domingo, 30 de septiembre de 2012

Trilogía de Alejandro Jaume Rosselló (1879-1937)


Una de las novedades más destacadas en el campo editorial isleño [Baleares, 2011] la representan los tres volúmenes dedicados al socialista mallorquín Alexandre Jaume Rosselló (1879-1937).


La obra es una coedición del IEB y Lleonard Muntaner, y además de los textos de Alexandre Jaume Rosselló y la edición al cuidado de Alejandro Font Jaume, consta de los prólogos e introducción de Josep Massot i Muntaner, Andreu Jaume Enseñat, José Bono Martínez y María Ballester Cardell.

El volumen primero, Alexandre Jaume Rosselló (1879-1937), se centra en la figura y obra de este socialista con raíces en Uruguay. Desde los aspectos biográficos hasta el pensamiento y praxis política se abordan en este primer texto, que nos ofrece, siempre con el hilo conductor de la vida de Jaume, una cuidadosa investigación histórica.


El volumen segundo, Escritos desde la prisión (1936-1937), recoge las palabras que el socialista escribió en prisión y consta de tres partes diferenciadas. En primer lugar nos encontramos con la correspondencia de Jaume con su familia; en el segundo apartado se recogen las notas que escribió a su abogado, y finalmente, un conjunto de pensamientos y sentimientos que el político vivió en el castillo de Bellver y que sin duda son un testimonio fundamental para el estudio de la represión franquista.

El tercer y último volumen, Impresiones de un Constituyente (1931-1933), es una recopilación de artículos sobre la actividad del Parlamento que Alexandre Jaume escribió desde Madrid en su época de diputado en las Cortes.






http://www.iebalearics.org/index.php?option=com_content&view=article&id=802:trilogia-dalexandre-jaume-rossello&catid=69:llibres&Itemid=99


http://lleonardmuntanereditor.com/





Alexandre Font Jaume
Alexandre Jaume Roselló (1879-1937)
Institut d´Estudis Baleàrics; Lleonar Muntaner, Editor
Obras Completas ALEXANDRE JAUME ROSSELLÓ, 1 (Dirección: Alexandre Font Jaume)
Palma de Mallorca, abril 2011; 400 pp. ; 24x16 cm
ISBN: 978-84-15076-54-4 [en catalán]

Alexandre Jaume Rosselló, una de las personalidades más destacadas del socialismo mallorquín, procedía de una familia de indianos que hizo fortuna en Uruguay, donde había nacido (Montevideo, 1879). De regreso a Mallorca recibió una esmerada formación y se preparó para lo que parecía su futuro: una carrera política en el partido liberal, de la mano de su tío Alejandro Rosselló. Pero su temperamento emotivo, sentimental, le empujó al socialismo como única vía efectiva para conseguir la redención de las clases desheredadas. En 1919 se afilió al PSOE y se convirtió en el primer intelectual con quien contó el partido en Mallorca, y sobre todo, en el primer burgués socialista y en el primer diputado por este partido cuando en 1931 ganó un escaño en las Cortes Constituyentes. Durante casi diecisiete años, mediante los artículos que publicaba sobre todo en El Obrero Balear, fue "el alma y el verbo", el ideólogo del socialismo de las Islas. En julio de 1936 fue encarcelado en el castillo de Bellver, y meses después fue fusilado con Emili Darder, Antoni Mateu y Antoni María Ques.
Este libro es el primer volumen de la edición de las obras completas de Alexandre Jaume, y se centra en la figura y la obra de éste, desde los aspectos estrictamente biográficos hasta los que inciden en el pensamiento y la praxis de la política .

ÍNDICE

PRÓLOGO, Josep Massot i Muntaner
INTRODUCCIÓN
CRONOLOGÍA DE ALEJANDRO JAUME ROSSELLÓ
I. EN TORNO A LA VIDA Y LA OBRA DE ALEXANDRE ROSSELLÓ
   1. Una vida al servicio de un ideal de redención
   2. La prisión y la muerte
   3. Teoría y práctica del socialismo de Alexandre Jaume
II. CORRRESPONDENCIA Y DOCUMENTACIÓN
   1. La personalidad de Alexandre Jaume. Los primeros años
   2. La República. Diputado a Cortes Constituyentes
   3. La insurrección de octubre y la crisis del PSOE
ABREVIATURAS UTILIZADAS
FUENTES CONSULTADAS
ÍNDICE ONOMÁSTICO


Alexandre Jaume Rosselló
Escrits des de la presó (1936-1937)
Institut d´Estudis Baleàrics; Lleonar Muntaner, Editor
Obras Completas ALEXANDRE JAUME ROSSELLÓ, 2 (Dirección: Alexandre Font Jaume)
Palma de Mallorca, abril 2011; 153 pp. ; 24x16 cm
ISBN: 978-84-15076-55-1 [en catalán y castellano]


La mañana del domingo 19 de julio de 1936 Alexandre Jaume merendaba tranquilamente en la terraza de la casa donde veraneaba, en el Puerto de Pollensa. Ignoraba que unas horas antes, en Palma de Mallorca, el comandante general M. Goded había declarado el estado de guerra. A las once de la mañana lo detuvieron, y comenzó un largo y cruel calvario. Alexandre Jaume fue encarcelado en el castillo de Bellver, donde permaneció la mayor parte del tiempo incomunicado hasta que, enfermo, la tuvieron que ingresar en el Hospital Provincial. Un consejo de guerra lo condenó a muerte, junto con Emili Darder, Antoni Mateu y Antonio Maria Ques, y se formalizó así una sentencia que había sido dictada desde el principio. Los fusilaron en la madrugada del 24 de febrero de 1937 en las tapias del cementerio de Palma.
En este segundo volumen de las obras completas de Alejandro Jaume se recoge todo lo que el político escribió desde la cárcel: la correspondencia, sobre todo con la familia; unas notas a su abogado, Lluis Alemany, con instrucciones sobre la defensa; y Mi Calvario, un conjunto heterogéneo de notas en el que Jaume desgrana los pensamientos y, sobre todo, los sentimientos que le provocan la prisión y la guerra civil, y que constituyen un testimonio único sobre la vida en el castillo de Bellver.

ÍNDICE

PRÓLOGO, Andreu Jaume Enseñat
INTRODUCCIÓN, Alexandre Font Jaume
Primera Parte CORRESPONDENCIA
   1. Correspondencia de Alexandre Jaume
   2. Documentación complementaria
Segunda Parte NOTAS EN TORNO AL PROCESO
   1. Documentos
   2. Documentación complementaria
Tercera parte MI CALVARIO
   1. Apuntes
   2. Bosquejo
FUENTES
BIBLIOGRAFÍA CITADA
ÍNDICE ONOMÁSTICO


Alexandre Jaume Rosselló
Impresiones de un constituyente (1931-1933)
Institut d´Estudis Baleàrics; Lleonar Muntaner, Editor
Obras Completas ALEXANDRE JAUME ROSSELLÓ, 3 (Dirección: Alexandre Font Jaume)
Palma de Mallorca, abril 2011; 327 pp. ; 24x16 cm
ISBN: 978-84-15076-56-8 [en castellano y catalán]


Impresiones de un Constituyente (1931-1933) es una recopilación de artículos sobre la actividad del Parlamento que Alexandre Jaume Rosselló escribió desde Madrid, cuando era diputado a Cortes. Estos textos nos ofrecen una perspectiva clara y sencilla de la configuración del Estado republicano, desde el perfil de los grandes protagonistas de los debates parlamentarios (S. Alba, Gil Robles, F. de los Ríos, Indalecio Prieto, los curas de las Cortes, las mujeres del Parlamento y otros) hasta el boceto de los fundamentos del Estado: la separación de la Iglesia y del Estado, los sistemas parlamentarios, la reforma agraria y el concepto de propiedad, la administración de justicia y la elección del presidente, entre otros.
El libro tiene una doble finalidad, didáctica y propagandística: acercar el nuevo régimen a la sociedad isleña, entonces conservadora y poco partidaria de los cambios, y defender la participación del PSOE en el gobierno de una República democrática pero burguesa. Impresiones de un Constituyente (1931-1933) incide también muy directamente en el fomento de un socialismo de tipo estatal, alejado de particularidades locales, compatible con una conciencia clara de la identidad catalana de las Islas y la defensa de una autonomía a la cual se debería llegar por pasos, de acuerdo con la madurez del pueblo.

ÍNDICE

PRÓLOGO, José Bono Martínez
INTRODUCCIÓN, María Ballester Cardell
LA EDICIÓN DE IMPRESIONES DE UN CONSTITUYENTE (1931-1933), Alexandre Font Jaume
IMPRESIONES DE UN CONSTITUYENTE (1931-1933)
- [HACIA MADRID. LA REPÚBLICA Y BALEARES]
- SILUETAS PARLEMENTARIAS
- TEMAS CONSTITUCIONALES
- PRESUPUESTOS DE LA REPÚBLICA
- [DEFENSA DE LA REPÚBLICA Y DEL SOCIALISMO]
- FIGURAS PARLAMENTARIAS
- LABOR DE LOS MINISTROS SOCIALISTAS
- [EL SOCIALISMO Y LAS CONSTITUYENTES]
- CONCLUSIÓN
- ÍNDICE ONOMÁSTICO

[N.B.: En el proyecto de edición de las Obras Completas de Jaume se tiene previsto que el volumen 4 se dedique a la redición de La insurrección de octubre. Cataluña, Asturias, Baleares; y el volumen 5 al resto de artículos periodísticos. Además, hay intención de añadir un sexto volumen titulado Alexandre Jaume Rosselló y su tiempo 1879-1937, un libro de homenaje coordinado por Alexandre Font.]

http://www.fpabloiglesias.es/archivo-y-biblioteca/diccionario-biografico/biografias/11040_jaume-rosello-alejandro
http://possessionsdepalma.net/index.php?option=com_content&view=article&id=250&Itemid=15
http://www.raco.cat/index.php/CuadernosDerecho/article/viewFile/175361/243759
http://www.foroporlamemoria.info/2009/11/%E2%80%9Ccronica-duna-infamia-el-proces-contra-emili-darder-alexandre-jaume-antoni-mateu-i-antoni-maria-ques%E2%80%9D/

El crucero acorazado italiano San Giorgio en la bahía de Palma de Mallorca durante la Guerra Civil (diciembre 1936)

sábado, 15 de septiembre de 2012

Odisea en la revolución *

Instantánea de la Plaza de Santullano antes de la toma por el Ejército de la Fábrica de Armas
 de Oviedo en octubre de 1934 (Mundo Gráfico, 15/01/1936)

El angustioso regreso a casa de Miguel Bañuelos
en octubre de 1934

Jesús Mella 

Ocurre con cierta frecuencia que las cartas al director que se insertan en los diarios suelen ser más interesantes para los lectores que los editoriales o noticias que dichos diarios recogen sobre un hecho o circunstancia concretos. Y sucede, de igual modo, que algunas historias personales reflejan mejor que un tratado de historia el alcance de lo ocurrido en una tragedia colectiva o acontecimiento significativo. Tienen, en esos casos, la principal virtud de sintetizar y esclarecer; además de la emoción, si son inmediatas o cercanas a los hechos y escenarios. Y es que la historia es, en cierto modo, una suma de biografías, de historias menudas.

La casualidad ha hecho que haya llegado a nuestras manos una curiosa carta fechada en Oviedo el día 28 de octubre de 1934, jornadas después de los sucesos  que hicieron estremecer la capital asturiana al frenesí de un revolucionarismo impetuoso. Dicha carta, de carácter comercial, está salpicada de datos y detalles que la hacen superadora de algo meramente anecdótico para convertirse en un estimable documento histórico, pues se complementa con un escrito de indudable valor testimonial, añadido tres días después a manera de crónica. En las dos piezas, Miguel Bañuelos Areta se dirige a una empresa gaditana del ramo de vinos y licores dando todo lujo de detalles sobre sus vicisitudes y las de su familia, para hacernos un apunte rápido de aquellos días que impresionaron a la sociedad española. Tal carta es el pretexto perfecto para que buceemos en un pasado viejo que aún nos pertenece.

A Miguel Bañuelos Areta, riojano de nacimiento y vecino de Oviedo, los sucesos revolucionarios de 1934 le sorprendieron lejos de casa. Se había desplazado a Barcelona en excursión organizada. Los familiares –su mujer, Julia Gobantes del Val, y cuatros hijos de corta edad-  permanecieron en el domicilio del barrio de Santullano (también llamado de San Julián de los Prados), donde estaban establecidos desde hacía años.

Bañuelos tenía hogar y negocio en el número dos de la calle Isla de Cuba, calle sin asfaltar y de reciente trazado, que lindaba con el sur del Cuartel de Pelayo, sede del Regimiento de Infantería nº 3. Era un edifico de cuatro plantas, cuyo bajo era ocupado por dos viviendas: la propia de Bañuelos y la de un guardia civil con familia numerosa. Agente comercial matriculado, para su actividad contaba Bañuelos con apartado de correos, teléfono y dirección de telegramas y telefonemas. Operaba con cuenta corriente en los bancos Herrero, Español de Crédito y Popular de los Previsores del Porvenir, una entidad de pretensiones modestas que aspiraba a recoger el ahorro de las clases medias y bajas, combinando su labor con la de aseguradora. La cartera de pedidos de Bañuelos  -que actuaba como representante y consignatario-  atendía al gremio de comerciantes de comestibles, de tiendas de ultramarinos, bodegas, bares, y hostelería en general.

A pesar de no contar con vehículo, estaba bien relacionado y mantenía constante comunicación con los provisores. Entre los destacados, y de confianza, figuraba la firma Antonio Romero Valdespino y Hno., una de las mayores y más antiguas bodegas de Jerez de la Frontera, proveedora histórica de la Casa Real y de la Real Casa sueca desde 1932.

Entre su clientela ovetense figuraba la Cooperativa Ferroviaria de Consumo La Constancia, sucursal de la Cooperativa Ferroviaria del Norte (Madrid) que tuvo domicilio en la calle Uría, nº 76;  la Casa Serrano del Anís de la Asturiana; Mantequerías Arias, con sucursal de venta en la calle Uría, nº 36; Manuel Álvarez Laviada (c/ Fierro); Ramón Rodríguez (c/ Castelar); Ramón Álvarez, de la Argañosa; y Adolfo Corrales, dueño de una tienda de comestibles finos en la calle San Antonio, nº 12, y antiguo dependiente de la razón Vda. de Manuel de la Venta Cardín.  

Miguel Bañuelos Areta
[Archivo Jesús Mella, procedencia familiar]

Bañuelos compaginaba la actividad profesional con su pasión: viajar. Pertenecía a “una peña excursionista apolítica”  -según sus propias palabras-  del mismo barrio de Santullano, en la que semanalmente cada socio depositaba una modesta cantidad para realizar una excursión anual con el fin de conocer diferentes rincones de España. En una de las salidas (octubre de 1934), el grupo excursionista  -como hemos dicho-  había llegado a Barcelona en autocar, sorprendiéndoles el día 5 la huelga general pacífica, que derivó, a la mañana siguiente, hacia una solución improvisada y segregacionista: la proclamación del Estado catalán dentro de una República federal (6 de octubre).  Un movimiento netamente nacionalista –un entretenimiento de señoritos al decir de un conspicuo socialista-,  muy diferente al de Asturias, que tuvo carácter eminentemente proletario. 

Ante los acontecimientos, inmediatamente decidieron retornar a casa por Lérida, Huesca, Jaca, Pamplona, Vitoria y Bilbao. Presagio de una auténtica pesadilla. En Lérida, la Alianza Obrera vivió un gran protagonismo ante la inacción de ERC, y piquetes armados ocuparon puntos estratégicos de la ciudad, levantándose barricadas. “En Lérida nos detuvieron los revolucionarios dando gracias a que como digo – nos cuenta Bañuelos-  era apolítica la excursión habiendo entre nosotros desde elementos de derechas hasta socialistas y éstos, que eran 5, con sus carnets pudieron conseguir que nos diese un pase la Alianza Obrera”. Al llegar a Huesca las fuerzas de Asalto les quitaron el pase y les ordenaron seguir ruta. Bañuelos prosigue: “En Huesca nos acordonaron las fuerzas de Carabineros y Guardia Civil el hotel al saber que éramos de Oviedo, noticiosos de las cosas que pasaban en Oviedo. Al fin yo como militar retirado pude conseguir un pase para circular en el Gobierno Militar”, justamente el centro en el que habían sido juzgados en consejo de guerra sumarísimo y condenados a muerte los capitanes Galán y García-Hernández en diciembre de 1930.

Despliegue de los guardias de asalto en Bilbao (octubre de 1934)

El paso por Pamplona y Vitoria fue tranquilo. En Navarra y en Álava la insurrección tuvo escasa repercusión, incluso en Vitoria, donde la huelga fue sólo parcial y no secundada por la CNT. Pero al llegar a Bilbao, como era de noche, los excursionistas no pudieron entrar, viéndose obligados a pasar de largo por la capital vizcaína a la mañana siguiente. En Bilbao capital, pese a elevarse a dieciséis el número de muertos, la huelga  -que se mantuvo hasta el día 12- había sido pasiva y sin respaldo ciudadano, cesando los actos violentos el día 8. No así en el cinturón industrial y en la zona minera vizcaína, donde tuvo un marcado carácter insurreccional, aunque las medidas preventivas del gobernador Ángel Velarde frustraron la revolución casi desde el comienzo. “Más adelante  -continúa el relato de Bañuelos-  en Somorrostro al intentar apartar unos árboles en la carretera los revoltosos quisieron coparnos desde las montañas y gracias como digo a los que llevaban carnet de la U.G.T. nos ayudaron a quitar los árboles y obligaron después a ponerlos y continuamos viaje”. Pese a lo que pudiera parecer, los mineros de Somorrostro actuaron en general con sorprendente pasividad, disuadidos  -sin duda-  por las acciones contundentes de las fuerzas gubernativas.

Al pasar por los distintos pueblos, Bañuelos y sus compañeros eran obligados a levantar el brazo con el puño cerrado como los revolucionarios. Entrados ya en Cantabria, por la ruta costera, llegaron a Ontón, donde en los primeros días de la revuelta se habían asaltado varias casas y desarmado a los guardias de las minas. La carretera estaba cortada con barricadas y bajo control revolucionario. En un exceso de celo, el audaz médico de dicha localidad “dijo a las mujeres que no hacíamos el saludo bien y nos detuvieron éstas con hoces en la mano dispuestas a cortarnos el cuello, colocándonos dos bombas debajo del coche que por un milagro no nos volaron”. Por medio de razones, y los “milagrosos” carnets de U.G.T., dejaron paso a la expedición ovetense, que no se sintió tranquila hasta llegar a Castro Urdiales, cabeza del municipio, ya en poder de la Guardia Civil, después de tensos enfrentamientos en las primeras jornadas.

El movimiento revolucionario, más atento a conveniencias partidistas que a otra cosa,  apenas tuvo consecuencias en la zona más oriental de Asturias. Sólo a partir de Arriondas y hacia Pola de Siero se fue generalizando la actuación de los insurgentes, quienes se apoderaron de varios lugares.  Bañuelos y sus compañeros de viaje alcanzan Villaviciosa, donde la benemérita   -que había batallado arrojadamente contra los mineros en Nava, Infiesto y otras localidades- les dice que no pueden continuar a Oviedo hasta que las tropas gubernamentales no tomen la ciudad, pues seguía en manos de los revolucionarios. Ante las noticias alarmantes de la capital asturiana “y pensando en mi mujer y mis hijos  -nos dice Bañuelos-  manifesté a los excursionistas que yo me iba a pie los 40 km. que me separaban de Oviedo y si había alguno que me acompañaba”; y continúa: “Vinieron dos de la U.G.T. conmigo y a mitad del camino nos apresaron los revoltosos y para identificarnos nos llevaron al comité de Pola de Siero entre dos fusiles, y cuando nos estaban reconociendo tiró una bomba un aeroplano que milagrosamente no nos mató puesto que los cascos pasaron por nuestro lado”. Pola de Siero había caído el día 6 en poder de los rebeldes, constituyéndose un Comité revolucionario en el Ayuntamiento, que implantó una suerte de régimen sovietista y decidió la quema de todos los archivos y la voladura  del templo parroquial. La villa polesa recobraría la tranquilidad el miércoles día 17.

Con un pase que les dieron los revolucionarios llegaron a Oviedo, “y –confiesa -  menos mal que no se enteraron que yo era militar porque me hubieran obligado a ponerme al frente de ellos. Mas como mi casa era la línea de combate no pude acercarme, máxime que mis informes eran de que habían evacuado los vecinos todos del barrio [Santullano] y no sabía donde dirigirme para buscarlos y permanecí en casa de un compadre hasta que entraron las tropas cuando al llegar a casa los encuentro y me dicen que no habían salido de ella.” Tal casa era la de su amigo riojano Ildefonso Martín Torre y su mujer Victorina Muela, matrimonio con tres hijos.

Aurelio de Llano en  Pequeños anales de quince días. La revolución en Asturias (1935) nos cuenta en ese mismo sentido: “Día 14.- Es domingo. Se celebran misas en algunas iglesias. Los vecinos de varias zonas de la ciudad ignoran que han llegado aquí las tropas y siguen refugiados en los sótanos y en las habitaciones interiores de los pisos, sin atreverse a asomarse a la calle”.

Sobre un croquis de Aurelio de Llano se señala la vivienda de M. Bañuelos en Santullano
(Oviedo, 1934)

Sin duda, el susto debió ser mayúsculo cuando Bañuelos vio el riesgo que había corrido su familia. El barrio de Santullano –entre el Cuartel de Pelayo y la Fábrica de Armas de la Vega- fue escenario de sucesos graves y encarnizados combates con fuego cruzado. Recordemos que desde la Quinta de Velarde, detrás de la iglesia de San Julián de los Prados, un cañón Ramírez de Arellano disparaba sobre la Fábrica de Armas, al mismo tiempo que los cañones situados en el monte Naranco lo hacían sobre el Cuartel de Pelayo.  Los revolucionarios, que tomaron la Fábrica el día 9, pusieron sitio al citado cuartel -que estaba al mando del tibio comandante Benito Vallespín-  con las numerosas armas incautadas; además de cañonearlo con un Schneider de 10,5 desde la entrada del establecimiento armero.  Por otra parte, el sargento Diego Vázquez  -desertor del Regimiento de Infantería nº 3 y que lideró la toma de la Fábrica- acudió el día 11 con un grupo de 38 prisioneros para ponerlos delante de una columna revolucionaria que atacó dicho cuartel con cartuchos de dinamita, entre tanto a los prisioneros los tenían en la calle al abrigo de las casas colindantes. Por si todo ello fuese poco, cuando el general López Ochoa llegó a la puerta del cuartel –donde incomprensiblemente se habían atrincherado casi 900 hombres-  en la tarde-noche de aquel día 11, le hacen fuego desde dentro, creyendo que se trata de una columna de revolucionarios disfrazados: “Hay un momento  -escribe Aurelio de Llano-  de gran confusión. Al mismo tiempo los rojos disparan desde las proximidades de la plazuela de Santullano. Los soldados contestan con fuego certero, caen varios revolucionarios muertos. Y de la columna de prisioneros mencionada arriba, murieron el canónigo señor Baztán, cuatro guardias de asalto y un guardia municipal.” Poco después,  el día 12, las fuerzas del cuartel de Pelayo  y los veteranos del Tercio y de los Regulares –al mando del coronel Juan Yagüe-  comenzaron a ocupar los alrededores del edificio y se encaminan a asaltar la Fábrica de Armas, que es bombardeada desde el aire por 6 aviones para desalojar de ella a los insurrectos. Una vez tomada, cesó en absoluto el tiroteo en la zona baja de la población. Aurelio de Llano tuvo la paciencia de contar el número de cañonazos que alcanzaron el cuartel: doscientos veintiocho, sin contar los del tejado.

Personal de la Cruz Roja traslada cajas mortuorias delante de la Fábrica de Armas de Oviedo
(Mundo Gráfico, 15/01/1936)

Había pasado la tormenta, pero las cenizas de la tragedia todavía humean. Nada más llegar a Oviedo, Bañuelos se dirige a la empresa A. R. Valdespino para responder a correspondencia y gestiones atrasadas, y comenta con dramatismo los desmanes y excesos cometidos: “Aquí sufrimos dos razias, una la de los mineros y después otra por los del Tercio y Regulares. En esta última murió el Sr. Fernández que le digo arriba y le saquearon la tienda”; y continúa relatando los actos de pillaje: “Por las afueras hemos sufrido estas vicisitudes. En mi casa también hubo razia y menos mal que no se metieron con las personas. Como vivo en un bajo (ya conoce la situación de mi casa el Sr. Hurtado [viajante de la firma jerezana]), tengo en la trasera de la casa, una despensita donde almaceno para el invierno, conservas vegetales, legumbres secas, patatas, etc. En esta despensa tenía el barril de amontillado de Vds. Y al terminar los sucesos nos encontramos que habían desvalijado la despensa. El barril se lo llevaron con casco y todo y no sé que habrán hecho de él”. Y precisa los peligros: “Esta casa estaba en la línea de combate entre dos fuegos habiendo recibido más de cinco mil impactos de bala de fusil, habiendo tenido mis familiares que estar 10 días tirados en el suelo con todos los vecinos de la casa en las habitaciones interiores de mi casa llegando a faltarles alimentos y agua. Digo mis familiares y no yo con ellos, porque me encontraba de viaje en Barcelona”. En el mismo sentido remacha: “Como le digo, desgracias personales no ha habido milagrosamente pues tanto, los cobijados en casa, como yo en mi viaje, estuvimos infinidad de veces con riesgo eminente de perder la vida”.  Pasados muchos años, su hija Julia Bañuelos Gobantes  -de 91 años de edad en la actualidad-  recuerda varias excursiones realizadas por la peña, especialmente ésta de octubre de 1934, y también  recuerda aquellos días sin pan, sin agua y sin luz, en los que la muerte surgía a cada instante en juego mefistofélico con la vida: “mi madre refugió a otros vecinos porque la situación de la casa era mejor y efectivamente se les terminó la comida y lo pasaron muy mal”.

En fin, concluye la carta: “Menos mal que Oviedo es rico y se reconstruirá pronto y mayormente no sufrirá el comercio pues quien más quien menos tenía sus reservas”. Predicción fallida, puesto que aquel Oviedo comercial, de nombres familiares, tan bien novelado por Dolores Medio en Nosotros los Rivero (1953)  -y estudiado por Carmen Ruiz-Tilve-  penará para nunca más volver.

El cuartel de Pelayo tras los sucesos revolucionarios

Efectivamente, los estragos revolucionarios de aquel octubre  -y los desafueros de la siguiente represión-  dejarán profunda huella en la memoria de Oviedo. Las populares fiestas de Santa Filomena –que se celebraban en Santullano-  jamás reaparecieron para ser las mismas. Ya entonces, en un excelente reportaje de Julio Romano para Mundo Gráfico, nos describe una ciudad apocalíptica: “En Oviedo hay muchísimas tragedias personales: cientos de mujeres que han perdido a sus maridos, hijos que han perdido a sus hermanos; comerciantes arruinados, industriales que ayer tenían negocios prósperos y hoy no tienen donde apoyar sus cabezas; hogares donde entró la tolvanera revolucionaria y se llevó a las personas y los ajuares, dejando a sus dueños en la indigencia; hombres y mujeres que no han podido soportar esta pesadilla y se han vuelto locos, y niños  -¡pobres niños!- que miran todavía a las gentes con ojos de espanto, como acabaran de salir del infierno…”

El propio Aurelio de Llano recoge en su impagable crónica el desolador aspecto de la capital asturiana: “El aire está saturado de olor acre. Los edificios más bellos y los comercios más ricos han desaparecido. Las calles están llenas de escombros humeantes, columnas rotas y cables aéreos de todos los servicios públicos. Muebles deshechos. Comercios saqueados y sus anaqueles destruidos. Cadáveres por un lado y por otro esperando que manos piadosas los recojan y cubran de tierra. Perros hambrientos escarban en los montones de basura. Casas ardiendo cuyos armazones se bambolean entre las llamas que se enroscan en ellos, hasta que pierden el equilibrio y caen envueltos en torbellinos de brasas. La Universidad convertida en cenizas… ¡La muerte por todas partes!”.  Indefectiblemente, los episodios revolucionarios proyectaron su sombra sobre la política española, y aceleraron el tiempo lento, sobrio y conservador  de aquel inefable Oviedo, que quedó desbordado. Fue el prólogo de una tragedia que se desarrolló poco después en un escenario global,  que quebró las frágiles ilusiones de una vuelta a la cordura.

Los historiadores suelen olvidar el sufrimiento de los hombres e incluso borran sus huellas. Las vidas anónimas no son fáciles de reconstruir pues es más lo que no está escrito. En tales casos, indagar se hace trabajoso para esbozar una escueta semblanza; pero esas vidas insignificantes para la historia académica tienen siempre algo que contar y, en ocasiones, una existencia y un pasado sorprendentes. El de Miguel Bañuelos es uno de ellos. Si en 1934 padeció una auténtica odisea, a partir del verano del 36 sufrirá un calvario de desdichas, que sólo el paso errante del recuerdo fue mitigando.


Soldados del Tercio confeccionan el rancho en un vivac tras la toma de Oviedo
(Mundo Gráfico, 14/11/1934; Foto C. Mendía)


MIGUEL BAÑUELOS ARETA

Nació en Briones (La Rioja) el 8 de mayo de 1891. Poco se conoce de su ingreso en la milicia. Perteneciente al cuerpo de Artillería, su primer destino fue Logroño. Se casó en 1919 y, poco después, llegó a la Fábrica de Armas de Oviedo. En la capital astur fue auxiliar administrativo de la Comisión de Movilización de Industrias Civiles de la VIII Región militar, siendo sus jefes directos los capitanes de Artillería J. Mª Fernández-Ladreda y Miguel Puebla. Al advenir la República se acogió a la Ley Azaña (1931). Pasó entonces a ser agente comercial matriculado. De convicciones republicanas, al comenzar la guerra se instaló con su familia a Gijón. De auxiliar de oficinas en el Comisariado de Guerra republicano pasó a las oficinas del Parque de Artillería, situadas en el “chalet de Nespral” (El Bibio), alcanzando entonces el empleo de capitán. Ramón Salas Larrazábal en su conocida  Historia del Ejército Popular de la República (1973) destaca por dos veces la presencia del capitán Bañuelos en los servicios de Artillería. Horas antes de la caída de Gijón (20/10/1937) huye por mar a Francia, para alcanzar Cataluña, a donde había llegado antes la familia, tras embarcarse en el vapor Stanmore el 4 de septiembre. Se reúnen en Cervera (Lérida). Bañuelos tuvo varias ocupaciones militares, siendo destinado durante un año a las oficinas del Parque de Artillería de Manresa. A comienzos de 1939 la familia se refugió en Francia y Bañuelos acabó, tras la derrota, en el campo de Sept-Fonts, cerca de Toulouse. Más adelante trabajó en la agricultura en el departamento de Cher, sin saber nada de sus allegados. Bañuelos y su familia acabaron recluidos  -en dos ocasiones diferentes-  en el campo de Argelés-sur-Mer (Pirineos Orientales). En enero de 1941 la mujer y los hijos pudieron retornar a España, mientras Miguel tomó camino del exilio hacia Venezuela (Caracas), donde de nuevo se rencontró con sus allegados en 1947. En 1957 el régimen de Franco indultó a Bañuelos, quien había sido condenado por el Tribunal de Responsabilidades Políticas de Oviedo en 1940. Volvió a España en varias ocasiones, y en uno de los viajes falleció en Santa Cruz de Tenerife el día 24 de marzo de 1976. Allí está enterrado. Hoy viven aún sus tres hijas: dos en Costa Rica, y la mayor en Madrid (Julia).


*Una versión reducida de este artículo fue publicada en Atlántica XXII. Revista asturiana de información y pensamiento (Oviedo), nº 22, septiembre 2012, pp. 50-52.


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sábado, 21 de julio de 2012

Juan Pérez-Villamil y Paredes, Disertación sobre la libre multitud de abogados (1783). [RESEÑA]


LIBROS *
Juan Pérez-Villamil y Paredes, Disertación sobre la libre multitud de abogados (1783), edición y prólogo de Servando F. Méndez y Jesús Mella, Ayuntamiento de Navia / KRK Ediciones, Oviedo, 2004, 112 y 155 pp.

Rafael Anes y Álvarez de Castrillón

El 1 de mayo de 2004 se han cumplido 250 años del nacimiento, en Puerto de Vega (Navia), de Juan Pérez-Villamil y Paredes. Con motivo de ese aniversario ha sido recordado quien fue abogado en ejercicio, fiscal de la audiencia de Mallorca, director de la Real Academia de la Historia, regente del Reino y ministro de hacienda, por citar sólo a lo que resulta más de su biografía, pero al que se le conoce, sobre todo, por el bando que el 2 de mayo de 1808 han dado en Móstoles los alcaldes Andrés Torrejón y Simón Hernández.

Para recordar al natural de Puerto de Vega, el Ayuntamiento de Navia y el Real Instituto de Estudios Asturianos, con la colaboración de la Fundación Amigos de la Historia, han organizado las Iª Jornadas de Historia, con el título “Juan Pérez-Villamil y su tiempo”, entre el 22 y el 24 de julio. En ellas se trató acerca de las diferentes facetas del personaje, después de situarlo en su tierra y en su tiempo. Las jornadas han tenido un acto previo de presentación, en Oviedo el 3 de junio, con la intervención del Alcalde de Navia y el Director del Real Instituto de Estudios Asturianos, y conferencia de Miguel Artola, con el título “La España de Pérez-Villamil”.
Antes de que se celebrase ese seminario apareció, en edición facsimilar, la obra de Pérez-Villamil, Disertación sobre la libre multitud de abogados, que, como reza la portada, la leyó en la Real Academia de Derecho patrio de Nuestra Señora del Carmen el 16 de octubre de 1782 y, como señala el autor en la página 106, “la Real de Santa Bárbara ha hecho lo mismo en el de sus exercicios de este año 1783”. Dedicó Pérez-Villamil la Disertación a Pedro Rodríguez Campomanes, conde de Campomanes, como muestra de agradecimiento, ya que, señala, le debe sus “adelantamientos”. Añade de Campomanes, que “puede promover más inmediatamente cualquier pensamiento útil, y por su gran juicio puede rectificar los que contiene esta disertación”.
Han sacado del olvido este valioso trabajo Servando Fernández Méndez y Jesús Mella Pérez, autores de un extenso y profundo estudio preliminar. En él, además de presentar y analizar la obra, incluyen una, también extensa, biografía del autor, que es tanto más importante cuanto se desconocía de él. Esta biografía amplía lo que, entre otros, han escrito “Españolito”, Fermín Canella, Fernando Señas Encinas y Jesús Mella Pérez y Julio Antonio Vaquero Iglesias en el estudio preliminar a la Historia civil de la isla de Mallorca.
Vista muy antigua del Puerto de Vega

La Disertación, trata, como real el título, de la “libre multitud de abogados”, de “si es útil al Estado” esa multitud o si, por el contrario, es “conveniente reducir el número de estos profesores”, y, en este caso, “con que medios y oportunas providencias capaces de conseguir su cumplimiento se tenía que contar. Se debe tener en cuenta que si regulaba el número de abogados por medio de una ley, sería la primera dada sobre el asunto.
Compara Pérez-Villamil las últimas listas de abogados del Colegio de Madrid y constata lo mucho que ha aumentado su número en los veinte años anteriores. El número de 384 abogados que tiene la penúltima lista impresa, lo considera muy alto y perjudicial, tanto para la administración pública como para los propios profesionales y llega a decir: “¡Que lastimoso es ver una profesión tan noble entre las manos de muchos que la tratan como una vil ramera!”. Sin duda, con selección mejoraría el nivel de los profesionales y, también, el de sus ingresos, lo que a su vez contribuiría a lo primero. Consideran los editores de este trabajo de Pérez-Villamil, que en sus alegatos a favor de la conveniencia de la reducción del número de abogados en ejercicio, para ajustarlo a lo que la sociedad necesitaba, esgrime el autor unos argumentos que concuerdan con los planteamientos dirigistas de la política ilustrada en relación a otras funciones, como Campomanes sostenía, por ejemplo, respecto a los Notarios del Reino o Escribanos Reales, aunque tal vez no puedan considerarse actividades equiparables la de los abogados y la de los notarios.
Interés grande tiene este trabajo, que ha de ser, sin duda, objeto de reflexiones y análisis, por lo que hay que agradecer a Servando Fernández Méndez y a Jesús Mella Pérez su edición como recuerdo y homenaje a Juan Pérez-Villamil y Paredes. También hay que agradecerles el extenso y documentado estudio introductorio, que no sólo disecciona la obra que se publica, sino que, también, ofrece una amplia y bien trazada biografía personal y profesional del autor. Agradecimiento igualmente al Ayuntamiento de Navia por haber promovido la edición del trabajo.
*Boletín de Letras del Real Instituto de Estudios Asturianos, nº 164 (Año LVIII, OVIEDO, julio-diciembre 2004); pp. 271-272
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Texto íntegro de la Disertación a través de:                              
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viernes, 20 de julio de 2012

La independencia americana según la historiografía liberal española del siglo XIX (1833-1868) *

Julio Antonio Vaquero Iglesias
Jesús Mella
Introducción.
El contenido de esta comunicación forma parte de un proyecto de investigación más amplio en el que actualmente estamos trabajando y cuyo objeto es analizar el tratamiento que la historiografía decimonónica española realizó del proceso de independencia de las colonias americanas.
La limitación de espacio que nos impone esta forma de presentación del trabajo científico nos ha obligado a acotar el análisis no sólo desde el punto de vista cronológico, circunscribiéndolo exclusivamente a la etapa del reinado de Isabel II, sino también reduciendo el campo de análisis, dentro del conjunto de la producción historiográfica, a las historias generales y particulares  -es decir, referidas al periodo contemporáneo-  de tendencia liberal que mayor difusión tuvieron en dicha etapa.
Como vamos a comprobar en el desarrollo de este trabajo, en líneas generales el análisis del proceso de independencia en la América continental española que realizó la historiografía liberal del periodo isabelino estuvo condicionado por la proyección que sobre tales acontecimientos hicieron esos historiadores de su visión ideológica del pasado. Por tanto, la recreación de ese proceso fue en gran medida la interpretación interesada que las diferentes fracciones de la clase de la que procedían hacían del mismo, en relación con sus problemas del presente. De ahí, que en esta comunicación hagamos referencia en primer lugar a cómo afectó esa mediación ideológica al tratamiento del proceso independentista, para realizar después un análisis concreto de los datos e interpretaciones que sobre el tema recogen las principales historias generales y particulares del periodo, escritas por autores de todas las tendencias del campo liberal.

I.- Independencia americana y función ideológica de la historiografía liberal isabelina.
La revolución burguesa española culminó en el periodo isabelino la tarea de establecer el estado nacional, y su legitimación exigió el desarrollo de una historiografía que recrease el pasado español, construyendo una biografía a la medida del recién instaurado estado, con el objetivo de estimular el orgullo de los ciudadanos por su pertenencia al mismo y contribuir a consolidar su identidad.
En ese contexto nacionalista el tema colonial adquirió un importancia primordial. La acción colonial no pudo dejar de verse como la expresión exterior de la identidad nacional y considerarse, a la vez, como un elemento básico del poder económico y político de la nación dentro del concierto internacional. Por lo que se entendió que uno de los factores más decisivos en la posición secundaria de España a nivel internacional era no sólo el poseer un dominio colonial poco extenso y muy fragmentado, sino también de carecer de influencia y no mantener apenas relaciones con los países que habían formado parte de su inmenso pasado colonial en el continente americano.
Caricatura de Isabel II publicada en Vanity Fair (1869)
en el aniversario de su expulsión del trono.
Por tanto, en esa tarea que realiza la historiografía liberal de la etapa isabelina de reconstruir el pasado desde la óptica nacional, el asunto de la pérdida de las colonias  -y el tema colonial en general-  es de la mayor importancia. Desde ese nacionalismo historiográfico liberal es necesario justificar la independencia de las colonias, en la que está el origen de la postración internacional de España, traspasando esa responsabilidad histórica al despotismo absolutista, a la vez que se hace necesario defender la colonización española para reforzar la identidad nacional y para que no se resienta el orgullo patrio ante las feroces críticas que aquélla recibe por parte de los autores extranjeros. 
Pero también, el tratamiento que la historiografía liberal da al tema colonial está influenciado por la ideologización partidista que caracteriza en esta etapa la práctica del trabajo historiográfico[1]. Dentro del campo liberal no existe unanimidad sobre el modelo político y social que debe adoptar el nuevo estado, y los historiadores tamizan igualmente su interpretación del pasado nacional con el filtro de su visión partidista, con la finalidad de justificar y legitimar el proyecto político que defienden. Lo que se traduce, por consiguiente, en diferentes interpretaciones de determinados acontecimientos de la independencia americana entre la historiografía liberal moderada y la progresista-democrática.
En consecuencia, con ese planteamiento partidista, la visión del pasado colonial y del proceso de independencia debe ser coherente, legitimar las actitudes políticas que los diferentes sectores  liberales de la etapa isabelina adoptan respecto a cuáles deben ser las relaciones que España debe mantener con los estados surgidos de la descolonización de la América hispana.
Se considera, por parte de los diferentes grupos políticos liberales, que la renovación de nuestras relaciones con dichos estados es una de las posibilidades que España tiene para salir de su posición secundaria en la escena internacional. Los vinculados a los moderados  -siguiendo en esto a los tradicionalistas-  entienden esa relación como una restauración del dominio español en el continente americano por la vía de la monarquización; otros sectores de la burguesía comercial española, con intereses económicos en esos estados y ligados al liberalismo radical,  mantienen una postura de estrechamiento de los lazos con las nuevas repúblicas hispanoamericanas que pasa por su reconocimiento y aceptación formal.[2]

II.- Colonización y nacionalismo historiográfico.
En el contexto del estudio del proceso de independencia de las colonias españolas del continente americano, la mayoría de las historias generales y particulares que hemos analizado incluyen valoraciones y balances acerca de la obra colonial española. Y desde la perspectiva del nacionalismo historiográfico en que se mueven los autores, buscando apuntalar la identidad y el prestigio nacionales, la actitud generalizada de los historiadores liberales del periodo isabelino es la de considerar la acción española en América, durante la etapa colonial, como altamente positiva, rechazando las descalificaciones y ataques que numerosos autores americanos por esos años están lanzando contra el pasado colonial español[3]. Aunque se reconozcan los errores e injusticias que los españoles cometieron durante el periodo colonial, se terminan por justificar con unos y otros argumentos, llegando a la conclusión de que el balance final fue beneficioso no sólo para los americanos, sino incluso para el conjunto de la civilización.
En la conocida Historia del Levantamiento, Guerra y Revolución de España (1835), el conde de Toreno desarrolla un balance pormenorizado de la etapa colonial.
Según el historiador y político asturiano, la visión negativa que de la colonización española dan los historiadores extranjeros es no sólo injusta, sino, además, desproporcionada por no partir del principio de la evidente superioridad de la civilización europea frente a la indígena:
“En nada han sido los extranjeros  -dice el prócer asturiano-  tan injustos ni desvariado tanto como en lo que han escrito acerca de la dominación española en las regiones de ultramar. A darles crédito no parecería sino que los excelsos y claros varones que descubrieron y sojuzgaron la América, habían solo plantado allí el pendón de Castilla para devastar la tierra y yermar campos, ricos antes y florecientes; como si el estado de atraso de aquellos pueblos hubiese permitido civilización muy avanzada”.[4]  
Los excesos cometidos por los españoles los justificaba Toreno como algo connatural a toda conquista, y el que se hubiesen trasplantado a la colonia las instituciones del aparato absolutista lo considera como natural, puesto que tal sistema era el que estaba establecido en España y en la mayor parte de Europa. Por tanto, justificados tales aspectos, la colonización española en América se saldó con un balance claramente positivo para los pueblos conquistados:
“[…] Los españoles  -dice Toreno-  cometieron, es verdad, excesos grandes, reprensibles, pero excesos que casi siempre acompañan a las conquistas, y que no sobrepujaron a los que hemos visto consumarse en nuestros días por los soldados de naciones que se precian de muy cultas.
Mas al lado de tales males no olvidaron los españoles trasladar allende el mar los establecimientos políticos, civiles y literarios de su patria, procurando así pulir y mejorar las costumbres y el estado social de los pueblos indianos. Y no se oponga que entre dichos establecimientos los había que eran perjudiciales y ominosos. Culpa era esa de las opiniones entonces de España y de casi toda Europa;  no hubo pensamientos torcidos de los conquistadores, los cuales presumían obrar rectamente, llevando a los países recién adquiridos todo cuanto en su entender constituía la grandeza de la metrópoli”.[5]
Un planteamiento similar se recoge en la obra de otro político asturiano que tuvo una actuación destacada en las Cortes de Cádiz. Agustín Argüelles en el Examen histórico de la reforma constitucional que hicieron las Cortes Generales y Extraordinarias desde que se instalaron en la Isla de León el día 24 de setiembre de 1810, hasta que cerraron en Cádiz sus sesiones en 14 del propio mes de 1813 (1835), desde un planteamiento liberal más avanzado que el de Toreno y con el fin claro de justificar la política americana de las Cortes gaditanas, defiende, del mismo modo, la acción colonial española.
Considera que los males padecidos por las colonias no fueron sino también los males de la metrópoli, al ser regidas ambas por un régimen absoluto, pero que no hubo, como pretendieron los españoles americanos para justificar su independencia, un tratamiento ominoso específico para los territorios de Ultramar o, dicho con sus propias palabras, no existió “un designio premeditado en la madre patria de oprimir a las colonias”[6]. Los beneficios posibles que un régimen de aquella naturaleza podía producir  los derramó la metrópoli sobre sus colonias. La “nación”, la “madre patria” fue esclavizada, privada de sus libertades tradicionales por los Reyes Católicos y la monarquía absolutista de los Austrias, argumenta el político e historiador asturiano, manifestándose como un claro defensor de la teoría de que las esencias del liberalismo formaban parte de las entrañas del ente nacional, y por eso éste no pudo “comunicar a las colonias la libertad y la sabiduría de sus instituciones y sus leyes”.
Pero esclavizada y todo “extendió a todas ellas [las colonias] los beneficios que pudo conservar de su administración. España dio a la América todo lo que le había quedado, sin hacer la menor reserva para sí”.[7]
Y entre esos beneficios incluye Argüelles prácticamente todos los aspectos de la organización colonial, la política indigenista, la mercantilista que se aplicó en las relaciones comerciales,… y todo ello considera que mejoró aún más con el cambio de orientación que introdujo en la política americana la dinastía borbónica. La mala aplicación de esas políticas y el mal funcionamiento del orden colonial, los abusos y excesos que se cometieron, fueron comunes a la metrópoli y a la colonia y consecuencia del sistema absolutista y no se puede “atribuir, pues,  -concluye Argüelles-  a España un sistema de oprimir premeditadamente a la América, omitiendo lo que se padecía al mismo tiempo en la península”.[8]
La argumentación de Argüelles es profundamente liberal y nacional y, si se nos permite una nota humorística, casi podríamos decir que tiene algo de geométrica porque intenta conseguir la cuadratura del círculo: el ser nacional de España, profundamente impregnado de valores liberales, aun esclavizado por el absolutismo, no podía sino derramar sus beneficios sobre las colonias; lo malo que hubo en el régimen colonial no fue sino responsabilidad de aquél, lo bueno, de ese ser nacional eterno y de naturaleza liberal que era España.
Es obvio, por otra parte, que en esta interpretación del capítulo nacional español, al considerar a la nación como un sujeto histórico permanente, con una identidad definida por los valores del liberalismo, no sólo se legitima al estado nacional surgido de la revolución burguesa española sino que también se justifica la obra americana del liberalismo gaditano, eximiéndole el autor  -que había participado destacadamente en ella-  de las responsabilidad de la independencia colonial, al negar que las reclamaciones de los insurgentes tuviesen un fundamento objetivo.
Aunque en términos más prudentes, también hemos encontrado en la que fue la historia general de España más difundida de la segunda mitad del siglo XIX una valoración positiva de la etapa colonial. Nos referimos a la Historia General de España de Modesto Lafuente, que, como es sabido, fue -a partir del año 1850 en que se inició su publicación- la historia que tomó el relevo de la del Padre Mariana y se convirtió en la historia de España más leída y consultada entre la burguesía y la clase intelectual española durante el resto del siglo.  

Lafuente, tácitamente reconoce los elementos positivos de la colonización española en América al rechazar como excesivas e interesadas las acusaciones que sobre ella vertían los autores extranjeros, recurriendo para ello al tópico argumento de que tales abusos y errores no fueron ni más ni menos que semejantes a los que cometieron las otras metrópolis europeas:

“Los errores y abusos  -dice el historiador palentino, en ese sentido-  que nosotros hemos lamentado por parte del gobierno de la metrópoli, y que escritores extranjeros evidentemente y no sin intención han exagerado, o al menos sin hacer el debido y correspondiente cotejo entre el sistema y el  proceder de España y el de otros pueblos conquistadores y colonizadores”.[9]
Así mismo, desde las posiciones de la historiografía del liberalismo progresista-democrático, hemos encontrado importantes historiadores que interpretan positivamente la acción española en América, como es el caso de Eduardo Chao en su continuación de la Historia General de España del Padre Mariana (1851). Chao, que militó en las filas de republicanismo, no sólo no acepta que la colonización española haya sido más cruel o abusiva que la de los otros países colonizadores europeos, sino que incluso insinúa la posibilidad de que éstos lo hubiesen sido en mayor grado:
“Mucho se ha baldonado a España  -escribe-  por esta conquista, y ciertamente no son dignos de loa todos los medios empleados para alcanzarla y asegurarla después. Hubo asesinatos, crueldades, saqueos, violencias, iniquidades, maldades, en fin, de todo género que indignan hoy e indignarán más cuanto más avance el mundo en la civilización. ¿Pero no pertenecía tal vez esa dureza a la época? Pero las demás naciones, la Inglaterra, la Francia, la Holanda, y el Portugal, ¿fueron más humanas en sus conquistas? ¿No hubo más que crímenes, como se ha dicho, donde quiera que los españoles pusieron sus plantas?  No queremos registrar los anales de otros pueblos para demostrar que ha habido quienes fueron tanto o más crueles que nosotros […]”.[10]
Si esto es así, en parte se debe, según Chao, a lo que de específico tuvo la colonización española frente a las de los otros países europeos. Estos fijaron sus objetivos coloniales en la explotación económica de los territorios dominados, mientras que la española subordinó aquélla a su misión civilizadora. De eso se deriva también, según el historiador liberal, el hecho de que la colonización no sólo no contribuyó en el caso español al bienestar de la metrópoli sino que, por el contrario, “labró, en fin, su propia ruina sacando de las tinieblas un nuevo mundo”.
Desde este planteamiento, la conclusión de Chao es que “hoy no es tiempo todavía de que la historia aprecie todos los beneficios hechos por España al mundo poniendo las Américas en relación con los demás pueblos de la tierra. Era una conquista necesaria a la civilización: así es preciso juzgar este grande acontecimiento”.[11]
Pero igualmente entre los historiadores afectos a la tendencia liberal radical hay quien no participa de esa valoración positiva de la etapa colonial, sino que, al contrario, la descalifica totalmente. Es el caso del liberal progresista Ángel Fernández de los Ríos en la obra Estudio histórico de las luchas políticas en la España del siglo XIX (aunque publicada en 1879-1880).
Aun manteniendo la perspectiva nacionalista común a todos estos historiadores liberales, Fernández de los Ríos da prioridad al enfoque partidista y el objeto principal de su intervención es negar las acusaciones que se hacen a los principios liberales de ser los causantes de la pérdida de las colonias. Tal responsabilidad la atribuye al sistema absolutista. “Nuestra mala administración y nuestra tiranía sistemática”, argumenta el historiador progresista, fue el motivo principal de la insurrección americana y no la difusión de los principios liberales. Para él, que considera  -como es norma en la historiografía liberal-  a los Reyes Católicos como los iniciadores del despotismo absolutista que se continuaría después con la monarquía de los Austrias, el orden colonial estaría viciado desde el mismo origen. El juicio sobre la colonización española, que entiende como el resultado de las directrices de los Reyes Católicos, es demoledor:
“Debieron al genio de un gran hombre, el descubrimiento del Nuevo Mundo; y, después de pagarle el servicio con la gratitud más inicua, y de enviar con cada banda de aventureros un fraile encargado de enarbolar nuestra bandera en los países que se descubrían, no supieron fundar en ellos otra cosa que testimonios de locura religiosa, únicos vestigios que allí dejó nuestra dominación; convirtiendo, lo que estaba llamado a ser poderosísimo elemento de grandeza, en causa eficaz de decadencia para la Península y de riqueza para las naciones que han recogido el fruto de nuestras torpes conquistas”.[12]

III. La independencia de las colonias españolas en la historiografía liberal.
Esa posición nacionalista sobre la que hemos visto a los historiadores liberales fundamentar las valoraciones y juicios acerca de la colonización, combinada con la óptica ideológica militante desde la que se escribe la historia en este periodo, constituyen el contexto historiográfico que permite comprender los análisis que se recogen en las obras de historia sobre el proceso de la independencia colonial en la América hispana.
Proclamación de la independencia argentina en Tucumán (1816)
En todas las obras que hemos analizado, tácita o expresamente, se reconoce que el movimiento independentista americano que surge de 1810 respondía a unas causas profundas anteriores, cuyo desarrollo lento debía necesariamente culminar en la separación de las colonias. Sin embargo, se considera, por parte de estos historiadores liberales,  que a pesar de la acción de esas causas profundas, en los años en que se inició el proceso independentista todavía los vínculos entre las colonias y la metrópoli eran muy intensos y que sólo una crisis política tan profunda, como la que sufrió España con la invasión francesa, pudo romperlos.
Este esquema interpretativo lo desarrolló expresamente el conde de Toreno en su Historia y de él lo recogen prácticamente todos los historiadores que hemos analizado: Lafuente, Rico y Amat, Chao, Fernández de los Ríos,… Su origen parece estar  -o al menos a él se refieren algunos de estos autores-  en el contenido del famoso informe de Aranda a Floridablanca (1783), en el que el ilustre aragonés recomendaba a éste, ante la influencia nociva que preveía iban a ejercer los recién independizados Estados Unidos sobre las colonias españolas, la división de la América continental en diversas monarquías encabezadas por infantes españoles.
La función ideológica de esta interpretación parece clara. Desde la perspectiva nacionalista que adoptan estos historiadores, la emancipación   -término que se utiliza preferentemente por éstos y no precisamente por casualidad-  fue un hecho natural, inevitable y del que nadie  -ni siquiera el despotismo absolutista-  fue último y directo responsable.
Sin embargo, desde los presupuestos nacionalistas que mantenían  -como idea incuestionable-  de que para la nación era un bien poseer un dominio colonial como expresión de su poder material y prestigio internacional, la posición secundaria de España en Europa aparece estrechamente vinculada a la pérdida de sus colonias en la América continental. Y por ello, sí es necesario justificarse desde la historia por no haberla retrasado todo lo más posible, dado que era inevitable y, sobre todo, por no haber logrado una independencia negociada que hubiese permitido mantener las ventajas materiales de unas relaciones amistosas y/o de dominio con los estados surgidos de la descolonización. Y esa justificación la hacen los historiadores liberales responsabilizando al absolutismo fernandino del modo cómo se llegó a la independencia de las antiguas colonias y de su consecuencia presente, que es la postración internacional de España.
Pero también desde el moderantismo político se hacen culpables a los liberales avanzados de las Cortes gaditanas y, sobre todo, del Trienio, de haber sido los causantes de esa situación, por haber intentado la aplicación de sus principios radicales. En esa crítica, incluso, los historiadores moderados incluyen algunos de los elementos de la teoría conspiratoria del origen de la independencia americana que defendía la historiografía tradicionalista, como por ejemplo la importancia que en Trienio liberal tuvo la acción de la masonería, tanto en España  -sublevando el ejército de Cádiz y originando la inestabilidad política-  como en América, alimentando la insurrección por medio de conspiraciones y a través de la difusión del ideario revolucionario[13] .
No hay conciencia entre estos historiadores de la contradicción que existe en el hecho de que los liberales metropolitanos participaban con los liberales americanos de unos principios que legitimaban la lucha de éstos por la independencia y, sin embargo, se la negaban. El criterio dominante en la historiografía liberal es que los gobernantes metropolitanos debieron retrasar el mayor tiempo posible una independencia que inevitablemente tenía que llegar y cuando esa situación se produjo, se debió haber llegado a una separación negociada que hubiese permitido mantener a la ex metrópoli una relación ventajosa e interesada con sus antiguas colonias, e incluso, para otros más que eso, es decir, una relación de dominio sobre ellas. Esto es, las dos posturas que en la etapa isabelina adoptaron respectivamente ciertos sectores vinculados al liberalismo progresista-democrático, por una parte, y los tradicionalistas y moderados, por otra, respecto a las relaciones que España debía mantener con sus antiguas colonias.
Modesto Lafuente mantiene, en su Historia General esa actitud, de la cual, expresa o tácitamente, participan también la mayoría de los historiadores liberales que hemos analizado. El historiador palentino, al enjuiciar negativamente el apoyo prestado por Carlos III a los independentistas de Estados Unidos por su posterior influencia en el movimiento insurreccional en las colonias españolas, no niega “que la independencia y la libertad de los Estados Unidos, como la de las otras grandes familias y regiones de América, ha sido o pueda ser, bien que pasando por más o menos largas y penosas crisis, útil y provechosa a la humanidad en general; ni desconocemos que el destino de todas las grandes colonias, y en especial de las que están a inmensa distancia de su metrópoli, es emanciparse y vivir vida propia al modo de los individuos cuando llegan a mayor edad. Pero fuerza es reconocer también que el interés y la conveniencia especial de los soberanos es el de conservar cuanto puedan el dominio de las regiones que poseen, como es su deber regirlas en justicia y dispensarles los beneficios de la civilización […]. Lo que la prudencia y el interés aconsejan es hacerlas amigas y hermanas cuando no se puede tenerlas dependientes.[14]       

Rico y Amat en su Historia política y parlamentaria de España (1860-1861) expresa también un planteamiento similar con los matices propios de su ideología liberal moderada. Después de enjuiciar como negativa la política americana de la Regencia y las Cortes de Cádiz por contribuir a propagar entre los americanos las ideas independentistas, con la difusión entre ellos de los principios liberales y la concesión de los derechos políticos, critica también la política de carácter absolutista de Fernando VII por haber optado por la reconquista militar de las colonias sublevadas y no haber intentado llegar a un acuerdo con ellas.
“Fácil era establecer en aquellos dominios  -escribe-  monarquías más o menos absolutas, pero siempre ilustradas y paternales, sentando en los nuevos tronos de América príncipes españoles que hubiesen conservado siempre una amistad inalterable y sincera a la madre patria, proporcionándola recursos y prestándola apoyo.
Encaminada así la emancipación, puesto que ya no había remedio, no sólo el establecimiento de monarquías en América, bajo la influencia y protección de España, hubiese sido útil a ésta y dándole importancia en Europa, si que también y principalmente habría sido la salvación de las provincias emancipadas, víctimas desde entonces de la anarquía de las repúblicas y del despotismo de los dictadores”.[15]
Es decir, la misma actitud hacia América que en esos años mantenían ciertos sectores tradicionalistas y moderados partidarios de recuperar la influencia en las antiguas colonias, apoyando la instalación de monarquías relacionadas con España para poder así recuperar la posición internacional perdida.
Sin embargo, después de tal planteamiento, Rico y Amat reconoce desde los valores del liberalismo la justa causa de los americanos, pues “no eran   -escribe-  insurgentes los que iban a combatir nuestros soldados: eran ideas de libertad, eran sentimientos de independencia, que no se sofocan ni se destruyen por las armas.
América hacía con nosotros lo que habíamos hecho antes con Napoleón; luchaba por romper las cadenas de su esclavitud, y venció como luchamos nosotros por ser independientes y vencimos”.[16]
Al margen de estas notas comunes de las interpretaciones de la historiografía liberal moderada y radical, no se pueden dejar de lado  -algunas ya las hemos analizado al hilo de lo expuesto anteriormente-  las diferencias de interpretación y valoración surgidas desde las dos ópticas ideológicas correspondientes a las dos grandes tendencias del liberalismo en este periodo, como tampoco otras que no tienen ese significado, sino que derivan de las cualidades personales y profesionales de cada historiador.
Por ejemplo, el conde de Toreno desarrolla extensamente en su Historia, dentro del conjunto de causas generales y lejanas de la independencia, la gran influencia que en ésta tuvieron las transformaciones del reformismo borbónico en América. Lafuente, sin embargo, que sigue en líneas generales el mismo esquema que Toreno sobre las causas de la independencia, no hace referencia a tales transformaciones así como tampoco acepta la crítica que la política americana de la Junta Central mereció al conde de Toreno. Pero ambos concuerdan en que a la altura de 1814 la conciencia independentista de los españoles americanos estaba ya asentada firmemente y no había otro remedio que hacer lo que no se hizo: llegar a una independencia negociada que hubiese favorecido los intereses futuros  -es decir, el presente desde el que escriben-  materiales y políticos de España en el Nuevo Mundo.
Pero, sobre todo, la intensa ideologización partidista que caracteriza a la historiografía liberal de este período fue la causa principal de juicios e interpretaciones diferentes sobre numerosos aspectos del proceso independentista americano.
Otro ejemplo, además de los ya analizados, nos puede servir de ilustración al respecto. Ya hemos visto como el liberal moderado Rico y Amat criticaba la labor de la Regencia y las Cortes de Cádiz como difusor del sentimiento independentista por igualar y conceder derechos políticos a los españoles americanos; mientras la postura contraria la mantiene un liberal radical como Chao, que considera que fue precisamente esa política liberal de la institución soberana instalada en Cádiz la que permitió detener por algún tiempo la insurrección independentista.
Notas

[1] Véanse sobre este aspecto: Manuel Moreno Alonso, Historiografía romántica española, Sevilla, 1979; Paloma Cirujano y otros, Historiografía y nacionalismo español, 1834-1868, Madrid, 1985; Gonzalo Pasamar e Ignacio Peiró, Historiografía y práctica social en España, Zaragoza, 1987; y el Prólogo de José María Jover al vol. XXXIV, La era isabelina y el sexenio democrático (1834-1874), de la Historia de España dirigida/fundada por Ramón Menéndez Pidal (1981).
[2] Sobre este aspecto véase Leoncio López-Ocón Cabrera, Biografía de “La américa”. Una crónica hispanoamericana del liberalismo democrático español (1857-1886), Madrid, 1987, passim.
[3] Véase Carlos M. Rama, Historia de las relaciones culturales entre España y la América Latina. Siglo XIX, México, 1982, pp. 91-102.
[4] Tomo III, p. 425 de la edición de 1835.
[5] Ibídem, pp. 425-426.
[6] Tomo I, p. 338 de la edición de 1835.
[7] Ibídem, p. 335.
[8] Ibídem, p. 344.
[9] Tomo XVII, p. 149 de la edición de 1930.
[10] Tomo V, p. 342.
[11] Tomo V, p. 343.
[12] Página 9 de la edición de 1879.
[13] Sobre el tratamiento que la historiografía de la etapa de Isabel II da a la participación de la masonería en la independencia americana, véase la comunicación presentada al V Symposium Internacional de la historia de la masonería española, celebrado en Cáceres en junio de 1991, por uno de los autores de este trabajo, Julio Antonio Vaquero Iglesias, con el título “Masonería e Independencia americana en la historiografía española decimonónica (1833-1868)”.
[14] Tomo XV, p. 82-83 de la edición de 1930.
[15] Tomo I, p. 500
[16] Ibídem,  pp. 500-501

* Ponencia publicada en: Ursula Thiemer-Sachse, Werner Pade y Wolfhard Strauch (editores), América Latina en el pasado, presente y futuro, 1492-1992. Materiales del Coloquio Internacional (Universidad de Rostock, Instituto Latinoamericano, 27 a 29 de septiembre de 1991), Lateinamerika-Institut/Universität Rostock,  Rostock, 1992,  Tomo I, pp. 60-67.
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M. Zeuske con profesores y estudiantes de la
Sección de Estudios Latinoamericanos de Rostock (1987)