Entre dos fuegos. Melquíades Álvarez y su familia
Sarah Álvarez de Miranda
Entre dos fuegos. Melquíades Álvarez y
su familia.
Editorial
Renacimiento
Valencina de
la Concepción (Sevilla), junio de 2015
Colección Biblioteca de la Memoria (Serie menor,
nº 27)
176 pp. +
álbum fotográfico
16 €
ISBN: 978-84-16246-56-4
En esta biografía sobre
Melquíades Álvarez, su nieta, Sarah Álvarez de Miranda trata de narrar tanto la
azarosa vida del político, como la parte que les correspondió vivir a los
familiares de este. En realidad es un trozo del espejo roto en que se convirtió
la España de aquel entonces, un testimonio histórico en el que se refleja el
destino de tantas familias atrapadas entre odios cegadores. Fue el resultado de
un pueblo sin el menor vestigio de cultura, marchando siempre a la deriva sin pulso
formativo.
Entre los personajes
históricos que se tratan se encuentra una parte de los más conspicuos de la
España de aquellos momentos. En el relato no se intenta ocultar sus verdaderos
nombres, más bien al contrario, se exponen para que sea el lector quien saque
sus propias conclusiones.
La autora, en su afán
de no menoscabar la realidad, llega «forzándose a sí misma», a contarnos
detalles de una intimidad dolorosa, pero precisa, según sus propias palabras,
para que la verdad encaje sin fisuras en el entramado de esta historia.
ÍNDICE
PRÓLOGO. Por el canto de un duro, por Aquilino Duque.
ENTRE DOS FUEGOS: MELQUÍADES ÁLVAREZ Y SU FAMILIA
El amargo fruto de la
política
PRIMERA PARTE. A merced de mi memoria
SEGUNDA PARTE. En el centro de las pasiones
TERCERA PARTE. Pasadas las
emociones
Melquíades Álvarez
como alternativa política
ÁLBUM FOTOGRÁFICO
Sarah Álvarez de Miranda nació
en Madrid en 1932. Nieta de Melquíades Álvarez e hija de un artillero que murió
en la Batalla del Ebro, lo que la marcará para siempre. «A mi abuelo y a mi
padre los perdí muchas veces a lo largo de mi vida», dirá con frecuencia.
Educada por
profesores particulares y pertrechada de una magnífica biblioteca, albergará un
espíritu libre, original y valiente, que no permitirá que los demás piensen por
ella.
Al casarse por
primera vez en 1956, el destino la llevará a la isla de Cuba, cuyo fruto fue un
interesante libro titulado El amargo sabor
del azúcar. En 1975 vuelve a contraer nupcias, esta vez con un diplomático
español, José Antonio Varela Dafonte, personaje muy particular dentro de la
carrera, con el que recorrerá diversos países. En 1996 publicó una serie de
cuentos (El vecino de Eaton Square)
que cosecharon una excelente crítica, y más tarde otras narraciones bajo el
nombre Los pasos del sueño (2006). Ha
colaborado, además, en diversas revistas extranjeras y españolas.
El amargo fruto
de la política
Yo no soy más que la coda en la estirpe de
Melquíades Álvarez. Lo que aquí escribo es, en líneas generales lo que sé de su
vida y entorno familiar a través de mi madre, que fue hija suya y que le tocó
vivir en la intimidad de su hogar, es decir, de dentro a fuera. No pretendo
otra cosa que hablar de nuestra particular verdad. No me invento nada de lo que
aquí expongo, todo ello lo he escuchado de sus labios o de los de otros
miembros de mi familia y nunca fueron comentados con la intención de exponerlos
a los demás, por eso tienen la frescura de lo espontáneo, de lo que brota del
recuerdo y se comenta en la intimidad sin otro propósito que recrear ese pasado
tan azaroso que para nuestro bien o para nuestro mal nos tocó vivir y que no se
detiene en una generación sino que como la onda expansiva de cualquier sonido,
repercute en las siguientes, influyendo inexorablemente en ellas.
Mi propósito es tratar de que no se pierdan estas
vivencias acaecidas en unos momentos tan cruciales de la historia de España y
tratar con ello de arrojar un poco más de luz sobre esos años que a nadie ha
convenido, ni en la cara ni en la cruz, mirar objetivamente y por eso el
centro, el canto de la moneda, ha sido durante casi medio siglo borrado sin
piedad, y con ello los hombres que tan generosamente lucharon y dedicaron su
vida a buscar la tercera vía, la única que hubiera podido evitar la Guerra Civil.
Si me permito escribir esta historia en primera
persona es con el propósito de acercar el personaje, es decir, mi madre, con
más intimidad al lector. Tarea que no me ha sido difícil gracias a la gran
confianza que nos unió y permitió que habláramos mirándonos a los ojos, incluso
de los temas más íntimos, por espinosos que estos fueran.
Era una mujer singular, dueña de un atractivo tan
fuerte que nadie que la conoció pudo quedar al margen de su poderosa
personalidad. Su valor rayaba en la inconsciencia. Amaba el peligro, le atraía,
y su generosidad, que fue inmensa, se desprendía de ella sin esfuerzo. Cometió
errores, pero aunque parezca paradójico, fueron en su mayoría fruto de sus
cualidades.
Así pues, todo cuanto aquí narro, personajes
llamados por sus nombres, situaciones y lugares, es rigurosamente cierto.
Aunque creo que no era necesaria esta aclaración porque la verdad tiene una
fuerza que transciende más allá de la palabra.
El diplomático argentino Pérez Quesada y Matilde Álvarez, hija del tribuno gijonés
|
Se ha escrito mucho sobre nuestra Guerra Civil. Los
mejores historiadores extranjeros se han sentido atraídos por ella y los más
sagaces han calado en el problema, pero no en la esencia porque para ello no
basta con acercarse al horror, hay que haberlo vivido dentro y también porque
la mayoría de los españoles, más que sus ideas, defienden sus pasiones, por eso
con demasiada frecuencia no han sido capaces de arreglar los problemas de
España aunque sí de dar su vida por ella.
Sé que me expongo con este libro a criticas acerbas,
tal vez hasta procedentes de amigos que quiero y que me importan. Aun así verá
la luz porque, como toda gestación, tiene derecho a ello. A iluminar la
existencia.
******************
[Quisiera agradecer la
ayuda prestada al nacimiento y desarrollo de este libro. A Concha Muguiro y
Ximénez de Sandoval, amiga desde la infancia, por haberme sugerido el poner
sobre el papel la singular personalidad de mi madre. A mi cuñado Ricardo
Donoso-Cortés y Mesonero-Romanos, marqués de Valdegamas, que extrajo de su
extensa biblioteca documentos de gran interés para mí. A mi primo Ramón
Argüelles y Álvarez, conde de Bustillo, por poner a mi disposición las memorias
inéditas de su padre, imprescindibles para precisar datos y fechas. A mi amigo
el historiador Jesús Mella, por sus constantes desvelos para que la parte
histórica de este libro se ajustara con rigor a los hechos. A mi sobrino Manuel
Álvarez-Buylla y Ballesteros, que investigó en los correspondientes archivos de
la Causa General numerosos testimonios referentes a mi madre y a la Quinta
Columna. Así como a mi primo Luis Arias y Argüelles-Meres, que puso en su día
todo el empeño para que el manuscrito original viese la luz. Y a mi madre,
quien fue desgranándome a lo largo de los años los hechos que aquí narro,
sazonado siempre con su irónico sentido del humor, que empezaba aplicándose a
sí misma; como demuestra una de sus boutades
más chispeantes: “las mujeres tontas dicen tonterías y las inteligentes las
cometen”.]
Sarah
Álvarez de Miranda
Prólogo
Por el canto
de un duro
Aquilino Duque
En el curso de un viaje a Asturias cayó en mis
manos un libro fascinante e insólito: Melquíades
Álvarez, mi padre, cuya autora es en realidad una nieta de don Melquíades.
En ese libro, que bien merece una película, se narra con todo lujo de detalles
un episodio que yo me permití relatar de modo sumario e impreciso en La cruz de don Juan, semblanza del Conde
Barcelona que aproveché para bosquejar mis “memorias políticas”.
Como quiera que mi
relato, reproducción del que de viva voz me hizo el difunto hermano de la
autora, está plagado de errores, no tengo más remedio que pedir disculpas y
prometer subsanarlos. Por muy fidedigno que sea un dato o un recuerdo, siempre
cabe un margen de rectificación. Por entonces me llamó un señor que figura en
la lista de liquidados del reciente libro de César Vidal Checas de Madrid. Este señor pasó en efecto por varias checas pero vivió para contarlo. Se
cuenta de un anciano arabista, sacerdote él, que luchaba por descifrar una
palabra imposible, hasta que un joven alumno suyo, con mejor vista, descubrió
que el problema estaba en que una mosca había dejado caer un regalito justo
encima de una de las letras. Los que entraban en las famosas checas eran todos puestos en libertad
después de ser “hábilmente estrechados a preguntas”, y en el oficio
correspondiente se escribía a mano una L
mayúscula. Si la L iba tal cual,
significaba “liberación”, pero si iba seguida de un punto, quería decir
“liquidación”. Es harto probable que junto a la L de mi amigo pasara con el tiempo una mosca con el avieso
propósito de equivocar a un futuro investigador.
El relato a que yo me
refiero es el de la evasión de la hija de don Melquíades con sus hijos del
Madrid rojo. Mi primer error es decir que el automóvil de don Melquíades de que
se incautó La Pasionaria era un
Hispano, siendo así que era un Rolls Royce. El personaje clave para la evasión
era en efecto un antiguo trapecista asturiano llamado Alfredo Álvarez, pero el
apodo de Niño de las Bombas no le
correspondía a él, sino a un lugarteniente suyo, que es probablemente a quien
cazaron después de la guerra en una finca del conde de Mayalde. A Alfredo,
apodado El Lobo, donde lo capturaron
fue en San Sebastián, por donde andaba disfrazado de soldado del Ejército
nacional. El tío Román no era hermano del padre de la autora, evadido también
de Madrid y muerto heroicamente en la batalla del Ebro, sino primo segundo de
la madre, y se apellidaba Argüelles. Este tío Román fue el que en efecto pactó
con El Lobo la salida de Madrid de la
familia, prodigiosa aventura que la autora del libro narra prodigiosamente. Con
ellos salió además el capitán o comandante Fernández Castañeda, que había sido
ayudante del general Miaja.
Este relato no es sólo
un testimonio de primera mano de lo que fue el terror rojo en la “capital de la
gloria” o “tumba del fascismo”, que es como en aquellos meses terribles de 1936
dieron en apellidar a la Villa y Corte sus heroicos defensores, sino que nos
insinúa, sin edulcoraciones ni difuminados, lo que fue la labor de la Quinta
Columna, según se desprende de los recuerdos personales de la protagonista y de
los datos extraídos por la autora de la célebre y escalofriante Causa general. A primera vista, el libro
parece escrito por la protagonista, que habla en primera persona, pero quien en
realidad lo escribe es su hija, y a eso quiero achacar una descripción de la
inmediata trasguerra y unas alusiones al Generalísimo enmarcadas en la más
exquisita corrección política. Tanto es así, que el relato va precedido de una “exposición
de motivos” titulada En el canto de la
moneda, dado el propósito de imparcialidad de la autora. Esa imparcialidad
es un lujo que sólo nos podemos permitir las personas de la generación a la que
pertenecemos la autora y yo, que por razones de edad, no fuimos sujetos, sino
objetos de la Historia y, en el mejor de los casos, testigos atónitos. Sin
embargo, ella, en justo homenaje a su abuelo, rinde homenaje a ese afán que don
Melquíades tuvo siempre de mantenerse “en el canto de la moneda” y proponer
desde ese equilibrio difícil una alternativa al bipartidismo en crisis de la I
Restauración. La persona en nombre de quien está escrito el libro fue en cambio
sujeto de la Historia, y sujeto activísimo; fue una eficaz agente secreta que
lo hubiera pasado mal si, por una feliz concatenación de circunstancias
paradójicas, no sale a tiempo de la zona roja. Puede decirse que ella y sus
hijos se salvaron por el canto de un duro, y ése sí que sería un buen título (Por el canto de un duro) para este
relato que sólo se conocía en Asturias y ahora pone en Renacimiento como el
NO-DO, “al alcance de todos los españoles”.
Tierra y Libertad, órgano de la FAI (13 febrero 1937, p. 5) |
La verdad histórica
parece por fin ir abriéndose camino y en ese camino es donde hay que situar
este testimonio impagable que es además una emocionante novela de aventuras y
un penetrante ensayo de psicología.
Nota: Este prólogo es –con
ligeras variaciones- el mismo texto que
el escritor sevillano dedicó hace años a la primera edición del libro de Sarah Álvarez de Miranda, titulado entonces Melquíades
Álvarez, mi padre. En el canto de la moneda (Ediciones Nobel. Oviedo, 2003).
MELQUÍADES ÁLVAREZ COMO ALTERNATIVA POLÍTICA
(LA TERCERA VÍA)
Sobre Melquíades Álvarez
solo pretendo tratar aquí de su faceta política, por ser la que mejor conozco y
también porque creo que es la que más interesa.
Las circunstancias
históricas que siguieron a su muerte, no fueron las más propicias para glosar a
un hombre de talante tan intrínsecamente liberal y demócrata. Me gustaría
recordar el penetrante análisis que hace Ortega y Gasset sobre el diferente
sentido que tienen estas dos palabras, que ahora están en boca de todo el
mundo: "Democracia y Liberalismo -afirma- son dos respuestas a dos cuestiones de
derecho político completamente distintas". La democracia es el ejercicio del
poder público que corresponde a la colectividad de los ciudadanos. El
liberalismo señala que el poder público no puede ser absoluto, sino que las
personas tienen derechos previos a toda injerencia del Estado, es pues la pretensión
de limitar la intervención de dicho poder.
Difícil coyuntura, el
equilibrio de estas dos tendencias. No obstante en Melquíades Álvarez se dieron
paralelamente. Del respecto a estas dos doctrinas arranca todo su ideario
político.
Melquíades Álvarez en 1911 |
Hay razones elementales
que subyacen en el fondo de todo buen hombre y que se reflejan en sus
reacciones; pues bien, para que estas reacciones sean positivas, para él y la
colectividad, hay que canalizarlas, que educarlas. Esa idea típicamente krausista, fuente de la que Melquíades
Álvarez había bebido a través de la Universidad ovetense será la batalla en la
que luchará toda su vida, la respuesta que hay que buscar siempre que sus posturas,
en diferentes etapas de ésta, nos desconcierten.
Cuando hace su primera
aparición parlamentaria en 1901, las Cortes se encontraban monopolizadas por
los dos partidos de la Restauración, es decir, el Conservador y el Liberal, que
se alternaban en el poder. Turnos que si bien tuvieron su razón de ser en las postrimerías
del siglo XIX, cuando la sociedad española era eminentemente agraria y
amenazaba aún la reacción tradicionalista y el conservadurismo más rancio, ya
no la tenía en los albores del siglo XX, al quedar totalmente obsoletos ante el
empuje del emergente capitalismo industrial que había configurado una nueva
sociedad de clases, con intereses abiertamente antagónicos.
Melquíades Álvarez
pretende ya desde esos mismos momentos llamar la atención sobre este
asunto -la tan traída cuestión
social- y los problemas acuciantes que
se derivan. Pide que se modernicen las estructuras del poder dentro de la
Monarquía, sin alterar las bases materiales sobre la que ésta se asienta, con
una nueva Constitución que consolide la supremacía del poder civil y la
soberanía de la Nación como auténtico campo de toda actividad.
El Reformismo, partido
por él fundado en 1912 con un programa de raigambre institucionista, laico y progresista, aspiraba en su ofensiva de
modernización a representar el ala más innovadora de este sistema democrático a
implantar.
Se establece a partir
de entonces una lucha constante entre un diminuto David y un poderoso Goliat
bicéfalo, que no está dispuesto a tolerar cambios que menoscaben su poder, a
pesar de que sus objetivos escamoteaban escandalosamente los intereses del
resto de la nación y, consecuentemente, eran contrarios a la inmensa mayoría de
ésta.
Los esfuerzos por
alcanzar sus nobles fines llenan su ánimo allí donde le parece que puede
obtenerlos. Aunque no tuvo éxito, pese al empeño.
Su aproximación a los
liberales dinásticos no le facilitó nunca el camino hacia el objetivo
político-social que apetecía, pues dichos grupos sólo se acercaban al
Reformismo, y se servían de él, siempre que necesitaban neutralizar la fuerza de los conservadores,
pero sin que mediara nunca una verdadera voluntad de cambio en el horizonte del
régimen monárquico.
Cuando se aliaba a las
izquierdas, en principio mucho más afines con sus ideas democráticas, chocaba
con las posturas radicales y
revolucionarias de un amplio sector de éstas.
No es extraño pues que,
desde muy temprano y desde frentes políticos muy distintos, se le haya acusado de
hombre-puente, de dar bandazos a izquierda y derecha, de carencia de afirmaciones
rotundas, sin tener en cuenta el contexto histórico ni la razón principal que
le movía, que no era otra que el total convencimiento de que los cambios en la
concepción social del Estado debían partir del propio trono para evitar males
mayores y graves conflictos sociales. Esa convicción, por otra parte, no era
nueva en nuestra historia moderna, ya los liberales la habían tenido y llevado
a cabo pactando con la Reina Gobernadora. Y más tarde Castelar, o el propio
Canalejas, este último sin ninguna condición propia, clave de su fracaso a mi
parecer.
Estas estrategias de
indefinición, o de incoherencia entre la teoría y la praxis política -el enigma de Melquíades Álvarez se ha
llegado a decir-, no fueron aceptadas por algunos de sus más valiosos
seguidores, entre quienes cabe señalar a Ortega y Gasset, Azaña, Marañón, Pérez
de Ayala o Fernando de los Ríos, que poco a poco se fueron distanciando del
Partido Reformista y de su tribuno.
Entre tanto, el monarca
y su círculo íntimo –encabezado por el intrigante Romanones- sabían de los
propósitos del líder del Reformismo, y se esforzaron en toda ocasión por manipularlos
para mantener a mi abuelo y sus colaboradores
-y por añadidura a todo lo que representaban- a modo de “penúltima ratio”, de solución in extremis. No aceptaban la llegada de
Melquíades Álvarez al gobierno, y la consiguiente merma constitucional que
representaría para el poder de la Corona y su influyente camarilla, más que si
suponía un mal menor ante una inminente revolución que, por otra parte, ya se
anunciaba.
Cuando estuvo más cerca
de ello fue a fines del año de 1922. Entonces, el monarca, sin soluciones ya
dentro de los partidos turnantes, le llama para formar parte de la “concentración
liberal” que se estaba gestando. Mas la irrupción en escena, al año siguiente,
del general Primo de Rivera da al traste con la última posibilidad del reformismo
social, al brindarle a la corona un asidero –la Dictadura- más acorde con la
visión que de la sociedad tenía aquél rey, que notoriamente carecía de
perspectiva histórica y era incapaz de percibir lo que se le venía encima.
Sucede, normalmente,
que lo que ha de acontecer suele comenzar antes de que nos demos cuenta. El
azar no nos precisa o señala cuándo, pero nosotros ya estamos atados a los
hechos y las circunstancias. España entera estaba ya atada a aquella guerra
fratricida, que lo anegaría todo de barbarie y de degeneración cívica.
El incomprendido
Melquíades Álvarez fracasó en sus anhelos y con él la alternativa democrática y de tutelaje social
que proponía en su momento, pero tal
fracaso no mermó en absoluto su talla de hombre de Estado ni totalmente su
ideario regenerativo, y mucho menos su conciencia crítica adelantada en muchas
cosas a su tiempo. Probablemente su gran pecado.
Sarah
Álvarez de Miranda
https://www.youtube.com/watch?v=Ic02DyYGwU8
https://www.youtube.com/watch?v=tQ8_upI-FF0
https://www.youtube.com/watch?v=51SQHyDtA5k
http://dialnet.unirioja.es/servlet/libro?codigo=293041
https://interdefensamilitararg.wordpress.com/2014/08/06/la-mision-naval-argentina-durante-la-guerra-civil-espanola/
El café Negresco fue lugar de encuentro de la Quinta Columna (Madrid, febrero 1937) |
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