X Jornadas de
Historia de Navia
Viernes, 30 de agosto de 2013; 19:00 h.
Centro Cultural
LICEO (Navia)
Un jacobino en el poder: Álvaro de Albornoz
Jesús Mella
En octubre de 2004, va
para nueve años, tuve el honor de participar en el homenaje que el Ayuntamiento
vecino de Valdés tributó a Álvaro de Albornoz y Liminiana. Los actos,
sencillos, coincidían con el cincuentenario del fallecimiento del político
luarqués en el exilio mexicano. Consistieron en el descubrimiento de una placa
en la casa (calle) natal y en la celebración de una conferencia que tuvo por escenario
la Casa de Cultura y que titulé: “Álvaro de Albornoz: Un radical con gorro
frigio”. Actos entrañables, puesto que yo también soy luarqués.
Hoy, nuevamente, en
este Centro Cultural Liceo de Navia, se me invita para esbozar la silueta de este
hombre de escuadra y compás, dentro del programa Asturianos en el Gobierno de España.
Debemos reconocer el
esfuerzo que contracorriente, año tras año, vienen desarrollando diversas
instituciones -y el diligente director
de los encuentros, Servando J. Fernández Méndez- por mantener vivas las Jornadas de Historia, esta
vez en su décima edición. Iniciativa muy loable, dada la banalidad que nos
rodea y cuando los mitos y la ficción pretenden sustituir los hechos y la
realidad histórica.
De entrada, debo dar
las gracias a todos por haberme invitado –repito- a hablarles de Álvaro de Albornoz, olvidado por
el recuerdo colectivo, puesto que ha quedado reducido al paréntesis que jalonan
las fechas de su natalicio y su defunción, triste logro de la gloria.
Un retrato rápido, modesto,
con luces y sombras, de su actividad política en España, en concreto de la actividad
ministerial y experiencia de poder en la Segunda República, puesto que su
política fuera de España -en la que
también ostentó poder y cargos ministeriales, más nominales que efectivos- bien pudiera quedar para otra ocasión, dada la
peculiaridad de la España del exilio y de aquella República errante,
cuidadosamente silenciada porque intentó mantener la legitimidad. Así lo entendió
también su gran amigo (desde 1904), y compañero de destino, Félix Gordón Ordás
(1885-1973), al publicar las memorias, que como editor separó conscientemente
las dos etapas.
Cuando alguien se
refiere a Álvaro de Albornoz, o saca una conversación relacionada de alguna
manera con él, se me viene a la memoria una vieja anécdota que no hace muchos
años me contaba un anciano funcionario de correos y telégrafos residente en el
paraje de La Nozaleda, en la parroquia de Perlora (Carreño). Me contaba aquél
buen hombre -hoy ya fallecido- que los muchachos del lugar solían espiar a las
chicas que en traje para la ocasión -o
sin él- se daban un baño de ola en la
aislada playa de Carranques. Cierto año -que
supongo a fines de la Dictadura de Primo de Rivera o comienzos de la
República- apareció por la playa una de
aquellas mujeres propagandistas -verdaderos iconos- que sonaron en la política del momento. Los
más pícaros corrieron enseguida la noticia, precisando que en Carranques estaba
tal señorita con el albornoz. Evidentemente no estaba con dicho atuendo en plan
sugerente, sino que se quería insinuar -maliciosamente- que estaba acompañada por el señor Albornoz,
don Álvaro, personaje entonces polémico y que no dejaba indiferente a nadie.
¿Cuánto de verdad puede haber en la anécdota que me contaba aquel viejo
funcionario que estiraba la memoria hasta la infancia? No lo sabemos.
* *
*
Lo que si sabemos con
certeza es que nació en la capital valdesana el día 13 de junio de 1879. Fue
hijo del abogado valenciano Manuel Albornoz
-entonces Ayudante de Marina del puerto de Luarca- y de la oriolana Concepción Liminiana.
Estudió la primera y
segunda enseñanza en su villa natal y, luego, la carrera de Derecho Civil y
Canónico en la Universidad de Oviedo. Se graduó Licenciado en 1900, a los
veinte años de edad. Entre sus maestros figuraron algunos miembros del llamado
Grupo de Oviedo, republicanos de cátedra con quienes trabó una buena amistad,
especialmente con Leopoldo Alas Clarín -de quien era discípulo predilecto-, Adolfo
Álvarez-Buylla, Rafael Altamira y Melquíades Álvarez, del quien fue igualmente
alumno. Compañero y amigo, durante aquella etapa universitaria, fue también
Ramón Pérez de Ayala.
Una vez
licenciado, pasó a cursar el doctorado
en Madrid, donde entró en contacto con la Institución Libre de Enseñanza y su
mentor y profesor, Francisco Giner de los Ríos, participando de las mismas
inquietudes. Parece ser que renunció a los cursos de doctorado por no
estimarlos imprescindibles para su futuro. De hecho, no consta ningún dato
sobre su posible Tesis en el Archivo de
la actual Universidad Complutense de Madrid, antes Universidad Central.
Se casó en Luarca con
Amalia de Salas y Abella-Fuertes, en noviembre de 1899, y regresó a
Asturias en 1901.
Fue colaborador asiduo
de la prensa, tanto asturiana (El
Noroeste de Gijón, El Progreso de
Asturias de Oviedo, y La Voz de
Luarca) como de fuera, principalmente de Madrid. Ejerció, juntamente con la
de periodista -publicó artículos de
combate político al mismo tiempo que estudios doctrinales de enjundia-, la
profesión de abogado en Luarca y en la capital asturiana desde el año de
1902 -año de su inscripción en el
Ilustre Colegio de Abogados de Oviedo-
hasta el año de 1910.
Así mismo, durante
aquella época participó como conferenciante en las campañas de 1903 a 1910 de
la Extensión Universitaria ovetense. El día 29 de mayo de ese año de 1910
pronunció –al lado de otros oradores- un
discurso en el teatro Campoamor de Oviedo en homenaje a Rafael Altamira y su
obra de intercambio universitario, tras el famoso viaje que el profesor
alicantino acababa de realizar por tierras americanas. Testimonios de época
afirman que Albornoz era un destacado orador, con un estilo castelariano, hoy perdido.
Álvaro de Albornoz -en el extremo derecho- en la inauguración de la Universidad Popular de Mieres |
Según confesión propia,
pronunció el primer discurso político el día 11 de febrero de 1897, siendo
alumno del curso preparatorio de Derecho de la Universidad de Oviedo, con
ocasión de la fiesta conmemorativa de la Primera República Española. Hay
también constancia hemerográfica de que el joven abogado Albornoz tomó parte en
la velada necrológica en honor a Pi y Margall que se celebró el día diez de
diciembre de 1901 en el Teatro Jovellanos de Gijón, con un lleno absoluto y la
presencia del histórico Rafael Calzada.
Algunos autores
contemporáneos, como Andrés Saborit Colomer o Manuel Vigil Montoto, señalan que
comenzó su militancia política activa también en el socialismo (desde 1898), que
colaboró en el periódico semanal del partido en Asturias, La Aurora Social, y que participó en un acto de propaganda en su
villa natal defendiendo el ideario de Pablo Iglesias (marzo de 1899). Es
probable que así fuese, pues la emigración de los republicanos en demanda del
socialismo se iniciaba por entonces. Pero debió ser por breve tiempo, dado que
el propio Albornoz en un párrafo de la obra epilogal Páginas del destierro (México, 1941) recoge lo siguiente:
“No
tengo ni tuve nunca la menor simpatía por el marxismo. El marxismo fue, en
cierto modo, la tragedia espiritual de mi mocedad. Me habían seducido, como a
muchos otros jóvenes -¡y cómo lo
lamentaba Clarín!- los folletos de
propaganda entonces en boga, de una simplicidad, de una suficiencia y de una
pedantería insuperables…”
Eran los años de
dogmatismo de Pablo Iglesias -que llegan
hasta 1909- y que, sin duda, desencantaron a Albornoz por la línea
intransigente y sectaria del PSOE.
Comprometido políticamente
desde muy temprano con el heterogéneo republicanismo español de la
Restauración -hidra con muchas cabezas-,
se alineó luego en el bando que representaba la orientación radical dentro de
la Unión Republicana (nacida en 1903), en oposición a la conservadora de
Melquíades Álvarez.
En todo caso, sus
primeras inquietudes fueron recogidas en un curioso folleto que, con prólogo de
Adolfo A. Buylla, editó la imprenta luarquesa de Manuel Méndez en el año de
1900: La instrucción, el ahorro y la
moralidad con respecto a las clases trabajadoras: folleto para obreros. En 1903
publicó su primer libro propiamente
dicho: No liras, lanzas (Madrid),
colección de artículos y crónicas. Siguió a este volumen el titulado Individualismo y socialismo (Barcelona,
1908), donde fijaba su personalidad política y hablaba de la necesidad de que
los republicanos tomaran prestado del socialismo algunos recursos y propuestas
de análisis y cambio socio-económico, al decir del historiador Manuel Álvarez
Tardío.
Aunque en la periferia,
desde Asturias intervino eficazmente en la política republicana nacional,
asistiendo a asambleas, reuniones y realizando viajes de propaganda. Fue la
manera de darse a conocer. En diciembre de 1909 se le tributó un homenaje en
Oviedo y decidió trasladarse a vivir a Madrid. En ese año de 1909 ingresó -en unión de otros intelectuales, como Andrés
Ovejero, Julián Besteiro, Hermenegildo Giner de los Ríos, Rafael Salillas y
Luis Bello- en el Partido Republicano
Radical de Alejandro Lerroux, (nacido en 1908), partido que pronto abandonará
por encontrarlo estancado en viejas ideas. No obstante, promocionado por
Joaquín Costa, fue elegido diputado a Cortes por la circunscripción Zaragoza-Borja
en mayo de 1910 en las listas del Partido Radical. Se acreditó como un buen
parlamentario en los debates, sobresaliendo en los relativos a instrucción
pública y justicia. En tales discusiones fue un apasionado defensor de la
escuela laica.
Tuvo pues unos orígenes
“cuneros”. Sobre la incorporación de Albornoz al Partido Radical y su
candidatura a Cortes por Zaragoza, Lerroux escribió lo siguiente:
“Yo
le saqué de Oviedo, donde vegetaba… Le llevé a Zaragoza y le proporcioné el
acta de diputado por aquella capital. Los amigos de allí le pusieron al frente
de un periódico. Y se encontró, de la noche a la mañana, diputado a Cortes sin
sacrificio alguno, director de un diario y jefe de un partido local”.
En esa época publicó el
libro Ideario Radical (Madrid, 1912),
obra en la que se sintetizan los postulados fundamentales que a juicio de Don
Álvaro -que por momentos parece que
vive en 1793- han de asimilar y acometer
los republicanos españoles.
En el año de 1914 se
presentó nuevamente por la circunscripción electoral de Zaragoza siendo derrotado. Ese año abandona
el partido, dedicándose en exclusiva al periodismo y a la abogacía en su bufete
madrileño, medio de sustento de su familia.
Su recorrido político
en poco tiempo había partido desde el socialismo hasta el lerrouxismo.
No fue fácil la vida
para Albornoz. Cuenta Josep Pla -en su
diario de juventud Madrid-L´adveniment de
la República (1933)- refiriéndose a
esa etapa, que cuando el abogado luarqués llegó a Madrid, acompañado de su
esposa, tuvo unos comienzos difíciles; y con un estilo mordaz e inmisericorde dice
de don Álvaro:
“Era
un abogado muy pobre, muy arribista, que nunca consiguió tener un pleito.
Fueron a vivir a una pensión. Durante los primeros días, el actual ministro iba
de pesca para ver de conseguir algún alimento. El resultado fue siempre
negativo. Ante tanta mala suerte, marido y mujer decidieron intentar algo. El
dinero se acababa por momentos. Decidieron no levantarse de la cama. Compraron
un jamón y lo colgaron del techo con un cordel, a cuatro palmos de la almohada.
Cuando tenían hambre, sin necesidad de moverse, cortaban un bocadillo muy fino
y así siguieron durante mucho tiempo…”
Durante ese período
colaboró asiduamente en El Liberal, El
Radical -del que llegó a ser su
director una temporada-, La Libertad,
El Mundo, El Parlamentario, en el aliadófilo semanario España, en Vida Nueva y en La
Opinión, todos ellos de Madrid; alguno
de gran circulación. Y entre los
trabajos propios del foro tuvo a su cargo el ruidoso pelito a que diera lugar
la incapacitación, por real decreto, del infante don Antonio de Orleáns -marido de la infanta Eulalia, tía de Alfonso
XIII-, a quien defendió ante los tribunales de Justicia.
Aunque alejado de las
banderías políticas y civilista convencido, intervino ardorosamente en cuantas
campañas populares a favor de Francia -y
los aliados- suscitó la Primera Guerra
Mundial. No obstante, intentó volver a
la política con motivo de las elecciones municipales de 1917 por el distrito de
Gijón, pero su intento fracasó. También participó públicamente contra la acción
militar de España en Marruecos desde la tribuna del Ateneo madrileño,
institución de la que había sido socio desde 1899.
En 1918 publicó Estudios políticos (Tortosa) y El
partido republicano. Las doctrinas republicanas en España y sus hombres
(Madrid), obra importante -esta última- en la que preconiza la necesidad de un nuevo republicanismo español que
intente salvarlo de la esterilidad en que se disolvieron los núcleos del
llamado republicanismo histórico, tras estudiarlo a fondo en su evolución. En
1920 dio a la imprenta El temperamento
español: la democracia y la libertad (Barcelona), libro que dedica a su
entrañable y malogrado amigo Fernando Martínez Torner; y asistió, como letrado,
representando al Sindicato Minero y a las familias de las víctimas de los
luctuosos sucesos ocurridos -entre
mineros y fuerza pública- en el feudo
del marqués de Comillas, en el Concejo de Aller, en abril de aquel año. En 1921
se presentó por la circunscripción electoral de Cartagena como republicano
independiente, formando parte de la candidatura de izquierdas, pero fue
derrotado de nuevo.
Instalado
definitivamente en Madrid, y mejorada en general su situación, apoyó a su
sobrino Severo Ochoa en los estudios de biología, en los que luego sería un
investigador de fama internacional, como es sabido.
Como tantos otros,
Albornoz no disimuló su interés por el cambio de rumbo poco antes de la llegada
al poder del general Primo de Rivera. En una colaboración en el diario La Opinión, don Álvaro comienza de esta
manera: “A nosotros no nos asustaría una dictadura inteligente…”; pero el
entusiasmo duró bien poco. Durante la Dictadura primorriverista se adhirió a Alianza Republicana (nacida en 1926) y
actuó políticamente casi en la clandestinidad, al igual que otros intelectuales.
Sufrió persecución -su correspondencia
era abierta- y cárcel en 1929. La posición
que tomó Albornoz contra la Dictadura fue la de un revolucionarismo republicano
extremo, al margen de todo doctrinarismo constitucionalista. Un apóstol de la
propaganda democrática.
Ha de significarse, por otra parte, que Albornoz fue iniciado como masón en la respetable logia Dantón nº 7, de obediencia al Gran Oriente Español, el día 18 de marzo de 1927, siendo exaltado en un solo día al 2º y 3º grado -maestro masón- poco después. En sus trabajos y actividades masónicas utilizó el nombre simbólico de Juan Prouvaire, personaje literario de Los Miserables de Víctor Hugo, personaje que amaba a los desvalidos y recitaba versos a los astros. La madrileña logia Dantón había sido fundada el año anterior -diciembre de 1926- dentro de la autoridad de la Gran Logia Regional del Centro, y aglutinaba en su seno a intelectuales con auténtica pasión política y social, fruto, sin duda, de las circunstancias que concurrían entonces, cuando el régimen alfonsino tocaba ya a su fin.
Carta constitutiva de la Logia Danton nº 7 (Madrid, 5/12/1926) |
Durante la Dictadura publicó
La tragedia del Estado español (Madrid,
1925) e Intelectuales y hombres de
acción: problemas españoles (1927). Libros henchidos de ciencia social, de
doctrina laicista y de historia política del siglo XIX, siglo del que era gran
estudioso. Según Manuel Álvarez Tardío,
aunque el político luarqués se considerara emancipado del primer
republicanismo, era deudor del análisis histórico realizado por distintos
historiadores y políticos de la tradición progresista primero, demócrata
después, y republicana finalmente, del siglo XIX, algunos de los cuáles
—Rodríguez Solís, Fernando Garrido, Pi y Margall o Castelar— son citados por él
de forma abundante en sus textos. De
este período es también el libro de ensayos escrito desde la Cárcel Modelo durante
abril de 1929: El gobierno de los
caudillos militares (Madrid, 1930), justo cuando empezaba la ofensiva
contra la Monarquía; era -en palabras de
Manuel Álvarez Tardío- un texto mediocre en el que lo importante, finalmente,
no era la opinión de nuestro protagonista sobre Espartero o Narváez, sino las conclusiones
que se podían extraer para la hora presente, para la ruptura drástica con el
pasado.
Albornoz tendrá, a
partir de entonces, una actuación
significativa en todas las conspiraciones habidas para derrocar la monarquía e
implantar un “Estado de nueva planta”. En ese año de 1929 escribió un notable
prólogo para el libro de Gabriel Morón El
partido socialista ante la realidad política de España (Madrid), en el que
alentaba al PSOE a comprometerse sin reservas en un cambio del régimen a la vez
que denunciaba la colaboración socialista con la Dictadura.
El 17 de agosto de 1930
suscribió, con otros políticos, el llamado Pacto de San Sebastián, y formó
parte, a continuación, del Comité Revolucionario -futuro Gobierno Provisional- que preparó el advenimiento de la República.
Motivo por el cual fue reducido a prisión, en unión del resto de firmantes del
mencionado pacto. Eran las consecuencias.
Por haber firmado el
manifiesto republicano instigador de la rebelión del 15 de diciembre de 1930,
que se levantó en Jaca contra el gobierno de Dámaso Berenguer, estuvo preso
hasta el 23 de marzo de 1931. Fue juzgado ante el Tribunal Supremo de Guerra y
Marina y defendido por la malagueña Victoria Kent, pasante de Albornoz, además
de amiga. Un hecho inaudito, pues era la primera vez en el mundo que una mujer
ejercía como abogada ante un tribunal militar. En ese mismo año de 1930 verá la
luz su obra El gran collar de la
justicia: doctrina y polémica (Madrid).
* *
*
Caída la monarquía tras
las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, Albornoz fue elegido luego diputado
por Asturias en las celebradas el 28 de junio a Cortes Constituyentes de la
República, formando parte de la candidatura conjunta republicano-socialista.
Alcanzó 81.549 votos, el 65 % de los votantes y el tercer puesto de una
candidatura de doce miembros. Junto con él, salieron elegidos por nuestra
región: Leopoldo Alas, José Díaz Fernández y el médico Carlos Martínez. También
consiguió acta por la provincia de Zaragoza, si bien renunció a ella. La
campaña de los dirigentes radical-socialistas contra los reformistas en
Asturias fue ciertamente violenta, no escatimándose injurias ni calumnias.
Algunos estudiosos han querido ver, detrás tales hechos, la instigación de
Albornoz. A nivel nacional, de 470 diputados, los radical-socialistas
obtuvieron 59 escaños (otras fuentes señalan 55). Como se ve, de la cárcel a
una resuelta gloria. De este modo llegó Albornoz hasta la Segunda República.
Indudablemente,
Albornoz fue una destacada figura del
nuevo régimen y, desde el parlamento y el gobierno, intervino en numerosos
proyectos y decisiones adoptadas en los primeros tiempos de la República. Sus
intervenciones en los debates parlamentarios fueron también llamativas, y sus
declaraciones públicas causaron más de un trastorno a los gobiernos de Azaña,
quien llegó a decir, en cierta ocasión, refiriéndose a su soltura y locuacidad: “en quince minutos puede destruir
lo que yo he logrado en un año”.
De la lectura del Diario de Sesiones (legislatura
1931-1933) se desprende una imagen de exaltado, de ser partidario de convertir
la Cámara en una Convención, no en vano se sabía la revolución francesa de
memoria. En la minibiografía que se recoge el final del tomo segundo de Acotaciones de un oyente (1931-1933) de
Wenceslao Fernández Flórez se puede leer: “Su significación política tiene el
carácter de un jacobinismo rancio y hueco, alimentado con lecturas históricas,
pero muy poco acorde con las realidades vivas”. Lo cierto es que, por ejemplo,
tuvo una labor destacada en la redacción del proyecto de Reforma Agraria con
propuestas avanzadas que rayaban los postulados marxistas pero también la pura
propaganda, pues tales intenciones no se concretaron luego.
Albornoz formó parte
del Gobierno Provisional de la República que presidió Niceto Alcalá-Zamora,
conforme al decreto de 14 de abril que le dio estatuto jurídico. Ocupó el Ministerio
de Fomento -tras renunciar al cargo de
concejal del Ayuntamiento de Madrid, en cuyas listas también había sido elegido
por el distrito de La Inclusa-, durante
un etapa corta, que va del propio día 14
de abril al día 14 de octubre de 1931, y que se prolonga -al ser ratificado por Azaña en el
cargo- desde dicho día al 16 de
diciembre del citado año, es decir, en los dos primeros gobiernos
provisionales. Relevaba en el cargo a Juan de la Cierva y Peñafiel. En el
primer periodo indicado fue sustituido de forma interina en cuatro ocasiones
por altos cargos de su propio departamento.
Se da la curiosa
circunstancia de que el nombramiento de Albornoz apareció en la Gaceta hasta en tres ocasiones, pues
hubo de rectificarse para subsanar defectos formales.
Álvaro de Albornoz, en su despacho ministerial |
Tras ser nombrado como
titular del departamento, en sucesivos decretos inmediatos se procedió al designación
de Félix Gordón Ordás, como subsecretario de Industria y Fomento, y al mismo
tiempo director general de Minas y Combustibles (más adelante lo sería de
Ganadería); de José Salmerón García, como director general de Obras Públicas; y
de José María Jiménez Quintana, al frente de la dirección general de Montes,
Pesca y Caza. El gabinete del Ministerio de Fomento se creará por orden de 31
de octubre.
En principio, tiempo insuficiente
en el cargo como para poder realizar una labor destacada como ministro. Por si
ello fuese poco, dispuso de un escaso presupuesto, lo que motivó la suspensión
de obras de determinados ferrocarriles y carreteras -ya en construcción-, los trabajos
de las confederaciones hidrográficas (luego llamadas mancomunidades
hidrográficas), y también la crítica del propio Azaña.
No obstante, ocho meses
de gestión sí le permitieron revisar muchas disposiciones dictadas por Primo de
Rivera. En ese sentido, mediante una orden de 29 de abril, se nombró una
comisión general y tres subcomisiones para el examen de la obra legislativa de la
Dictadura en lo relativo al Ministerio de Fomento.
Mundo Gráfico, 13/05/1931 |
El primer acto público importante al que acudió Albornoz como ministro fue el homenaje que se le tributó a su maestro y mentor Clarín en la capital asturiana, con la inauguración de un monumento en el Campo de San Francisco, el domingo día 3 de mayo. Acto sentimental de gran significación política, que se desarrolló en jornada desapacible. En el teatro Campoamor pronunciaron discursos el rector Isaac Galcerán, el alcalde Luis Laredo, y el ministro -que evocó la figura de Clarín- con una intervención emotiva, dando las gracias finalmente Leopoldo Alas Argüelles, hijo del homenajeado. De aquella jornada memorable dio cuenta detallada El Noroeste gijonés (05/05/1931), que dirigía todavía Antonio L. Oliveros. También presidió Albornoz otro homenaje al general Riego en Tuña (Tineo), a finales de septiembre del mismo año, acto de indudable afirmación republicana.
Albornoz, siendo
ministro de Fomento, visitó con frecuencia distintas localidades de Asturias,
para reunirse con sus correligionarios, atender asuntos de su departamento
-principalmente derivados del conflicto ferroviario de aquel momento- o, simplemente, de carácter particular o
familiar. Al final de las visitas, solía partir para Madrid o se dirigía a
Luarca para pasar unos días de descanso. En los viajes le acompañaban Pepín
Fernández Díaz (periodista y luego diputado), que hacía las veces de jefe de prensa;
su yerno y secretario particular Segovia; y su hijo, el ingeniero Álvaro de
Albornoz.
Al frente del
departamento ministerial, una de las medidas más polémicas que tomó fue la
creación por decreto de 30 de mayo de 1931 de una dirección general de Ganadería
e Industrias Pecuarias, completada mediante otro decreto de 21 de julio, por el
cual se transfería la Cría Caballar del ministerio de la Guerra a Fomento, y de
esa forma se concentraban todos los servicios ganaderos en su Ministerio. Decisión
problemática, pues había competencias que seguían perteneciendo al Ministerio
de Economía, dándose el caso pintoresco -con la entrada en vigor del dichoso
decreto- de que los ingenieros agrónomos
continuaron adscritos a Economía mientras los denominados “ingenieros
pecuarios” a Fomento. De tal manera, como explica Juan Pan-Montojo, Albornoz
daba satisfacción a las peticiones de uno de los líderes de su partido e
importante figura de la veterinaria española, Félix Gordón Ordás, que a la
sazón ocupaba la subsecretaría del Ministerio, como hemos dicho. Tal decreto
tuvo en contra a la pertinente Comisión del Congreso, pero ésta hubo de ceder a
los deseos del ministro valdesano pues Albornoz amenazó con provocar una crisis
de gobierno. La nueva dirección general constituyó, no obstante, la opera prima en lo que a la profesión
veterinaria se refiere. Gordón ocupó la titularidad de tal dirección general.
Ha de precisarse,
llegados aquí, que hasta el decreto de 16 de diciembre de 1931, disponiendo que
el Ministerio de Economía Nacional se denominase en lo sucesivo de Agricultura,
Industria y Comercio, hubo competencias de agricultura -por poner un ejemplo- repartidas entre Fomento (Albornoz) y
Economía (Nicolau d´Olwer). Sorprendentemente, nos encontramos igualmente con
el hecho de que -seguimos con los
ejemplos- la iniciativa en la creación
de la Comisión Técnica Agraria encargada de elaborar el primer proyecto de
Reforma Agraria correspondió al Ministerio de Justicia, cuyo titular era
entonces Fernando de los Ríos. También fue competencia de este ministerio el
decreto de revisión de rentas, mientras que la regulación del trabajo agrario
correspondió al Ministerio de Trabajo. Lo que denota y refleja la
provisionalidad de un régimen todavía en estado semi-campamental, de
inestabilidad política, debida a un pluripartidismo inarticulado, al decir del
profesor Manuel Ramírez. Habrá que esperar al desarrollo de la Constitución
para poner orden en la construcción de la administración pública republicana,
tal como ha estudiado José Canales Aliende.
Albornoz intervino
también en la preparación de un plan de nacionalización de los ferrocarriles,
que preveía la agrupación de líneas y reducción del número de compañías; en otro de política de repoblación forestal; y
en un polémico decreto de alquileres.
Llevó a cabo bastantes
remodelaciones en el personal a su cargo, como
-por ejemplo- el rápido cese, mediante
una orden de 17 de agosto, del competentísimo ingeniero de Caminos, Canales y
Puertos Manuel Lorenzo Pardo (1881-1953)
-y por tanto el desmantelamiento de sus planes, que parece ser rompían
las fronteras de las “regiones históricas”-, quien estaba al frente de la
Confederación Sindical Hidrográfica del Ebro. Actitud hostil de Albornoz hoy
todavía inexplicable. Ingeniero, no obstante, rescatado luego por Indalecio
Prieto, como ministro de Obras Públicas (ministerio creado el 31 de diciembre
de 1931), que lo nombró director general de Obras Hidráulicas, no sin fuerte
discusión con Albornoz en un tenso consejo de ministros celebrado a comienzos
de marzo de 1932.
Precisa el profesor Ricardo
Robledo que el paso de Albornoz por el Ministerio de Fomento coincidió con la
discusión de los diversos proyectos de Reforma Agraria y, dado el significativo
paro entre el campesinado, propuso diversos programas de obras públicas para
paliarlo.
Era extendida entonces
la idea de que Fomento era una cartera que no funcionaba, pese a los propósitos
del titular, quien intentó llevar a cabo el ideario de su partido (obra de
Gordón Ordás y publicado en septiembre de 1930) a la administración pública, en
el sentido de acabar con el “burocratismo jerarquizado” y pasar a una “organización
de tipo sindical” supeditada a la eficacia y a la rapidez en el despacho de los
asuntos. Vano intento, puesto que tanto
Alcalá-Zamora, como Miguel Maura y el propio Marcelino Domingo, expresaron opiniones
en términos muy duros sobre su gestión, que recogió Azaña en las memorias
políticas (02/10/1931). El
jefe de gobierno no
estaba muy conforme con su ministro, con su trabajo y con la preparación que
hacía de los temas a tratar en los consejos de ministros.
Gordón Ordás y Albornoz flanquean a Prieto en la toma de posesión de éste como ministro de Obras Públicas |
* *
*
En la repetida fecha de
16 de diciembre de 1931, formando parte del Gobierno presidido por Azaña,
nacido a partir de la conocida “crisis de diciembre”, pasó a ser ministro de
Justicia durante el bienio republicano-socialista. En concreto hasta el
día 14 de julio de 1933.
Acabar con los
“desaguisados” de Albornoz, pero al mismo tiempo no disgustar al Partido
Rapublicano Radical Socialista, fue lo que llevó a Manuel Azaña a nombrarle
ministro de Justicia, donde probablemente su formación era más adecuada que
para llevar Fomento, según el profesor Ricardo Robledo.
Albornoz contaba
entonces con cincuenta y dos años y sucedía en el cargo al socialista Fernando
de los Ríos Urruti. Mientras fue ministro, el bufete de abogado -que llevaba junto con el correligionario Juan
Botella Asensi (1884-1942)- fue manejado
por Virgilio Botella Pastor, hijo del anterior.
Desde el Ministerio de
Justicia fueron numerosas las disposiciones aprobadas que obviamente derivaron
del minucioso texto constitucional, en cuyo título VIII se hacía referencia a
la administración de Justicia. Una de sus principales tareas consistió en la
puesta en práctica del laicismo constitucional, que venía a completar el
proceso iniciado con los primeros decretos del Gobierno Provisional y que
pretendía responder también a los acuerdos aprobados en el tenso congreso de su
formación política, celebrado en Madrid a fines de mayo de 1931, que marcó la
línea del partido y la posición que debía adoptarse en las Cortes
constituyentes.
Código constitucional que,
por ejemplo, regulaba en los artículos
26, 27 y 70 determinados aspectos religiosos muy concretos o que aparecían como
pensados expresamente para su inmediato desarrollo. Gran error, a mi juicio, al
constitucionalizar el problema religioso. El talante, las ideas y los proyectos
de Albornoz relacionados con su tarea en el departamento ministerial quedaron
reflejados -más adelante- en el discurso de apertura de los Tribunales,
de 15 de septiembre de 1932, que versó sobre la revolución española y la Justicia
o, dicho de otra manera, sobre la nueva organización de la Justicia en España y
su necesidad. En su intervención se lee: “Hemos vivido, señores, y estamos
viviendo aún un proceso revolucionario”.
Aunque sea un poco cansado debemos enumerar las disposiciones más notables salidas de su Ministerio, que contó con los dictámenes preceptivos de las pertinentes comisiones técnicas o de la Comisión Jurídica Asesora, en varios casos. No está demás apuntar que la República creó numerosos órganos consultivos.
Sobre materia judicial,
por decreto de 20 de abril de 1932 dictará normas para cubrir por concurso las
vacantes en la carrera, sistema que fue bien acogido; por el decreto de 3 de
mayo fueron ampliados a veintiuno el número de Juzgados de Madrid y a seis en
Barcelona; por decreto de 7 de mayo se unificó en una sola categoría a todos los Magistrados -encargo de Azaña-, como antes se había hecho
con los jueces; y el 8 de septiembre se dictó otro por el que se autorizó a
jubilar anticipadamente a los funcionarios de Justicia por su actuación, es
decir, como sanción política. En el fondo, medida consecuente con el propio
ideario del programa radical-socialista de septiembre de 1930 sobre la
revocabilidad y responsabilidad de todos los funcionarios. Al abrigo de esta
disposición fueron separados más de un centenar de jueces y fiscales, lo que
supuso las protestas de la Junta General del Colegio de Abogados de Madrid el
12 de noviembre de 1932, presidida por el gijonés Melquíades Álvarez, que pidió
la expulsión del colegiado Álvaro de Albornoz. Así mismo, los estudiantes de
Derecho, y de otras facultades, de varias Universidades (Zaragoza, Granada,…)
se declararon en huelga como protesta por las jubilaciones forzosas de
magistrados y jueces decretadas por el ministro luarqués.
Por ley de 18 de
octubre del mismo año se precisaron las normas para el nombramiento de Presidente
del Tribunal Supremo. Además, Albornoz presentó a las Cortes proyectos para organizar
y establecer Juzgados comarcales y de paz; o para establecer el Tribunal de
Garantías Constitucionales, pieza importante del andamiaje del estado azañista
y antecedente del Tribunal Constitucional actual, proyecto llevado a las Cortes
el día 23 de diciembre de 1932 conforme a los señalado en el artículo 122 de la
Constitución republicana; tribunal que fue regulado -más tarde-
por Ley Orgánica de 14 de junio de 1933, para limar las incongruencias
del texto. Estaba llamado a conocer los recursos de inconstitucionalidad de las
leyes, el de amparo, los conflictos competitivos entre regiones y entre
regiones y Estado, el examen y aprobación de los poderes de los compromisarios
llamados a elegir al Presidente del Consejo y ministros y, finalmente, la
responsabilidad criminal del presidente y los magistrados del Tribunal Supremo
y del Fiscal de la República. Su primer presidente fue el propio Álvaro de
Albornoz, que soñaba con el cargo, pese a calificarlo de “artilugio” y pese a
que demostró
a las Cortes su desconfianza hacia la viabilidad de un modelo de defensa jurisdiccional
del texto constitucional, ya que postulaba abiertamente un modelo de defensa
política de la Constitución apoyado sobre la figura del presidente de la
República.
En materia propiamente
religiosa, que era competencia del Ministerio de Justicia, cabe citar -y seguimos a Juan Francisco Lasso Gaite- la ley de 30 de enero de 1932 sobre
secularización de cementerios católicos, que originó viva polémica y laboriosa
discusión, pues impuso el cementerio único y dificultaba la ceremonia católica
de enterramiento; el decreto de 23 de enero del mismo año –en base al
desdichado artículo 26 de la Constitución-
por el cual fue disuelta la Compañía de Jesús (tras un debate
parlamentario muy agitado), desarticulando
su patrimonio e incautándose de los bienes (los cuales serían afectados a fines
de beneficencia), expulsando de España a sus miembros y prohibiendo a la
Compañía el ejercicio de la enseñanza, tras lo cual se creó un patronato de
Incautación de los Bienes de los Jesuitas (nacionalización), adscrito a la
Presidencia del gobierno republicano (23/02/1932); la orden de 10 de febrero de
1932 que implantó el matrimonio civil facultativo y que, por tanto, suprimió el
requisito de catolicidad para el matrimonio; y otro proyecto de ley, de 21 de
diciembre -leído en las Cortes, pero no
debatido-, mediante el cual se aprobaba la extinción -en un plazo máximo de dos años- del
presupuesto de Culto y Clero, que rondaba unos 35 millones de pesetas. Con la
ley de 2 de junio de 1933 (Gaceta del
3) fue regulado el reconocimiento de las Confesiones y Congregaciones religiosas,
dictada en ejecución de los artículos 26 y 27 de la Constitución de 1931. La
votación nominal del pertinente proyecto de ley tuvo lugar el 17 de mayo, que
quedó aprobado por 178 votos a favor y 50 en contra. Pero el debate estaba al
margen del parlamento. Según el profesor Manuel Ramírez, esta ley fue una de
las piezas fundamentales en el ambiente de batalla en que, en la mayoría de los
casos, vivió la República.
En tales disposiciones
resplandece el acendrado anticlericalismo
-y afán secularizador- de don
Álvaro. A propósito de la Ley de Congregaciones, llegó a confesar a Fernando de
los Ríos que estaba “harto de curas y frailes”, pues pretendía una República
sin religiosos. Enemigo declarado del jesuitismo, se sentía “insecticida de
todo lo que corra con sotana”, escribió Giménez Caballero al respecto.
Sobre derecho
matrimonial, mencionaremos la ley de 26 de junio de 1932, reguladora del
matrimonio civil, único reconocido, que obligaba a quienes se casaran -siguiendo sus creencias religiosas- a pasar
después por el juzgado para dar validez legal a su unión; y la reguladora de 2
de marzo del mismo año -cuyo largo texto
apareció en la Gaceta del día 11- que
introdujo el divorcio vincular absoluto, después de examinada por las Cortes
desde el día 3 de febrero y aprobada el 25, tras obtener 260 votos a favor y 23
en contra. Dicha ley -basada en un
proyecto de Fernando de los Ríos cuando ocupaba el Ministerio de Justicia- fue
modificada poco después, el 11 de septiembre, y era la consecuencia lógica y
obligada de la separación de la Iglesia
-hasta entonces la llave de las almas y de las aulas- y el Estado, en virtud del desarrollo del
artículo 43 de la Constitución.
Por su parte, la orden
de 14 de julio de ese año 1932 se ocupó de la inscripción de los matrimonios
civiles y su celebración. Así mismo, en el mes de diciembre siguiente, se
elaboró un proyecto sobre investigación de la paternidad.
En otro orden de cosas,
por decreto de 2 de junio de 1933 se fijaron las excepciones a la prórroga del
arrendamiento urbano, a cuya materia se había referido un decreto de 29 de
diciembre anterior; y de arrendamientos rústicos tratará también otro decreto
salido del ministerio de Albornoz.
Conocedor de la
profesión de abogado, el ministro luarqués va a corregir algunos defectos o
lagunas en materia procesal, mediante los decretos de 9 de octubre de 1932
sobre la redacción de las actas del juicio oral; o referidas a las sentencias
penales por orden de 5 de abril del mismo año. Por las leyes de 24 y 28 de
junio de 1933, reformará el artículo 954, y otros, de la Ley de Enjuiciamiento
Criminal y la casación penal.
También se prepararon o
dictaron, durante su mandato, piezas normativas sobre la creación del Instituto
de Estudios Penales, la reorganización del Tribunal Tutelar de Menores de
Madrid, la ley de responsabilidad criminal del Presidente de la República, la ley
de Inspección de Tribunales y la reforma -con rango de ley- del Código Penal (27/10/1932), que comportó
la supresión de la pena de muerte.
Un capítulo aparte –dentro de la gestión de Albornoz- merece el nombramiento de Victoria Kent Siano al frente de la Dirección General de Prisiones, que estuvo siempre marcada por la polémica, sobremanera en los primeros meses de 1932. Una labor de intenciones reformadoras que tropezó con las protestas de los funcionarios de prisiones, al mismo tiempo que se producían graves problemas disciplinarios en las cárceles. Criticada por los propios republicanos, Victoria Kent presentó la dimisión en mayo de aquel año, que fue aceptada por Albornoz el día 4 de junio. Una decisión que generó opiniones encontradas. Mientras unos resaltaron su labor -es el caso del diputado socialista balear Alejandro Jaume Rosselló- y achacaron el origen de su renuncia a factores externos y a los espíritus que no entendieron sus reformas, para Azaña había fracasado:
“Demasiado
humanitaria, no ha tenido, por compensación, dotes de mando. El estado de las
prisiones es alarmante. No hay disciplina. Los presos se fugan cuando quieren.
Hace ya muchos días que estamos para convencer a su ministro, Albornoz, de que
debe sustituirla…”
* *
*
En fin, como fácilmente
se deduce de lo dicho, en el bagaje de la gestión ministerial de Albornoz cuentan
las más importantes leyes laicas de la República, que defendió con
elocuencia -a veces con celo doctrinario
propio de cruzados- desde el banco azul
de las Cortes. Albornoz, al igual que otros muchos intelectuales y prohombres
republicanos, identificaba la suerte de la Iglesia y de la religión en España
con la monarquía y con la Dictadura de Primo. Se empañaba en salvar a todo
trance del pecado monárquico a los españoles. Así pasó a la Historia y así pasó
al magnífico lienzo que retrata al óleo su figura, debido al pintor Luis
Quintanilla Isasi, y que se halla colgado en el Archivo del Ministerio de
Justicia de Madrid.
Fue, en ese sentido,
consecuente con el ideario radical de laicismo y reforma social, de claras
influencias en el solidarismo
francés, que recogían las bases programáticas del Partido Republicano Radical
Socialista, publicadas -como se ha dicho- en septiembre de 1930. La autojustificación de
su labor sobre estos asuntos político-eclesiásticos aparecerá poco más tarde en
la interesante recopilación de cinco discursos: La política religiosa de la República (Madrid, 1935), donde hace
balance de la actuación como parlamentario y sale en defensa de una obra de
gobierno, a la par que admite, en parte, el fracaso del radical-socialismo en
estos temas, al no prevalecer en el texto constitucional las máximas
aspiraciones de su programa. El libro causó revuelo, puesto que como apéndice
reprodujo unos cuantos documentos tomados del Patronato incautador, que no
tenían otro objetivo –según el historiador jesuita Alfredo Verdoy- que frenar la devolución de los bienes a los
jesuitas y obstaculizar al propio patronato para que no siguiese dictaminando y
resolviendo más reclamaciones.
Durante esos años en el
poder, fue secretario suyo el pintoresco periodista -también masón- Joaquín Pérez-Madrigal, autor
luego -en nueve volúmenes- de unas
curiosas Memorias de un converso.
Como no podía ser de
otra manera, muchos de los proyectos y disposiciones legales del Ministerio de
Albornoz, fueron duramente contestados. No en vano, la legislación aprobada durante su mandato -que se complementaba con las medidas de
laicización emprendidas por el departamento de Instrucción Pública- privó al clero regular de derechos
reconocidos, en principio, a todos los ciudadanos. Obviamente, la derecha
sociológica no sólo discrepó siempre de sus argumentos, sino del modo de
exponerlos con su mordaz oratoria, tildada de “calderilla”. Tanto el ABC, como Informaciones o El Debate
dieron una batalla feroz contra la política anticlerical y de secularización del
político valdesano. En ocasiones, la respuesta gubernamental fue la censura de
prensa y la suspensión temporal, en un ambiente
-no lo olvidemos- de frecuentes
desmanes antirreligiosos.
Las leyes del
matrimonio civil y del divorcio levantaron la mayor hostilidad por parte de la
Iglesia, que consideraba la unión civil una “barraganía y concubinato” y veía
en la del divorcio el fin de “las grandes virtudes de la raza” donde los
pueblos “se enlodan chapuzando en los barrizales de la lujuria”, en expresión
del entonces obispo de Tarazona Isidro Gomá y Tomás. El gorro frigio y la mitra
frente a frente.
A las máximas instituciones
republicanas y al propio ministerio de Albornoz
-que, por su parte, se jactaba de haber recibido miles de telegramas de
felicitación por alguna de sus medidas- llegaron
numerosos escritos de profundo descontento contra la política religiosa, que
sin duda era alentada por presión especial del PRRS. No está de más recordar
que la mayoría de la ciudadanía española era católica. El propio Unamuno
consideró justa la protesta del episcopado español a propósito de las
limitaciones sobre asociaciones religiosas y libertad de enseñanza. Los
socialistas, matizaron también su anticlericalismo, deseando que la República y
la religión fueran “absolutamente compatibles”.
Casimiro Cienfuegos Rico por Paulino Vicente (1945) |
Y lo que para unos era
un exceso para otros no era suficiente. Algunas decisiones y posicionamientos de
Albornoz -y también de su compañero en
el gabinete Marcelino Domingo- fueron consideradas templadas, a partir de
1932, por diversos correligionarios: Juan Botella Asensi y Eduardo Ortega y
Gasset, entre otros, lo que les supuso la expulsión del Partido Republicano Radical
Socialista. Llama la
atención, en ese sentido de discrepancia, que cuando el general Sanjurjo fue
condenado a muerte tras capitanear la sublevación del 10 de agosto, Domingo y
Albornoz se mostraran partidarios del indulto, mientras el grupo parlamentario radical-socialista
acordaba aceptar la ejecución de la sentencia de pena de muerte. El mismo grupo
parlamentario discrepó abiertamente de los ministros radical-socialistas cuando,
tras los sucesos de Casas Viejas (que tuvieron lugar entre el 10 y el 12
de enero de 1933), éstos se negaron a dimitir. Albornoz estuvo a punto de
hacerlo, aunque se encontró entre la espada -mejor dicho, la pistola- y la pared.
A mi entender, el ardoroso
Álvaro de Albornoz realizó una labor interesante al frente del Ministerio de
Justicia, de profundo valor simbólico, no falto de polémica; y si hubiese
acertado en armonizar las leyes laicas con la educación política y la
psicología del pueblo español, su gestión hubiese sido más considerada,
entonces y ahora.
Creo que, aunque la
exclusiva de la exageración no fue privativa de Albornoz, una fórmula de
concordia o de “culta tolerancia” le hubiese dado mejor prensa en la época.
Faltó prudencia y un cierto grado de pragmatismo con aspiraciones de mayor
consenso social; así se desprende de la lectura de las jugosas Memorias
de Azaña, que reconocerá como una de las causas del fracaso republicano la
línea seguida en materia religiosa.
No obstante, las más
importantes leyes religiosas de la República quedaron sin efecto práctico, pues
en el siguiente bienio radical-cedista se restableció el presupuesto de clases
pasivas del clero y se devolvieron a los jesuitas los bienes incautados.
Tampoco se cumplió la disposición que prohibía a las órdenes religiosas el
ejercicio de la enseñanza. La rectificación de la República, se ha escrito.
Pero si el destino de
la Segunda República se decidió en terrenos alejados del religioso, lo cierto
es que en él -parafraseamos a Antonio
Manuel Moral Roncal- se originará la
movilización del mundo católico y, paralelamente, una sorprendente emergencia
de las derechas españolas en un periodo de tiempo muy corto.
En día 14 de julio de 1933 Albornoz dejó el ministerio y fue elegido -tal era su pretensión- primer presidente del Tribunal de Garantías Constitucionales por un periodo de diez años, con el apoyo de socialistas -dudosos al principio- y radical-socialistas. Obtuvo 204 votos frente a los 80 de José Ortega y Gasset. Ello, a pesar de las reticencias de Azaña y del influyente rotativo El Sol.
Aquel verano ocupó interinamente
–hasta el 12 de septiembre- el cargo de Ministro de Justicia Santiago Casares
Quiroga, que lo era de Gobernación, uno de los personajes con historia más
triste en los años republicanos, pero que siempre contó con la confianza y
apoyo de Azaña, al decir del profesor Manuel Ramírez.
* *
*
En el ejercicio del
poder siempre se cometen pecados, veniales o capitales. Las sombras forman
parte del retrato. Mismamente, el enchufismo y la “burocracia monárquica” -que Albornoz tanto reprochará en la época tardía del régimen alfonsino- serán ejercidos sin los debidos cuidados en
su época ministerial. Obran el Archivo de la Guerra Civil de Salamanca (hoy
llamado engañosamente Centro Documental de la Memoria Histórica) infinitas
cartas suyas de recomendación dirigidas, como ministro de Fomento o Justicia,
al Director General de Seguridad (Ángel Galarza) o al ministerio de Marcelino
Domingo, especialmente para puestos –previa oposición o sin ella- en Correos y Telégrafos, Policía y otros
departamentos de la administración del Estado. Algunas resueltas en un sentido
y otras en otro, por impedirlo taxativamente las disposiciones legales, pero
que son pruebas incontestables que dan
idea del ambiente que imperaba en los ministerios al llegar la tan deseada
República. El objetivo parece claro: crear o mantener clientelas políticas. La
República sí heredó algunos de los peores vicios del reinado de Alfonso XIII… y
hasta hoy.
El propio Miguel Maura
Gamazo -encargado de la cartera de
Gobernación- refleja en las páginas de su conocida obra memorialista Así cayó Alfonso XIII… (Edición de
Barcelona, 1995) una realidad no muy diferente a lo que contamos. Hay un pasaje
en el que comenta que en los primeros tiempos del régimen republicano no era
fácil encontrar personas afines capaces de llevar con eficacia los destinos de
los gobiernos civiles de las provincias.
Los partidos republicanos, a través de los ministros respectivos,
entregaban al de Gobernación la lista de los miembros de cada uno de ellos que
se consideraban aptos para desempeñar el cargo. Tales listas se formaban
teniendo en cuenta no la capacidad cultural y temperamental del interesado,
sino sus servicios a la causa, su veteranía republicana y, por descontado, su amistad
con el ministro proponente.
Como muestra, menciona
el caso -indescriptible por cómico y
triste a la vez- de un recomendado de
Álvaro de Albornoz, un castizo madrileño, sin estudios, cuyo padre era conocido
por Dantón “porque hablaba muy bien,
¿sabe usted?” Había estado en la cárcel por “arrear un leñazo a un guardia que
a poco le desplomo para toda la vida”, y pedía ser gobernador de Segovia porque
un amigo suyo tenía en la ciudad una casa de bebidas “y los veranos vamos allí
a pasar dos semanas y lo pasamos muy bien. Y ahora, con esto de los
gobernadores, pues hablé con don Álvaro y le dije a ver si podía ser, porque
desde el cargo podía ayudar a un amigo, que quiere establecerse arriba, en la
Plaza, y poner ya un café serio, ¿sabe?”. Albornoz le había dicho que para el
cargo necesitaba “de mano izquierda y de quinqué –señalando el ojo con el
índice-“, y de quinqué él tenía de sobra, como buen hijo del barrio de la
Latina. Albornoz, al conocer luego sus palabras “se retorcía de risa,
exclamando: “¡Es magnífico ese hombre, es magnífico! Tengo que felicitarle”,
esa gente -le hacía saber a Miguel
Maura- “es utilísima y hace republicanos con sus entusiasmos. Son como
misioneros”. Maura -viejo
monárquico en odre republicano- concluyó
el dialogo secamente: “Querido Álvaro, vive usted, como siempre, en la Vía
Láctea. En todo caso mientras yo esté en Gobernación, ese hijo de Dantón no
sale de la Latina a desplomar guardias y menos de misionero a provincias”. Al
menos para Miguel Maura las cartas de la baraja republicana no eran todas ases.
Sobran los comentarios sobre este relato vivo, probablemente exagerado.
Sin duda, examinar la
evolución de los gobernadores republicanos
-tal como ha hecho Diego Cucalón Vela, al que seguimos- es fundamental
para medir la situación de las provincias, los gobiernos y los partidos
políticos que los formaron. Por ello, son significativos los gobernadores del
Partido Republicano Radical Socialista (PRRS), dada la naturaleza particular de
esta formación y su relevancia entre abril de 1931 y noviembre de 1933.
No debe extrañarnos que
Domingo y Albornoz, por ser los únicos ministros y los líderes del partido,
premiasen a viejas lealtades que habían colaborado en actuaciones políticas,
periodísticas o conspirativas antes de la llegada del nuevo régimen. Todos los
partidos lo hicieron. El PRRS contaba con abundante “cantera”. Así, durante
dicho primer Gobierno Provisional, veintiuno fueron los gobernadores
radical-socialistas nombrados en dieciséis provincias; cuatro nombramientos
para cuatro provincias se produjeron en el segundo Gobierno Provisional; en el
periodo del primer Gobierno Constitucional dispuso de treinta y un gobernadores
nombrados para un total de veintiuna provincias; en el segundo Gobierno
Constitucional solamente siete nombramientos para siete provincias; y en el
tercero cinco para cinco provincias. Antes de romperse el partido en dos y del
descalabro electoral de 1933. Son cálculos del citado Diego Cucalón.
En realidad, la
trayectoria de los gobernadores radicales socialistas fue un reflejo de las
problemáticas de la República: localismos, conflictividad, ley electoral,
fragmentación, caciquismo y personalismos.
Entre otros muchos
personajes, fueron gobernadores de militancia radical-socialista: Alicio Garcitoral,
José María Friera Jacoby, Adolfo Alas Argüelles, Rafael Bosque, y José Alonso
Mallol. Todos ellos vinculados a Asturias, de alguna u otra manera.
Marcelino Domingo Retrato de Bernardino de Pantorba (1935) |
En las elecciones de
noviembre de 1933 las izquierdas y el republicanismo burgués fracasaron
estrepitosamente. El Partido Republicano Radical Socialista hubo de contentarse
con el 2% de los votos a nivel nacional. Como consecuencia, un grupo
minoritario del Partido Radical Socialista -partidario de mantener la colación con el PSOE-
y liderado por Domingo y Galarza, con Albornoz en la sombra, fundaron el PRRS Independiente,
de efímera existencia, para acabar fusionándose el 3 de abril de 1934 con Acción
Republicana y la ORGA de Casares Quiroga, formando el nuevo partido Izquierda
Republicana, bajo la presidencia incuestionable de Manuel Azaña.
Albornoz, que no salió
reelegido diputado a Cortes, poco a poco se había ido apartando de la dirección
política partidaria en razón de su cargo institucional (presidente del Tribunal
de Garantías Constitucionales), aunque se sintió identificado con la nueva
formación (en la que ingresará más adelante), que heredaba de alguna manera los
principios radical-socialistas. En realidad, en la relación de don Álvaro con
Manuel Azaña destacó siempre la mutua
desconfianza.
Y pese a tener el apoyo
incondicional del nuevo presidente de Gobierno, Alejandro Lerroux, que le había
prometido, además, el traslado del Tribunal de Garantías Constitucionales al
Palacio del Senado, dimitió de la presidencia de tan alta institución el 5 de octubre
de 1934, al considerar que ocupaban el Gobierno hombres y partidos que habían
combatido la Constitución. Efectivamente, cuando el 4 de octubre Lerroux invitó
a la CEDA a entrar en el gobierno, Albornoz dirigió una comunicación al
Presidente de del Congreso de los Diputados, presentando su renuncia a la
presidencia de tan alto Tribunal. En la carta, que se conserva en el Archivo de
las Cortes y que entonces no fue publicada, manifestaba: “me falta la convicción
necesaria para permanecer en ese puesto desde el momento en que el Gobierno que
ha de aplicar la Constitución se confía a hombres que la han combatido, que no
la han votado y que sistemáticamente han pretendido desconocerla”. Fue
sustituido por el radical Fernando Gasset.
Luis de Zulueta,
embajador en Berlín, y Domingo Barnés, embajador en México, abandonaron también
sus cargos por incompatibilidad con el nuevo ejecutivo.
Lógicamente, puede
entenderse como un pretexto, pues la causa de la renuncia de Albornoz tenía que
ver más con la posición de minoría de la coalición gubernamental en el Tribunal
–tras la polémica elección de los vocales regionales (fundamentalmente por
votación de ayuntamientos) el día 3 de
septiembre de 1933-, lo que provocó, por cierto, la disolución de las Cortes y
la convocatoria de elecciones por parte de Alcalá-Zamora; y –seguimos- con el
clima enrarecido del momento que derivó en los lamentables y trágicos sucesos
de aquel triste octubre. Sin duda, el Tribunal se tendría que implicar en la
arena política a raíz de los sucesos revolucionarios. Albornoz había sido
elegido por las Cortes el día 3 de julio de 1933, constituyéndose el Tribunal
el día 2 de septiembre de dicho año. El Tribunal inauguró su actuación pública
en junio de 1934 con la presentación del recurso de inconstitucionalidad de la
ley catalana de contratos de cultivo. Se iniciaba así el contencioso entre la
Generalidad y el gobierno de la República.
Tras la fractura de octubre
y con nuevas elecciones en el horizonte, Albornoz será entonces uno de los
forjadores de la idea de constituir un amplio polo electoral de centro-izquierda
en una sola formación política, frente a la estrategia de Manuel Azaña, que pretendía
que Izquierda Republicana fuese sólo una coalición de izquierdas. Gestiones que
Albornoz iniciará en reunión celebrada el último día de 1934. En relación con
ello, dará a la luz el libro Al servicio
de República. De la Unión Republicana al Frente Popular. Criterios de Gobierno (Madrid,
1936), que recoge una serie de interesantes conferencias y discursos -sobre temas candentes- pronunciados en
diversos lugares durante el año anterior (Badajoz, Madrid, Valladolid,
Albacete, Valencia, Jerez de los Caballeros y en Málaga, que fue prohibida),
con el recuerdo permanente de los sucesos del año 34 y la consiguiente
represión.
Albornoz fue elegido
diputado por Asturias en las elecciones de 1936, como republicano independiente
en la candidatura del Frente de Izquierdas o Frente Popular, recibiendo el
mayor número de votos: 71.241, el 52,96% de los votantes, y resultando el más
votado de los trece miembros de la candidatura. Poco después, en el mes de
abril, tras la polémica destitución de Niceto Alcalá-Zamora, el ala izquierda
del PSOE parece ser que sugirió su nombre para presidente de la República, en
oposición al de Azaña.
Pero la guerra
civil -producto de la fiebre de la
actividad política de entonces-
trastornó los planes de todos. Había muerto la República por la que
tanto había luchado.
* *
*
El día 27 de julio de
1936 -al poco del alzamiento insurgente-
se incorporó al puesto de embajador de la República Española en París, para el
que había sido nombrado el día 4 de julio (Gaceta del
día 23) por el entonces presidente del Gobierno José Giral. Tuvo que lidiar con
una situación para la cual no estaba preparado. Permaneció en el cargo hasta el
20 de septiembre (fecha de la Gaceta)
siendo sustituido por Luis Araquistáin. Volvió a la España en llamas. Tras la guerra
y pasadas sus veleidades revolucionarias marchó al exilio.
Luego de una corta estancia en la Cuba de Batista, se estableció en México (1940). En octubre de 1940 fue uno de los fundadores de Acción Republicana Democrática Española (ARDE), y en noviembre de 1943 se integró en la comisión ejecutiva de la Junta Española de Liberación (JEL), como representante de Izquierda Republicana. Álvaro de Albornoz pasó a ser una especie de representante del legitimismo republicano.
Participó en los
Gobiernos de Giral que intentaban reconstruir las instituciones republicanas en
el exterior. Fue ministro de Justicia desde agosto de 1945 a febrero de 1947,
en representación de Izquierda Republicana. Luego, él mismo, fue el Presidente
del Gobierno de la República Española en el exilio, desde agosto de 1947 al 13
de agosto de 1951 (otros autores precisan otra fecha), en dos gobiernos
sucesivos. Durante su primer mandato -de
agosto de 1947 a febrero de 1949- Albornoz ostentó la Presidencia del Consejo y
la cartera de Estado. Martínez Barrio le encargó nuevamente el gobierno a
Álvaro de Albornoz en febrero de 1949. Su composición fue hecha sin acuerdo
previo entre partidos, y Albornoz siguió ocupando, también, el ministerio de
Estado. En esos años, se enfrentó a la posición defendida por Indalecio Prieto
de colaboración con los monárquicos de Juan de Borbón, que tenían en Gil-Robles
su negociador.
Fracaso tras fracaso
fue languideciendo la esperanza republicana española al vaivén de la situación
internacional. Albornoz -que se sintió deslegitimado en aquella travesía del
desierto- presentó la dimisión al
presidente de la República el
día 30 de noviembre de aquel año. A petición de Martínez Barrio, Albornoz
continuó en una situación anómala a la cabeza efectiva del gobierno hasta el 8
de julio de 1951, en que presentó definitivamente la renuncia de su gabinete a
través de una carta enviada desde México, a donde se había trasladado. Albornoz
deseaba que las instituciones republicanas -instaladas en
Francia- se trasplantasen al país
azteca. La percepción del no regreso. El intento de perdurar la Segunda
República -que se confundía con sus
hombres- era una tarea ingenuamente
prometeica.
J. Álvarez del Vayo, Álvaro de Albornoz y el mexicano Luis Padilla Nervo en Naciones Unidas (New York, 16-05-1949) [Archivo Jesús Mella] |
El socialista Andrés
Saborit Colomer, en el capítulo titulado “Albornoz y el marxismo” de su libro
póstumo Galería de personajes (1998),
refiriéndose al republicano luarqués, concluye con las siguientes palabras:
“Este
materialista, zaherido implacablemente por todas las reatas del idealismo
convencional, vivió como un asceta, murió en la miseria y sus huesos yacen en
una tumba casi ignorada.”
Parece que así fue,
pues el historiador Javier Tusell dejó escrito que cuando falleció, tres años
después, “había en su casa una fortuna de 14 pesos y para enterrarlo hubo de
recurrirse a la generosidad de un amigo”.
* *
*
Fue Álvaro de Albornoz
un personaje contradictorio. Figura alabada por unos y detestada por otros, siempre
fue elemento de controversia y objeto de discrepancia en las valoraciones. Alejandro
Lerroux, que lo conoció bien, dejó escrito lo siguiente:
“Era
un hombre honrado, que vivía imbuido en una especie de escafandra de espejos.
Se encontraba a sí mismo, y a nadie más que a él, donde quiera que volviese la
mirada. Y no veía otra cosa, ni oía otra cosa que su propia voz. Un sonámbulo,
político de café, que todo lo sabe por epígrafes.”
De él, al juzgarlo con ligereza y sin fundamento, llegó a difundirse durante mucho tiempo una imagen deformada que bordeaba en ocasiones la caricatura: ridículamente serio y empeñado en lo que no le correspondía, tal como lo pintaron determinados semanarios satírico-burlescos de la época (Gracia y Justicia, Gutiérrez, etc.) Apto para arrastrar las masas pero malo para gobernar un país.
Entre otras lindezas le
llamaron “Don Álvaro o la fuerza del si no lo veo no lo creo” y “Don Álvaro
Neptuno”, como responsable que era de los servicios hidráulicos en su condición
de ministro de Fomento en el Gobierno Provisional. También le dedicaron
numerosas coplas y versos, del tipo:
“Hay
albornoces de abrigo / de entretiempo y de verano; / albornoces para el agua /
y albornoces de secano”.
Por el contrario, un
buen amigo de don Álvaro, el periodista de Puerto de Vega y director muchos
años del periódico melquiadista de Gijón, El
Noroeste, a pesar de las desavenencias políticas en muchos momentos, no
deja de valorarlo positivamente. Dice Antonio L. Oliveros en su insuperable
obra Asturias en el resurgimiento español
de 1935:
“Sea
cual sea la opinión que merezca Álvaro de Albornoz como ministro de los
primeros Gobierno de la República, tengo que reconocer aquí que de los
propagandistas revolucionarios que actuaron en Asturias durante los años de
Dictadura, fue él quien se condujo después consecuente con sus predicaciones y
su conducta personal de entonces.”
Según relata el propio
Oliveros, había conocido a Albornoz en el año de 1916, cuando los reformistas
quisieron designarlo candidato a diputado a Cortes por Gijón. Luego siguió
cultivando su amistad en escapadas en Madrid y en las tertulias vespertinas del
café Negresco. No oculta su simpatía
personal hacia él nacida de su carácter:
“…hombre
inteligente, modesto, afable, siente la democracia y la libertad con hondo
fervor. Desde sus tiempos de Estudiante en Oviedo se distinguió por su
republicanismo ardoroso, que propagaba incansablemente desde la tribuna y el
periódico. Su posición espiritual y su rebeldía indomable contra las
instituciones políticas monárquicas perjudicaron su profesión de abogado,
vivida con grandes apuros económicos, en tal extremo que hasta la madurez es su
existencia un penoso camino a prueba de abnegaciones. No creo que se haya
tramado complot revolucionario alguno en España contra el borbonismo en los
últimos treinta años en el que Albornoz no haya tomado parte. Durante la Dictadura
le acompañé algunas veces en sus recorridos de propaganda revolucionaria por
Asturias, y en todos oí vibrar su palabra de cálida emoción republicana, como
si le saltase el espíritu por los labios en estallidos de sinceridad. No
bastándole el periódico y la tribuna para hacer llegar su voz al pueblo, acudió
al libro, y enriqueció las letras españolas con una bibliografía política sobre
el movimiento liberal revolucionario del siglo XIX que es muy instructiva. Por
último, y ya en las postrimerías de la Dictadura, fundo con Botella Asensi,
Salmerón y Marcelino Domingo el partido radical-socialista, al que yo, por
corresponder a los generosos entusiasmos republicanos de Albornoz, presté desde
El
Noroeste ayuda, a fin de que arraigase en
la juventud rebelde de Asturias”.
Antonio L. Oliveros no
volvería a ver a Albornoz hasta el otoño de 1933, en el Palacio de Justicia de
Madrid, donde el luarqués desempeñaba el más alto tribunal de la nación: el de
Garantías Constitucionales. Pero Oliveros ve al mismo Albornoz de siempre, no
se le han subido los cargos: cordial, modesto, sencillo, y con los mismos
ideales y la misma conducta política rectilínea con que surgió a la vida
política. Oliveros es consciente de que la obra legislativa de Albornoz, sus
leyes fundamentales del nuevo régimen han levantado olas de pasión,
convirtiéndole en el hombre más discutido y acaso el más odiado de la
República. Pero Oliveros apostilla:
“El
odio a Albornoz es, de parte de los sectores de opinión derechista, el odio al
laicismo. No discuto que Albornoz haya extremado este laicismo convirtiéndolo
en instrumento de persecución sectaria; y eso se lo censuro, como censuro todo
sectarismo. Admítase, sin embargo, que la República significa el resurgimiento
de España a la plenitud de su soberanía, o sea de su personalidad jurídica, y
que sin las leyes laicas de Albornoz, depuradas de extremismos persecutorios,
aquélla carecería de contenido y de consistencia. Con Albornoz se acusa de
nuevo la influencia de Asturias en el resurgimiento político español, muy digno
esta vez de un examen sereno, tan distante de los apasionamientos de los unos y
de los otros, como de las apreciaciones que merezcan los hombres
representativos por sus errores, debilidades, defectos y pasiones”.
En fin, un examen sereno
es lo que también he pretendido en mi
intervención, lo que no excluye la subjetividad inherente a cualquier
análisis. En todo caso procurando encajar la figura de un exagerado Albornoz,
modelo de político vocacional, en su tiempo, en el pasado, que suele ser un
territorio en conflicto.
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http://www.lne.es/occidente/2013/08/30/navia-analiza-ideas-politicos-asturianos/1462287.html?utm_medium=rsshttp://www.lne.es/occidente/2013/08/31/jesus-manuel-mella-albornoz-incorporo/1462791.html
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70 años después, envuelta en una bandera republicana
A fondo.
VICTORIA KENT [28 ENERO 1979]
Joaquín Soler Serrano entrevista a la
política y abogada Victoria Kent
Buenos días,
ResponderEliminarSoy Luis Garrido Orozco, hijo de republicanos españoles exiliados a Francia donde he nacido. Mi madre, natural de Madrid, fue trasladada en noviembre del 1936 con su familia, de la capital al pueblo de Mollet del Vallès situado cerca de Barcelona. Permanecieron allí hasta finales de enero del 1939 y la caída de Barcelona.
Un tío y una tía míos me han comentado que en Mollet, en una casa cercana de la donde ellos estaban alojados, residía una familia acomodada que según ellos eran familiares de Álvaro de Albornoz. He estado buscando en Internet algunos datos relacionados con Álvaro de Albornoz y de esa forma he encontrado su artículo. También he encontrado constancia de una hija de Don Álvaro –María de la Concepción de Albornoz y Salas, nacida en el 1900- y de un hijo –Álvaro de Albornoz y Salas nacido en el 1901 o 1905- que pudieran ser aquellas personas que mi familia conoció en Mollet.
¿Sabe usted Jesús, si la familia de Albornoz pudo estar en aquella zona entre finales del 36 y principios del 39? ¿Tuvo Don Álvaro más hijos?
Agradeciéndole su posible ayuda.
Desde Francia reciba un cordial saludo.
Luis Garrido Orozco.
Estimado Luis:
ResponderEliminarÁlvaro tuvo solamente a los dos hijos que tu mencionas:
Concha de Albornoz y Salas (n. 1900): http://mhernandez-palmeral.blogspot.com/2011/10/tres-fotos-de-concha-de-albornoz.html
y Álvaro de Albornoz y Salas (n. 1901), "Alvarito" que fue ingeniero y luego en México escritor de varios libros.
Aunque nunca había oído de Mollet por mi familia, hay un documento del "Manifest of Alien Passengers" del barco SS American Monterey en el cual está el nombre de Álvaro (el político) como pasajero en 15/7/1939 rumbo de España a Cuba, y menciona que su última residencia antes de llegar a Cuba fue en Barcelona. Así que por las fechas es muy posible. Gracias por la información.
José Luis Fernández de Albornoz (sobrino-nieto de Álvaro)
Buenas noches, estoy interesada en contactar con la familia Albornoz; por favor, si tienen algún contacto háganle llegar mis datos. Soy historiadora. Pueden contactar conmigo en la dirección de mail: ulises.ana@gmail.com; muchas gracias.
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