Pérez-Villamil y la Sociedad
Económica
Mallorquina de Amigos del
País *
Jesús
Mella
Quiero comenzar
expresando a la Asociación de Amigos de la Historia de Puerto de Vega y a su
entusiasta presidente Servando Fernández mi agradecimiento por la deferencia
que para conmigo ha tenido al invitarme a este acto -de profundo significado para Puerto de Vega
y esta comarca de Asturias- y poder
dirigirme a todos ustedes, algo que hacemos con sumo gusto.
No hace un año, en esta
misma localidad de Veiga, una personalidad del occidente asturiano, bien
conocido de todos, disertaba sobre la figura de Juan Pérez-Villamil y Paredes
desde una triple perspectiva: como jurista, como político y como historiador.
En aquella conferencia
de 10 de agosto pasado, organizada por la Universidad de Oviedo, el
Ayuntamiento de Navia y la Asociación de Amigos de la Historia, con motivo de
un curso de Extensión Universitaria sobre el tema “El Occidente y su Historia”,
el Sr. Pérez de Castro -repito- trazó una semblanza general de nuestro
personaje (tan vinculado a Navia y Valdés, por ser sus padres oriundos de
dichos concejos) sin perder de vista la triple vertiente de su propósito
inicial, pero por exigencias de tiempo
-sin duda- pasó fugazmente por el
período en el que como magistrado ejerció de Fiscal en la Audiencia de Mallorca,
a la par que desarrolló una intensa labor en la Sociedad Económica Mallorquina
de Amigos del País. Una década.
Tanto en una como en
otra institución Villamil intentó plasmar sus ideas reformistas, y la
diligencia con la que se manifestó en ambas muestra una coherencia entre sus
planteamientos ideológicos o teóricos y la actuación pública, llegando a ser
sus papeles -en Audiencia y Sociedad
Económica- totalmente complementarios,
tal como se les encomendaba a los magistrados desde el Consejo de Castilla y
como demuestran los datos que hemos examinado en la documentación de la
Sociedad Económica Mallorquina de Amigos del País (SEMAP) depositada en el
Archivo del Reino de Mallorca.
Pérez-Villamil es una
de las figuras asturianas peor conocidas de una época en la que sobresalen a
nivel nacional hombres ilustres de nuestra región y que la historiografía ha
tratado más generosamente. Sin embargo, Pérez-Villamil es un personaje de gran
influencia política en la crisis del antiguo
régimen que no ha tenido la suerte histórica que por derecho le
corresponde. Baste mencionar, para respaldar lo que afirmamos, una escueta
relación de cargos y responsabilidades que desempeñó en su carrera pública:
director de la Real Academia de la Historia (Madrid), secretario del
Almirantazgo, consejero de Estado, regente en Cádiz, ministro de Hacienda, etc.
José Luis Pérez de
Castro, buen conocedor de la vida y obra de Villamil nos señalaba en aquella
ocasión como uno de sus biógrafos más minuciosos -halago exagerado que no obstante
agradecemos- y remitía a nuestros trabajos para el conocimiento de la labor del
magistrado astur en Mallorca.
Pues bien, de la
estancia en Palma y de su actividad en Mallorca
-ceñida a la tarea que realizó como miembro de la Sociedad Económica
isleña- es de lo que va a tratar nuestra
charla. Breve exposición para no alargar el acto.
Designado Fiscal de la
Audiencia mallorquina en 1787, en sustitución de su colega don Antonio
Fernández de Córdoba –que pasaría a Navarra-, ejerció el cargo hasta el año de
1796.
Siguiendo el modelo de
magistrado ilustrado, se convirtió en un dinámico animador de la Sociedad
Económica y en un contumaz estudioso de las cosas de la isla, anticipo de lo
efectuado luego por Jovellanos, aunque en circunstancias bien diferentes. Allí,
entre otros muchos proyectos, concibe una Historia
civil de la isla de Mallorca, manuscrito hasta ahora inédito del que se
tenían confusas noticias y que recientemente hemos editado bajo el patrocinio
del Ayuntamiento palmesano, por considerarlo un texto notable -aunque lamentablemente inacabado- por su orientación historiográfica de corte ilustrado,
de clara finalidad instrumental.
Ya hemos señalado que a
pesar de su densa biografía, la figura y obra de Pérez-Villamil es poco
conocida. La razón de ello es doble. Su etapa ilustrada o reformista ha
permanecido eclipsada -tanto para la
historiografía asturiana como española en general- por la importancia de la obra y la talla de
un Campomanes o un Jovellanos. Además, como consecuencia de su transformación
ideológica y controvertida actuación política en el período de las Cortes de
Cádiz y en la primera restauración fernandina,
no mereció luego una atención ecuánime por parte de
la historiografía liberal decimonónica, que de manera predominante trató dicho
periodo.
Reconstruir la
biografía y la actividad pública de Juan Pérez-Villamil nos parece -y en esa tarea seguimos empeñados- una labor de investigación pertinente para
ampliar el conocimiento de su entorno y por ende de la etapa histórica que le
tocó vivir. Y de ahí nuestro interés por la estancia en Mallorca, porque no
sólo compendia su participación en el proyecto reformista, sino porque fue
también determinante para entender su inmediata trayectoria en la administración
borbónica. Dentro de esa actividad ilustrada de la que hablamos, vamos a
centrarnos -en esta ocasión, tal como
hemos dicho- en aquello que le vinculó a la Sociedad Económica Mallorquina de Amigos
del País.
Fue el propio Pedro
Rodríguez Campomanes, sin duda, quien influyó en Pérez-Villamil para que en
1787 cambiase el foro -ejercía la
abogacía en Madrid con notable éxito-
por la magistratura. La elevada posición que Campomanes ocupaba -era gobernador del Consejo de Castilla- y los indudables méritos que acreditaba
Villamil, fueron factores favorables para que acabase siendo nombrado Fiscal de
la Audiencia mallorquina a la edad de treinta y tres años (había nacido tal día
como hoy de 1754). Además, su conocimiento del problema chueta (descendientes de los judíos conversos) por haber
intervenido en el importante pleito que suscitó aquella minoría marginada que
pretendía conseguir su equiparación legal con el resto de la población isleña,
hacía de él un candidato idóneo para la Fiscalía de la Audiencia de Mallorca,
donde persistía una delicada situación como consecuencia de las tensiones
derivadas de las pretensiones chuetas
de igualdad legal –que eran respondidas desde el odio racial- y, así mismo, por
el ambiente belicoso que padecían las islas tras los sucesos de la guerra contra los
ingleses.
Como miembro de la Sociedad
Económica Mallorquina de Amigos del País
-heredera en cierto modo de la antigua Cofradía de Sant Jordi- colaboró con entusiasmo en la obra
reformadora que los ilustrados mallorquines trataron de llevar a cabo,
participando en la tareas de la Sociedad y orientando toda su labor como Fiscal
en la dirección que señalaban las directrices reformistas que se planteaban en
el citado establecimiento. No podía ser de otra manera, teniendo en cuenta su
trayectoria anterior, tan estrechamente vinculada a Campomanes, su mentor, para
quien las Sociedades Económicas eran uno de los principales instrumentos del
reformismo borbónico.
No era un ámbito de
actuación desconocido para Villamil, ni mucho menos. En su día, como miembro de
la Sociedad Económica Matritense había realizado una labor significativa, entre
cuyas actividades destacaba su participación en la Junta particular que debía
entender en el Informe en el Expediente
de Ley Agraria, en los aspectos relativos a la “cría de ganados como unida
a la agricultura” y las dehesas, ejidos y pastos comunes, según ha estudiado y
nos ha dejado escrito el ilustre historiador Gonzalo Anes.
Llegado a Palma en
octubre de aquel año de 1787, Villamil fue propuesto para socio de la Sociedad
Económica en junta celebrada en noviembre. Una Sociedad -y hacemos un oportuno inciso- nacida en 1778 y de la que había sido
fundador el también asturiano
-originario de los Oscos- Josef
Antonio Mon y Velarde (luego Conde del Pinar), quien desempeñó el cargo de
oidor de la Audiencia mallorquina y que por poco tiempo no llegó a coincidir
con Pérez-Villamil en la isla.
Éste fue presentado por
el destacado socio Josef Desbrull y Boil de Arenós, caballero de la Orden de
San Juan y secretario de actas. Y “enterada la Sociedad de las circunstancias,
mérito y literatura que concurren”, el magistrado Villamil fue nombrado socio
de número, asistiendo poco después y de forma regular a las juntas, que
presidía el inamovible director Antonio Dameto Dameto (marqués de Bellpuig),
coronel de los reales ejércitos y teniente coronel del Regimiento Provincial de
milicias.
Durante la década que
Villamil ejerció el cargo en la isla, los “amigos del país” mallorquines
continuaron con su afán de plasmar en realidades los proyectos en curso y
relanzar otros que se habían estancado. El magistrado asturiano, que
participaba totalmente del ideario de Campomanes, favoreció las tareas de la
Sociedad Económica de Palma formando parte de las comisiones de educación,
agricultura e industria.
De las ciento dieciocho
juntas que se convocaron en el período en el que Pérez-Villamil fue Fiscal de
la Audiencia, asistió a cincuenta y ocho de ellas, presidiendo siete sesiones extraordinarias, por razón de su puesto de segundo director de la Sociedad Económica, cargo
electo al que accedió en 1790.
En el campo educativo
una de sus actuaciones más notables fue la de propiciar la reapertura de la
Escuela de Dibujo -creada en 1778 al mismo
tiempo que la propia Sociedad- que por
falta de medios había dejado de funcionar.
Aprovechando el
ofrecimiento de ayuda de uno de los miembros de la sociedad, Pérez-Villamil
realizó las gestiones oportunas hasta conseguir la colaboración del obispo de
la diócesis, el manchego Pedro Rubio-Benedicto y Herrero (1727-1795). De ese
modo, la Escuela de Dibujo pudo abrirse nuevamente el día 20 de enero de 1788
con motivo del aniversario del nacimiento del rey Carlos III, aunque su
apertura efectiva se retrasó algún tiempo.
Con ocasión de tal
inauguración Pérez-Villamil pronunció una Oración
gratulatoria. El texto de esta disertación es significativo de su compromiso
y comunión con los planteamientos reformistas diseñados por Campomanes respecto
a la importancia del desarrollo artesanal y a la función utilitaria y social de
la educación.
Villamil ve en
Mallorca, por sus condiciones de insularidad y su estratégica situación "entre
dos mares", factores favorables para el desarrollo artesano, que debe producir
para vender en la Península y América, y abastecerse de las materias primas de
dichos mercados. Al mismo tiempo que ello contribuiría a compensar la balanza
comercial isleña, se debería promocionar
-según su razonamiento- la
extracción de las materias primas que sobrasen en Mallorca.
De esta manera, el
fomento del desarrollo artesanal en la isla explicaría la necesidad de la
reapertura de la Escuela Patriótica de Dibujo, dada la importancia que se
concedía al aprendizaje de tal disciplina por parte de los artesanos. Se trataba
de que éstos se aplicasen teóricamente en tal materia superando la tradicional
formación empírica que se impartía en los gremios.
Como fácilmente se
desprende, la puesta en marcha de la Escuela de Dibujo -que pocos años más tarde recibiría el
pretencioso nombre de Academia de Nobles Artes-
respondía al principio básico del ideario educativo ilustrado: el que
enfatiza en la dimensión social de la educación.
Pero también se colige,
de la lectura de la Oración gratulatoria,
que Villamil comparte otro de los postulados de tal ideario: la educación debe
ser diferente según sea el grupo estamental al que pertenezcan los individuos,
puesto que sus roles sociales deben ser también distintos. Así, los hijos de
los nobles asistirán a la Escuela pero, en este caso, la enseñanza del dibujo
tendrá otra finalidad que la pretendida con su impartición a los artesanos.
Otro proyecto en el que
intervino Juan Pérez-Villamil fue la creación de la Academia Médico-Práctica de
Mallorca. Los ilustrados y enciclopedistas
de la isla se habían interesado desde hacía años por el funcionamiento
de la Academia Médico-Práctica de Barcelona, pues, frente a los estudios
especulativos de la universidad tradicional, los reformistas mallorquines
estaban interesados en la creación de un establecimiento donde se fomentara el
conocimiento experimental y, de este modo, se propiciasen las reformas sociales
que pretendían llevar a cabo.
Por razón de la alta
ocupación que ostentaba en la administración borbónica en Mallorca y por su
experiencia -Villamil había fundado en
la Corte la Real Academia de Nuestra Señora del Carmen de Derecho Patrio y
Público, junto con el abogado Miguel Gabaldón-
nuestro magistrado fue comisionado con otro socio -el impresor real Ignacio María Sarrá y Frau- para hacer realidad la mencionada Academia
médica. El acto de constitución tuvo lugar en las Casas Consistoriales de Palma
en mayo de 1789, inscribiéndose como socios fundadores veintisiete médicos.
Villamil fue nombrado poco después “socio particular protector de ella”.
La Sociedad Económica
Mallorquina de Amigos del País pasó por momentos críticos durante los años de
guerra contra Francia (1792-1795) y, aun así, las actas nos permiten constatar
los esfuerzos de Pérez-Villamil por mantener las “escuelas de primeras letras” que
patrocinaba la Sociedad Económica, logrando el auxilio económico del nuevo
obispo de Mallorca Bernardo Nadal y Crespí (1746-1818), eclesiástico de talante
liberal y reformista, de amplia cultura, que -como diputado- jugaría un papel
relevante en las Cortes de Cádiz.
Por lo que hace a su
participación en las actividades de la comisión de agricultura, el asunto en el
que Villamil tuvo una intervención más directa fue el relativo a la redacción
de unas Ordenanzas para la explotación de montes y arbolado de la isla. El tema
era de la mayor importancia para los intereses de los propietarios nobles de
los predios montuosos, pero igualmente para el desarrollo forestal de Mallorca,
pues las talas y el desinterés por la repoblación entorpecían el fomento de una
fuente de riqueza de la isla, que en último extremo proporcionaba la materia
prima para los artesanos carpinteros mallorquines.
Las medidas que para la
aplicación de las disposiciones legales superiores habían sido dadas para el
fomento, cultivo y conservación de montes no habían sido aceptadas por la Sociedad Económica Mallorquina, cuyos miembros eran nobles propietarios. Mayor rechazo tuvo la puesta en práctica de tales medidas por parte del ministro
de Marina. Fue entonces cuando la Económica mallorquina nombró una
comisión -presidida por Villamil- al objeto de establecer unas ordenanzas
locales de montes que estuvieran de acuerdo con las generales en vigor.
Mientras Pérez-Villamil
redactaba los capítulos de las Ordenanzas, los enfrentamientos entre el
“Ministro visitador de Montes de Mallorca e Ibiza” y la Sociedad Económica
continuaron. En julio de 1790 el Fiscal asturiano leyó en junta los capítulos
de las Ordenanzas “como únicas reglas adaptables en el país para establecer la
ordenación de los mismos montes”, pero parece que tales Ordenanzas no llegaron
a aprobarse o, al menos, no sirvieron para poner fin al conflicto, según la
documentación que se conserva y hemos podido consultar.
En la comisión de
industria, Pérez-Villamil junto con Antonio Montis Álvarez -regidor perpetuo de Palma y desde 1791 primer
marqués de la Bastida- fue el encargado
de afrontar la reforma de las Ordenanzas gremiales, tarea en la que desde hacía
tiempo ya se venía ocupando la Sociedad Económica por encargo del Consejo de
Castilla, en la línea de los planes trazados por Rodríguez Campomanes y los
gobernantes ilustrados. No se trataba de suprimir los gremios, sino de reformar
en profundidad sus funciones para que los efectos nocivos derivados de su
corporativismo no impidiesen el auge artesanal y, en consecuencia, el
desarrollo del comercio.
En noviembre de 1788 la
Sociedad Económica Mallorquina determinó, como paso previo para acometer la
reforma de las Ordenanzas gremiales, establecer “un plan de principios
generales adaptables a toda legislación gremial para después el breve despacho
de las Ordenanzas que exija cada Arte y Oficio en particular”. Tal encargo se
le encomendó a Juan Pérez-Villamil.
Sin embargo, las
dilaciones en la tarea de recopilación de las Ordenanzas de cada gremio para
proceder a su examen y, probablemente, la oposición de los gremios a las
reformas, hicieron infructuosa su labor, como lo revela el hecho de que en el
año de 1799 -cuando Villamil ya había
abandonado la isla- la reforma gremial
era todavía un asunto pendiente, que fue relanzado más adelante en la propia
Sociedad Económica por el abogado de la Real Audiencia Bernardo Contestí Bennassar,
aunque con otra orientación: la supresión de los gremios.
No obstante, fruto de
tal encargo nos ha quedado un pequeño trabajo sin firma titulado Discurso sobre la jurisprudencia gremial
(1791) que, por entregas, se había ido publicando en el Semanario Económico de Mallorca durante los años 1789 y 1790.
Como hemos demostrado
en nuestras investigaciones, es más que probable -casi diríamos que con toda seguridad- que el autor del mencionado trabajo fue Juan
Pérez-Villamil, experto conocedor de la historia de la jurisprudencia española,
como se sabe. Todos los detalles parecen confirmar su autoría.
El objetivo del citado Discurso es la legitimación del arreglo
de las Ordenanzas gremiales que la Sociedad Económica Mallorquina pretendía
establecer. La historia se convierte así en una herramienta reformista, que
permite entender el estado de la legislación gremial -que no respondía a la realidad existente- y
la apremiante necesidad de su reforma.
Lo que sí sabemos con
total certeza es que la Sociedad Económica Mallorquina dio a la imprenta el Elogio del Rey Carlos III que esté en gloria
(1789), escrito por Villamil, y cuyo manuscrito original se conserva en la Real Academia de la Historia
de Madrid.
Tras el fallecimiento
del rey Carlos III el 14 de diciembre de 1788, las Sociedades Económicas de
toda España acordaron que uno de los socios más notables pronunciase su elogio
fúnebre. La Matritense, por ejemplo, encomendó la tarea a Francisco Cabarrús, y
Villamil fue el encargado de su redacción a petición de la Económica
mallorquina.
En la junta de 10 de
enero de 1789 se aprobó que el citado Elogio
se leyese en la sesión que debía celebrase el día 19 de marzo, fecha en la
que también se debían entregar los premios a los alumnos más aventajados de la
Escuela de Dibujo. Así se hizo, y en reunión posterior se convino la impresión
a expensas de la propia Sociedad Económica.
El Elogio es un repaso encomiástico de la obra realizada por el
monarca borbón tanto en la etapa napolitana como en su posterior reinado en
España. Por lo que hace a Nápoles, Villamil narra las gestas bélicas y destaca
la labor política y cultural, especialmente su intento -fallido en parte- de implantar una nueva constitución política,
desarticulando para ello los poderes feudales.
Por lo que se refiere a
España, Carlos III habría dado a nuestro país
-según Villamil- una época de
esplendor similar a la de los Reyes Católicos y primeros Austrias; y para
sobrevalorar la obra reformadora carolina -de la que sutilmente silencia la política
regalista y secularizadora- efectúa, en
contraposición, un balance historiográfico totalmente negativo de los últimos
Austrias.
Además, y en otro orden de cosas, del examen del Elogio se puede entrever el pensamiento
y posicionamiento político del magistrado astur. Éste se manifiesta como
partidario de ese reformismo moderado que propugnaba la clase rectora que tenía
como faro el despotismo ilustrado, cuya finalidad era el cambio pero sin socavar
los poderes tradicionales. Esa actitud es la que explicaría su posterior
giro -que también ocurrió con otros
reformistas españoles- hacia posturas
reaccionarias, cuando las nuevas circunstancias históricas pusieron en peligro
las bases de poder del antiguo régimen.
De contenido del Elogio se desprende igualmente una
actitud religiosa de tono tradicional, plenamente coherente -por otra parte- con ese reformismo moderado o templado -de indudables raíces conservadoras- al que hemos hecho referencia. En ese
sentido, Pérez-Villamil cita como demostraciones de auténtica religiosidad
algunos actos de culto de patrocinio regio, actos que difícilmente podían ser
asumibles por los genuinos ilustrados españoles, partidarios -por contra- de una religiosidad interiorizada y críticos con la importancia
que las autoridades eclesiásticas concedían a las manifestaciones externas de
ritos y ceremonias.
En fin, como vemos, la
labor que el Fiscal Pérez-Villamil realizó en Mallorca fue, en líneas generales,
concordante con los postulados del reformismo ilustrado borbónico y, en
consecuencia, actuó en estrecha colaboración con la Sociedad Económica:
acopiando información y asesorándose a través de los “amigos del país”
mallorquines, al mismo tiempo que apoyando los proyectos que le presentaron.
Juan Pérez-Villamil
cesó oficialmente en el cargo de Fiscal de lo civil y criminal en 1797, aunque
en realidad ya estaba ausente de Mallorca desde la primavera del año anterior.
No obstante, siguió representando los intereses de los mallorquines en la Corte
madrileña por algún tiempo más.
Como resumen se puede
afirmar que Villamil, bien por cálculo político o por talente personal, adoptó
en la Sociedad Económica Mallorquina de Amigos del País una postura flexible, dentro
de los márgenes que permitía la aplicación del reformismo centralista y
castellanizador. Mantuvo una actitud respetuosa
-dentro de las leyes- hacia el
hecho diferencial mallorquín.
No es extraño, pues,
que fuese cierto el dato que apunta Jovellanos en su Diario el día 1º de octubre de 1796, cuando escribe que “los
mallorquines quieren hacerle Regente”.
Gracias por su
atención.
* Intervención en el Casino de Puerto de Vega
(Navia) el 1º de mayo de 1994.
© Todos los derechos reservadosActo institucional anual de la Asociación de Amigos de la Historia (Puerto de Vega)
Día 1 de mayo de 1994, a las 5 de la tarde
Programa de actos:
= Presentación de la Cátedra de Extensión universitaria “Severo Ochoa”
= Entrega de diplomas a los socios de honor
= Entrega de premios del Primer Concurso de Redacción Histórica
= Conferencia de D. Jesús Mella sobre D. Juan Pérez Villamil
Noticia de ello en El Comercio (Gijón), martes 3 de mayo de 1994, p. 39
http://balearidesdigital.com/bdvs01/wordpress/wp-content/uploads/2013/08/Memorias-de-la-Real-Sociedad-Econ%C3%B3mica.pdf
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