Mini-Ciclo de Conferencias y Día de la Libertad de Expresión
Centenario de la Asociación de la Prensa de Oviedo
“Recuperación de la memoria”
Aula Severo Ochoa del edificio histórico de la Universidad de Oviedo
29 de abril de 2010 (19:00 horas)
Jesús Mella
Celebra la Asociación de la Prensa de Oviedo -que es la de Asturias- su centenario, y lo celebra coincidiendo con el denominado Día Mundial de la Libertad de Expresión y de Prensa, instituido por la Asamblea General de la ONU el día 3 de mayo de 1993. Con tal motivo, su junta directiva ha tenido a bien organizar un mini-ciclo de conferencias dedicado a cuatro ilustres personajes insoslayables en el periodismo asturiano. Aunque con trayectorias bien diferentes, los cuatro han padecido la mordaza y las presiones del poder en diferentes momentos, y los cuatro han dejado para la posteridad su ejemplo y su obra, un legado de valentía y firmeza a la prensa asturiana y española. Durante mucho tiempo han estado arrinconados en el olvido, que nunca es justo ni piadoso.
Tres de ellos estuvieron vinculados al socialismo astur y en algún momento formaron parte de la redacción de Avance: Ovidio González Díaz (más conocido por Ovidio Gondi), Javier Bueno Bueno y Juan Antonio Cabezas Canteli; el cuarto, el más veterano, al republicanismo reformista de Melquíades Álvarez y a su diario oficioso El Noroeste: Antonio José López-Oliveros Fernández, de quien nos vamos a ocupar.
Es, en este momento, cuando quiero dar las gracias a la Asociación de la Prensa, representada por su presidente, don José Antonio Rodríguez Fernández-Bron, no ya por permitirme dirigirles la palabra sino por glosar la figura de un hijo ilustre de Puerto de Vega, al que he dedicado mucho tiempo en el intento de rescatar su biografía, de integrar al personaje en el contexto de una época. Y en tal tarea seguimos.
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Antigua sede de El Noroeste de Gijón
(Foto 2001, Jesús Mella) |
También por el marco elegido, el viejo caserón de la Universidad de Oviedo que, tras el 98, se convirtió “el centro docente de mayor relieve intelectual de España” -en palabras del propio Oliveros- y supo moldear el espíritu del pueblo, dotarle de una cultura y capacitarlo para ulteriores empresas de ciudadanía; esfuerzo llevado a cabo por la Extensión Universitaria, aunque no sólo por ella.
Hasta hace bien poco el nombre de Antonio L. Oliveros no decía nada a casi nadie; su labor en la dirección del diario gijonés El Noroeste y sus libros tampoco habían sido bien ponderados. Incluso, se le confundía y se le sigue confundiendo con el médico y bibliófilo Antonio García Oliveros, también de Navia, y seguramente emparentado en el tiempo. Pero, poco a poco, el gremio de historiadores y estudiosos de las cosas de Asturias ha ido librándolo del anonimato.
Y pese a ser un hombre de grandes cualidades, pese a ser uno de los grandes del periodismo regional y, probablemente, el mejor memorialista asturiano del pasado siglo, pues Oliveros fue un testigo excepcional y protagonista de hechos que marcaron un época; pese a lo dicho -repetimos- su figura fue desacreditada entonces en determinados círculos - a izquierda y derecha- e injustamente olvidada después, cuando de ninguna manera merece ser excluida de lo que se ha dado en llamar “memoria colectiva”, concepto envuelto hoy en una gran confusión por su utilización como arma de combate político.
Hijo y nieto de significados republicanos de Navia, Antonio L. Oliveros nació republicano. Vino al mundo en Santa Marina de Puerto de Vega (Navia) el día 6 de septiembre del año de 1878. Tuvo cuatro hermanos, uno de los cuales murió pronto. Como tantos otros del occidente asturiano, para librarse del infortunio emigró a Cuba en 1885, siendo un niño, y allí pasó sus años mozos. Huérfano de madre y distanciado de su padre, que siendo viudo le había llevado a La Habana, fue acogido por el pintor cubano José Miguel Melero Rodríguez (Miguel Melero, el Viejo), de la Real Academia de Pintura y Escultura de San Alejandro, quien le inculcó la virtud del estudio y le formó culturalmente.
En La Habana llevó una vida triste y desdichada, circunstancia que contribuyó a formar su carácter: reservado, sobrio, trabajador, íntegro, exigente, desafiante incluso. En la capital cubana se empleó en muy diversos oficios.
Habiendo ingresado en uno de los batallones del Cuerpo de Voluntarios, con el objetivo de quedar redimido militarmente tras cuatro años de servicio, estalló sorpresivamente la guerra en 1895. Es llamado entonces para ser movilizado y, a pesar de su metro sesenta centímetros, se le dijo que tenía “un pecho lo suficientemente ancho para recibir metralla”. Así, a los sones de la “Marcha de Cádiz” y con la mochila al hombro, se vio pronto por los campos de Cuba adelante, hecho que marcó su vida para siempre. Tenía 16 años.
Fue en su primer destino, en el paradero de Govea, un lugar sobre la vía férrea que de La Habana conduce a Pinar del Río, donde estuvo catorce tediosos meses en un fortín, y donde conoció a un movilizado cubano que publicaba sus informaciones en los diarios de La Habana. Con él trabó amistad y fue iniciado en las tareas periodísticas. A este cubano se debe que Oliveros despertase a la afición de escribir. Años después, los periódicos de La Habana publicarían sus primeros artículos.
En la guerra de Cuba -donde un ataque de paludismo casi le siega la vida- tuvo la oportunidad de conocer de primera mano la muerte del militar y patriota cubano Antonio Maceo, cerca de la trocha de Mariel a Majana; y la gesta de Eloy Gonzalo, héroe de Cascorro, en la provincia de Matanzas. Su hermano Manuel López Oliveros morirá en combate de un balazo.
Terminada la contienda, que acabó siendo internacional por la intervención de Estados Unidos, Oliveros fue desmovilizado y no se acogió a la nacionalidad cubana. Con veinte años de edad se entregó a los estudios y al trabajo, fuese el que fuese. Hizo sus primeras armas periodísticas en una revista gallega que se publicaba en La Habana, colaboración que se extendió al Diario de la Marina, a El Comercio, al Diario Español –que dirigía Adelardo Novo Brocas-, a todas las revistas que se publicaban en Cuba, y a los periódicos republicanos de Navia (Asturias): El Porvenir Asturiano y su continuador El Avance Asturiano.
El Diario de la Marina estaba dirigido desde 1895 por el villaviciosino Nicolás Rivero Muñiz, defensor siempre de la causa de España y, tras el 98, de la convivencia entre los cubanos y la colonia española. Oliveros lo había conocido en 1892, a raíz de una manifestación estudiantil.
Tras una fase de añoranza, poseedor ya de unos ahorros, en abril de 1907 Oliveros embarcó hacia España. Desde el puerto de La Coruña se dirigió a Navia, donde se encontró con que su padre había sido enterrado hacía una semana, tras llevar diez años en la Península, de regreso de Cuba. Parte de los ahorros de su padre se habían esfumado misteriosamente, pues ciertas personas se beneficiaron de la herencia. Fue entonces cuando conoció a la familia Calzada, de acrisolado republicanismo. Tras tres meses de estancia, y solucionados los problemas familiares, regresó a La Habana.
En ese instante, sintió la ambición del dinero y se dedicó a la especulación de la compra-venta de terrenos en los suburbios de la capital cubana. Así mismo, conoció en La Habana a Vicente Loriente Acevedo, que atravesaba por un mal momento en los negocios. Pero al poco, Oliveros enfermó de gastritis y retornó a Navia en 1909, con la única finalidad que la de recuperar su salud. Permaneció unos meses.
A principios de 1910 se enteró, por un cablegrama publicado en el Diario de la Marina, que Carlos Fernández Calzada había lanzado la idea de erigir una estatua en Navia al poeta Ramón de Campoamor, y se propuso secundar la iniciativa en Cuba. Y al poco, regresó a Navia -por tercera vez- para aclarar dudas y encauzar el asunto. Recorrió Asturias al objeto de recaudar fondos y, estando en ello, en el verano de 1912 conoció en Gijón a Melquíades Álvarez, afiliándose luego al Partido Republicano Reformista. En otoño de 1912 llevó la suscripción a Madrid, entrevistándose con diversas figuras de la política española. Hubo de enfrentarse a los hombres de la iglesia naviegos, que se oponían a que el poeta fuese homenajeado.
Tras participar activamente en la inauguración del monumento a Campoamor (19 de agosto de 1913), cuya inauguración resultó en extremo polémica a causa de si debía tocarse o no el “Himno de Riego”, regresó por un corto tiempo a la Gran Antilla a fin de arreglar asuntos particulares. Desde Cuba realizó una campaña periodística a favor de la construcción del llamado ferrocarril de la Costa, entre Gijón y El Ferrol, una de las campañas que más le apasionaron durante toda su “romántica” vida pública.
A la vuelta, en 1915, se instaló en Gijón, donde realizó diversas tareas de compromiso social, al tener que distribuir varios legados testamentarios de su amigo Laureano Suárez Pérez, que se había suicidado a orillas del río Piles. Siguió con sus colaboraciones en la prensa asturiana, en El Noroeste principalmente, diario al que había remitido algunas colaboraciones desde 1910.
En julio de 1917 fue nombrado, de forma sorprendente, director de El Noroeste de Gijón -“sacrificio romántico”, según ha dejado escrito- en disputa con cuatro aspirantes: los hermanos Gil y José Fernández Barcia, Pancracio García López y Fernando García Vela, que era funcionario del Cuerpo Técnico de Aduanas. En realidad Oliveros tenía el propósito de reintegrase a la vida cubana, pero ante la insistencia de los dueños del periódico, de sus amistades -Rosario de Acuña, principalmente- y de Melquíades Álvarez, aceptó el compromiso.
Sucedía al abogado madrileño Rafael Sánchez Ocaña, con quien había compartido la dirección durante unos meses. Atrás quedaban Benito Delbrouck, Diego Nava, Dionisio Pérez, Miguel Adellac, José Gaos Berea, y otros; periodistas de cierto prestigio que cumplieron una importante función agitadora, manteniendo vivo -en líneas generales- el originario radicalismo democrático de El Noroeste, fundado el 11 de febrero de 1897 por conspicuos repúblicos gijoneses; fecha, por cierto, en la que se conmemoraba el 24º aniversario de la proclamación de la Primera República en España. El control empresarial de El Noroeste estaba, entonces, en manos de un grupo de americanos y melquiadistas gijoneses, que lo habían adquirido a la Sociedad Editorial Española, llamada “el Trust”, propietaria desde 1908. El consejo de administración lo presidía Joaquín Menchaca Salgado.
Sobre su llegada a la dirección de El Noroeste nos dejó escrito unos párrafos inéditos, que es difícil no sustraerse a citarlos en su integridad. Dicen así: “Hasta 1916 no había tenido yo con el periodismo otra relación que mis colaboraciones. Desconocía el desenvolvimiento interno de la profesión. Al entrar de lleno en ella, me sorprendieron sus características peculiares. No era ya ni dejaba de serlo el periodismo romántico de nuestro siglo XIX. Ni el empresarial del XX. Era como una mezcla de lo primero y de lo segundo. Y un anticipo de su industrialización futura. Sin embargo, el periodismo asturiano de los tiempos a que me refiero reflejaba fielmente varios aspectos tradicionales: abnegación, espíritu de aventura, sacrificio y vicio; una fotografía representativa del medio ambiente social circundante. Mi concepción del periodismo era la de un instrumento difundidor de ideales, de cultura, de educación social y propulsor de progreso. A la vez un guardián de la dignidad colectiva. Quienes hayan desempeñado un cargo directivo en el periodismo de mi época conocen la grave responsabilidad moral que ello implicaba. Un periodismo libre puede hacer mucho bien a la sociedad, al Estado y a los individuos y también mucho mal. No importan las leyes que regulen su actuación. A pesar de esas leyes el periodismo libre goza de una omnipotencia sin más limitación que el sentido de la responsabilidad moral de quien lo ejerce. / En Asturias, tierra de personas inteligentes, de grandes mentalidades universitarias, el periodismo de entonces no se distinguía por una gran elevación de cultura. Era libelístico en su forma y fondo, hasta en el estilo humorístico y en el pretenso doctoral ex-cátedra. Cierto que en el personal subalterno había valores que pudieron revelarse tan pronto se les dio ocasión. Y que pasaron a primera fila con una significación de alto prestigio. Ellos enaltecieron años adelante al periodismo asturiano. Me propuse que aquel libelismo de plazuela, que en vez de educar, prostituía las costumbres, que en vez de instruir, embrutecía, desapareciese. En parte lo conseguí. […] Me propuse un periodismo docente y decente y creo que llegué a su realización posible”.
Desde el puesto de director, Oliveros intentó siempre un periodismo de altura al servicio de la sociedad asturiana y de la clase trabajadora, impulsando una información obrerista -a veces únicamente insinuada- y cultural. Se propuso, y lo consiguió, que El Noroeste fuese un periódico que se publicaba en Gijón para toda Asturias, con especial incidencia en las cuencas mineras. En ese sentido, memorables fueron sus campañas sobre el denominado “problema hullero” y en favor de los derechos laborales de los trabajadores de las minas.
Lo primero que tuvo que hacer fue enfrentarse a una huelga del personal obrero de El Noroeste, que era azuzada por la competencia y que había provocado la dimisión de Rafael Sánchez Ocaña. Y salió triunfante.
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Redacción de El Noroeste sobreimpresa sobre el ejemplar del 11 de julio de 1923 |
En ese mismo año de 1917, Oliveros tomó parte en la convocatoria de la huelga general de agosto. Convirtió su despacho en un centro de conspiración, y él mismo fue el enlace entre la dirección del movimiento -Melquíades Álvarez, que era aconsejado por un Pablo Iglesias enfermo- y las masas. A Oliveros la huelga le sirvió de mucha experiencia para conocer el percal, para iniciar la preponderancia política y social de El Noroeste en Asturias, aunque también marcó el fin de la carrera republicana del tribuno gijonés.
Periodista insobornable y batallador como pocos, labrado a sí mismo en el difícil mundo de la emigración y las guerras coloniales, hizo de El Noroeste una especie de universidad popular, un espacio de civilidad, incorporando redactores con futuro, entre los que sobresalían Fernando García Vela, Ovidio Gondi y José Díaz Fernández. Igualmente, formaron parte del plantel: Ignacio Lavilla Nava -significado antisocialista en esa época-, Benigno Fernández Mar y Rafael González Díaz, administrador del diario y a la vez cronista deportivo, que popularizó el pseudónimo Refala. Alguno de los cuales pasaría luego a otros diarios; en el caso de Fernando García Vela, después de ser despedido por desleal, tras una serie de encontronazos con Oliveros. Un desencuentro que duró toda la vida.
También prestigió el diario gijonés con una nómina de destacados colaboradores: Miguel de Unamuno, Luis de Zulueta, Eduardo Gómez Baquero (Adrenio de pseudónimo), Gabriel Alomar, Luis Araquistáin, Augusto Barcia Trelles, Gabriel Miró, Roberto Castrovido, Ramón Pérez de Ayala, Antonio Espina, Luis Bello, Rosario de Acuña Villanueva -gran amiga de Oliveros- y Marcelino Domingo, entre otros. Dio entrada, también, a la juventud asturiana: Mariano Merediz, Wenceslao Roces, José Loredo Aparicio, Dionisio Morán Cifuentes y Manuel Pedregal Fernández.
Igualmente, contó con una colaboración internacional, en combinación con La Vanguardia de Barcelona, integrada por los estadistas más famosos de la época. El Noroeste acabaría, así, convirtiéndose en un referente del republicanismo democrático a escala nacional.
A Oliveros se le ocurrió crear una sección de crítica política diaria, firmada por un pseudónimo compuesto con letras de los apellidos de Valdés Prida, redactor-jefe, de García Vela y suyo propio: “Priovel”; con dicho acróstico perseguía dos objetivos: eliminar a Valdés Prida -violento y desmandado de lenguaje- de las polémicas con Adeflor (Alfredo García García), y de elevar el nivel cultural y moral de las controversias con El Comercio, fundamentalmente. De tal sección encargó a Fernando García Vela, que acabó siendo chantajeado -en lo personal y familiar- por el ex alcalde Arturo Rodríguez Blanco, renunciando entonces García Vela a seguir con sus comentarios políticos.
En fin, El Noroeste se tornó en uno de los mejores diarios de España -no es una exageración- y fue una valiosa cantera y escuela de periodistas en aquel periodo intenso y acelerado de cambio y conflicto, en el contexto de una Europa sacudida por guerras y revoluciones que se van sucediendo sin apenas tregua.
Además, Oliveros, que siempre actuó con un talante liberal que no se ciñó estrictamente al terreno de lo ideológico, preconizó -sin dejar de ser anticlerical- el respeto a la libertad de conciencia en el ámbito religioso, y se afanó por civilizar las luchas del partidismo político en Asturias, permitiendo la colaboración de los marxistas-leninistas -aunque Oliveros era crítico con las teorías de Marx- en las páginas del periódico, circunstancia que supuso el distanciamiento con el líder minero Manuel Llaneza, a quien siempre había ofrecido las páginas del diario, amén de exaltar su honradez como sindicalista.
También intervino, en diferentes ocasiones, en evitación de que José María Martínez, apartado Eleuterio Quintanilla Prieto de la lucha activa, pudiese arrastrar tras de sí a la nueva juventud sindicalista por la senda de la acción directa y la guerra social.
Por otra parte, sobrellevó el acoso implacable de la Asociación Patronal gijonesa, con el joven Enrique Cangas García al frente, quien quiso someter El Noroeste al bando patronal, tratando de arruinar el diario reformista con boicots. Tildaba a Oliveros de sindicalista, por el trato preferencial que daba en el diario a Eleuterio Quintanilla y los suyos. Eran aquellos días de luchas obrero-patronales violentas, donde se incitaba al atentado personal.
Desde el puesto de director intervino, con sus notables campañas, en las victorias electorales republicanas y de izquierda, participando él mismo -no sin serios problemas y jugándose muchas veces el tipo- de forma activa en la vida política regional, aunque nunca ocupó cargo alguno de cierta significación. Notorias fueron sus intervenciones -algunas accidentadas- en las campañas electorales en el occidente astur, ya durante la primera etapa republicana.
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Valdés Prida por Marola |
En abril de 1925 propició vivamente en la constitución de la Asociación de la Prensa Diaria de Gijón -¿una refundación de la creada en 1910?-, tras una reunión celebrada por los periodistas locales en los salones del Círculo Mercantil. La Asociación quedó incorporada a la Federación de Asociaciones de la Prensa de España, radicada en Madrid, y que, como ellas, perseguía fines esencialmente mutualistas (la creación de un Montepío), como consta en los correspondientes Estatutos aprobados por el gobernador civil de la provincia. Por los asistentes fue designada la siguiente junta directiva: presidente, José Valdés Prida; secretario, Armando Fernández Buelta; tesorero, Agustín Arias Carreño; y vocales: Ignacio Lavilla Nava y Eduardo Prieto Menéndez.
Oliveros conspiró de forma pública –de palabra y obra- contra el régimen alfonsino y la Dictadura de Primo de Rivera, primer intento de españolización “autoritaria” de las masas. Junto con el abogado Mariano Merediz Díaz-Parreño se encargó de reproducir “clandestinamente” las Hojas Libres, panfleto revolucionario que se editaba originariamente en Hendaya (Francia) por parte de Miguel de Unamuno y Eduardo Ortega y Gasset. El trabajo lo realizaba en una imprenta de Villaviciosa un tipógrafo enviado a la villa por Antonio L. Oliveros, quien se encargaba de recaudar fondos en la región para atender los gastos de dicha publicación y para la manutención del catedrático de Salamanca. El propio Oliveros se desplazó a Francia en 1929 para encontrarse con Unamuno, acaso la figura más representativa de la psicología trágica española.
El periodista de Puerto de Vega fue igualmente el artífice de algunos homenajes que se celebraron en Gijón a distinguidas personalidades que combatían al régimen: Fernando de los Ríos, Luis Jiménez de Asúa, Marcelino Domingo, Álvaro de Albornoz y Gregorio Marañón, que desde entonces le dispensó una amistad que sólo se interrumpió con la muerte del médico humanista en 1960.
También denunció el colaboracionismo de algunos dirigentes del socialismo asturiano, y del Sindicato Minero Asturiano, con el régimen primorriverista. Dirigentes que aspiraban a pescar en el estanque de las actitudes paternalistas e integralistas de la Dictadura mediante su presencia en los comités paritarios creados por el nuevo régimen, mientras Francisco Largo Caballero aceptaba ser consejero de Estado. En palabras del propio Oliveros, el dictador “trató de organizar dos partidos únicos: el de la Unión Patriótica y el Socialista, como si quisiese elevar al plano estatal la lucha de clases, y fracasó, naturalmente”. La llegada de Primo de Rivera, en cambio, significó un rudo golpe para la CNT, que fue puesta por varios años fuera de la ley.
Aunque no tiránica, la Dictadura coronada fue opresiva. La actitud de Oliveros ante tal estado de cosas fue siempre de franca oposición y como consecuencia de ello, de su compromiso permanente con la verdad, con la independencia profesional y la salvaguardia de las libertades, sufrió procesos judiciales, multas gubernativas, suspensiones del periódico y destierro. Una persecución sin tregua. Fue el precio que hubo de pagar.
Aunque ligado a un partido que poco a poco se iba apartando de sus convicciones políticas personales, pero en el que se creía obligado a permanecer para intentar mantenerlo -en la medida de sus posibilidades- dentro del ideario fundacional del posibilismo reformista, y también por devoción a Melquíades Álvarez, se entregó de lleno -sin embargo- a la actuación revolucionaria y a la tarea de orientar El Noroeste en un sentido marcadamente republicano, jugando un papel importante en la caída de la monarquía, tras la autoinmolación del tribuno gijonés en el Teatro de la Comedia madrileño, en su famoso discurso del 27 de abril de 1930. En tal discurso, recordemos, la crítica al rey no se había identificado con una apelación a la República. Melquíades Álvarez -que desaprobaba las campañas de Oliveros- había abandonado, incluso, el accidentalismo y tomado los rumbos de la monarquía liberal democrática, precisamente en un momento de la historia española caracterizado por su antimonarquismo.
Pero la República advino -son palabras del propio Oliveros- “como regalada por Dios a los españoles en bandeja. Se dijo que la habían votado en las urnas hasta los curas. Y fue verdad que mucha parte del clero le concedió sus votos”. Efectivamente, no fue una amplia movilización política la que derribó a la monarquía en 1931.
Al llegar el nuevo régimen, Oliveros, al igual que José Manuel Pedregal, se resistió a la derechización del Partido Republicano Liberal Demócrata -rápida transubstanciación del antes llamado Partido Republicano Reformista- y el propio tribuno -de forma desleal y persuadido malévolamente por los jefes melquiadistas de Oviedo- lo vetó como candidato a las elecciones generales de 1933, rompiendo entonces Oliveros -que era partidario de un posicionamiento claramente republicano- con Melquíades Álvarez y dimitiendo como director del rotativo oficioso del melquiadismo, diario en el que había colaborado desde 1910 y al que había entregado la vida entera… y buena parte de sus ahorros. Oliveros, que siempre se había comportado como un hombre coherente, en esta ocasión también lo fue. Aquel mismo día de su renuncia voluntaria, tomó el tren para Madrid. Provisionalmente fue sustituido en el cargo por José Valdés Prida.
En la capital española fijó su residencia. Alfonso Camín Meana le ofreció, en aquel momento, las páginas de su peculiar revista Norte, y comenzó a escribir el citado libro Asturias en el resurgimiento español, tarea que apuró al máximo, pues aún en el verano de 1935 había corregido y añadido unas galeradas al texto primitivo. Entre éstas, un epílogo dedicado a los sucesos revolucionarios de 1934, golpe de muerte “contra los resultados electorales de 1933”, que condena sin paliativos. Después de muchos años de lucha por el triunfo de la República, le contrariaba el comportamiento de las formaciones y la verdadera talla de los políticos -incapaces y demagogos de uno y otro matiz- que sostenían el nuevo régimen. De la euforia había pasado al desengaño debido al rumbo que tomaban los acontecimientos.
La agónica República de abril -en la que se combinaban deseos de reforma con esperanzas revolucionarias por hacerse con el poder- pronto la habrían de enterrar entre todos. La insurrección de octubre había envenenado a España y poco a poco se iba rechazando la democracia liberal, mientras el autoritarismo se abría paso. Se excluía definitivamente a los moderados. El periodismo sin freno de responsabilidad, que se desató en toda España, contribuiría a tan funesto resultado.
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Gijón, 1920-1937 La memoria animada
Producción del Ayuntamiento de Gijón, coordinada por Manuel del Castillo Rodríguez
y realizada a partir de películas de la época grabadas en sistema Pathé Baby.
El estreno tuvo lugar el día 5 de mayo de 1999 en el Teatro Jovellanos de Gijón.