viernes, 29 de octubre de 2010

Melquíades Álvarez. Discursos parlamentarios.

PRESENTACIÓN EN EL CONGRESO DE LOS DIPUTADOS
(Madrid, 22 de abril de 2009)

Me emociona, como bisnieto, volver a escuchar el nombre y las palabras de Melquíades Álvarez en sede del Congreso de los Diputados; en nombre de toda la familia doy las gracias al Presidente de la Cámara por la generosidad de acoger la presentación de este libro que recoge los discursos completos de D. Melquíades, y que tiene un valor incuestionable para todo estudioso que trata de abrirse camino por el complejo y azaroso sendero de la política española; en unos años que fueron determinantes para tratar de comprender por qué no fue posible evitar nuestra contienda civil.


Voy a hablar aquí desde la voz de la sangre, desde esos intimísimos y complejos resortes de la herencia. Nació Melquíades Álvarez en Gijón, en 1864, en el seno de una muy humilde familia. Tuvo una infancia difícil: contaba con 14 años, cuando terminaba el bachillerato, y moría su padre, hecho que agravó aún más la pobreza familiar. La madre tuvo que trasladar la residencia a Oviedo para abrir una casa de huéspedes con la que subsistir precariamente y en la que Melquíades, como el mayor que era de los cuatro hermanos, contribuía como sirviente. Ya en su madurez reconocería: “Estoy trabajando siempre. Desde que tengo uso de razón no he pasado un solo día de holganza”.

 Mientras cursaba estudios en la Facultad de Derecho, daba lecciones a precios misérrimos y colaboraba con algunos periódicos para obtener unos ingresos necesarios para la subsistencia familiar. El tono exaltado de sus escritos le acarreó algunos contratiempos: mal alimentado y peor trajeado, nadie hubiese creído hallarse ante un hombre con mentalidad ya formada. En cierta ocasión, la represión judicial contra el periodismo republicano hizo que fuera citado por el juez el responsable de la edición. Al presentarse Melquíades declarándose autor de los artículos, el magistrado contemplando su extraordinaria juventud, no pudo contener su indignación, exclamando: "Vaya, vaya... ¡Ya tenemos aquí al hombre de paja!".


Viendo el humilde nacimiento de D. Melquíades, que había vivido una infancia rayana en la indigencia, en aquella Asturias en la que el caciquismo imperante tenía sumido al pueblo en una pobreza desoladora, no es de extrañar que dedicara su vida política a la lucha contra los poderes caciquiles que tenían oprimidas a las clases más humildes, y que hiciera de la educación la piedra angular de su política, -en palabras suyas- “al establecerse la democracia, urge por interés de su existencia, llevar los beneficios de la enseñanza a todas partes, ya que en el pueblo se forma la voluntad soberana de donde surge a la postre cuanto a la vida política trasciende. Solo entonces podremos tener fe en que la libertad se consolide y arraigue...” (12-12-1903).

Precisamente, una constante en los discursos que hoy presentamos fue la defensa a ultranza de las libertades que debe conquistar todo pueblo democrático, como son: la libertad de pensamiento, la libertad de enseñanza, la libertad de conciencia... Sus correligionarios le llamaban “el apóstol de la libertad”, tal era su incansable lucha por preservar y garantizar los derechos de los ciudadanos. Muchas de las grandes conquistas de estos derechos, que hoy tenemos por fortuna reconocidos en nuestra Constitución, se forjaron aquellos años. Dirá D. Melquíades en sede parlamentaria: “Yo he creído siempre que la libertad era de las pocas esencias divinas que existen en el mundo, que no puede quebrantarse, ni mutilarse, ni modificarse. Sin la libertad no pueden vivir los hombres; sin la libertad los Estados perecen”. Así “el gobierno del pueblo”, inspirado en los ideales de justicia y libertad, constituía para él la encarnación suprema y legítima de la democracia misma.

En estos discursos queda también constancia la lucha titánica que mantuvo este David  -que fue Melquíades Álvarez-  contra un poderoso Goliat, o sistema monolítico. Melquíades Álvarez trató de abrir una tercera vía a través del Partido Reformista por él liderado y conseguir así una armonía social que tratase de aunar un compromiso entre contrarios, una fórmula equitativa de neutralizar la lucha de clases, una cesión mutua en aras de un porvenir mejor. En varias ocasiones le fue ofrecida una cartera ministerial, que rehusó obedeciendo a dictados de su conciencia. “¿Por qué? –seguimos sus palabras- Porque creía que no era mi tiempo, que yo no iba entonces al Gobierno a cumplir con mi deber, sino a vestir la casaca ministerial sin prestar ningún servicio al país y que pasaría por el banco azul, como han pasado tantos otros, envolviéndome inmediatamente, si no el menosprecio, por lo menos el fracaso” [...] “Yo veo el Gobierno como un lugar de sacrificio para cumplir lo que se ha ofrecido al país, para ser consecuente con las promesas que han salido constantemente de mis labios, para realizar en bien de todos una profunda y renovadora obra democrática”. (27-1-1920).


¿Fracasó Melquíades Álvarez en su intento de abrir esa tercera vía de armonía social? Sin duda. Ahora bien, su sacrificio y su simiente han fertilizado, y las ideas que él propagó y por las que luchó infatigablemente hasta el trágico fin de sus días,  han tomado cuerpo con  paso del tiempo. Son las que han recogido los hombres de hoy. Se han cumplido treinta años desde la aprobación de nuestra Carta Magna en 1978. Cuando felizmente están asentadas las bases que nuestra Constitución establece, se hace necesario recordar que la misma no nació huérfana, sino que es heredera directa de una estirpe de políticos que, como D. Melquíades, dedicaron su carrera, incluso hasta dar su vida, por unos ideales que todos, sin distinción, asumimos hoy como básicos y elementales en nuestra sociedad.

Finalmente, quiero expresar en mi nombre y en el de José Antonio García y Miguel Ángel Villanueva, coautores de la obra, nuestra deuda de gratitud hacia todos los presentes en esta mesa, tanto por su implicación personal en este proyecto, como hacia las instituciones que representan. Agradecimientos que también debemos extender al personal del Archivo y Biblioteca del Congreso de los Diputados, y a su director, Mateo Macía, por todas las facilidades y colaboración prestada todos estos meses en la realización de esta obra, sin cuyo concurso esta obra sencillamente no podría haber existido.

Y, finalizo mi intervención con unas palabras que pronunció Melquíades Álvarez entre estas mismas paredes del Congreso en 1919 y que resultaron ser proféticas de su trágica muerte en agosto de 1936: “La política no es ni una ciencia, ni un arte; es una virtud, en la cual el hombre público tiene que sacrificarlo todo, incluso la vida, en aras de un solo ideal, que es el ideal de la justicia” (3-7-1919).

Muchas gracias.  
                                                                                
Manuel Álvarez-Buylla Ballesteros,
bisnieto de Melquíades Álvarez

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