asesoramiento pedagógico y de materia político-educativa a aquellas naciones que inquiriesen la transformación de sus sistemas educativos siguiendo el modelo español, como era el caso ya mencionado de Colombia; la organización en Oviedo una Biblioteca Hispano-Americana compuesta de una doble sección (fija y circulante), a partir de los fondos ya existentes originados por el intercambio de publicaciones con esas repúblicas -puesto en marcha desde 1900- y con las remesas de libros ya enviadas por algunos de esos países como consecuencia del viaje de Altamira y las posteriores que se hiciesen; creación de escuelas para emigrantes y apoyo a las mismas; y mantenimiento de una relación centralizada y continua con la prensa de Madrid -y de provincias españolas- y de América para uniformar la propaganda de unión cultual de España y los pueblos hispanoamericanos al objeto de contrarrestar la influencia de Estados Unidos y otras naciones europeas (“el pulpo que nos devora”, dirán los publicistas hispanos del momento). Finalmente, ese centro cultural también se encargaría de la publicación de un boletín o revista mensual en la que deberían colaborar las universidades españolas y americanas.
Sin embargo, ese programa fue pronto superado por otro más ambicioso, aunque, no obstante, continuaba en esencia la línea del americanismo intelectual que propugnaba el catedrático alicantino y -dentro de ese americanismo de corte intelectual- del que le correspondía llevar a cabo a la institución universitaria española en particular. La causa de dicha retirada fue la conciencia que a niveles gubernamentales empezó a adquirirse de las posibilidades de capitalización política que podían obtenerse del éxito del viaje de Rafael Altamira, pues hasta entonces, España carecía de una política exterior coherente e ignoraba el mundo hispanoamericano. Altamira obtuvo el apoyo del rey Alfonso XIII en las audiencias oficiales que con él mantuvo para explicarle el desarrollo y los resultados de su célebre viaje. Y tal apoyo dio pie para que la Universidad ovetense proyectase y aprobase un programa americanista de más altos vuelos, que se entendió como continuación de la obra americanista emprendida por la institución universitaria asturiana. De hecho, se atribuía en él -por su incuestionable experiencia- un papel de primer orden y se presentaba como modelo a seguir por las otras universidades españolas. Las nuevas medidas propuestas, en este caso mucho más concretas y desarrolladas como correspondía a un programa con elevadas posibilidades de realización efectiva, se dirigían ahora al ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes. La comisión claustral formada al efecto y firmantes del instrumento aprobado estuvo constituida por Justo Álvarez Amandi (1839-1919), decano de la Facultad de Filosofía y Letras; Gerardo Berjano Escobar (1850-1924), decano de la Facultad de Derecho; José Mur Ainsa (1870-1956), decano de la Facultad de Ciencias, y Rafael Altamira, que actuó como ponente y quien probablemente fue su principal inspirador.
Las medidas que ahora se proponían eran las siguientes: concesión de un crédito especial para el intercambio de profesores con las universidades hispanoamericanas; creación en la provincia de Oviedo de una escuela modelo para emigrantes e inspección de las existentes en la región; aprobación de una franquicia de aduanas para los envíos de libros y de material de enseñanza desde los centros docentes hispanoamericanos; auxilio a las delegaciones escolares españolas para asistir a los congresos de estudiantes hispanoamericanos; promoción del intercambio de trabajos escolares y materiales de enseñanza; y la transformación de aquel proyectado Centro cultural hispano-americano en una Sección americanista de la Universidad de Oviedo.
Los objetivos y funciones que debía cumplir esta Sección americanista eran algunos de los que se habían propuesto entonces para el mencionado centro cultural, como eran la atención a la organización y funcionamiento de los fondos americanistas, el intercambio de publicaciones y la realización de la labor de propaganda y divulgación. Pero, dada la orientación que ahora se le atribuía, se añadía la tarea de dar conferencias y cursos breves sobre Historia, Economía, Derecho, Organización social, Literatura,… de las naciones hispanoamericanas. Éste fue el programa que el propio Rafael Altamira presentó al monarca Alfonso XIII en la segunda de las dos audiencias que con él mantuvo; tuvo lugar el día 7 de junio de 1910.
Parte de esas medidas recibieron la plasmación legal a través de Reales Decretos y Reales Órdenes. Pero en ellas no se mencionará a la Universidad de Oviedo como institución precursora e impulsora de esa labor americanista, ni se recogerán tampoco en ellas aquellos aspectos que concretamente le daban un papel destacado en la continuación de dicha labor. Circunstancia que motivó el descontento del Claustro ovetense e incluso la protesta del rector Fermín Canella y Secades, que escribió a una alta personalidad política ligada al americanismo -quizás Rafael María de Labra- manifestándole su disgusto. Esta preterición y el hecho de que Altamira fuese nombrado para dirigir la Dirección General de Enseñanza Primaria, abandonando Oviedo y dejando en segundo plano su activa dedicación americanista mientras estuvo al frente de su nuevo cargo, fueron, a pesar de los deseos e intenciones reiteradas del Rectorado ovetense de continuar en esa orientación, las razones que poco a poco pusieron fin a esta etapa de intensa labor americanista de la Universidad de Oviedo.
4.- La recepción del pensamiento y la obra americanista de Altamira: la polémica entre Eva Canel y Constantino Suárez, “Españolito”.
Dadas las características del pensamiento y la obra americanistas de Rafael Altamira es, hasta cierto punto, explicable que tuviese una recepción negativa, no sólo entre los sectores americanos que mantenían actitudes motivadas por el consciente y hasta beligerante sentimiento de nacionalismo antiespañol que había alimentado el proceso de independencia, sino también en los medios hispanoamericanos y entre los inmigrantes de las colonias españolas vinculados al tradicionalismo y pensamiento conservador. Es la interpretación negativa de su americanismo -desde esa perspectiva ideológica- la que va a determinar la polémica mantenida entre dos importantes periodistas y escritores asturianos muy conocidos de la colonia española de Cuba, no sólo por su obra literaria sino también por la intensa labor propagandística y cultural que realizaron: Agar Eva Infanzón Canel (Coaña, 30 de enero de 1857 - La Habana, 2 de mayo de 1932), más conocida por su pseudónimo literario “Eva Canel”, y Constantino Suárez Fernández (Avilés; 10 de septiembre de 1890 - Madrid; 4 de marzo de 1941), conocido con el seudónimo “Españolito”.
Por su parte, Constantino Suárez, Españolito, fue el típico personaje producto de la emigración asturiana a Cuba, primer lugar de destino. Al día de hoy está falto de una buena y merecida biografía. De ideales republicanos, llegó a la isla caribeña desde su Avilés natal después de la guerra, a la edad de dieciséis años, sin oficio ni beneficio, aunque con cierta preparación en este caso, pues había cursado el bachillerato e iniciado los estudios de profesor mercantil. Al principio trabajó de pinche y de dependiente en un comercio de tejidos, pero al poco tiempo ya es viajante comisionista. Hacia 1912 se instala en Sagua la Grande (Las Villas y luego provincia de Santa Clara) con negocio propio: una librería. Tiene tiempo para leer y frecuentar La Habana. En el momento en el que va a polemizar con Eva Canel simultaneaba esas ocupaciones con las tareas de periodista (Diario Español, Diario de la Marina,…), al mismo tiempo que daba sus primeros pasos como escritor: en 1915 publica en La Habana ¡Emigrantes! Obra de dos ensayos en forma novelesca -ciertamente no de gran calidad literaria- que desataron furias hispanófobas (fue tildado de “extranjero pernicioso”) y llegó a ser “candidato a soportar la ley de defensa social” vigente en la Cuba de la época, en la que se plantea crudamente el drama de la emigración española en América y en la que se incluyen varios excursos sobre sus ideas americanistas, apreciándose en el texto el influjo de los planteamientos de Altamira. Tema éste, de los emigrantes, recurrente en la obra posterior de Españolito, al que dedicó también dos novelas propiamente dichas: la primeriza Oros son triunfo (Imprenta de B. Bauzá, Barcelona, 1917, 293 pp.), cuyos personajes comentan las críticas recibidas por ¡Emigrantes! ; e Isabelina (Sucesores de Rivadeneyra, Madrid, 1924, 260 pp.), historia trágica de un viejo indiano, aunque en este caso ambientada en Avilés y de carácter costumbrista. Sin duda, cuando se emigra, siempre se es un emigrado, una condición especial que se quedó en el alma de Constantino Suárez para siempre.
El profesor alicantino tras su relativo paréntesis americanista, obligado por las ocupaciones de su alto cargo en la administración educativa, había iniciado -con gran ímpetu- una nueva campaña en la que no podía faltar la atención a uno de los aspectos que, como ya hemos visto, le concedía una gran importancia: la exaltación americanista entre las colonias de emigrantes. Entre otras colaboraciones en periódicos americanos que tenemos documentados por esos años, como en El Tiempo de Bogotá (fundado en 1911) o en El Siglo de Montevideo (fundado en 1863), Rafael Altamira había comenzado en 1915 a publicar sus artículos en una sección fija en el Diario Español de La Habana (Paseo de Martí, 117), periódico fundado y dirigido desde 1907 por el ferrolano Adelardo Novo Brocas (1880-1939).
Este diario era también en el que colaboraba asiduamente en aquellos momentos Constantino Suárez, y difundía la opinión de los sectores de la emigración española en Cuba que se movían, como era el caso de Españolito, en el proyecto ideológico de un nacionalismo español más avanzado que el que defendían los hispanófilos conservadores y tradicionalistas. Esta línea se correspondía, pues, perfectamente con los planteamientos de Altamira, como puede apreciarse por lo que Novo escribe a Altamira en una carta dirigida a éste con motivo del inicio de su colaboración periodística, colaboración por la que iba a recibir la no despreciable cantidad -para la época- de ciento cincuenta pesetas:
“Me ha dejado satisfechísimo -le escribe Adelardo Novo a Altamira- su artículo-programa. A eso aspiré siempre que busqué colaboración en España y no he podido convencer a algunos de que la misión del escritor español que escribe para fuera de España, no debe ser otra que la de cultivar el optimismo del que estamos necesitados los que vivimos lejos de una patria tan combatida injustamente sobre todo en América” (23).
Más adelante, en la carta, el director de el Diario Español precisa todavía más lo que espera de Rafael Altamira con su colaboración, expresando con ello, además, la línea ideológica directriz del periódico:
“Vd. por la autoridad de su firma en América, desarrollando su programa en el “Diario Español” puede ser capaz por sí solo de contrarrestar la labor de ignorantes cuya enemiga hacia España está alentada por esa serie de escritores españoles que se empeñan en venir a ventilar a las columnas de la prensa hispanoamericana asuntos de familia que deben quedar encerrados en los recintos de la casa doméstica. No sabe Vd. lo que celebro haber encontrado un colaborador de los prestigios de Vd. para esta campaña hispana que el “Diario Español” viene realizando desde su fundación” (24).
Como confesó en más de una ocasión, la admiración de Constantino Suárez por Rafael Altamira provenía desde su adolescencia, a raíz de la estancia cubana de éste con motivo de su popular gira americana. Pero el conocimiento e identificación con sus proyectos americanistas en esos años se habían reafirmado, sin duda, con la lectura no sólo de sus artículos en el citado periódico cubano sino también con la de sus libros, que Españolito, en el transcurso de la polémica con Eva Canel, reconoce que forman parte muy apreciada de la biblioteca personal que lleva en su baúl de viajante, el benjamín -“casi un niño”- de los viajantes de comercio, al decir de Canel.
Aunque Eva Canel terminó residiendo en Cuba definitivamente hasta su fallecimiento, en 1914 vuelve por razones circunstanciales, reanudando la labor periodística en la prensa cubana -que en realidad no había abandonado del todo pues había seguido publicando en el oligárquico Diario de la Marina que dirigía Nicolás Rivero Muñiz (1849-1919)- y también su combativa tarea de difusión de las ideas hispanófilas tradicionalistas, ahora en el nuevo ambiente político que se vive en la Gran Antilla, aunque sus ideas estaban ya definitivamente en contraposición con las corrientes de los tiempos. De sus impresiones, tras el recorrido que realizó por su geografía, surgió un libro de viajes titulado Lo que ví en Cuba (A través de la isla), publicado en La Habana en 1916. En sus nostálgicas páginas está el origen de la polémica con Españolito sobre la figura de Rafael Altamira. Curiosamente, en ese recorrido Eva Canel -cercana a los sesenta años- se encontró personalmente con el propio Españolito en agosto de 1915: “En Encrucijada [población descuidada que entonces formaba parte de la jurisdicción de Sagua la Grande] nos esperaba Constantino Suárez, el simpático Españolito, que se dedicó a mover a todo el mundo en mi obsequio”, a quien reitera su gratitud al dejar Encrucijada (pp. 382-383). Canel se hospedó en el moderno hotel del asturiano José R. Alvaré, levantado en tal localidad no hacía mucho tiempo.
“Me ha dejado satisfechísimo -le escribe Adelardo Novo a Altamira- su artículo-programa. A eso aspiré siempre que busqué colaboración en España y no he podido convencer a algunos de que la misión del escritor español que escribe para fuera de España, no debe ser otra que la de cultivar el optimismo del que estamos necesitados los que vivimos lejos de una patria tan combatida injustamente sobre todo en América” (23).
Más adelante, en la carta, el director de el Diario Español precisa todavía más lo que espera de Rafael Altamira con su colaboración, expresando con ello, además, la línea ideológica directriz del periódico:
“Vd. por la autoridad de su firma en América, desarrollando su programa en el “Diario Español” puede ser capaz por sí solo de contrarrestar la labor de ignorantes cuya enemiga hacia España está alentada por esa serie de escritores españoles que se empeñan en venir a ventilar a las columnas de la prensa hispanoamericana asuntos de familia que deben quedar encerrados en los recintos de la casa doméstica. No sabe Vd. lo que celebro haber encontrado un colaborador de los prestigios de Vd. para esta campaña hispana que el “Diario Español” viene realizando desde su fundación” (24).
Como confesó en más de una ocasión, la admiración de Constantino Suárez por Rafael Altamira provenía desde su adolescencia, a raíz de la estancia cubana de éste con motivo de su popular gira americana. Pero el conocimiento e identificación con sus proyectos americanistas en esos años se habían reafirmado, sin duda, con la lectura no sólo de sus artículos en el citado periódico cubano sino también con la de sus libros, que Españolito, en el transcurso de la polémica con Eva Canel, reconoce que forman parte muy apreciada de la biblioteca personal que lleva en su baúl de viajante, el benjamín -“casi un niño”- de los viajantes de comercio, al decir de Canel.
Aunque Eva Canel terminó residiendo en Cuba definitivamente hasta su fallecimiento, en 1914 vuelve por razones circunstanciales, reanudando la labor periodística en la prensa cubana -que en realidad no había abandonado del todo pues había seguido publicando en el oligárquico Diario de la Marina que dirigía Nicolás Rivero Muñiz (1849-1919)- y también su combativa tarea de difusión de las ideas hispanófilas tradicionalistas, ahora en el nuevo ambiente político que se vive en la Gran Antilla, aunque sus ideas estaban ya definitivamente en contraposición con las corrientes de los tiempos. De sus impresiones, tras el recorrido que realizó por su geografía, surgió un libro de viajes titulado Lo que ví en Cuba (A través de la isla), publicado en La Habana en 1916. En sus nostálgicas páginas está el origen de la polémica con Españolito sobre la figura de Rafael Altamira. Curiosamente, en ese recorrido Eva Canel -cercana a los sesenta años- se encontró personalmente con el propio Españolito en agosto de 1915: “En Encrucijada [población descuidada que entonces formaba parte de la jurisdicción de Sagua la Grande] nos esperaba Constantino Suárez, el simpático Españolito, que se dedicó a mover a todo el mundo en mi obsequio”, a quien reitera su gratitud al dejar Encrucijada (pp. 382-383). Canel se hospedó en el moderno hotel del asturiano José R. Alvaré, levantado en tal localidad no hacía mucho tiempo.
La crítica de Eva Canel estaba revestida de cierta condescendencia respecto a Españolito, como si su actitud elogiosa hacia Rafael Altamira no fuera sino un pecado de juventud, en la que -por inmadurez- es fácil dejarse influir por libros de ideas extraviadas. En cambio, las referencias que hacía al profesor alicantino -en la segunda parte de aquel texto- aludían a su conocido viaje americano, valorando negativa y duramente su papel, con argumentos ad hominem, a la vez que expresaba el gran interés y la actitud crítica con que le había seguido:
“Dice “el Españolito” que el profesor Altamira es el más facultado para hablar de América. ¿De dónde saca esto? El profesor Altamira vino a las Américas a lo que bien sabemos los que seguíamos su labor y sus pasos: vino “pro domo sua” y bien que lo ha probado” (25).
Más adelante precisa estas críticas y, en términos aún más ofensivos para el americanista español, le acusa de haber renunciado a sus ideales republicanos colaborando con el partido liberal a cambio del cargo para el que había sido nombrado en el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes después del citado viaje:
“Otros han venido a la América para “far l´America”, como dicen los italianos y hacerla en poco tiempo; a éstos se les han hecho suscripciones, además de sus sueldos y se les han hecho suscripciones a título de republicanos más que de otra cosa y al regresar a España, pasaron a la monarquía con cartuchera y rifle, explotando el cartel de una fraternidad hispanoamericana que no se afirma ni con visitas, ni con banquetes, ni con lirismo hueros”.
No sólo su hispanoamericanismo es más desinteresado, termina diciendo Eva Canel refiriéndose a sí misma, sino que se fundamenta en una larga experiencia vivida que no ha tenido Altamira ni todavía ha adquirido por su juventud Españolito. Además insinúa la posible existencia de algún enfrentamiento suyo o alusión denigratoria del profesor alicantino contra ella:
“Para que “Españolito” y otros españoles sepan dónde están los problemas hispanoamericanos es necesario que conozcan a fondo las cosas y los hombres de ambos mundos: “que sufran” en América TREINTA Y DOS AÑOS y de ellos “veintisiete” sin otro afán ni otro objetivo que el de estudiar, unificar, hacer justicia, defender a España contra insidias, injurias y calumnias, algunas escritas por esos españoles “impecables”, según “Españolito”, cuando no quiere que se les desnude y se les ponga al sol para ver si se curan de muchas lacras que afean su historia intelectual y pública.
Es una lástima que muchacho tan bien intencionado se meta para juzgar al prójimo, en una sola alforja. Hay que meterse en ambas para buscar el equilibrio” (26).
La respuesta de Constantino Suárez no se hizo esperar. La publica el 2 de agosto de 1916 en el habanero Diario Español con el título de “Carta abierta” (27). Y, en ella, con un tono crítico pero respetuoso para Eva Canel (en la dedicatoria se lee: “A mi talentosa y culta amiga doña Eva Canel”) y reconociendo las diferencias ideológicas que existen entre ambas posiciones, se reafirma en la competencia americanista de Altamira apoyándose en el valor de sus libros y folletos. Apunta que no sólo él sino la mayoría de los españoles que viven en América reconocen en Rafael Altamira un arquetipo de intelectual moderno, “la más alta representación cultural que vino de España, y de cuya peregrinación, a pesar de los años, ha dejado tan luminosa estela, que aun sus claridades nos enamoran con el ideal de ver mañana una España ingente”. Rechaza las acusaciones de las motivaciones materiales de aquél en su viaje de 1909-1910 y acepta, no sólo como válida sino también como recomendable para otros similares, su condición de viaje subvencionado -lo afirma categóricamente- por el Gobierno español.
Pero paralelamente a este enfrentamiento dialéctico público subyace una dimensión privada y muy particular de la polémica, en la que aparece la intervención directa de Rafael Altamira. Constantino Suárez va a escribir a éste enviándole los artículos de la disputa y como consecuencia se va a establecer entre ellos una duradera relación epistolar, de cierta familiaridad. La cual, no sólo nos va a proporcionar algunos datos e impresiones personales del propio catedrático sobre su viaje americano, defendiéndose de las acusaciones de la publicista coañesa, sino que también nos va a desvelar el verdadero juicio que a Españolito le merece Eva Canel. Pero es que, además, ese intercambio postal que se mantiene hasta 1919 -es decir, hasta dos años antes de que Constantino Suárez vuelva definitivamente a España- va a suponer el inicio de una estrecha relación entre ambos, trato que ha pasado desapercibido para sus biógrafos respectivos y cuyas consecuencias para Españolito significarán la consolidación definitiva de su vocación americanista, asunto que constituye uno de los temas esenciales de su obra, como lo demuestra el posterior libro recopilatorio (ensayos y crítica) titulado Ideas (B. Bauzá Editor, Barcelona, 1921, 293 pp.) y, sobre todo, el estudio de madurez -crítico y con propuestas sugerentes- sobre las relaciones de España y América y el falso hispanoamericanismo, La verdad desnuda (Rivadeneyra, Madrid, 185 pp.; dos ediciones en 1924), a través de diecisiete ensayos; e incluso, como se desprende de las orientaciones y consejos que le da Rafael Altamira, dicho intercambio epistolar fue un hecho relevante para su definitiva dedicación a la tarea de publicista y escritor.
El contenido de esa correspondencia lo hemos conocido a partir de seis cartas autógrafas de Constantino Suárez que hemos encontrado entre los papeles personales de Altamira, y que hasta hoy [1996] permanecían inéditas en el denominado Fondo Rafael Altamira depositado provisionalmente y sin catalogar en la Biblioteca Central de la Universidad de Oviedo. No hemos logrado localizar las respuestas de éste, pero la reconstrucción de ese intercambio epistolar ha sido posible gracias al propio hilo argumental de las escritas por Españolito y por algunos fragmentos o pasajes que el avilesino incluye de las de Altamira en forma de notas a pie de página en la edición de los textos de los artículos periodísticos de la señalada polémica en su obra La Des-Unión Hispano-Americana y otras cosas. (Bombos y palos a diestra y siniestra), publicada en 1919 y dedicada -no podía ser de otra manera- al catedrático alicantino. En concreto en la páginas 47 y 53-54 (párrafos de una carta de Altamira de fecha 7 de septiembre de 1916).
Las cartas se escalonan entre los años de 1916 y 1919. La primera lleva fecha de 8 de agosto de 1916 y la última de la que tenemos noticia es de 7 de marzo de 1919. Sólo en las dos primeras aparecen referencias a la polémica. En la primera relata a Rafael Altamira los términos de aquélla por si no había llegado a su conocimiento, calificando a Eva Canel de “compatriota que se dedica por estas tierras a predicar ideales españoles, grandes por lo de españoles y muy a lo de Fernando VII por lo doctrinarios”; y termina ofreciéndole “el entusiasmo de quien comenzó a admirarle cuando niño y cada vez le admira más”. En su contestación Altamira explica cómo se habían sufragado los gastos de su viaje americano de 1909-1910, rechazando las acusaciones de Eva Canel y rectificando, incluso, al propio Constantino Suárez, aclarándole que tampoco el viaje contó con ninguna subvención del Gobierno español. En el caso concreto de su estancia en Cuba precisa Rafael Altamira que fue el Gobierno cubano quien pagó su cuenta de hotel, “pero sin que yo le pidiera ni me diese nada, ni por las conferencias ni por ningún otro trabajo”. Y finalizaba Altamira: “Todo eso está contado y justificado documentalmente en el libro Mi viaje a América”. E igualmente rechaza -en carta fechada el 7 de septiembre de 1916- los datos que Eva Canel, en la contrarréplica a Españolito en el Diario de la Marina, aportaba para reafirmarse en sus acusaciones, haciendo referencia a su estancia en Argentina y aludiendo a las recriminaciones que, después de abandonar Altamira dicha república, había lanzado contra él un resentido Carlos Octavio Bunge (catedrático de la Facultad de Derecho de Buenos Aires, que apetecía el puesto que el gobierno argentino había ofrecido a Altamira y que éste finalmente no aceptó “por motivos patrióticos”) y a las elevadas cantidades que, según ella, había cobrado años antes por sus dos intervenciones públicas (sobre Ciencia y Metodología jurídicas) en la Universidad Nacional de Córdoba.
En carta de 15 de febrero de 1917, ante el ruego que debió de hacerle Altamira -en la inmediata anterior misiva de respuesta - de que divulgase su última obra americanista España y el programa americanista (Madrid, 1917, 252 pp.), Españolito vuelve a referirse con palabras descalificadoras a Eva Canel y al sector tradicionalista que representaba, y al mismo tiempo resalta la aceptación y el prestigio que sus ideas y su figura [la de Altamira] continúan teniendo en Cuba. Al comunicarle que acepta gustoso la petición para dar a conocer el citado libro, le escribe en ese sentido que “no sólo diré algo; pienso decir mucho y lamento de veras para momentos como éste no tener mejor y más autorizada pluma, pero tengo en apoyo mío para que se me lea y hasta se me obedezca por los pocos que compran libros, las generales y sólidas simpatías que Vd. tiene aquí, donde salvo alguna beata pedantuela que V. conoce y algún que otro sacristán de aldea [los destacados en cursiva son nuestros], son muchísimos, miles, los que le admiramos y queremos a Vd.” Constantino Suárez cumplió su palabra y dedicó dos elogiosos artículos en el Diario Español a comentar la mencionada obra de Altamira (“Un gran libro de Altamira”, 27 diciembre, 1917; “Apostillas”, 18 octubre 1918).
Así pues, en conclusión, cinco años después de finalizado, todavía se hablaba en América del famoso viaje del profesor alicantino, fuese en términos elogiosos o de rechazo. Aunque lo cierto es que la figura de Rafael Altamira y Crevea, avivada por su presencia en la prensa y en los foros americanos en el marco de su nueva campaña americana, se había convertido -para unos y otros- en una figura representativa por excelencia del americanismo español, en el fundador “científico” del americanismo universitario español que ha dejado huella para siempre. En cambio, cinco años después, la acción americanista de la Universidad de Oviedo, de la que el mencionado viaje no había sido sino su colofón, comenzaba a ser ya sólo el recuerdo de una dimensión fundamental de la actividad académica y social en la que, indudablemente, ha pasado a ser una de las más brillantes etapas de su historia, como cuna del americanismo universitario. Otros centros estuvieron prestos a tomar el relevo.
En carta de 15 de febrero de 1917, ante el ruego que debió de hacerle Altamira -en la inmediata anterior misiva de respuesta - de que divulgase su última obra americanista España y el programa americanista (Madrid, 1917, 252 pp.), Españolito vuelve a referirse con palabras descalificadoras a Eva Canel y al sector tradicionalista que representaba, y al mismo tiempo resalta la aceptación y el prestigio que sus ideas y su figura [la de Altamira] continúan teniendo en Cuba. Al comunicarle que acepta gustoso la petición para dar a conocer el citado libro, le escribe en ese sentido que “no sólo diré algo; pienso decir mucho y lamento de veras para momentos como éste no tener mejor y más autorizada pluma, pero tengo en apoyo mío para que se me lea y hasta se me obedezca por los pocos que compran libros, las generales y sólidas simpatías que Vd. tiene aquí, donde salvo alguna beata pedantuela que V. conoce y algún que otro sacristán de aldea [los destacados en cursiva son nuestros], son muchísimos, miles, los que le admiramos y queremos a Vd.” Constantino Suárez cumplió su palabra y dedicó dos elogiosos artículos en el Diario Español a comentar la mencionada obra de Altamira (“Un gran libro de Altamira”, 27 diciembre, 1917; “Apostillas”, 18 octubre 1918).
Así pues, en conclusión, cinco años después de finalizado, todavía se hablaba en América del famoso viaje del profesor alicantino, fuese en términos elogiosos o de rechazo. Aunque lo cierto es que la figura de Rafael Altamira y Crevea, avivada por su presencia en la prensa y en los foros americanos en el marco de su nueva campaña americana, se había convertido -para unos y otros- en una figura representativa por excelencia del americanismo español, en el fundador “científico” del americanismo universitario español que ha dejado huella para siempre. En cambio, cinco años después, la acción americanista de la Universidad de Oviedo, de la que el mencionado viaje no había sido sino su colofón, comenzaba a ser ya sólo el recuerdo de una dimensión fundamental de la actividad académica y social en la que, indudablemente, ha pasado a ser una de las más brillantes etapas de su historia, como cuna del americanismo universitario. Otros centros estuvieron prestos a tomar el relevo.
* * *
NOTAS:
(1) Al respecto véase, sobre todo: Santiago Melón Fernández, El viaje a América del profesor Altamira, Universidad de Oviedo-Servicio de Publicaciones, 1987. 121 pp. Por sus múltiples implicaciones para el americanismo posterior todavía sigue siendo necesario volver sobre el viaje, profundizando en el análisis del contenido de la labor académica, cultural y de propaganda que Altamira realizó durante el mismo. No vamos aquí tampoco a desarrollar ese análisis por falta de espacio y no ser el marco procedente.
(2) El pensamiento americanista de Altamira evolucionó a lo largo de su vida intelectual adaptándose a los cambios que se operaron en los órdenes nacional e internacional, pero también es cierto que mantuvo y respondió siempre a ciertos inamovibles criterios básicos. Aquí nos referimos, claro, a su primer americanismo, que se corresponde grosso modo con la etapa ovetense y que se define por su impregnación regeneracionista. El planteamiento que hacemos en este trabajo no es sino una síntesis de una parte de un estudio más amplio que estamos llevando a cabo sobre la evolución de su pensamiento y acción americanistas.
(3) Un análisis que relaciona ambas categorías históricas -regeneracionismo y americanismo- como hacemos aquí, también puede encontrarse en el excelente ensayo de José Carlos Mainer titulado “Un capítulo regeneracionista: el hispanoamericanismo (1892-1923)”, en AA. VV., VII Coloquio de Pau. De la crisis del Antiguo Régimen al franquismo, Madrid, Edicusa, 1977, pp. 149-203, reproducido en su libro La doma de la quimera, Servicio de Publicaciones de la Universidad Autónoma de Barcelona, Bellaterra-Barcelona, 1988, pp. 83-134. Sobre el regeneracionismo de Altamira véase: Alfonso Ortí, “Regeneracionismo e historiografía: el mito del carácter nacional en la obra de Rafael Altamira”, en Armando Alberola Romá (ed.), Estudios sobre Rafael Altamira, Alicante, 1987 [1988], pp. 275-351. De menor enjundia y dedicado en gran medida a parafrasear los textos de Altamira es el estudio que realiza Irene Palacio Lis: “Rafael Altamira y la regeneración nacional”, capítulo II (pp. 57-143) de su obra Rafael Altamira. Un modelo de regeneracionismo educativo, Publicaciones de la Caja de Ahorros Provincial de Alicante, Alicante, 1986, 344 pp.
(4) Hemos utilizado, asimismo, en este apartado un conjunto de expedientes profesionales y otros documentos relativos a la biografía profesional y académica de Rafael Altamira que nos han sido facilitados por la profesora Carmen García del Área de Historia Contemporánea de la Universidad de Oviedo, por lo cual le estamos agradecidos.
(5) Prólogo de Altamira a su propia traducción de la obra de J. G. Fichte, Discursos a la nación alemana. Regeneración y educación de la Alemania moderna por…, La España Moderna, Madrid, 1899, p. 8. Los Discursos también se publicaron por entregas en la revista de tal nombre -La España Moderna- entre abril de 1899 y noviembre de 1900.
(6) Rafael Altamira y Crevea, Discurso leído en la solemne apertura del curso académico de 1898 a 1899, Universidad Literaria de Oviedo, Establecimiento tipográfico de Adolfo Brid, Oviedo, 1898, 60 pp.; p. 268 de su propia edición con el título “La Universidad y el patriotismo” en el libro Ideario pedagógico, Editorial Reus S. A., Madrid, 1923, 375 pp. En adelante citaremos siempre por esta edición. También se reprodujo por entregas en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza (Madrid, 1898)
(7) Ibídem., p. 281
(8) “Psicología del pueblo español”, en la sección cultural “Los Lunes de El Imparcial” del diario madrileño El Imparcial (24/02/1919, p. 3). Esta obra de Altamira es uno de los análisis más perspicaces y sugerentes de la profusa serie de libros escritos al calor del denominado desastre del 98. Escrita inicialmente en 1898, se publicó un adelanto en la revista La España Moderna, marzo 1899, t. 123, pp. 5-59, y en forma de libro en 1902: Psicología del pueblo español, Edit. Antonio López, Barcelona, 1902, 209 pp., y por Librería Fernando Fe (Madrid) ese mismo año; la segunda edición -corregida y muy aumentada- también en Barcelona, Editorial Minerva S. A., 1917, 340 pp., e igualmente por Dalmau Juste, Barcelona, s. a. Esta segunda edición se volvió a publicar por la editorial Doncel (Madrid) en 1976 y se pretende reeditar nuevamente por el profesor Rafael Asín Vergara.
(9) El Mundo Latino, nº 8, (Barcelona, 12/10/1900); se trata de un número suelto extraordinario conmemorativo del Descubrimiento de América, y dedicado especialmente al “próximo Congreso Hispano-Americano que se celebrará en Madrid”. En el presuntuoso encabezamiento de dicho número se puede leer: “Quincenario precursor del gran diario intercontinental del mismo nombre. Órgano de los intereses de la raza latina de ambos mundos. Ediciones en España, Francia y Estados Unidos. Libertad, unión, orden y progreso”. El Mundo Latino nació con grandes pretensiones por iniciativa del idealista e “insurrecto” coronel peruano Mariano José Madueño a comienzos de 1899, afanes que hizo llegar al público a través de dos folletos y notas remitidas a la prensa nacional, en los que precisaba la cantidad de “cuatro millones de duros” como capital nominal necesario para llevar a cabo su aventura. Madueño fue su director, redactor jefe y gerente general, quien en los primeros tiempos defendió el ideal de la unión federal de la repúblicas americanas con España, para poner luego más énfasis en la unidad continental. Masón y personaje pintoresco de cándida vanidad, se rodeó en la dirección nacional o “consejo supremo” (con sede en Madrid) de un elenco de personalidades del momento, entre ellas Francisco Pi y Margall (1824-1901), Rafael María de Labra y Nicolás Estévanez Murphy (1838-1914), como vicegerente general. Se imprimió en Barcelona y tuvo dos domicilios sociales: en la ciudad condal (c/ Diputación, 380, ent.º) y en Madrid (c/ Ballesta, 4, pral.) El 31 de mayo de 1900 se publicó un número-programa con carácter de prospecto y un suplemento al mismo el 9 de junio; y el 10 de julio de 1900 salió un primer número de la etapa naciente, a la que seguirían otras. Fue una publicación combatida desde ciertos movimientos religiosos americanos por “impía” y “consumado ateo” su director. Leopoldo Alas Clarín da noticia detallada de la fundación de dicha publicación -que en principio acoge con entusiasmo ya que el propio Madueño le ofrece responsabilidades en la empresa- y de su promotor, en el “crítico y preventivo” artículo sobre la campaña hispano-americana de fin de siglo y el Congreso Social y Económico Hispano-Americano de 1900 en la sección literaria de “Los Lunes de El Imparcial” (El Imparcial, Madrid, 13/08/1900, p. 1), en el que teme una redacción que no esté a la altura -“Un majadero por muy latino o muy ibérico que sea, es un majadero”- y por tanto “bien pagada”, y reprocha, igualmente, la provisionalidad de los primeros números “precursores” aparecidos y la “grandeza posible”. Además apunta: “no hay que mezclar con la idea de unión hispano-americana, que es lo que nos gusta a todos, otras cosas que no son del agrado de todos. Por ejemplo, el feminismo podrá ser una gran cosa, o tener su lado excelente; pero no hay que agregarlo al programa que es natural en El Mundo Latino. Lo mismo digo de ciertos radicalismos políticos, religiosos, literarios, sociológicos, que, valgan lo que valgan, no pueden suponerse del credo común de cuantos muy legítimamente pueden asociarse a la noble empresa de mantener un periódico defensor de la unión ibero-americana”.
(10) El Noroeste. Diario republicano (Gijón), 23/12/1897, p. 1. Altamira había ganado la cátedra de Historia General del Derecho Español de la Universidad de Oviedo a fines de marzo de ese año.
(11) Discurso leído en la solemne apertura del curso académico de 1898 a 1899, intitulado “La Universidad y el patriotismo” en el recopilatorio libro Ideario pedagógico, op. cit., pp. 303-304.
(12) Ibídem., p. 284.
(13) “Cuestiones nacionales. América y España”, en El Liberal (Madrid), 18/04/1900, p. 1. El mismo artículo también lo publicó el semanario uruguayo La Alborada -dirigido por Constancio C. Vigil- y aparece firmado en Oviedo el 20 de abril de aquel año de 1900.
(14) Sobre esta etapa de la Universidad de Oviedo, véase el estudio de Jorge Uría González: “La Universidad de Oviedo en el 98. Nacionalismo y regeneracionismo en la crisis finisecular española” en la obra coordinada por dicho autor Asturias y Cuba en torno al 98. Sociedad, economía, política y cultura en la crisis de entresiglos, Editorial Labor, Barcelona, 1994, pp. 169-196. Asimismo el libro de Santiago Melón Fernández, Un capítulo de la historia de la Universidad de Oviedo (1893-1910), Diputación de Oviedo - Instituto de Estudios Asturianos, Oviedo, 1963, 103 pp.; y el artículo de David Ruiz González, “Altamira y la Extensión Universitaria de Oviedo (1898-1910)”, en Armando Alberola Romá (ed.), Estudios sobre Rafael Altamira, op. cit., pp. 163-174.
(15) Sobre el liberalismo político y la críticas al estatalismo, véase: Elías Díaz García, La filosofía social del krausismo español, Editorial Debate, Madrid, 1989, pp. 55-56.
(16) Sobre el marco internacional del “98” es de obligada consulta: José María Jover Zamora, 1898. Teoría y práctica de la redistribución colonial, Conferencia pronunciada en la Fundación Universitaria Española el día 18 de enero de 1978, F.U.E., Madrid, 1979, 63 pp.; passim.
(17) Véase Congreso Social y Económico Hispano-Americano, reunido en Madrid el año 1900, Imprenta de Hijos de M. G. Hernández, Madrid, 1902, Tomo I (1018 pp.) y tomo II (521 pp.; contiene Apéndices).
(18) Adolfo [González-] Posada, Temas de América, Prometeo, Valencia, s. a., pp. 11-12.
(19) Sobre este primer intento y los sucesivos que ha habido a partir de entonces, y hasta hoy, de incorporar las enseñanzas sobre Geografía, Historia y Cultura de América Hispana (o América Latina, si se prefiere) al currículo de nuestro sistema educativo, hemos tratado en nuestra ponencia presentada el 20 de mayo de 1993 al "Curso de Actualización Científica y Didáctica sobre la realidad Económica y Socio-Política actual de América Latina," organizado por la OEI (Organización de Estados Americanos) y celebrado en Madrid en mayo de 1993: Julio A. Vaquero y Jesús Mella, "Latinoamérica en el pasado y presente currículo escolar español" (título originario), texto mecanografiado inédito, 19 fols.
(20) Estas dos circulares las recoge Rafael Altamira en los apéndices II (“Comunicación-circular enviada por la Universidad de Oviedo a los centros docentes de América”, pp. 366-367) y III (“A las colonias españolas de los Estados Hispanoamericanos. Universidad Literaria de Oviedo”, pp. 368-370) de su obra España en América, op. cit.
(21) Para todo lo relativo a este tercer programa americanista de la Universidad ovetense, véase: Anales de la Universidad de Oviedo, tomo V (1908-1910); Tip. De Flórez, Gusano y Compañía, Oviedo, 1911, pp. 483-548 del apartado “La Universidad de Oviedo en el exterior” (IX y X).
(22) Véase: María del Carmen Simón Palmer, “Biografía de Eva Canel (1857-1932)” en Lou Charnon-Deustsch (coord.), Estudios sobre escritoras hispánicas en honor de Georgina Sabat-Rivers, Editorial Castalia, Madrid, pp. 294-304; Jean Kenmogne,“Una escritora asturiana en América: Eva Canel”, Cuadernos hispanoamericanos, nº 546 (diciembre 1995), pp. 45-61. El propio Constantino Suárez redactó una semblanza detallada de su vida e “incasable” labor en el tomo II de su célebre obra Escritores y artistas asturianos. Índice bio-bibliográfico, Imprenta Sáez Hermanos, Madrid, 1936, pp. 239-248 (voz: Canel, Eva), cuya entrada comienza así: “Nombre casi desconocido en España y familiar en América, donde alcanzó una enorme reputación por sus campañas en defensa ardorosa del prestigio de su patria. Sin entrar en el análisis minucioso de sus ideas, que nosotros hemos combatido algunas veces, nadie podrá discutirle un verdadero apostolado, henchido de buena fe, en la reivindicación del nombre de España en América, sin que España se lo haya premiado ni siquiera reconocido. Esta es su mayor gloria”. Eva Canel está emparentada familiarmente con el escritor Manuel Isidro Méndez, primer biógrafo de José Martí y gran amigo -desde sus años en Cuba- del periodista Antonio L. Oliveros.
(23) Carta manuscrita existente entre los papeles personales de Altamira y fechada en La Habana el 2 de diciembre de 1915 (Fondo Rafael Altamira en la Biblioteca Central de la Universidad de Oviedo).
(24) Ibídem.
(25) Eva Canel, Lo que ví en Cuba (A través de la isla), Imprenta y Papelería “La Universal”, La Habana, 1916, 463 pp. Todas las referencias explícitas a Españolito en las pp. 375-378; también se le nombra en las pp. 382-383.
(26) Ibídem.
(27) Esta carta, como las otras de Constantino Suárez sobre la polémica, las recogió el propio avilesino en el libro ya citado La Des-Unión Hispano- Americana y otras cosas. (Bombos y palos a diestra y siniestra), Ediciones Bauzá, Barcelona, 1919, pp. 43-58.
© Todos los derechos reservados
Publicado en: Pedro Gómez Gómez (coordinador), De Asturias a América, Cuba (1850-1930). La
comunidad asturiana de Cuba, [Prólogo de Gustavo Bueno: “Migración y
emigración”], Fundación Archivo de Indianos, Colombres (Principado de Asturias),
1996, pp. 227-260.
N.B.: 1) Respecto al texto original se han realizado algunas mínimas correcciones de redacción y de errores, y se han precisado o añadido determinados datos y referencias bibliográficas. 2) El original impreso se dedica a José Manuel Vaquero Marqués, inmigrante en Cuba durante los años veinte (s. XX) y padre de uno de los autores.
Del
prólogo.-
“Se cierra este primer apartado con el trabajo “El americanismo de Rafael Altamira y el
programa americanista de la Universidad de Oviedo”. […] Recoge la dura polémica
suscitada por el viaje a América de Rafael Altamira, como representante y
portavoz del grupo de profesores institucionistas
de Oviedo. Las ideas regeneracionistas de las que era portador el profesor
ovetense produjeron en Cuba, con las heridas de la Guerra de independencia
todavía por cicatrizar, una fuerte y doble reacción de rechazo: por una parte
del sector más radicalmente españolista (forjado durante la Guerra de los Diez
Años), cuyos planteamientos ideológicos difícilmente podían compaginarse con el
hispanismo cultural del profesor Altamira y, por la otra, la repulsa visceral
que provocaba en los medios independentistas cualquier idea de aproximación a
la antigua metrópolis. Esta polémica permite percibir el ambiente de
enfrentamiento en el que vivía la colonia española años después de finalizada
la Guerra de la independencia”. Gustavo
Bueno.
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