Melquíades Álvarez: un liberal en la
Segunda República
Luis
Íñigo Fernández
RIDEA
(Serie Biográfica 1)
Oviedo,
2000
2000 pta.
No resulta infrecuente, entre estudiosos y profesionales del
gremio familiarizados con el tema, referirse a la “conjura de silencio” que
pesa sobre algunos políticos de gran significado en la historia reciente de
España, en especial sobre aquéllos que, durante nuestra primera experiencia
democrática, no se significaron por sus ideas químicamente puras de derecha o
de izquierda. Sea por defecto de las modas historiográficas, sea -lo que sería aún peor y digno de un profundo
análisis- por hipotecas ideológicas que prevalecen todavía en nuestras
maltrechas Universidades, sólo unas cuantas figuras -generalmente prodecentes del campo de la
izquierda- han acaparado la atención de los historiadores, que les han dedicado
innumerables estudios y exhaustivas monografías y cuyo efecto en bastantes
ocasiones no ha sido otro que encumbrar a personajes a veces de muy escaso
fuste en detrimento de otros que a menudo les aventajaron en tolerancia y
flexibilidad, talante muy necesario cuando de lo que se trataba era de
consolidar la primera democracia española. Víctimas de esa historiografía han
sido personajes como Luis Lucía, Manuel Giménez Fernández, Carrasco y
Formiguera, Niceto Alcalá-Zamora, cuyo reciente aniversario ha pasado con más
pena que gloria, quizá porque nadie parece interesado en revitalizar unas ideas
y unas maneras que pondrían en evidencia a más de uno, y, desde luego, uno de
los asturianos más ilustres de todos los tiempos: Melquiades Álvarez.
Luis Íñigo (Guadalajara, 1966) |
Gijonés, nacido en 1864 y muerto en agosto de 1936 en la
matanza de la Cárcel Modelo de Madrid,
Melquiades Álvarez y González-Posada fue, ante todo, el corazón y el
alma del Partido Reformista. En lo esencial, una alternativa de progreso
moderado y evolucionista que tuvo a bien ofrecerse primero a la Monarquía
oligárquica como tabla de salvación democrática y después como freno a una
República que, pese a haber luchado tanto como el que más por su advenimiento,
terminó por considerar demagógica en exceso e incapaz de combatir con
inteligencia los males de España. Relevante por su propia trayectoria personal
como diputado -llegó a presidir
brevemente el Congreso- y líder de un
partido que contó con ministros en varios gobiernos, y aun más en tanto
inspirador principal de un experimento político innovador y moderado en un país
tan dado a los extremismos paralizantes, no ha recibido hasta la fecha sino muy
escasa atención por parte de los historiadores. Dejando de lado la vieja
biografía que escribiera a mediados de los cincuenta el prolífico Maximiano
García Venero, muy lejos de las exigencias de la actual historiografía científica,
o la desconocida tesis del norteamericano Edward G. Gingold, escrita ya hace
casi treinta años y nunca publicada siquiera en su inglés original, ha sido
necesario esperar hasta 1986 para que el profesor de la Universidad de
Cantabria, el también gijonés Manuel Suárez Cortina, se haya ocupado por fin
del melquiadismo en su meritorio
estudio El reformismo en España. Trabajo, en todo caso, que dejaba todavía un
vacío en lo que se refiere a la trayectoria de Melquiades Álvarez durante los
años treinta, vacío que viene a colmatar precisamente el libro de Luis Íñigo
que aquí nos ocupa, estructurado en seis excelentes capítulos.
Melquíades Álvarez y González-Posada (Retrato fotográfico de 1924) |
A pesar de su título, no nos encontramos ante una
biografía -siquiera parcial en el
tiempo- de Melquiades Álvarez que, siendo muy necesaria, seguirá esperando el
estudioso que la acometa, sino, como el mismo Luis Íñigo señala en la
introducción, ante un serio trabajo de su ejecutoria política durante la
Segunda República, en el bien entendido de que tal estudio no es posible si se
separa aquélla de la del partido que dirigía, el Reformista, resellado en mayo
de 1931 Republicano Liberal Demócrata. Un análisis clásico del refundado
partido melquiadista es, precisamente, lo que encontrará el lector que, aficionado a la buena historia
política, se acerque a las páginas de esta obra, escrita con una exhaustividad
que, sin estar reñida con la brevedad, sí sacrifica en ocasiones la fluidez de
la redacción en aras a la precisión y la profundidad argumental. Así pues, dos
son los componentes fundamentales del libro: un análisis de la organización, la
ideología y el programa del partido, básicamente estático-sistemática, aunque
sin llegar a ser una simple foto fija y un estudio dinámico-cronológico de la
ejecutoria del partido en el Parlamento, y fuera de él, durante el período
republicano. Ambas partes, sin embargo, se imbrican de manera armónica y
necesaria, como si se tratara de las dos premisas de un silogismo, pues es éste
un libro de tesis y no una mera narración cronológica, como son los mediocres
libros de historia que últimamente tanto proliferan. Una tesis que, en última instancia,
viene a presentar al melquiadismo
como un proyecto político orientado a alcanzar la convivencia democrática y el
progreso de España mediante un conjunto de recetas templadas y progresivas, un
proyecto, desde luego, fracasado en dos ocasiones. Primero, bajo la
Restauración, por su dependencia absoluta de la voluntad de un rey que ni era
demócrata ni comprendía que la Monarquía no sobreviviría sin la democracia; después,
bajo la República, a resultas de su inadecuación a las exigencias de la
política de masas que despertaba con energía en aquel momento. La debilidad a
lo que ello le condujo le obligaron a buscar siempre un aliado que le
proporcionara la fuerza necesaria para alcanzar el poder y aplicar así un
programa que por sí solo nunca tendría ocasión de llevar a la práctica. Los
liberales en los años veinte y los lerrouxistas
en los treinta desempañaron ese papel, pero uno y otro se mostraron
incapaces de hacerlo con éxito, los primeros porque formaban parte de la
oligarquía misma que el reformismo pretendía descuajar, los segundos porque,
víctimas de una creciente dependencia respecto a la derecha católica que
necesitaban para gobernar, terminarán sufriendo tensiones internas que llevarán
a la secesión de su ala izquierda y a la satelización
del radicalismo residual respecto a esa misma derecha. Así, el melquiadismo, que comparte la suerte de
su socio radical, termina por convertirse en la negación de su propia esencia:
los términos de liberal, demócrata y
reformista, aparecerán asociados al proyecto autoritario, corporativo y
clerical que la CEDA representa. Cuando la Guerra Civil estalla, el viejo
reformismo está ya muerto. Por desgracia, con él había muerto también la
convivencia civilizada entre los españoles, pues las utopías de signos
contrarios la colmaron de pólvora.
Jesús Mella
*Publicado en el suplemento Cultura (nº 497 del diario La
Nueva España de Oviedo, 28 de septiembre de 2000, p. 1
© Todos los derechos reservados
El Comercio (Gijón), 1-12-2000, p. 16 |
http://www.upf.edu/materials/fhuma/hcu/docs/t6/art/art102.pdfhttp://www.lne.es/secciones/noticia.jsp?pRef=2008051400_35_635839__Gijon-Fernandez-condensa-sencillez-historia-Occidente
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