sábado, 26 de julio de 2014

Antonio Ortega: en la trinchera de las ideas


 
Antonio Ortega: en la trinchera de las ideas

JESÚS MELLA
 
Charla-conferencia
Ateneo Obrero de Gijón
Centenario de Antonio Ortega
Lunes, 17 de noviembre de 2003
19,30 horas

 [ A Sofía, 6 años ]
 [ A José Antonio Mases ]
 
Antonio Ortega y Fernández de la Granda, nacido en Gijón el día 13 de noviembre de 1903, hace ahora cien años, es probablemente uno de los mejores cuentistas asturianos y, sin embargo, sigue ignorantemente despachado en la trastienda de nuestra literatura, aunque razones objetivas hay para explicar esta circunstancia.

Es por tanto loable que, coincidiendo con el centenario de su natalicio, se haya reeditado por Llibros del Pexe su novela inclasificable  -por original-  Ready, presentada el viernes pasado en este Ateneo Obrero (14 de noviembre de 2003). También un proyecto que se creía malogrado parece que en fechas próximas llegará a buen puerto: una compilación de once relatos cortos escritos por Ortega exclusivamente en tierras americanas que, con el título de Chino olvidado y otros cuentos, publicará la editora sevillana Renacimiento en su colección Biblioteca del exilio. Debo reconocer que su obra narrativa menor, publicada hasta ahora, es corta y desconocida; por eso, una antología cuidada de sus cuentos, como la que se anuncia y pronto aparecerá en las librerías, sorprenderá a muchos y dará a conocer un narrador de primera fila. Leerla será el primer paso serio para recuperarlo de un injusto olvido literario.

No pretendo ahondar, en este momento, en la mala suerte literaria de Ortega, considerado autor de preguerra por su anclado estilo irrenunciable y su presunto rechazo a modelos estéticos que los nuevos tiempos aportaron, opinión discutible que no compartimos. Hasta hace poco, el pequeño pero loable y meritorio interés biográfico por Ortega se ha ceñido estrictamente a su faceta de autor de cuentos y a ciertas anécdotas vitales más o menos llamativas, pero se ha prestado poca atención a otras circunstancias que son las que precisamente quisiera poner de relieve hoy, mas bien bosquejar.

Me detendré, en concreto, en determinados aspectos de su trayectoria poco conocidos: la tarea como profesor; y la entrada en la actividad política y su madurez en ella, al asumir, en plena Guerra Civil, nada menos que con 32 años, la Secretaría General del Consejo Interprovincial de Asturias y León juntamente con la Consejería de Propaganda del citado Consejo. Responsabilidad, esta última, a la que me referiré con algún detalle, pues manifestó y exteriorizó un aceptable dinamismo.
* * *
Hijo de un madrileño, que fue médico de la Fábrica de Mieres, y de una señorita de Pola de Lena, perteneciente a los Álvarez-Buylla, estudió el Bachillerato en el instituto Jovellanos de su ciudad natal y la licenciatura en Ciencias Químicas en Oviedo, doctorándose en la Universidad Central de Madrid, donde fue alumno de la Facultad de Ciencias (1923-1924).

Su vocación de escritor nació siendo todavía estudiante y la pasión por la literatura  -no obstante su formación de carácter científico-  es más que seguro empezase al frecuentar la biblioteca de este Ateneo Casino Obrero de Gijón, del que su padre llegó a ser Presidente en 1917, año también de su fallecimiento. Y así, a partir de 1924, empieza a colaborar con cierta asiduidad en la prensa asturiana. También la revista madrileña Buen Humor publicará sus primeros cuentos, con el pseudónimo de Antonio Isaac según propia confidencia. Otros cuentos y narraciones cortas verán la luz en diferentes revistas de la capital: Nuevo Mundo, Blanco y Negro y en las páginas literarias de El Imparcial.

Son años de aprendizaje, pero no primerizos, pues lo cierto es que ya mostraba cierta maestría en las formas y en el estilo, al aliar claridad expositiva tradicional y cierta modernidad vanguardista. Con tales pertrechos obtendrá el primer premio  –votación de autores-  en el concurso de cuentos de Los Lunes de El Imparcial  de 1927, con la excelente narración Apolinar González, y cuyo jurado calificador lo formaban: Pérez de Ayala, Hurtado, Astrana Marín, Francos Rodríguez y Gil Fillol. El cuento fue publicado el 10 de julio de aquel mismo año.

Joaquín Gómez de Llarena Pou
(1891-1979)
No se equivoca el médico y político republicano Carlos Martínez en su Historia de Asturias (1969) cuando señala a su amigo Antonio Ortega como profesor del instituto Jovellanos de Gijón. Así es. Según confesión propia, Ortega fue ayudante interino, sin sueldo, durante los años que van de 1925 a 1930 en dicho centro, y encargado de la Cátedra de Fisiología e Higiene durante el curso de 1927-1928 en el mismo instituto. Igualmente, testimonios de época lo sitúan, efectivamente, como profesor suplente durante el citado año académico en el centro gijonés sustituyendo al titular de Historia Natural y Fisiología e Higiene, el eminente geólogo Joaquín Gómez de Llarena, que se había desplazado a Alemania para ampliar estudios. A lo que parece, los alumnos preferían como profesor a Antonín antes que al titular, por la innegable amenidad de sus clases. Quienes lo conocieron en esa época indican que era un gran pedagogo, con una orientación eminentemente práctica de su tarea escolar. Dato que concuerda con el testimonio del catedrático José María Martínez Cachero, que lo tuvo como profesor de permanencias en Oviedo pocos años después.    

Por oposición obtiene una cátedra de instituto en 1930, a los 26 años, e ingresa en el escalafón el 25 de marzo, siendo aun simplemente licenciado. El primer destino como numerario fue Tortosa (Tarragona), donde ocupó  -desde abril-  la cátedra de Agricultura y Técnica Agrícola e Industrial y Terminología Científica, Industrial y Artística. Tales eran las nominaciones. En las actas de claustro del hoy llamado I.E.S. Joaquín Bau  -heredero de aquel instalado en 1928 en un antiguo Seminario- sólo aparece como asistente a las reuniones de los meses  de mayo y junio de 1930, y ya no figura en las de octubre de ese año. Estuvo, pues, de marzo a agosto de 1930 en tal destino. A través de la lectura de dichas actas se sabe que fue nombrado por el delegado regio miembro de tribunal de exámenes y secretario interino del instituto  -a raíz de la dimisión del titular-   durante un breve tiempo, pues en junio ya se había nombrado a otro de forma poco elegante, motivo por el cual Ortega denuncia el procedimiento al haberse actuado al margen del claustro de profesores. Postura de rebeldía justificada que es compartida por parte del profesorado.
Compañeros de A. Ortega en el Instituto de Tortosa (1930)
Debió dejar buena impresión en la zona, al menos eso se desprende de alguna carta que conservamos a él dirigida, dos años más tarde, por el catedrático de Agricultura del instituto nacional de Tarragona Bartolomé Darder Pericás, eminente geólogo y zahorí.

En agosto de 1930 pasó por traslado al instituto nacional de segunda enseñanza de Oviedo, en la quinta Roel, donde impartirá la misma asignatura de Agricultura en el bachillerato, llamado entonces universitario. Su sueldo será de 8.000 pesetas anuales. A su llegada figura como director del Instituto ovetense el catedrático de Física y Química Leonardo Camarasa y como bibliotecario del centro Acisclo Muñiz Vigo, que lo era de Geografía e Historia.

Allí ejerció una gran labor durante seis años y, según ha quedado recogido, lo mismo “exponía a los alumnos las funciones de reproducción de los lamelibranquios o les hablaba acerca de la determinación del pH en las tierras de cultivo”. Imborrablemente quedarán en el recuerdo de alguno de sus alumnos de entonces quince conferencias sobre “Ecología” destinadas a sexto año de bachiller.

Al mismo tiempo que desarrolla la docencia en el Alfonso II se le encargan conferencias destinadas a los maestros cursillistas. En tal sentido, impartió en el año de 1932 cinco charlas en la Universidad de Oviedo relativas a temas biológicos enmarcados en una unidad sobre “La vida y la muerte”. En 1933 pronunció tres conferencias sobre “Patología vegetal” en la Escuela Normal de Oviedo, y al año siguiente dos conferencias en el instituto de Oviedo a los maestros cursillistas de 1934 con el título de “Control biológico de las plagas”.
Instituto de Segunda Enseñanza de Oviedo (Octubre 1934)
Los sucesos de 1934 afectaron de lleno al edificio escolar y a Antonio Ortega, que se vio envuelto en alguna que otra tensa situación  -la propuesta de expulsión de un alumno por reparto de propaganda política fue la espoleta-  motivada por su compromiso político con la izquierda republicana, en un momento que ello solía traer serias consecuencias. Aunque a decir verdad, el director del instituto, Camarasa, era correligionario político y solía ponerse de su lado. Ha de decirse, por cierto, que Ortega nunca estuvo sometido a expediente disciplinario mientras ejerció la docencia.

Instalados luego en las escuelas de la calle de General Elorza (Oviedo), es fácilmente adivinable la tirantez del ambiente claustral en aquellas jornadas. En la plantilla docente figuraban, como exponentes de dos bandos opuestos, Antonio Ortega por un lado y, por otro, el catedrático de Latín Juan Francisco Yela Utrilla, uno de los fundadores de Falange Española en Asturias. Y subrayo esto, porque Ortega compaginaba su militancia en el republicanismo con la actividad sindical en la Asociación de Trabajadores de la Enseñanza (ATEA) vinculada a la UGT. Se había afiliado a dicho sindicato en febrero de  1931, es decir, antes de la llegada de la República. Además, había sido director de Avance, como veremos.

En ese mismo año crucial de 1931 gana un acreditado concurso de novela corta para autores noveles con su cuento Yemas de coco, convocado por la revista madrileña Nuevo Mundo, vinculada a la empresa Prensa Gráfica. Se falla el 29 de julio, en plena euforia republicana. El jurado calificador lo forman en esta ocasión: Alfonso Hernández Catá, José Francés, Cristóbal de Castro, Alberto Insúa y Eduardo Marquina. La obra se publicó por entregas en cuatro números diferentes de dicha revista, con ilustraciones de Emilio Ferrer.
 

En entrevista que le hace dicha publicación con tal motivo, aparte de aportarnos algunos datos biográficos con desenvoltura e ingenuidad, Ortega nos da cuenta veladamente y con desparpajo irónico  -a pesar de su carácter distante aunque amable siempre-  de su éxito con las mujeres y de tener como inspiración o referente de belleza a Greta Garbo. Y algo de cierto debe haber en ello, ya que alguna carta hemos visto remitida por esas mismas fechas desde la Escuela Normal de Lérida  -no muy distante de Tortosa por cierto-  en la que cierta joven dama le escribía y le decía textualmente:

“Leí en Nuevo Mundo su personalidad, y, aunque algo más encumbrada que la de mi humilde persona, he sentido tal inclinación por su manera de expresarse que me he atrevido a escribirle, pidiéndole que sea mi profesor de redacción. Le anticipa las gracias la que espera ese favor”.

Señala Antonio L. Oliveros, en su insuperable Asturias en el resurgimiento español (1935), que al implantarse la Segunda República no tuvo ésta en Asturias otros defensores sinceros que El Noroeste, diario que él dirigía, y pequeños grupos de intelectuales de diferentes matices partidistas, y precisa:

“Entre estos intelectuales se contaba con el joven catedrático del Instituto de Oviedo Antonio Ortega (…) Ortega pertenece a la juventud gijonesa, con Mario de la Viña, el médico Gonzalo Fernández Jardón, Dionisio Morán Cifuentes y otros, que se enaltece con una brillante aportación a las letras. En El Noroeste se han publicado trabajos literarios de Ortega de positivo mérito”.

No es por tanto tan sorprendente que en 1932 fuese nombrado director del diario socialista ovetense Avance –órgano de la U.G.T. y heredero de La Aurora Social- ya que el dirigente minero Amador Fernández  -inspirador del nuevo periódico-  lo concibe, en aquel instante, como un órgano de expresión de amplio espectro dentro de la izquierda asturiana, incluyendo a los seguidores y militantes de las organizaciones republicanas pequeño-burguesas, y no como un simple portavoz del movimiento obrero socialista. Se pretendía, sin duda, ganar lectores e influencia para así hacer sombra al diario melquiadista gijonés El Noroeste, que tenía gran predicamento en las comarcas mineras y en el mundo del trabajo. Pero la dirección de Avance por Ortega duró solo unos meses. Al respecto, Antonio L. Oliveros, en sus apuntes históricos y biográficos de 1935, apostillará sabiamente:

“El joven catedrático, hombre de ideales republicanos, pudo convencerse en ese breve tiempo de que el socialismo asturiano no era internamente todo lo ampliamente espiritual que pretendía aparecer externamente que era.”

Fue Ortega un intelectual situado a medio camino del sabio recluido en su torre y del militante zambullido en la realidad cotidiana. Colaborador habitual en la prensa, su estilo nunca fue el de los grandes temas, escribía sobre las cosas sencillas ambientadas en muchas ocasiones en Asturias y siempre con un toque de humor. Personaje de horizonte ilimitado, compaginará la docencia, el periodismo, la política y, cuando puede, la literatura.

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De ideas avanzadas e inquietudes liberales, entra en política como vocal del Centro Republicano de Oviedo, afiliándose luego y desde el primer momento al Partido Republicano Radical Socialista, fundado en 1929 por Álvaro de Albornoz y Marcelino Domingo.

En aquellos momentos era la fuerza republicana burguesa más importante en la región asturiana. Para corroborar lo que decimos basta con citar los nombres de las personalidades más destacadas: Luis Ochoa de Albornoz, Carlos Martínez, José Maldonado, el periodista José Díaz Fernández, Leopoldo Alas Argüelles –hijo de Clarín y con el que Ortega mantenía ciertos lazos de parentesco-  y el propio Álvaro de Albornoz.

Ortega asumirá la presidencia de la Juventud Republicana en 1930 y 1931, siendo durante este año y 1932 el delegado de Oviedo del Partido Republicano Radical Socialista en el Consejo Provincial de tal formación política.

El partido entro en crisis a nivel nacional por diversas razones de estrategia y otras de índole personal, motivando escisiones y abandonos, lo que provocó el descalabro en las elecciones generales de 1933 de la coalición llamada Unión de Izquierdas Republicanas, que estaba formada en nuestra región por una autodenominada Agrupación Autónoma Radical-Socialista de Asturias y Acción Republicana.

Ingresa luego Ortega en Izquierda Republicana, partido que nace en abril de 1934 al fusionarse diversos partidos de la burguesía izquierdista española: entre otros, el Partido Radical-Socialista de Marcelino Domingo, la O.R.G.A y Acción Republicana de Azaña, dirigente que liderará la nueva formación a nivel nacional y de la que Ortega será su secretario general de Oviedo durante 1935 y 1936, año en que será elegido vicepresidente de su Consejo Provincial. Dicha formación, como todos sabemos, será uno de los pilares del Frente Popular, triunfador en las últimas elecciones del período republicano.
 
Era Izquierda Republicana un partido aglutinador de otras formaciones menores afines, de carácter “jacobino reformista”, que pregonaba una defensa a ultranza de las libertades individuales y sociales, un radical laicismo de claros tintes anticlericales, una enseñanza pública y neutra, una reforma agraria efectiva, la participación de los trabajadores en los beneficios de la empresa-  aunque no en su control o gestión-  y una moderada autonomía para las regiones de España.

En febrero de 1936, Izquierda Republicana obtuvo unos resultados satisfactorios  -con 80 diputados se consolidó como la segunda fuerza de las Cortes, tras el PSOE-  que posibilitaron la elección como diputados nacionales de Ángel Cabal, Félix Fernández Vega, Luis Laredo y José Maldonado, gran amigo de Ortega.

En la primavera convulsa de 1936 participó en diversas tareas relacionadas  -a la vez- con su condición de catedrático del instituto de Oviedo y la militancia política. Simplemente, a modo de muestra, señalaremos que dio una conferencia sobre “Plagas” en la sede social de Izquierda Republicana de Oviedo, y que en junio lo vemos anunciado en la prensa de la época como conferenciante en las actividades iniciales del denominado Secretariado Técnico de Primera Enseñanza  -inspirado por el Comité de su partido en Oviedo-  con una charla sobre “El niño”, tema muy de su gusto.

Poco después, en vísperas de la guerra, obtuvo el segundo premio de otro concurso literario convocado por el semanario Blanco y Negro  -la revista de Prensa Española-  por la novela corta titulada Siete cartas a un hombre, que fue publicada por la revista al poco tiempo, con ilustraciones de Santiago Regidor. El jurado que le otorgó tal honor estaba formado por José María Salaverría, Blanca de los Ríos, Juan Aguilar Catena, Manuel Bueno y el historiador Melchor Fernández Almagro. A lo que parece, Ortega fue siempre un escritor laureado en este tipo de certámenes.

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El estallido de la guerra le sorprende en Oviedo y, dado su compromiso político, se traslada del Oviedo rebelde al Gijón revolucionario para ponerse al servicio del partido y proteger su vida. Su vivienda en la capital, mientras tanto, será asaltada y la biblioteca personal desvalijada.

En Gijón vivía su viuda madre, Rosa Fernández de la Granda y Álvarez-Buylla, domiciliada en la calle Casimiro Velasco, número 23. Él, en cambio,  se instalará en la calle de Cabrales, número 24.

Políticamente hablando, en esos momentos ostenta  –como hemos dicho-  la vicepresidencia del Consejo Provincial de Izquierda Republicana en Asturias, formación de la que era presidente Carlos Martínez y secretario accidental Federico Fernández Álvarez, que circunstancialmente estaba domiciliado en Gijón. Poco después Ortega pasa a ocupar la presidencia.

Ortega desarrollará a partir de entonces una notable labor en el intento de reorganizar su maltrecho y disgregado partido, tanto a nivel de las agrupaciones locales como a nivel provincial. También se significa con entusiasmo en la organización de las denominadas Milicias I.R.A. (Izquierda Republicana de Asturias) y en otras misiones delicadas que le encarga su formación política.

Izquierda Republicana contaba en el “Gijón de guerra” con pocos militantes, pero cualitativamente importantes e influyentes: Justo Casero era director del Banco de España, Bonmatí presidía la Audiencia Provincial, Matías Conde era secretario general de Comercio, Antonio Mora un médico de prestigio; y magistrados eran: Manuel García Vidal, Juan Lavandera y Luis Ochoa de Albornoz. Otros significados correligionarios ocupaban algún que otro puesto de menor rango en la política del momento, y responsabilidades en la Junta Municipal de su formación en Gijón o en el Comité Ejecutivo Provincial de su partido político, que por obvias circunstancias se había emplazado en Gijón, al igual que sucedía con algunos destacados afiliados que temporalmente se habían instalado en la villa gijonesa, como es el caso de David Arias.

Aunque Ortega “hereda” alguna que otra responsabilidad menor contraída con anterioridad al 18 de julio, como por ejemplo la representación del Ministerio de Instrucción Pública en la Junta Provincial de Beneficencia de Oviedo, podemos señalar que su primer cargo político en el Gijón “en guerra”, con 32 años, es de asesor de la Dirección General de Instrucción Pública en el Comité Provincial del Frente Popular de Asturias, área que dirige Manuel Suárez Vázquez, de las Juventudes Socialistas.

Dato poco conocido, también, es que el día 15 de octubre y en base a las nuevas disposiciones legales solicita ser readmitido en su empleo docente, hecho que se demorará meses y que vendrá propiciado por la circunstancia de la escasez de profesorado en Gijón. Es además, en esos instantes, miembro de la Comisión Ejecutiva provincial de la Sección de Enseñanza Media y Superior de Asturias, sindicato que nacerá diez días antes y que va a funcionar encuadrado en la UGT y dentro de la ATEA. Ortega resultará elegido, poco después, vicepresidente de la citada Sección. Como podemos ver, se multiplican las organizaciones sociales y partidistas a la par que Ortega los cargos.

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Como quiera que Izquierda Republicana participó a nivel nacional en todos los gobiernos del Frente Popular –con Azaña a la cabeza de la más alta magistratura en casi todo el período bélico-, al estallar la guerra tales alianzas se trasladaron a nuestra región, y así, Izquierda Republicana formó parte simbólicamente del Comité de Guerra creado en Gijón desde un primer momento –con Alberto Lera en Vivienda y Policarpo Menéndez en Aviación-;  luego del Comité Provincial del Frente Popular  -septiembre de 1936-  con la inclusión de Joaquín F. Paredes en la  Dirección General de Sanidad y José San Martín en Obras Públicas; y tiempo después, como consecuencia de la profunda crisis política de diciembre de 1936 y consiguiente remodelación, aportó dos representantes al Consejo Interprovincial de Asturias y León presidido por Belarmino Tomás: el abogado y profesor tinetense José Maldonado González, como Consejero de Obras Públicas, y Antonio Ortega, como Consejero de Propaganda  -de “Agit-Prop” en el argot del momento-  a la vez que Secretario General del citado Consejo. Ocupará los cargos, por tanto, durante 10 meses: desde el día 25 de diciembre de 1936 hasta el día 20 de octubre de 1937.

En dicha crisis, Izquierda Republicana, a pesar de carecer de una influyente prensa propia y representar a una minoría burguesa, se pronuncia tajantemente por una sustitución del ansioso consejero de Guerra  -el comunista Juan Ambou Bernat, causante real del conflicto-  proponiendo en su lugar a un técnico militar que asegure la unidad de mando y aconseja, igualmente, que se evite que la política partidista y sectaria se infiltre en los frentes, coincidiendo así con los planteamientos de la C.N.T. Además, propondrá que los partidos y las organizaciones sindicales designen a quienes reúnan capacidad y competencia para ser miembros del Consejo y no a mediocridades. Por lo visto, sus propuestas tuvieron relativamente éxito, ya que Ortega y Maldonado salieron ministrinos.

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Al consejero Ortega le aguardaba una tarea abrumadora de ejecución inaplazable. Se le encomendaba la importantísima tarea de la propaganda, verdadera arma de combate, y el aparente control de la información y las consignas en los medios. Hasta la fecha se había descuidado incomprensiblemente tan importante actividad, y para acometerla Ortega procedió sin demora a elaborar su propio programa. Va a dirigir pues,  a partir de  enero de 1937, un singular ejército de papel.

Aparte del propio consejero, en principio formaron parte del personal fijo del Departamento de Propaganda: Joaquín Álvarez de la Roza, como secretario; el estudiante de Filosofía Luis Álvarez Piñer como secretario de Prensa y Literatura; Manuel Antonio Pinilla Gutiérrez, nacido en Cuba y jefe de oficinas; Horacio Laca Ruiz, de tan sólo 19 años y redactor de Radio P.F.P.; Alfredo García González; el chofer y mecánico José María Cueto Rodríguez; Amaro Alonso Iglesias, que contaba con 66 años y era el conserje; José Antonio Martínez, operador de cine; y Juan Busquets, fotógrafo. Los dos últimos serían movilizados al frente bélico en fecha temprana. Pasado el tiempo fueron  adscritos al servicio de información de guerra de la Consejería: el langreano Ovidio Gondi y el gijonés Juan Manuel Vega Pico. El Departamento contó también, durante el transcurso de la contienda, con otros colaborares, entre los que destacamos al joven artista Germán Horacio Robles.

Reconstruir satisfactoriamente la labor del Departamento de Propaganda es ya imposible, aunque se puede acercar uno a su tarea a través de la lectura de los escasos documentos que obran en archivos históricos y de la prensa de la época. Y es imposible porque según el informe-comunicado fechado en Valencia el día 29 de octubre de 1937 y avalado por el ministro de Defensa Indalecio Prieto  –basado en datos del coronel Prada y del teniente coronel de la Guardia Civil Francisco Buzón Llanes-  las actas del Consejo de Asturias y León fueron tiradas al mar en la madrugada del día 20 de octubre de 1937 juntamente “con todo el material del Departamento de Propaganda” por el capitán José Caparrós al ser apresado temporalmente el vapor inglés Stangrove por los bous sediciosos, cuando llevaba rumbo a Burdeos con tal documentación a bordo. Así lo recoge Ramón Álvarez Palomo  -consejero de Pesca durante la guerra y fallecido el viernes pasado, día 14 de noviembre de 2003-  en su obra Rebelión militar y revolución en Asturias (1995). Interceptación resuelta por la intervención providencial del crucero británico Southampton, pero que no impidió que como precaución ante lo irremediable se obrara en consecuencia. El vapor llegó dos días después a Le Verdón (Francia) con las famosas cajas de joyas sacadas de Asturias.
 
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Pese a ello, sabemos que el primer presupuesto ordinario del Consejo, dividido por  Departamentos, le asignó trimestralmente 500.000 pesetas. Más conocido es el dato de que las oficinas de la Consejería de Propaganda se instalaron en el número 8 de la gijonesa calle de Álvarez Garaya.
Manifestación a favor de la República en la Plaza Mayor de Gijón
(Foto C. Suárez, MPA-Ayuntamiento de Gijón)
El Departamento  -o Consejería-  publicó boletines y notas informativas,  atendió a la propaganda conjunta con la intención de acercar a los partidos y organizaciones que conformaban el Frente  Popular, y estimuló las tareas culturales: concursos literarios, veladas cinematográficas y un sinfín de diferentes actividades artísticas. Tareas que, es preciso señalar, ya se venían celebrando en Gijón desde dos meses después del estallido de la guerra y de las que se encargaba el denominado Control de Espectáculos Públicos. Uno de dichos actos fue, por ejemplo, el popular homenaje a Jovellanos celebrado en noviembre de 1936. Sin duda, todos estos eventos tenían el objetivo de proporcionar a los gijoneses los placeres espirituales para sobrellevar la guerra y animar la moral pública.

Como se ha indicado, la Consejería dirigida por Ortega diseñó un ambicioso plan a principios del año 1937. Según Ramón Álvarez Palomo, la primera actividad pública del Departamento de Propaganda fue la organización el día 15 de enero de un gran mitin del Frente Popular de Asturias, celebrado en el teatro Dindurra y retransmitido por Radio Emisora Gijón.

El plan de Ortega tenía como prioridad  la instalación de una emisora de onda corta en los locales de la Consejería para hacer llegar sus noticias más allá de los Pirineos  -en diversos idiomas-  y así contrarrestar la propaganda rebelde. También se proponía la realización de programas de divulgación literaria “como demostración de que la intelectualidad de vanguardia lucha a nuestro lado”. En onda media se apuntaban conferencias breves de orientación dirigidas a la retaguardia, consejos al miliciano, conferencias técnicas a los campesinos e información del Frente Popular en general. Era además propósito de Antonio Ortega organizar conjuntamente con la Consejería de Comunicaciones  -que dirigía Ángel González Bedriñana, de la F.A.I.-  la propaganda destinada a las tropas franquistas y las poblaciones en su poder. Y como el programa era ambicioso, se proponía realizar emisiones infantiles, otras dirigidas a hospitales y reportajes sobre el mundo laboral.

Cuenta Álvarez Palomo que también se ensayó con éxito el lanzamiento de material propagandístico en los frentes de batalla con el auxilio de cohetes, técnica no utilizada hasta entonces; estableciéndose a la par un servicio permanente de Altavoz del Frente. Igualmente, se tuvo proyectada una Biblioteca Circulante del Frente que, organizada con un criterio al margen de partidos, contaría con los lotes incautados en la provincia por la Comisión de Bellas Artes -dependiente del Departamento de Propaganda-, y la preparación de una brigada teatral de acuerdo con el Comisariado de Guerra, cuya dirección se encargó al recitador Luis Iniesta.

No sabemos el alcance real y efectivo de tales propósitos, que incluían, asimismo, la adquisición, por suscripción popular y la “cesión” de un día de haberes de los trabajadores, de un avión para el servicio postal  -a semejanza  de lo que ya había hecho el gobierno llamado de Euzkadi-  con el objetivo de regularizar las necesarias comunicaciones con el extranjero y con la España leal. No es de extrañar la dificultad que tenía Ortega para poder coordinar sus actividades con la Dirección General de Propaganda del Ministerio de Estado, por ejemplo.

Por la prensa sabemos que todo se retrasó más de lo previsto, y no fue hasta el 9 de marzo de 1937 cuando el Departamento inauguró el servicio de su propia emisora (Radio P.F.P.), en onda extracorta con frecuencia de 1.750 kilociclos. Emisiones informativas y de comentario que comenzaban a las siete de la tarde y cerraban a las once y media de la noche con noticias de la marcha de la guerra. A través de la documentación de archivo conocemos que sus emisiones gustaron al Director General de Comunicaciones de Euzkadi y que se oían en Inglaterra. Emisiones interferidas, por el contrario, desde el centro de España y que Radio Falange de Valladolid combatió en las ondas.

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Otra de las facetas no descuidadas por el Departamento de Ortega fue el cine, medio eficaz como instrumento de influencia en las multitudes. Noticiarios y películas soviéticas de realismo social o arte proletario, como se decía entonces, que en absoluto eran del agrado de Ortega pero que, a falta de otras, constituían la propaganda en Asturias del cinema de contenido social y revolucionario.

El Departamento solía realizar con antelación proyecciones privadas en el Teatro Robledo, y para ello invitaba a pases nocturnos a  todos los jerarcas de las organizaciones sindicales y políticas del Frente Popular gijonés. Filmes que después la Consejería de Propaganda proyectaba una y otra vez, aquí y allá, conscientes de su papel en las masas y en los batallones. Era, sin duda, el complemento propagandístico a la contribución militar de la Rusia de Stalin y que distribuía la Sección de Propaganda Cultural del Ministerio de Instrucción Pública, en manos del Partido Comunista de España.
 

Una ojeada a la prensa editada en Gijón durante la guerra nos proporciona una llamativa relación de filmes: Chapaieff, el guerrillero rojo; Nosotros, los de Cronstadt; Golpe por golpe; La última noche o Todo por la patria, lema también cuartelero de la Guardia Civil y que supongo a nadie se le habrá escapado. Y más les sorprenderá si les digo que su estreno, en el teatro Dindurra el 30 de enero de 1937, fue precedido con un film documental en el cual hizo uso de la palabra el hijo “de la camarada La Pasionaria”.

Películas que tuvieron cierto impacto, cuando el fervor revolucionario todavía no había decaído. Producciones soviéticas de alto contenido político y exaltación de comportamientos ejemplarizantes, que las organizaciones comunistas de Gijón  -las vinculadas al  PCE y afines-  se volcaron en difundir y promocionar.

El Departamento de Ortega asumió asimismo la coordinación de la actividad gráfica: los carteles murales, la confección de tarjetas postales, sellos y otros productos de imprenta, incluidos los billetes o los distintivos metálicos para quienes trabajaban en fortificaciones. Para ello se colectivizaron las empresas existentes hasta concentrarse en dos talleres, con el objetivo doble de optimizar recursos materiales y humanos. Los carteles aparecieron entonces con el nombre genérico de Control de Litografía. Algunos llevarán luego el distintivo P.F.P. del Departamento. No fueron muchos los carteles que se realizaron, pero sí importantes los artistas que desde el primer momento colaboraron: German Horacio Robles  -diseñador  también de los belarminos-, cuyo cartel más conocido acaso sea el titulado “Campesinos, dad vida a la tierra”; Marola, autor entre otros del que representa un mapa de España que sostiene un faro y que alguna que otra vez todos hemos visto; Goico Aguirre, Mariano Moré y Meana. 
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A mi modo de ver, uno de los proyectos más logrados de Ortega fue la publicación del periódico Enlace, un semanario de trinchera editado por el Departamento de Propaganda y que se hacía llegar a los frentes, a los milicianos, “nexo entre la vanguardia y la retaguardia”. Un complemento del denominado Altavoz del Frente, unidad móvil de música e himnos, romances y palabras, instalada en un camión y utilizado como elemento de difusión entre los batallones propios y como pretendido instrumento de desmoralización del enemigo, durante las noches. Testigos de época señalan su utilización frecuente en el sitio y asedio de Oviedo.

El primer número de Enlace lleva fecha de 3 de mayo de 1937 y el último de 10 de julio. En total diez números son los que se conservan. Los dos primeros tienen ocho páginas y los siguientes doblan el formato pero se reducen a cuatro páginas. Se sabe que fue distribuido por los oficiales informadores y por los comisarios políticos.

“Ante ti” son las dos palabras que capitanean una escueta presentación:
 
Salud miliciano. Sean estas palabras las justas, las que te digan a secas la verdad cordial con que nos acercamos a ti en estos momentos de lucha. Queremos hacer un periódico que te hable de realidades. Que te estimule. Que te oriente. Que te haga ver los aspectos positivos de nuestra causa, en una proyección lo más clara posible. De un modo honrado. Odiamos la mentira y la farsa. Es este odio el que nos une a todos nosotros en un mismo afán de verdad, de cosas concretas, de vida mejor para el hombre y de elevación del hombre en una fraternidad justa y digna”

Y termina:

“Nada más camarada. El periódico está en tus manos. Las palabras de presentación huelgan. Salud”

En sus páginas colaboró el infatigable dibujante ovetense Faustino Goico Aguirre, con historietas mudas que hablaban por sí solas, y más raramente el pintor Germán Horacio y el periodista Juan Antonio Cabezas, con temas de actualidad. Encontramos también romances de Juan Manuel Vega Pico, de Pelayo Mori, de Ovidio Gondi y de Germán Bleigber. Otros artículos sin firma o con pseudónimo presentan cierta calidad literaria.

Son secciones casi habituales La página del Miliciano, sobre consejos militares e higiénico-sanitarios o simplemente colaboraciones desde el frente; y Del parapeto, papeles de un Miliciano, que recoge aportaciones literarias anónimas. No faltan tampoco las innumerables consignas guerreras ni un resumen de diversos comentarios internacionales radiofónicos emitidos por la emisora del Departamento  -o recogidos de agencias-  en la sección De jueves a jueves. Tampoco las noticias de literatura antifascista, los chismes o la intoxicación informativa para contrarrestar la información enemiga.

Pero las dificultades superaron a las intenciones de perpetuarse. No podía ser de otro modo. La escasez de papel y otras dificultades materiales dieron pronto al traste con la publicación. Otras eran las urgencias: Vizcaya había caído ya en junio y estaba en poder de los sublevados.

Fue Enlace  –según Juan Carlos García Miranda, estudioso de la prensa de guerra asturiana-  una publicación más literaria que teórica, un estímulo para la creación literaria de los soldados, con sus concursos de cuentos o novelas breves, de estampas de guerra a modo de crónicas, o de romances. Sin duda, se palpaba la intervención directa de Antonio Ortega en su diseño.

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Personalmente participó Antonio Ortega en numerosos y variados actos públicos relacionados con sus propios cargos, tanto institucionales como de partido, en el intento vano de normalizar la vida cotidiana en todos sus aspectos y manifestaciones. Sería prolija y molesta una simple enumeración.

De entre todos destacaríamos su participación el día 13 de enero de 1937 en el acto de homenaje al poeta granadino Federico García Lorca organizado por su Departamento y el Ateneo Obrero de Gijón en el Teatro Robledo. Tal jornada constituyó un clamoroso éxito con la intervención de grupos escénicos que interpretaron Mariana Pineda y Bodas de sangre, y con la brillante disertación de Luis Álvarez Piñer, secretario entonces de la Consejería, que concluyó lamentando que la vida “nos urja hoy demasiado y no podamos pararnos a mirar quien cae”. Dado el éxito alcanzado, el propio Ortega propuso que el espectáculo se repitiese por el resto de la provincia.

El día 30 de enero participó en el ciclo de conferencias organizado por la F.U.E. de Asturias en el salón social de la agrupación estudiantil de la calle de Cabrales, con una charla significativamente titulada: “Propaganda”.

Poco tiempo después participó en la apertura del curso escolar en el instituto Jovellanos en fecha tan tardía como marzo de 1937, en una jornada que tuvo lugar en la antigua Escuela de Trabajo y en el antedicho Teatro Robledo. Acto público en el que tomó la palabra como profesor del claustro, junto con Julio César Morán  -dirigente de la F.U.E.-, el profesor y poeta Luis Álvarez Piñer y Juan Ambou Bernat, a la sazón consejero  -entonces-  de Instrucción Pública.

Efectivamente, Ortega se había incorporado al instituto Jovellanos por orden de la Consejería de Instrucción Pública de 3 de marzo de 1937, confirmada luego por disposición del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes. Dadas las anormales circunstancias en que se encontraba la segunda enseñanza en la región asturiana, originadas por la falta de comunicaciones, número de refugiados y escasez de personal docente, las autoridades del Estado aprobaron la propuesta de profesorado realizada por el consejero Juan Ambou Bernat para los institutos asturianos. A Ortega se le integraba como profesor en el Jovellanos gijonés, así como a José Benito Álvarez-Buylla y a Faustino Miranda, entre otros. A Eleuterio Quintanilla se le nombraba auxiliar interino. En verdad desconocemos el alcance práctico de tales disposiciones, que sospechamos inefectivas o nulas.
Será también Antonio Ortega quien organice el gran acto de homenaje y solidaridad con Euzkadi, que tuvo lugar en la noche del día 23 de mayo en el teatro Dindurra y en el que tomaron parte oradores de todos los partidos y organismos sindicales afectos al Frente Popular.

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Su preocupación por la cultura en general, y por el arte en particular, queda reflejada en diversas iniciativas. Destacan, entre ellas, las dos ediciones de las Exposiciones Populares de Arte. La primera inaugurada el día 14 de abril, fiesta nacional republicana, en los locales del Ateneo Obrero, con la exhibición de cincuenta obras  -entre dibujos, pinturas y esculturas-  recogidas por la Comisión de Bibliotecas y Museos de Asturias. La segunda inaugurada el día 6 de mayo y organizada también por el Departamento de Propaganda con la colaboración de la Consejería de Instrucción Pública y la Comisión de Bibliotecas.
Ortega aprovechó aquella ocasión para proponer la transformación de las Consistoriales en Museo Provincial de Artes y Biblioteca Pública, trasladando, para ello, las obras de arte que estaban depositadas en la casa rectoral de la iglesia de San Pedro. Ha de recordarse que el Ayuntamiento gijonés  -ahora llamado Consejo Municipal-ocupaba dependencias del instituto Jovellanos. Son medidas que revelan a las claras el interés de acallar campañas tendenciosas por parte del enemigo, en el sentido del poco interés que mostraban las autoridades republicanas por conservar los tesoros artísticos y el patrimonio.

Eleuterio Quintanilla

Otro dato poco conocido de Ortega durante la Guerra Civil es el relevante papel que tuvo, como consejero de Propaganda, en la custodia de la imagen de la virgen de Covadonga al comienzo de las hostilidades y en los avatares posteriores de la Santina. Con decisión encomendó a Faustino Goicoechea Aguirre (Goico Aguirre), delegado de Bellas Artes, la tarea de recoger la imagen sagrada, con la garantía de una disposición legal que prohibía la apropiación o destrucción de objetos artísticos. Según testimonios de época, la imagen  -junto con otras piezas de valor-  fue trasladada en coche desde el santuario hasta Gijón para ser guardada en un armario del Ateneo Obrero, bajo la protección  –aunque cueste creerlo-  del sindicalista Eleuterio Quintanilla. Los detalles los recoge Juan Antonio Cabezas en su obra  Asturias: catorce meses de guerra civil (1975) y los complementa  -entre otros-  el periodista Javier Cuervo Álvarez en un reportaje periodístico aparecido en el diario La Nueva España (Oviedo) en el año de 1999. Y así, la Santina pudo salvarse de la destrucción y formar parte de la exposición artística organizada por la Consejería de Propaganda que se exhibió en el mismo centro obrero, tras lo cual fue depositada en la denominada Casa Blanca de Gijón, sede del gobierno de Asturias. Eleuterio Quintanilla fue luego el encargado de depositarla en la embajada española en París, utilizando para su transporte un barco francés. Quintanilla aprovechó aquel viaje para no volver a Gijón y eso se le reprochó en su momento por parte de los correligionarios. Curiosamente, ya desde su exilio en Cuba, Ortega nos dejó su testimonio en un artículo aparecido en la popular revista Bohemia (1939) con el provocador título de  “Cómo “robé” la virgen de Covadonga”, que sin duda tenía como objeto aclarar lo sucedido y poner fin a ciertos infundios.

También peleó con éxito por la integridad y salvaguarda de la colegiata de San Juan Bautista (adosada al palacio de Revillagigedo), a pesar de los intentos de exaltados milicianos que pretendían incendiarla. La villa de Gijón, solamente por este hecho, debería estar eternamente agradecida a Ortega.

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Como consejero de Propaganda, y una vez constituido el Consejo en Soberano  -a disgusto de Izquierda Republicana, todo sea dicho-  el día 24 de agosto, Antonio Ortega quedará integrado asimismo en la Comisión de trabajo del citado Consejo  -en situación terminal por las circunstancias bélicas-  encargada de los asuntos concernientes a la “Justicia, Orden Público, Propaganda y Comunicaciones”.

Ha de recordarse que también era secretario general del Consejo de Asturias y León, lo que obligaba a una tarea burocrática añadida y de alta responsabilidad. Situación que alguna vez le ocasionó algún encontronazo, como el sucedido en la reunión del día 12 de junio de 1937 con el consejero de Comunicaciones, el ugetista y comunista Aquilino Fernández Roces, que le acusó, sin fundamento, de enviarle cartas en las que patentizaba ligereza y mala educación.

Falto de humor, y con poco sentido de la ironía, este Aquilino   -de profesión minero-  no debía de aceptar de buen grado escritos como el que Ortega le dirigió el día 1 de marzo solicitando la devolución de dos aparatos radiorreceptores incautados  mediante solemne instancia dirigida “Al ciudadano Consejero de Comunicaciones”, acompañada de otra certificación con póliza. No le faltaba a Ortega socarronería, incluso en situaciones de tragedia.

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Ortega llevó una intensa vida social. Solía acudir a la tertulia que se formaba al anochecer en la redacción del incautado diario El Comercio -redacción y talleres de Avance desde enero de 1937-  junto con Javier Bueno, Celestino Valdés, Vega Pico y Juan Antonio Cabezas, entre otros, si hemos de dar crédito al también tertuliano Carlos Martínez que, en la obra Al final del sendero (1990, 1ª edición), rememora esos instantes.

Al referirse a una de aquellas tertulias, en vísperas de la azarosa evacuación de Gijón, afirma que Juan Antonio Cabezas parecía empeñado en no ver o en hacer creer que no veía la realidad del avance de las tropas franquistas por el oriente de Asturias y –continúa-  que hacía de estratega optimista; que Javier Bueno guardaba un completo silencio, roto de vez en cuando por afirmaciones sarcásticas de hombre decidido; mientras que Antonio Ortega “salpicaba la charla con sus salidas llenas de gracia y de ingenio”, no sin antes haber propiciado la evacuación de sus familiares y allegados. Esto último lo añadimos nosotros.
 
Reunión del Consejo Soberano de Asturias y León en octubre de 1937
(Foto C. Suárez, MPA-Ayuntamiento de Gijón)

Es igualmente interesante recoger el hecho de que en la polémica acta de la última y tensa reunión del Consejo Soberano de Asturias y León celebrada el mismo día en que terminó la resistencia organizada  –el día 20 de octubre-  aparece reflejada la opinión de Antonio Ortega sobre el olvidado y escabroso asunto de poner en libertad a los prisioneros fascistas  y de respetar, o no, la vida de todos los presos. Y así, frente a las opiniones de los consejeros vinculados al Partido Comunista de tomar medidas extremas, se alza la voz de Ortega oponiéndose a cualquier clase de excesos, argumentando la repercusión que para la precaria causa de la República pudieran tener dichas medidas en el extranjero y aún en la propia España. Tal era su talante en momentos tan trágicos y trascendentes.


Consecuentemente, fue uno de los últimos en abandonar Gijón por El Musel, embarcando, en la caótica tarde del 20 de octubre de 1937, en el pesquero Abascal  que le llevó al puerto pesquero de Douarnenez, en la Bretaña francesa, tras cuarenta y ocho horas de penosa navegación y con José Maldonado de fogonero. Le acompañaban algunos miembros del Consejo Soberano de Asturias y León, aunque no todos. Un ejemplo de integridad moral para muchos correligionarios de Izquierda Republicana, personajes de relieve y magistrados, que habían huido en el gánguil Somo desde el puerto de Avilés días antes. Entre ellos, el fiscal de los tribunales populares Renato Ozores Álvarez-Quiñones, que aunque afiliado al partido de Azaña era a la vez abogado del Socorro Rojo Internacional.

El día 25 de octubre, con un salvoconducto del consulado español en Nantes, salió  -junto con los otros integrantes del Consejo Soberano-  en un taxi hacia Burdeos, donde les esperaba Amador Fernández, que había venido de Barcelona. Desde Burdeos regresaron a territorio español para continuar la guerra. Barcelona fue su destino en principio. Luego a Valencia, donde  -según María Elvira Muñiz-  “como secretario del Consejo Soberano de Asturias y León, remitió al gobierno un informe sobre la actuación de dicho Consejo”.

Fachada principal y patio central y galerías del Instituto Maragall
(La Vanguardia, 15 de diciembre de 1934)
Ejerció luego  -desde diciembre de 1937-  la docencia en el instituto femenino Maragall, en la calle de Provenza, en pleno ensanche barcelonés. Centro con edificio nuevo pero con escasos recursos y dirigido por  un comisario director no muy del agrado del claustro. Ocupó la Cátedra de Física y Química y se encargó después de la de Agricultura. Tomó posesión de la plaza el día 23 de diciembre de 1937. Su sueldo pasó a ser de 9.000 pesetas anuales, por corrida natural de escalas de forma interina. Era uno más de los treinta profesores que ocuparon las plazas de los colegas del citado instituto que habían sido movilizados. Obviamente, ni los unos ni los otros siguieron en su destino con la entrada de las tropas franquistas en la Ciudad Condal.

Parece ser que después de ejercer la docencia cambió la vida civil por la militar, pues en carta a Luis Amado-Blanco  -de febrero de 1939-  hace repaso de sus andanzas últimas y precisa que fue ayudante del general Sebastián Pozas Perera, además de pertenecer al Comisariado General del Ejército de Tierra en los últimos meses de la contienda, según se desprende de sus palabras.

Con la caída de Cataluña, Ortega llega a Francia a pie por Le Perthus. Llevaba, según nos desvela indirectamente en el capítulo autobiográfico de su novela Ready (1946), “una gabardina y un par de pañuelos en los bolsillos por toda pertenencia”. España marchaba de España.

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A partir de aquí  -con treinta y cinco años-  comienza una historia de huida, camino del exilio permanente y el olvido.
 
Argelès-sur-Mer (Robert Capa, marzo de 1939)

Si hemos de hacer caso a las notas autobiográficas que veladamente deja caer en la citada novela Ready, la llegada de Ortega a Cuba fue una auténtica odisea. Pese a tener permiso de las autoridades del Front Populaire para permanecer en Francia durante dos meses, estuvo preso en un campo de refugiados del Sur de Francia, situado cerca la frontera española  -en una playa no muy lejana de Le Boulou, probablemente Argèles-sur-Mer o Saint-Cyprien-  y vigilado por compañías de tiradores senegaleses, tropas coloniales que contaban con la pasividad cínica de las autoridades galas. Situación que soportó muy poco tiempo, pues se escapó a nado una noche de marzo. Fue protegido por una ciudadana francesa y luego, errante y huido de la policía, pasó un tiempo en Toulouse para acabar recalando en Burdeos. Al parecer, trabajó en los viñedos durante unos veinte días y cuando reunió dos mil francos se pagó un pasaje de tercera en el vapor inglés Oropesa (II), de la Compañía del Pacífico y llegó a La Habana el 24 de marzo de 1939. El estudioso José Luis Requejo cita el nombre de San Luis, que hacía la ruta de América e iba abarrotado de judíos; sin duda una equivocación, puesto que dicho buque alemán [MS Saint Louis] se acercó a La Habana dos meses más tarde.  
 
El vapor inglés Oropesa (II)

No sabemos cuánto hay de novelesco en todo lo anterior, pero lo cierto es que a fines de marzo de 1939 lo vemos recién llegado a La Habana. Las gestiones de sus amigos comunes, ya instalados en Cuba  -Luis Amado-Blanco, Alejandro Casona y Rafael Suárez Solís-, habían dado su fruto. Probablemente fue el odontólogo y escritor Luis Amado-Blanco quien le remitió el pasaje.

Allí, absorto todavía por el dolor de la guerra  -el dolor de todo un pueblo-  y por la fatiga de haber peleado treinta y dos meses por una causa que él sabía de antemano perdida, se instala en el distrito Habana Vieja  -calle Amistad, de dudosa moralidad según su Guillermo Cabrera Infante-  con su rapaza gijonesa, Asunción Huergo.

Dolor atragantado en la procesión de los días de exilio y recuerdo, pues será asunto recurrente y perturbador en su postrera producción literaria y periodística. Cuentos de tema bélico como El evadido, escrito en la revista Nuestra España en diciembre de 1939, o La huida, veinte años más tarde, son exponentes de lo que apuntamos. Igualmente, la amargura de nuestra Guerra Civil y de todas las guerras quedará reflejada en los ensayos periodísticos más reconocidos y premiados: Alrededor de la tragedia (1942), Primavera en Europa (1943) y El dolor de la guerra (1944).

Pero acaso sea el relato breve de argumento fantástico titulado La pluma blanca, escrito  en 1956 (año precisamente de los sucesos de Hungría), cuento difícil  para “hombres de poca imaginación”  -en palabras del propio Ortega-, el que mejor refleje su pesimismo burlón y su denuncia de todas las guerras. Una agitación de conciencia que aconsejo lean cuando, no dentro de muchas fechas, sea reeditado con otros cuentos suyos en una compilación que tiene ya dispuesta una editorial sevillana volcada en la noble tarea de recuperar para nuestras letras a los escritores emigrados forzadamente en 1939, entre ellos, Antonio Ortega Fernández de la Granda.

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Autor: Jesús Mella
Título: “Antonio Ortega: en la trinchera de las ideas”
Editorial: Ateneo Obrero de Gijón (Ápel)
Lugar y fecha: Gijón, 2004
Descripción física: p. 22-35; 21 cm
Nota: Charla conferencia en Centenario de Antonio Ortega: jornadas de homenaje

 
ACTA DE LA ÚLTIMA REUNIÓN DEL CONSEJO SOBERANO DE ASTURIAS Y LEÓN